En la CNT José Peirats se dedicó a casi todo, según confesó en una carta en mayo de 1970, cuando tenía 62 años. Esto significa la organización de huelgas, participar en asambleas y congresos, pronunciar mítines y conferencias, escribir artículos, el manejo de la pistola (en ocasiones también los explosivos), la estancia en la cárcel, […]
En la CNT José Peirats se dedicó a casi todo, según confesó en una carta en mayo de 1970, cuando tenía 62 años. Esto significa la organización de huelgas, participar en asambleas y congresos, pronunciar mítines y conferencias, escribir artículos, el manejo de la pistola (en ocasiones también los explosivos), la estancia en la cárcel, verse sometido a procesos (la mayoría por delitos de imprenta); «sé lo que significa aguantar palos de la policía desnudo a pelo en una comisaría», recordaba en la misiva. También hizo acto de presencia en el estado español -de manera clandestina, como secretario de la CNT en el exilio- «cuando todavía se fusilaba», remataba en la carta. El resumen biográfico figura en la introducción del libro «Vivir la anarquía, vivir la utopía. José Peirats y la historia del anarcosindicalismo español», del historiador Chris Ealham, ensayo publicado en 2016 por Alianza Editorial.
Ealham es autor de numerosos artículos sobre la historia del anarquismo, también de libros como «La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto (1898-1937)», publicado en 2005; y editor de otros, por ejemplo, «España fragmentada. Historia cultural y guerra civil española» (2010). Parte importante del texto sobre Peirats se basa en el material del International Institute of Social History de Amsterdam, particularmente su correspondencia y memorias («De mi paso por la vida», versión abreviada de las memorias publicadas en 2009). Nacido en el municipio castellonense de la Vall d’Uixó, en 1908, este ladrillero y escritor anarcosindicalista trabajó durante 20 años en diferentes ‘bòbiles’ (fábricas de ladrillos), de las que menud eaban en la zona sur de Barcelona. Sus inicios militantes se sitúan en el barrio de Collblanc-La Torrasa, en el municipio de L’Hospitalet de Llobregat, donde destacaba por su empuje la CNT; «un foco de infección ciudadana», según un periódico de la época. En 1922, a los 14 años, Peirats ingresó en la Sociedad de Ladrilleros de la CNT de Barcelona. «Se radicalizó con la huelga de 1923», en la que los ladrilleros luchaban por eliminar el destajo, recuerda Ealham.
Fue un obrero forjado severamente en el yunque del esfuerzo. «La cultura, como la libertad, es para conquistarla», afirmaba José Peirats. «Una ley de compensación preside en la vida; sin esfuerzo equivalente no se consigue nada». En otra ocasión expresó que aquél que no sabe leer «es porque no quiere… El autodidacta es una flor en la vida… su labor perseverante de lima sorda sobre los barrotes carcelarios de su ignorancia, es un héroe». Así, cuando llegó la II República se produjo un conflicto en la CNT, en buena parte también generacional. Mientras algunos de los sectores más veteranos preferían otorgar un margen a la República, otros, entre los que se hallaba Peirats, se mostraban partidarios de combatirla mediante la acción directa.
Varias décadas después escribió en otra carta: «Por su mentalidad y su educación política al sustituir a los monárquicos en su poltrón, (los republicanos) creían que había llegado su hora». En el contexto de una CNT que, superada la dictadura de Primo de Rivera, sobresalía por su vigor (afirmaba contar con 300.000 afiliados en Cataluña, en agosto de 1931), este obrero ilustrado fue uno de los fundadores del Ateneo Racionalista de La Torrassa. Además de la escolarización de proletarios, en el ateneo se difundieron el excursionismo, las obras de teatro, los debates y la cultura universal, no sólo específicamente obrera. Allí, al terminar la jornada laboral, Peirats y otros compañeros se dejaron el alma porque avanzara la iniciativa.
El estudio de Chris Ealham aborda el conflicto que atravesó a la CNT en la primera época de la República, entre los «trentistas» (más moderados, confiaban en las posibilidades de actuación que ofrecía la nueva legalidad) y «faístas» (sector que se asocia al grupo «Nosotros», con Durruti, Ascaso y García Oliver). El historiador sitúa a Peirats a caballo entre las dos facciones; así, pensaba que la revolución «vendría de una combinación de conciencia cultural y huelgas revolucionarias en oposición a simples pistolas disparando, como parecían creer los radicales». Activo en las huelgas de ladrilleros, la enfermedad de Perthes (necrosis en el fémur) le forzó a cambiar de oficio y convertirse en panadero. También aquí se implicó en la acción directa (con explosivos) y los boicots para abolir la jornada nocturna y en defensa de los derechos a la salud y la seguridad laboral. Multiplicaba entonces su activismo en diferentes focos, incluido el grupo de acción y propaganda «Afinidad». El grupo manifestó su oposición a insurrecciones armadas como la de diciembre de 1933, con el argumento de que la revolución se antojaba imposible sin una preparación previa de las masas. Ya con experiencia en los ámbitos sindical y paramilitar, lo que más preocupaba a Peirats era la formación de los obreros.
