Salvador López Arnal es colaborador de Rebelión, El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales y del cambio global. Junto con Eduard Rodríguez Farré es coautor de Casi todo lo que usted deseaba saber algún día sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente, Vacunas, ¿sí o no?, Ciencia […]
Salvador López Arnal es colaborador de Rebelión, El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales y del cambio global. Junto con Eduard Rodríguez Farré es coautor de Casi todo lo que usted deseaba saber algún día sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente, Vacunas, ¿sí o no?, Ciencia en el ágora y Contra la (sin) razón nuclear. Fukushima, un Chernóbil a cámara lenta (todos ellos publicados por El Viejo Topo). Nos centramos, en esta conversación, en el último libro de los citados.
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¿Qué os ha llevado a escribir este libro? ¿Cuál ha sido el interruptor que os ha llevado a ello?
Me quedo más tranquilo si comento de entrada a los lectores y lectoras que el saber de este libro (también de los otros) es, sobre todo y fundamentalmente, el inmenso saber de Eduard, un gran científico, un gran humanista y un gran amigo y compañero-maestro para mí.
Respondo a tu pregunta. La importancia del tema, la decisiva importancia del tema, ahora y en el futuro, para la salud, la seguridad y el bienestar demillones de ciudadanos/as. Aquí yen muchos lugares del mundo. También para nosotros dos en concreto.
No es la primera vez que lo hacemos. Hace años publicamos otro libro sobre el tema, en la misma editorial: Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente. Entre ese libro y éste del que hablamos se ha producido un accidente atómico de incalculables consecuencias, el de Fukushima, un accidente-hecatombe que Eduard y yo consideramos uno de los momentos más graves de la industria nuclear, por no decir el más grave. Durante estos últimos siete años, desde marzo de 2011, el día de esa catástrofe atómica, hemos ido escribiendo cada cierto tiempo sobre lo sucedido (un Chernóbil a cámara lenta como apuntó Eduard poco días después de aquella fecha fatídica). Todos esos textos los hemos incluido en el libro.
Para los lectores interesados, si me permites,doy el índice del libro, para que se hagan una idea fiel: Prólogo de Miguel Muñiz, «El activismo precisa de conocimiento riguroso y ético». Presentación: «La marca atómica como línea de demarcación del antropoceno». 1. Coordenadas nucleares. 2. Una breve consideración sobre una tecnología ineficaz. 3. La hecatombe de Fukushima. 4. Cinco maestros reflexionan sobe las apuestas fáustico-nucleares de una civilización irresponsable. 5. Contra las falacias atómico-nucleares. 6. Henning Nankell, los residuos radiactivos y el oscuro legado de la humanidad. 7 . O bservaciones sobre ciencia, poder político-militar y cuentas insaciables de resultados. A modo de conclusión: «La esperanza (con él compartida) de Kenzaburo Oé». Un anexo sobre «una iniciativa legislativa popular española en torno al cierre de las centrales nucleares» cierra el libro.
¿Alguna motivación más?
Nos ha movido también, otro interruptor de esos a los que hacías referencia en tu pregunta anterior, esta espléndida ysabia consideración de 1977 de Nicholas Georgescu-Roegen, un maestro para nosotros. Abrimos con ella el libro: » Otra alternativa abierta a la humanidad es la energía nuclear. Aunque el stock de esta energía, si se utiliza en los reactores ordinarios, no suma una cantidad mucho mayor que los combustibles fósiles; si se usa en el reactor-reproductor, algunos opinan que podría proporcionar abundante energía para una población de veinte mil millones de personas durante, quizás, un millón de años».
Pero este plan a gran escala está lleno de problemas por las consecuencias no previstas para la especie humana, y tal vez para toda la vida terrestre, recordaba el economista y matemático rumano. «Representa, de hecho, un auténtico pacto fáustico. Los defensores de este pacto no nos dicen cómo almacenar de manera segura los residuos nucleares. Ni tampoco sugieren qué hacer con las montañas de residuos mineros resultado de la extracción del uranio, del granito de New Hampshire o de la pizarra bituminosa de Chattanooga». Es una preocupación aún más grave, concluía NGR, «el que sólo sean necesarias unas ocho libras de plutonio 239 para fabricar una simple bomba atómica. Y no existe forma de asegurar que el plutonio 239 no vaya a parar a manos que no están controladas por mentes sensatas». Sólo en Estados Unidos, cientos de libras de material nuclear se encuentran ya sin contabilizar, comentaba hace ya muchos años este gran bioeconomista.
