No es cuestión de poca importancia quién pase a segunda vuelta en las elecciones presidenciales del 19 de noviembre próximo. La política que harán los eventuales gobiernos de Piñera, Guillier y, en el mejor de los casos, Beatriz Sánchez, si ésta logra pasar, será muy diferente en cada caso. Las dos primeras candidaturas no tanto […]
No es cuestión de poca importancia quién pase a segunda vuelta en las elecciones presidenciales del 19 de noviembre próximo. La política que harán los eventuales gobiernos de Piñera, Guillier y, en el mejor de los casos, Beatriz Sánchez, si ésta logra pasar, será muy diferente en cada caso. Las dos primeras candidaturas no tanto entre sí comparadas con lo que ya han sido sus administraciones pasadas, pero un mandato de la periodista candidata del Frente Amplio, respecto a las dos primeras, hará mucha diferencia.
Beatriz Sánchez, si es consecuente con su programa, gobernará con medidas o políticas públicas de corte más socialdemócrata y acordes con las necesidades de los segmentos medios y las clases asalariadas. Y con criterios de justicia e igualdad social.
No obstante, y pese a que concuerdan en la defensa de los pilares del modelo impuesto durante la dictadura, y consolidado en la transición, no es lo mismo Piñera que Guillier en las actuales circunstancias. Y el voto, además de fomentar la ilusión electoralista (que basta con votar y elegir un gobierno para que las cosas cambien), puede ser también un medio útil para rechazar la corrupción y la concentración del poder y su ejercicio por una elite explotadora enemiga de los cambios. No votar ni por los corruptos ni por las derechas declaradas en primera vuelta, y menos en la segunda.
Esta vez la derecha neoliberal tiene dos candidatos claramente definidos en nichos propios de la misma clase propietaria y archi rica. José Antonio Kast es ultraconservador y neoliberal. Es el emblema corporal de esa capa que se esconde en la tradición, la propiedad y la familia para profesar sin complejos temas de tintes fascistas. Entre ellos hay muchos nostálgicos del orden dictatorial, para hacer negocios y quedar impunes en las violaciones a los Derechos Humanos, amén en los crímenes de cuello y corbata. Un gobierno suyo o un ministro del Interior de la tendencia Kast (en un gobierno de Piñera por ejemplo) no tendrá complejo alguno en utilizar brutalmente los aparatos represivos del Estado en contra de los movimientos sociales.
La candidatura de Kast se inscribe en esa tendencia mundial que es el auge de las extremas derechas. En Austria, Inglaterra, Holanda, Alemania (¡92 parlamentarios fachos de la AfD acaban de ingresar al Bundestag!), España, Francia y por supuesto en EE.UU dónde están envalentonados con Trump. Eso de la globalización cultural, con sus valores liberales (la «modernización capitalista» laica a la Carlos Peña) no va con ellos. Los empresarios chilenos, quienes profesan por origen y formación el repertorio completo de las rancias creencias religiosas y chovinas (el sable y el rosario) más la del lucro sin límites del capitalismo salvaje, son el auditorio que energiza a Kast.
Es una prueba de que cambiamos de ciclo. La ideología de las «terceras vías» con un empresariado «ilustrado» dispuesto a reciclarse en una visión del mundo con un nuevo «contrato social» amplio, en un contexto de «revolución tecnológica» fracasó (escuche a Melnick: el ex jerarca pinochetista que defiende la «innovación tecnológica» con autoritarismo). De la crisis del capitalismo del 2008 los poderes financieros y empresariales no sacaron ninguna lección. Salvo la de seguir cabeza gacha defendiendo sus intereses sin meditar sobre los grandes desafíos locales y globales. Ante la crisis del neoliberalismo, la corrupción institucionalizada, la desigualdad social y de género; el aumento del racismo y la gravedad de la crisis ecológica responden: ¡más neoliberalismo!
Empero, si Kast dice en voz alta lo que opinan en los pasillos de Casa Piedra los empresarios, banqueros, ejecutivos, accionistas y lacayos -de preferencia economistas- a su servicio, es seguro que éstos volcarán sus preferencias hacia Piñera pues saben que su par, el del prontuario corrupto, gobernará para todas las fracciones burguesas sin importar distingos ideológicos (o valóricos).
