Mientras escribo esto, llueve en Barcelona. Es uno de esos chaparrones de final de agosto cuando la humedad y el calor acumulado todavía se aferran al suelo. Las gotas de lluvia refrescan el rostro, pero tu cuerpo sufre ese calor que no te abandona, es un sofoco húmedo y bochornoso. El interior de las casas […]
Mientras escribo esto, llueve en Barcelona. Es uno de esos chaparrones de final de agosto cuando la humedad y el calor acumulado todavía se aferran al suelo. Las gotas de lluvia refrescan el rostro, pero tu cuerpo sufre ese calor que no te abandona, es un sofoco húmedo y bochornoso. El interior de las casas se vuelve sofocante y, contra toda lógica, los barceloneses abrimos las ventanas para que se aireen y expulsen las miasmas de un verano agónico. Ese impás no dura mucho y, una vez evaporados los calores acumulados, la fresca lluvia se adueña de la ciudad. Lástima que el cielo gris no acompañe.
El 17 de agosto un atentado yihadista asesinó a 16 ciudadanos en Barcelona, igual que lo hace a lo largo y ancho del mundo todos los días. Pero los barceloneses, los españoles, lo vivimos más cerca y eso hace que el dolor nos llegue más allá de la piel… ¡somos humanos! No distinguimos nacionalidades, todos los muertos son nuestros, es la cercanía la que nos asusta, la que nos atemoriza, la que nos da miedo.
El 18 estuve en Plaza Cataluña en el minuto de silencio. No había banderas. Era un sentimiento unánime. Acabado el minuto, desde distintos lugares de la plaza, se inició, a la vez, un grito que al principio no entendí: «no tinc por«. No lo secundé, yo sí tengo miedo y además me mosqueé. Estaba junto a amigos de Recortes Cero y de la ACP, algunos se unieron al grito y posteriormente empezamos a dar otros gritos: por ejemplo, el de «unidad», que pareció no gustar a algunos. Una señora, al pasar a nuestro lado, nos dijo «això avui no toca» (eso hoy no toca), lo que confirmó mis sospechas.
Después, de forma espontánea, todos nos fuimos a las Ramblas improvisando una manifestación de recuperación. El grupo en el que yo marchaba gritábamos de todo: «No pasaran», «El pueblo unido jamás será vencido», etc. Pero rápidamente se iniciaba ese grito impostado para diluir los nuestros. El plan de marketing estaba dando resultado. Es impresionante cómo la maquinaria nacional-catalanista no se detiene, ni para reconvertir un luctuoso hecho en una herramienta del secesionismo.
Siempre les dije a mis hijos que quien no tiene miedo es un inconsciente o un insensato. Que los valientes son aquellos que son conscientes del miedo y luchan contra él y contra lo que lo provoca. No sé si es un pensamiento muy profundo, pero he intentado siempre ser coherente con él. No es cuestión de vivir atemorizado, sino de ser conscientes de los peligros y en Cataluña, como en cualquier otro lugar de España, de Europa y del mundo, hay miedo al terrorismo yihadista.
Pero en Cataluña hay otros miedos distintos, hay otros miedos propios, tenemos un miedo diferencial y son endógenos. Están fabricados aquí, en Cataluña –como el 26% de las armas que España vende al extranjero-, llevan años trabajándolo. La realidad es que, en Cataluña, el miedo corre por las calles.
Sabíamos que podía pasar y a pesar de ello fuimos muchos, la mayoría, a manifestarnos el 26 de agosto en contra del terrorismo, en apoyo de las victimas. ¡Y pasó! El nacional-catalanismo manipuló y usó, con la aquiescencia del Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Cataluña, la manifestación para sus intereses espurios. El Gobierno Español se puso de lado, lo cual es preocupante, y lo permitió. Y los que fuimos con la mejor intención del mundo nos sentimos usados. Cierto, éramos mayoría, pero los medios de comunicación son interesados, miopes o buscan la carnaza.
Consiguieron institucionalizar el grito vacío «no tinc por«. Una consigna que ya estaba diseñada de cara al pseudo-referéndum del 1 de octubre: «1-O no tinc por!», como demuestra la foto que acompaña a este artículo en el periódico ara.cat del 29 de junio de este año, casi dos meses antes del atentado. Solo falta que recuperen la canción «Uh! Oh! No tinc por!» del Club Super3 (programa infantil de la televisión catalana).