Me ha gustado mucho la reflexión que realiza en el prólogo Miguel Muñiz en la que afirma poco más o menos, para que nos entiendan quienes todavía no han leído el libro, que no vale con ser crítico por ser crítico, que cada vez hay que «armarse» de más argumentos y para eso tan solo hace falta hablar hasta lo que se sepa, sin más, sin estridencias, no querer ser más papista que el Papa y saber qué se critica y porqué y hasta qué punto que para eso están los científicos, estudiosos y críticos…¿Qué nos podéis reflexionar porque si bien todos los activistas debemos saber sobre qué «protestamos» no todos tiene que ser «muy diestros»…? Y es que hay cuestiones que se despiertan desde el sentido común, lo que no debe quitar que nos informemos, estudiemos y leamos..
Poco puedo añadir a los que señalas. Estamos de acuerdo. Para cualquier activismo, se necesita pasión por la justicia, por la equidad, por la fraternidad, por la libertad, disposición para «pelear» (en circunstancias no siempre fáciles)contras las numerosas barbaries políticas en las que estamos inmersos (pienso por ejemplo, en el momento que dialogamos, en la criminal política del estado de Israel o en el pensamiento etnicista-supremacista y las posibles acciones del actual presidente de la Generalitat de Cataluña), lucha contra la barbarie, decía,la nuestra, no la de «los otros», y conocimiento (cuando más mejor) del tema. A la manera kantiana: el teoricismo, sin práctica, es poco útil o inútil; la práctica sin teoría conduce, o puede conducir, a desvaríos, a callejones sin salida y, en última instancia, al desencanto. Las pasiones, nuestras pasiones políticas, deben ser pasiones razonadas, revisables y matizables… y vividas en comunidad, con los otros, que somos también nosotros. Un amigo, un compañero, un verdadero maestro, Joaquín Miras, explicaría esto último mucho mejor que yo lo estoy haciendo.
Y por supuesto, cuando hablo de conocimiento hablo también del conocimiento más práctico, más empírico, más concreto, el que otorga la experiencia en la lucha, en el trabajo, la participación en el combate antinuclear en nuestro caso. Los activistas tienen mucho que decir y enseñar sobre todo esto. Sus saberes nos enriquecen a todos.
Añado, además, que comparto, que compartimos, tanto Eduard como yo, el elogio que has hecho del texto, del generoso texto de presentación que nos regalado -y ha regalado a los lectores- Miguel Muñiz. Para nosotros, Miguel es un activista ejemplar, honesto donde los haya, que escribe textos imprescindibles todos los meses en la revista electrónica de mientras tanto. En términos machadiano-brechtianos, un hombre bueno. Sin ninguna sombra oscura. Todo un referente, un maravilloso referente, un compañero del alma.
Pero es que muchas veces el activismo ha sido un poco calificado, ¿cómo os diría?, de «sensacionalista» o «populista», pero es que cuando se acercaban a expertos en la matera estos, simplemente, no se mojaban. En mi entorno lo he vivido, lo he visto…(con otras causas, pero…)
También de acuerdo con lo que creo que apuntas. Esas descalificaciones, en muchos casos, son interesadas y mal intencionadas, no son fruto de «ninguna calentura momentánea», luego rectificada. No estoy diciendo, no quiero decir, que ningún activista del mundo-mundial no haya cometido alguna vez algún error o haya dicho alguna tontería (¡quien esté libre de pecados y torpezas gnoseológicos que tire la primera piedra!). Claro que sí, no hay duda, pero ese no es el punto, desde luego que no. Los errores, por millares y muy peligrosos, están, sobre todo, en el bando pro-atómico. ¿Es necesario justificar algo tan básico, tan sabido, tan conocido?
Ser experto en algo, ser buen conocedor de alguna materia, no implica compromiso transformador alguno. Del es al debe suele haber un salto que exige compromiso, mucha humanidad, estar concernido, alma, pasión, espíritu, sentimiento, rabia, indignación, y no pensar todos los segundos del día, mes y año en la cuenta corriente, en la ya abultada cuenta de resultados. La industria nuclear, comola industria del amianto por ejemplo (que aún existe, no es algo del pasado), está llena a rebosar de buenos conocedores de la temática en los que no asoma ninguna inquietud poliética y en los que rige, en la mayoría de los casos, un pueril fanatismo tecnológico. ¡La tecnología superará cualquier dificultad! ¡Somos la especie omnipotente gracias a nuestra omnisciencia siempre in crecendo!Tonterías mil veces discutidas y refutadas. No hay buen pensamiento en todas esas consideraciones. Ni siquiera un pensamiento de «suficiente muy ajustado».
Los expertos suelen ser parte (hay excepciones muy importantes y a tener muy cuenta, no se puede olvidar un nudo tan básico) de los grupos dominantes que ejercen siempre su interesado poder dominante. Las remuneraciones que obtienen por esa subordinación político-cultural -incluso vital, existencial-suelen tener muchas cifras. Roma, los imperios y las grandes corporaciones pagan muy bien a sus sirvientes, cuando son sirvientes y les son útiles.