En resumidas cuentas, Piñera adoptará sin empacho las propuestas conservadoras de Kast provenientes de la dogmática religiosa y oscurantista. Ya que buena parte del empresariado neoliberal chilensis es de formación Opus Dei. Y el guzmanismo todavía los cautiva. Esta amalgama «cavernaria» da para todos los gustos y atrae a diversas capillas «evangélicas»; por eso del «esfuerzo individual», mezclado al calvinismo criollo vehiculado por sus pastores y a los medios provenientes de las cuantiosas subvenciones del Estado. En definitiva, asistimos a la derrota en el plano de las «ideas» de una derecha liberal chilena, ya sea política o empresarial, a manos de una derecha cavernaria que plantea con Kast, y también con Piñera, un retorno a lo más conservador.
Fácil es constatar que el liberalismo chileno a la Vargas Llosa (sin olvidar que éste apoya al bloque monárquico en España en contra de las instituciones democráticas de Cataluña y el derecho a decidir de su gente) no tiene condiciones para desarrollarse en Chile.
Sabemos que Guillier representa el continuismo «progre» de la Concertación-Nueva Mayoría en todos los aspectos: desaprovechamiento sistemático del gobierno del Estado para orientar cambios democráticos y económicos estructurales; manipulación de las demandas de corte más progresista bajo la fórmula del gradualismo adaptable al modelo neoliberal; mano blanda y vista gorda a la corrupción institucional; disposición a adoptar de manera irreflexiva el enfoque represivo de la derecha autoritaria y empresarial con el pueblo mapuche; opción por el neoliberalismo en políticas macroeconómicas en cada uno de sus ministros de Hacienda; aceptación de la concentración monopólica de los medios de información, y políticas de favores al empresariado y al mercado en detrimento de los derechos sociales (en educación, salud, previsión) y de los de los trabajadores (salarios dignos, derecho a la negociación y a huelga). En ese marco, el Partido Comunista es el aval popular de este neoliberalismo atenuado.
Beatriz Sánchez levanta el único programa sensato y acorde a los desafío democráticos actuales. Su comando y las fuerzas políticas del Frente Amplio deberían aprovechar las semanas que quedan de campaña para perfilar un proyecto de país diferente liberado de la tutela de las fuerzas de la transición neoliberal y plantear con claridad las premisas de un cambio estructural en el debate político. Dirigirse a los abstencionistas explicándoles la encrucijada política y la posibilidad real de ser alternativa al bloque duopólico que ha dominado la transición pactada para consolidar el neoliberalismo. Plantar los ejes de la política del FA para un futuro donde una «segunda transición» a la Foxley significa postergar los cambios .
El FA puede aprovechar los espacios para clavar una narrativa del cambio social y de la transparencia política. La polarización social y política es inevitable en el mundo actual y hay que preparar el relato que apele a construir un nuevo imaginario, explore otros mundos, experimente nuevas solidaridades y convergencias y hable otros lenguajes. Además del vocabulario estratégico de construir relaciones de fuerza para preparar los combates sociales venideros. Porque si Piñera gana los habrán, y si Guillier lo logra, también.
«Todos contra Piñera» no es una buena consigna, pues oculta el hecho de las diferencias profundas con lo que ha sido la NM y su responsabilidad en la consolidación del modelo, la corrupción generalizada y el desencanto popular. Además no plantea las tareas en caso de que gane la oligarquía capitalista y financiera con Piñera y el tipo de oposición que hacerle al progresismo neoliberalizado de Guillier.
La posición del Frente Amplio será clave entonces en segunda vuelta. Debe ser explicada públicamente. Cabe exacerbar al interior del Frente Amplio los mecanismos democráticos. Y si no están a punto, construir la institucionalidad adecuada para que perdure. Tensar la democracia interna. Esto es, hacer debates abiertos planteando qué hacer en caso de no pasar al balotaje: apoyar o no a Guillier y bajo qué condiciones. Que quede claro que ningún corrupto o neoliberal componga un gobierno de las fuerzas de la vieja Nueva Mayoría-Concertación-DC y la adopción de al menos los cuatro puntos programáticos clave del FA. En el entendido, eso sí, que el FA deberá ser, cuando las circunstancias lo requieran, quién encabece las luchas sociales y los conflictos generados por el sistema de dominación, ya sea gane la ultraderecha unida detrás de Piñera, o Guillier con el apoyo de las fuerzas de centro y de izquierda.
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