Traducción del catalán para Rebelión de Carlos Riba García
Nuestra alimentación está cambiando. La dieta mediterránea se está perdiendo en favor de los productos procesados y ultraprocesados que ocupan cada vez más las estanterías de los supermercados. Y eso tiene consecuencias en varios niveles: desde los problemas de salud por alimentación poco saludable hasta la contaminación ecológica de los envases, pasando por la explotación laboral de los productores y los jornaleros. CRÍTIC (http://www.elcritic.cat/) ha recopilado cinco cuestiones que posiblemente no conozcas sobre los productos que consumes.
Si pidiésemos a algunas personas que eligieran una imagen que represente la alimentación, posiblemente sería una en la que muchos pensarían: los corredores y las estanterías de un supermercado. Esto es lógico si tenemos en cuenta que nuestra alimentación está cada vez más relacionada con ellos y son uno de símbolos que mejor representan el sistema alimentario industrial. Según confirman algunos datos publicados en 2016 por l’Unió de Pagesos, los 10 operadores comerciales más importantes de Cataluña concentran el 77,4 por ciento de la oferta, en la que destacan el grupo Carrefour-Dia (20,4%), Mercadona (14,7) y Caparbo-Eroski (22,21). Efectivamente, la compra se realiza en los supermercados, pero ¿qué pasa si hacemos un examen de nuestro carrito de la compra?
Lo primero que vemos en él es que una gran proporción de lo adquirido no es comestible: son sencillamente envases y envoltorios. El alimento viene plastificado o entre cartones, o ambas cosas a la vez. Además de contaminar los mares (la isla de plásticos que flota en la parte norte del océano Pacífico tiene aproximadamente tres veces la superficie de Francia) y calentar el planeta (cerca del 3 por ciento de las emisiones de gases de invernadero proviene de los embalajes alimentarios), es una constatación que hemos sustituido una dieta a base de alimentos frescos y cocinados en casa por productos procesado o superprocesados. Los congelados, los productos en sobres y aquellos listos para calentar constituyen el menú cotidiano que hace que -como relata el informe Fam oculta– solo un tercio de los niños catalanes consumen suficiente verdura en forma habitual.
1. ¿Qué hay en los alimentos procesados?
Hay muchas marcas, tamaños, sabores… pero gran parte del secreto de los alimentos procesados consiste sencillamente en sumar tres ingredientes: el azúcar, la soja y el aceite de palma. En la composición de las pizzas congeladas, las sopas de sobre, la bollería industrial, los ‘nuggets’ de pollo, el pan de molde, etc., predomina alguno o varios de estos tres ingredientes, aunque no siempre aparecen con nitidez en el etiquetado. La cantidad de azúcares agregados -los peligrosos para la salud- es muy difícil de calcular, como se contaba en el documental Sobredosis de azúcar, del año 2012. La soja puede esconderse en algunos derivados como la lecitina y está presente en la gran mayoría de los alimentos de origen animal, debido a que es el ingrediente básico de los piensos utilizados en la ganadería intensiva. El aceite de palma está presente cuando en la lista de ingredientes aparece la «grasa vegetal».
Uno de los motivos del uso -y abuso- de estos tres ingredientes es su bajo costo para las empresas de la alimentación procesada. La soja y la palma aceitera (también llamada ‘palma africana’) no se cultivan en sitio alguno de Europa. Ambas se obtienen en otros continentes y en gran medida en países empobrecidos donde las regulaciones ambientales, laborales e impositivas son más permisivas que en los países ricos.
El régimen de monocultivo intensivo, que también favorece a las economías de escala está adquiriendo dimensiones colosales. Por ejemplo, según la consultora internacional Oil World, la estimación de la superficie sembrada con soja en Argentina para la campaña 2018-2019 es de 18,5 millones de hectáreas, lo que equivale a dos veces la extensión de Portugal. Los desiertos verdes de soja o de palma aceitera han arrasado paisajes y formas de vida que antes prevalecían en estos sitios; en muchos casos, comunidades campesinas e indígenas autosuficientes, con sistemas tradicionales de cultivo en un entorno de enorme biodiversidad. Muchas de estas familias se han visto obligadas a desplazarse a las grandes ciudades, donde su calidad de vida empeora considerablemente (hambre, violencia, etc.), o a intentar la emigración.