No quiero decir en todo caso, sería un falso decir insisto de nuevo, que todos los técnicos de la industria nuclear sean indiferentes a los problemas que presenta la industria, personas cuyo único interés se centra en el generoso salario de fin de mes y en las pagas complementarias. Afirmar una cosa así sería simplificar mucho la cuestión, deformarla en última instancia, pintar muy mal y de negro muy oscuro el escenario real. No es eso, hay más aristas y caras en este poliedro.
La «época» del auge de la energía nuclear, ¿marcó un antes y un después?, ¿cómo y de qué manera?
Por el incremento de la radiactividad en nuestra planeta. De hecho, como se sabe, la marca atómica ha sido la escogida para delimitar una nueva era geológica, el Antropoceno. Hablamos de ello en el primer capítulo del libro.
Simplificando mucho, tomo pie en reflexiones de Eduard, él aporta el saber: e n 1942 irrumpe un fenómeno generado por la humanidad, por grupos muy específicos de la humanidad, cuyo análisis detallado nos llevaría a discutir sobre la epistemología y política de la ciencia en tiempos de guerra y enfrentamientos de Estados. Entra en funcionamiento en Chicago, en diciembre de ese año, el primer reactor nuclear ideado por Enrico Fermi, el gran físico italiano exiliado. Se le llamó la pila atómica. Es el primer reactor que se fabricó para generar una reacción nuclear en cadena controlada y obtener plutonio con el fin de poder construir la bomba atómica. A partir de entonces, con la intervención humana, y en contra de lo que hasta entonces había ocurrido, ha ido aumentado la radiactividad en nuestro planeta. Recordemos que existe un fondo de radiactividad natural que se distribuye según la geografía y que depende, en proporciones diversas, de varios factores. De la radiación cósmica en un 40%; de la radiactividad terrestre de rocas, suelo y aire en otro 40%, y, finalmente, el 20% restante, de la radiactividad natural incorporada al organismo. Así pues, el 80% de la radiación natural que el ser humano recibe es externa a nuestro organismo. Alrededor de 0,00125 Sv al año por persona, entre 0,001 y 0,0015 según el territorio.
La radiactividad natural existente en el medio ambiente proviene de los radionúclidos contenidos en la corteza terrestre desde su origen y de los radionúclidos, con períodos de desintegración mucho más cortos, formados continuamente en las series radiactivas naturales del uranio, del torio y del actinio -existe una cuarta serie artificial, la del neptunio-, o por la interacción de los rayos cósmicos con la atmósfera y la superficie del globo.
Los diversos radionúclidos naturales contribuyen muy desigualmente a la radiactividad global de la biosfera, debida fundamentalmente a una veintena de ellos. Dada su abundancia en la corteza terrestre y su ritmo de desintegración, tres de ellos, el torio 232, el uranio 238 y el potasio 40, originan alrededor del 90% de la radiactividad natural. De los catorce radionúclidos generados por los rayos cósmicos, los más frecuentes son el carbono-14 (el más abundante), el tritio (el hidrógeno-3) y el berilio-10, que representan una ínfima proporción de la radiactividad del medio. Al atravesar la atmósfera, los rayos cósmicos, fundamentalmente, protones, partículas alfa y, en menor proporción, electrones y otras partículas, interaccionan sobre todo con el hidrógeno y el nitrógeno produciendo, respectivamente, tritio y carbono-14. El nivel de radiación cósmica aumenta per se con la altura sobre el nivel del mar y con la latitud; en el ecuador, por tanto, es mínima. Conviene tener presente que la cantidad de estos radionúclidos se encuentra en equilibrio entre una formación constante y una desintegración continua con vidas medias cortas .
Sé que es un poco técnico lo que estoy contando, espero sin muchos errores.
Prosigue, no queda otra.
Como cualquier otro contaminante, los radionúclidos introducidos en la biosfera no permanecen fijos sino que existen diversos factores meteorológicos, geoquímicos, acuáticos y biológicos que determinan su dispersión y circulación por el medio, recorriendo grandes distancias a partir del foco emisor. Estos factores, junto con las características singulares del radionúclido, provocan que la diseminación del contaminante no sea en ningún caso homogénea.
Esta radiactividad, digamos natural, fue disminuyendo pero, en cambio, ha ido aumentando, como decía, desde 1942. A través de los procesos tecnológicos, de los reactores nucleares, introducimos en la biosfera elementos radiactivos, algunos de los cuales son elementos muy similares a los que fisiológicamente, de forma natural, utilizan los organismos.