Al tiempo que proletario en el tajo, José Peirats colaboraba a finales de 1933 en las publicaciones más destacadas del movimiento libertario: «Tierra y Libertad», «La Revista Blanca», «Acracia» y «Ética». El escritor y periodista Felipe Alaiz, quien estuvo al frente de «Tierra y Libertad» y «Solidaridad Obrera», le enseñó los rudimentos del periodismo, basados en los principios de «agilidad de pluma» y «amenidad porosa». En 1934 se le confió a Peirats el periódico FAI, lo que ayudó a señalarlo como enemigo de las autoridades (fue secretario de la FAI barcelonesa). Ese año ingresó en «Solidaridad Obrera», estandarte de la CNT de Cataluña, en una redacción que contaba con sólo una máquina de escribir. Además de corregir notas y convocatorias, su escritura ponía de manifiesto -por ejemplo, respecto al cine- la pluralidad de inquietudes de este obrero y escritor. Desde las páginas de «Más Lejos», criticó el giro de la CNT a favor del Frente Popular, antes de las elecciones de febrero. Después del Congreso Confederal de Zaragoza (mayo de 1936), «Peirats volvió a hacer ladrillos», recuerda Chris Ealham.
Derrotado a los pocos días el golpe de estado del 18 de julio de 1936 en Barcelona, José Peirats estuvo entre quienes asaltaron el cuartel de Pedralbes y se apoderaron de las armas. «El nuevo ser es la masa», afirmó, en una coyuntura de enorme euforia; «una tal ocasión no se ofrece sino de siglo en siglo». El Ateneo de La Torrasa, donde José Peirats se entregó a la causa revolucionaria, fue uno de los focos de la nueva democracia libertaria y de autogestión. Ealham recuerda la cita a Kropotkin de uno de los activistas en el Comité revolucionario de L’Hospitalet: «Si hay hambre el día después de una revolución, entonces la revolución ha fracasado». Pero el entusiasmo inicial se fue desinflando, y durante el primer año de guerra el «ladrillero», escritor y periodista se convirtió en uno de los disidentes más significados respecto a la dirección de la CNT. Entró en polémica con Federica Montseny y García Oliver, a quienes el hispanista británico define como «agitadores anarquistas convertidos en ministros del gobierno». El periódico «Acracia» de Lleida, del que formaba parte Peirats, se convirtió en un bastión frente a los dirigentes de la CNT-FAI; en una concentración en Barcelona (febrero de 1937) José Peirats manifestó de modo abierto su oposición a la sujeción estatal de los comités revolucionarios y la centralización del movimiento libertario. Sin embargo, tampoco se identificó con el grupo Los Amigos de Durruti.
Un año y tres meses después del asalto al cuartel de Pedralbes, la utopía se alejaba. El militante anarcosindicalista marchó al frente, rumbo a los cuarteles generales de la 26ª División (antigua Columna Durruti) en Monegrillo (Zaragoza), donde fue asignado a la brigada 119. En más de una ocasión Peirats estuvo a punto de morir, a causa de los bombardeos nazi-fascistas. Perdida la guerra y con 31 años, fue uno de los miles de anarquistas que escapó al exilio francés. «Un colapso brutal, el final de nuestro sueño», afirmó. En Francia fue internado en el campo de concentración de Vernet d’Ariège, dirigido a presos «peligrosos», regido por una disciplina castrense y que operaba en condiciones deplorables. También allí se establecieron asambleas de la CNT. De Vernet d’Ariège fue trasladado al campamento para refugiados de Lauberet y, a continuación, cruzó el «charco» con destino a la República Dominicana, Ecuador, Panamá y Venezuela. En marzo de 1947 retornó a Francia, donde se convertiría durante treinta años «en una de las principales figuras del Movimiento Libertario Español (MLE)-CNT en el exilio», destaca Ealham. Una de las constantes en su teoría y su praxis fue la crítica a la burocracia. A partir de 1965, cambió el activismo por la pluma, con obras como «Diccionario del anarquismo» (1977), «Figuras del movimiento libertario español» (1978), «Emma Goldman, una mujer en la tormenta del siglo» (1983) o «La Semana Trágica y otros relatos» (1991).
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