2. ¿En qué condiciones se han producido los alimentos procesados?
En Argentina pueden recorrerse cientos de kilómetros sembrados de soja y no se ve otra cosa que soja; allí no hay personas ni pájaros. La producción de soja en régimen de monocultivo se realiza con un alto grado de mecanización. La aplicación de los agrotóxicos asociados con la soja transgénica se hace con avionetas. En cambio, la palma aceitera da trabajo a la población local porque necesita de labores manuales, aunque en condiciones que han sido denunciadas por varios organismos internacionales, entre ellos la Fundación GRAIN, que pone al descubierto jornadas interminables con salarios de menos de 30 euros por mes.
Pero no es necesario que vayamos tan lejos. La obsesión por poner alimentos baratos en el mercado sin renunciar al margen de ganancia está detrás de las denuncias y reivindicaciones de quienes trabajan en la industria cárnica de Osona o en las plantaciones de frutas de Lérida. En Cataluña, la precariedad laboral también la sufren especialmente los inmigrantes. De hecho, es frecuente que el mismo capitalismo sea el que está detrás de los relatos de los inmigrantes, como cuenta Lamine Bathly, del Sindicato de Manteros de Barcelona: «Hay manteros que saben mucho de pesca porque han sido pescadores en Senegal; el motivo de que estén aquí en la venta ambulante es que las grandes empresas, entre ellas muchas españolas, pactan con los gobiernos para pescar en nuestras aguas y nos dejan sin trabajo, como explicaba en este reportaje (en catalán) de CRÍTIC. En un contexto de patriarcado, quienes más sufren son las mujeres. Por un lado, por la tarea de cuidad y crianza que deben compaginar con una prolongada jornada laboral y, por el otro, por la posibilidad de ser agredidas sexualmente como mostraron recientemente varios casos de temporeras de la fresa en los invernáculos de Huelva.
Por supuesto, la precariedad laboral en el sector alimentario no se limita al ámbito de la producción; alcanza también a la distribución y la comercialización. Varias cadenas de supermercados han sido denunciadas por incumplimiento de contratos, por irregularidades en los despidos, etc. La propia Comisión Europea ha acusado a los grandes supermercados de «exprimir» a los productores y ha reclamado medidas contra las prácticas de fijación de plazos de pago a los proveedores.
3. ¿Nos enferma lo que comemos?
En Cataluña, como en cualquier país industrializado, la alimentación depende cada vez más de los alimentos procesados y ultraprocesados y cada vez menos de los frescos. Según un informe del Ministerio de Agricultura de España, la ingesta de productos frescos ha bajado un 3 por ciento en mariscos, pescado, hortalizas y fruta, mientras que los platos preparados están cada día más presentes en la cesta de la compra (han aumentado un 4,8 por ciento).
Datos del ‘Informe del consumo de alimentación en España’ (2017), del Ministerio de Agricultura
Se ha escrito mucho sobre los problemas sanitarios que comporta el consumo de azúcar y de aceite de palma o sobre el pesticida que se aplica prácticamente a toda la soja (el glifosato), pero es fundamental insistir en el hecho de que esta alimentación está claramente asociada con la obesidad y el exceso de peso. Según el ‘Informe de la Salud de Cataluña 2016’, el 34,6 por ciento de la población adulta tiene sobrepeso y el 14.7, obesidad.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta que la tendencia a estos males es mayor en las clases sociales menos favorecidas e implica el riesgo de contraer enfermedades no transmisibles como las cardiovasculares, la diabetes y algunos cánceres, como explica este informe http://justiciaalimentaria.org/sites/default/files/campaign/informe_Enverina_m.pdf (en catalán) de la campaña Justicia Alimentaria Global. Esta relación directa entre los principales problemas sanitarios de la población y la alimentación industrializada tiene una muy importante repercusión en nuestros sistemas públicos de salud que, en España, se puede resumir en un costo de unos 20.000 millones de euros para hacer frente a estas tres patologías. Si a estos costos directos sumamos los gastos indirectos (sobre todo, ausentismo laboral y jubilaciones anticipadas), la alimentación poco saludable cuesta 30.000 millones de euros por año a las arcas públicas, es decir 702 euros por persona y 1.800 por familia, según el mismo informe.