Por ejemplo…
El estroncio 90, por ejemplo, que es uno de los elementos más importantes de la contaminación de Chernóbil, o el cesio 137, son radionúclidos que se incorporan al organismo. El primero actúa como el calcio y se incorpora a los huesos; el cesio 137 se incorpora a los músculos, como el potasio; el iodo radiactivo se incorpora al tiroides. Todos estos elementos consiguen incorporarse al cuerpo humano porque son equivalentes o iguales, como en el caso del iodo, a elementos no radiactivos que existen en la naturaleza y que son necesarios para la vida.
El ininterrumpido aumento del uso industrial, militar, científico y médico de la energía atómica, de los radionúclidos y las ondas electromagnéticas de alta frecuencia, rayos X y gamma, está incrementando fuertemente, y de forma continua, el nivel de exposición que sufre la especie humana a las radiaciones ionizantes.
La presencia a escala mundial de numerosas instalaciones y aplicaciones de la energía nuclear, conteniendo inmensas cantidades de radionúclidos tóxicos, altamente activos y de larga vida, constituye una gigantesca fuente potencial de contaminación radiactiva del medio y un riesgo de exposición a la radiación de creciente importancia para la salud pública. La entrada de estos radionúclidos en la biosfera ya se ha producido de forma significativa. Conocemos más de 400 elementos radiactivos artificiales, algunos de ellos detectados en cantidades importantes en la atmósfera, la hidrosfera y la litosfera.
Me he extendido más de lo conveniente. Lo podemos dejar aquí. Nos hacemos idea de lo que comentamos. Eso espero cuanto menos. Pido disculpas por este desarrollo.
Sin embargo…
Perdona, perdona, me he olvidado, tengo que insistir. En todo caso remarco: el argumento, usado desde atalayas defensoras de la energía nuclear, que señalan que también existe radiactividad natural y que, por consiguiente, no deberíamos preocuparnos, es netamente falaz, no se puede considerar seriamente. Por un lado, por lo que antes decíamos: la vida, nuestra especie en concreto, ha aparecido en un fondo radiactivo determinado que ha ido disminuyendo desde el origen del planeta, pero nosotros, con nuestras actividades, con nuestra tecnología, estamos incrementado esa radiactividad. Esto es un hecho radiobiológico comprobado. Cuanto más antigua es una especie o un philum más resistente es. Pero, además, por otro lado, la afirmación de que la radiactividad natural no tenga efectos negativos es una tesis muy discutible porque también hay estudios publicados que muestran que hay diferencias de efectos -cánceres, diversos tipos de mortalidad- cuando la radiactividad natural es más alta en una región que en otra.
Por cierto, antes de que me olvide y aunque no vega al caso.
Adelante con eso que no tiene al caso.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) firmó en 1959 un convenio o acuerdo con la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) de Viena por el que todas las cuestiones relacionadas con la utilización de la energía atómica o con la radiactividad necesitaban el acuerdo de la AIEA. De este modo, todos los estudios que publica la OMS sobre estos temas han pasado anteriormente por el filtro de la Agencia. Desde entonces, desde la firma del acuerdo, tampoco ha habido programas de investigación de la OMS. La misma Agencia europea tenía y tiene un comité de radioprotección o radiovigilancia pero no son temas que hayan pasado nunca por estudios de salud. Hay muy pocas investigaciones independientes epidemiológicas, radiobiológicas. La mayor parte de los departamentos de radiobiología dependían o tenían relación con instituciones militares. En Francia, el Comisariado de Energía Atómica; la Agencia de Energía Atómica en Estados Unidos. En Inglaterra, el Medical Research Council tenía unidades que estaban íntimamente ligadas con los departamentos de energía y de asuntos militares.
Pido disculpas de nuevo. Me he extendido en exceso. Seré mucho más concreto a partir de ahora.
Sí, una central nuclear tiene sus riesgos, personalmente, como ciudadana que se ha realizado constantes preguntas y dudas…he visto ese peligro, he leído y he tratado de informarme y le he temido porque siempre he visto que hay otras muchas maneras de obtener energía de forma más limpia y con menos riesgos y eso me basta, al menos a mí…¿Cómo lo veis?
El tema de la autosuficiencia energética es más complejo por supuesto. Pero sí, por supuesto, hay otras formas de obtener energía que no tienen nada que ver con la contaminación ni con la arriesgada apuesta atómica. El ámbito de las energías renovables es el territorio al que estás apuntando. No parece ninguna barbaridad apuntar que España tiene en el sol y en las energías asociadas una fuente más que generosa para sus necesidades energéticas temperadas. Toda transición energética racional, además de cambiar sustancialmente nuestras formas despilfarradoras de vida (asunto muy importante, cada vez más importante), exige una apuesta decisiva por las energías renovables, que no incluyen, se diga lo que diga y lo diga quien lo diga, la energía nuclear.
Tomemos un descanso si te parece.
Me parece, lo necesito.
Fuente: http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/sinrazonnuclear.htm