Yo soy republicano. Y lo seguiría siendo incluso si España no vendiera armas a Arabia Saudí y compañía e incluso si el Rey (y el alcalde de Cádiz) se declarara pacifista y propusiera el cierre de todas las fabricas de armas en España y anulara el contrato de las fragatas para Arabia Saudí. Pese a eso, entiendo que la presencia del actual jefe del estado en la manifestación era parte de su cargo, como lo sería la de un deseable presidente de la República Española. Así pues, su presencia, como la de Rajoy y la de Puigdemont, era institucional. Por ello, mi presencia, y la de muchos en dicha manifestación, no suponía ni una aceptación de la monarquía, ni un apoyo a las políticas austericidas del gobierno de Rajoy, ni, por supuesto, un apoyo al procés secesionista del nacional-catalanismo (JxSi + CUP).
Sin embargo, los que intentaron apropiarse del sentimiento de la manifestación fueron los secesionistas y no otros. Los que la utilizaron para hacer una afrenta a todos los ciudadanos españoles, catalanes o no, fueron ellos: ANC y Omnium, porque tanta culpa tiene el perro que muerde como su dueño.
Desde el principio sobraban las esteladas, y eso que en la zona en la que yo estaba (Paseo de Gracia / Rosellón) su presencia era escasa. Eso sí, situadas de forma oportuna cada 15 o 20 metros para dar sensación de ocuparlo todo. En las fotos aéreas que he visto después quedaban diluidas, pero su presencia fue ofensiva. La mayoría íbamos sin banderas -dejé/dejamos en casa la republicana (española)-. Había algunas banderas catalanas (senyeres) y otras constitucionalistas (españolas), que no ofendían a nadie, menos al secesionismo.
Hubo (tuvimos) algunas palabras con algún militante «catabasuno» muy empeñado en tapar, con su estelada, nuestro cartel, que rezaba: «Juntos contra los fanatismos», «Unidos contra el terrorismo». Evidentemente, su insulto preferido cuando no comulgas con ellos es «facha» o «franquista». Para más no dan.
Espero que, como auguró un compañero, esa desfachatez y esa manipulación de los sentimientos se vuelva, cual bumerang, contra ellos.
Es terrible y penosa la sensación de indefensión de los que vivimos en Cataluña y no comulgamos con la dèria (locura) secesionista. Son minoría, pero controlan todos los resortes del poder en Cataluña, los medios de comunicación y se han apropiado de la calle. El estado es un espectro, un fantasma.
Nunca en España había sido tan débil el Estado. Es una debilidad, no solo por las malas políticas desarrolladas por la administración central con el gobierno al frente y la inoperancia del Congreso de los Diputados, sino, sobre todo, por la traición de la administración autonómica catalana; que también es Estado… Estado Español. La democracia está en peligro en España.
Ciertamente, la Constitución es papel mojado por su incumplimiento y eso no solo es culpa del ambicioso nacionalismo catalán o vasco. Lo es principalmente por la estrechez de miras de los sucesivos gobiernos -y su oposición- de España. Tanto del PP como del PSOE. Siempre preocupados por su supervivencia como organización (cuando no ha sido por la supervivencia personal). Son casi 40 años incapaces de profundizar y consolidar un estado más democrático, más igualitario, más justo. El miedo escénico les mantiene en estado catatónico, aferrados a la poltrona, hueros de sentido de estado.
Barcelona y Cataluña siguen instaladas en ese impás que antes comentaba y la lluvia de la democracia y de la justicia no refresca nuestra casa. Las miasmas del nacional-catalanismo mantienen la xafogor (bochorno) atenazante en un continuo «día de la marmota» que ni siquiera nos sirve para aprender a escapar del mismo y que persistirá el 2 de octubre haya o no haya referéndum.
A los políticos que hasta aquí nos trajeron auguro que la historia no os absolverá. ¡A ninguno!
Vicente Serrano, Presidente de Alternativa Ciudadana Progresista
Fuente: http://www.elcatalan.es/miedos/