Pero también debemos tener en cuenta la degradación de la calidad del medio ambiente provocada por el modelo de producción industrial. Hemos visto que la producción intensiva de carne depende de la importación de soja para la elaboración de los piensos, pero el engorde de los animales (especialmente los cerdos) y la dificultas de gestionar las purinas producidas por ellos en nuestro territorio también tiene graves consecuencias públicas. Esta cuestión ha sido denunciada por el propio Defensor del Pueblo en un informe de 2016.
4. ¿Es una solución la agricultura ecológica?
Cada día que pasa se ven más tiendas de alimentos ecológicos, orgánicos o biológicos y los menús de este tipo están en más y más restaurantes; incluso, existen franquicias especializadas. Para poder utilizar estos nombres, el producto debe mostrar un sello que solo se otorga si cumple con las normas de cultivo y elaboración. En Cataluña, la producción de estos alimentos se ha duplicado en los últimos cinco años; entre ellos, predominan los cultivados en la viña (el 39 por ciento) y en los olivares (el 22). No obstante, solo el 45 por ciento de ellos se comercializa y consume aquí; la mayor parte de exporta.
Si consumimos estos alimentos reducimos la cantidad de tóxicos en nuestro cuerpo, pero que un producto sea ecológico no necesariamente quiere decir que sea local, ni de temporada, ni que implique condiciones laborales dignas a quienes lo producen. Tampoco asegura que no haya dañado el territorio donde se cultiva ya que hoy en día muchos productos ecológicos también se producen en régimen de monocultivo, agotan recursos, están envueltos en plástico e incluso llegan en avión y desde muy lejos. La economía capitalista ha asimilado unos hábitos de consumo de marcado carácter ecologista y los ha convertido en una forma más de acumular beneficio. Un ejemplo de ello es que en los últimos años los grandes supermercados han aumentado la venta de estos productos. Aldi brinda 200 productos ecológicos, Lidl ha duplicado su oferta ecológica pasando de 30 referencias a 60 en los últimos dos años y Eroski vende 1.000 alimentos ecológicos. En Barcelona, el antiguo Banco Expropiado de Gracia se ha convertido en el primer Carrefour Bío de la ciudad. El nuevo supermercado de productos ecológicos puede suponer una amenaza para las pequeñas tiendas ecológicas del barrio, tal como ha pasado en Madrid.
5. ¿Dónde va a parar el dinero que destinamos a alimentarnos?
Es necesario tener en cuenta que el modelo de sistema alimentario actual no sería posible como lo es sin las leyes del mercado y que sin las subvenciones nunca sería viable. Un ejemplo de ello son las ayudas de la Política Agraria Común (PAS). Desde hace años, los principales beneficiarios de estas ayudas en Cataluña son las grandes empresas productoras de champaña (Freixenet y Codorniu) o las grandes cooperativas de la fruta destinada a la exportación. Apenas el 19,07 por ciento de los perceptores reciben el 79,83 por ciento de estas ayudas (en 2015, según informa el FEAGA). Los cinco principales consorcios alimentarios en Cataluña son Nestlé, Danone, Vall Companys, Agrolimen y Damm, y su volumen de negocio en el periodo 2010-2015 ha crecido en un 14 por ciento. Estos datos, junto con la tendencia a la concentración que muestra el sector agroalimentario -según la Generalitat de Cataluña-, ponen en evidencia hacia dónde vamos y quién se queda con los dineros.
¿Qué podemos hacer?
En estos momentos es cada vez más fácil encontrar mercados, tiendas o asociaciones que se manejan con criterios éticos y que compran directamente al productor, estableciendo una relación de confianza. Muchas de estas empresas y asociaciones forman parte de redes de economía social y solidaria; esto asegura que los productos ofrecidos son alimentos de calidad y proximidad, y que comprándolos mantenemos y dinamizamos una muy valiosa economía local. Así y todo, todavía queda mucho por hacer para que estas iniciativas dejen de ser minoritarias y militantes, y que puedan estar al alcance de toda la población. El esfuerzo necesario para la construcción de un nuevo sistema alimentario está brotando desde abajo hacia arriba, pero ha de contar con la complicidad y valentía de los organismos públicos, no sola para estimularlo sino también para ponerle un resuelto límite a la alimentación de producción industrial.
Fuente: http://www.elcritic.cat/actualitat/cinc-coses-que-no-than-explicat-sobre-impacte-de-la-
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