Lucrecia Hernández Piasano, de 72 años, mostraba una mazorca que creció poco, cerca de la planta de Volkswagen en la comunidad de San Lorenzo Almecatla, cerca de la ciudad de Puebla, el 23 de agosto de 2018. CreditBrett Gundlock para The New York Times PUEBLA, México – Una tarde a finales de agosto, en […]
Lucrecia Hernández Piasano, de 72 años, mostraba una mazorca que creció poco, cerca de la planta de Volkswagen en la comunidad de San Lorenzo Almecatla, cerca de la ciudad de Puebla, el 23 de agosto de 2018. CreditBrett Gundlock para The New York Times
PUEBLA, México – Una tarde a finales de agosto, en una zona rural en las afueras de la ciudad de Puebla, Estela Ramírez espió hacia el interior del estacionamiento de la fábrica de Volkswagen hasta que vio «el cañón»: una gran torre blanca con una especie de cono en el techo que apuntaba al cielo.
«Quema las nubes», dijo, y después preguntó: «¿Dónde están? ¿Dónde quedaron?».
Ramírez, de 52 años, es parte de un grupo de al menos 800 campesinos de la zona metropolitana de Puebla -una ciudad de un millón y medio de habitantes en el centro de México-, que han culpado a la empresa automotriz por la falta de lluvias que afectó sus cosechas en los últimos meses, desde que la compañía empezó a usar cañones antigranizo: aparatos que disparan a las nubes «ondas de choque» (una explosión de aire a través de una cámara de presión) cuando está formándose granizo, supuestamente para reducir el tamaño del hielo y hacer que se convierta en agua.
En abril de este año, antes del inicio de la época de lluvias en México, la planta de Volkswagen en Puebla -la segunda más grande de la empresa fuera de Europa- instaló tres de estos cañones, a pesar de que no existe ninguna evidencia científica sobre su efectividad. La empresa tenía buenos motivos para intentarlo igual: según un representante, el granizo que cayó sobre los autos en 2017 les causó pérdidas por 20 millones de dólares.
Sin embargo, a medida que se empezaron a escuchar las explosiones, los pobladores de las comunidades campesinas que rodean la gigantesca planta de 300 hectáreas -casi 50 estadios de fútbol- notaron que este año no caía lluvia suficiente para que sus cultivos de maíz crecieran. Y sacaron sus propias conclusiones.
Felipe Juan Santa Bárbara dijo que él lo comprobó una tarde de mayo, mientras araba su tierra, a poco más de un kilómetro de la planta de Volkswagen. Ese día las nubes se veían muy cargadas, dijo, parecía a punto de llover, cuando de pronto escuchó varias explosiones y el cielo empezó a despejarse. Según Santa Bárbara la lluvia nunca llegó, pero las explosiones continuaron.
Guardias de seguridad en el complejo industrial de Volkswagen que tiene un cañón antigranizo (la torre pequeña del centro) en Puebla, México, el 23 de agosto de 2018. CreditBrett Gundlock para The New York Times
En junio, preocupados por la sequía, cerca de un centenar de vecinos bloquearon una de las entradas principales de la planta de Volkswagen para exigir que los recibieran. Días después, representantes de la empresa y del gobierno se reunieron con varios de ellos y les explicaron que no había pruebas de que los cañones afectaran la lluvia. Pero no fue suficiente para acabar con el conflicto.
Con el paso de los meses, las mazorcas se pusieron más pálidas en los campos y las espigas se volvieron amarillas por la falta de agua. Los campesinos volvieron a protestar e incluso llegaron a bloquear una autopista a principios de agosto para exigir que la Volkswagen cancelara el uso de los cañones.
Muchos de los que viven alrededor de la planta se han dedicado al campo por generaciones, principalmente al cultivo de maíz, tanto para su consumo como para la venta. Nazario Cuauhténcos, un campesino que tiene una parcela de tierra a menos de un kilómetro de allí, aseguró que con las siete toneladas de maíz que saca anualmente alimenta a su familia y a sus animales. Pero este año, dijo, tendrá que buscar trabajo en una empresa o en construcción. Incluso tal vez en la misma Volkswagen. «Por lo menos es dinero seguro», comentó.
El secretario de Desarrollo Rural del estado de Puebla, Rodrigo Riestra, dijo a The New York Times que este año la región sufrió la canícula más severa desde 1941, lo cual produjo una sequía prolongada y afectó a las siembras en distintas regiones del estado.
Riestra explicó que, si bien ellos creen que no existe correlación entre el uso de cañones antigranizo y los cambios en las lluvias, ante la escalada del conflicto social entre alrededor de 800 campesinos inconformes y la empresa, el gobierno estatal decidió acordar con la empresa que se dejara de usar los cañones de forma automática.
Alma Delia Zamora Zárate en el jardín de su casa, en la comunidad de San Lorenzo Almecatla, cerca de la ciudad de Puebla, México, el 23 de agosto de 2018. CreditBrett Gundlock para The New York Times
Según los vecinos de la planta de Volkswagen, la caída de granizo en la región ocurre alrededor de cuatro veces por año -un dato que reconoció René Saldaña, de comunicaciones corporativas de la compañía- pero las explosiones de los cañones suenan cada vez que hay nubes cargadas de lluvia.
La empresa dijo que no tenía información sobre la cantidad de veces ni la frecuencia con la que se habían disparado los cañones desde su instalación, pero se comprometió a cambiar la operación de los dispositivos a modo manual, en vez de que se activen automáticamente con información meteorológica. De todos modos, Saldaña reiteró que no dejarían de utilizarlos, ya que no hay pruebas de que los cañones tengan algo que ver con la sequía.
Aunque hay un consenso científico bastante sólido sobre la inutilidad de los métodos para manipular el clima, estos cañones se han vuelto populares los últimos años en países como Estados Unidos, donde son utilizados por otras empresas automotrices como Nissan , y más recientemente en España , donde sociedades agrícolas los han instalado para proteger a sus cultivos de la caída de granizo.
Para Fernando García, especialista en física de nubes del centro de Ciencias de la Atmósfera de la Universidad Autónoma de México, tanto la compañía que apela a estos dispositivos como los pobladores que los culpan por la falta de lluvias, están entrando «casi en un acto de fe»: «Los cañones antigranizo no tienen ninguna influencia, ni positiva ni negativa, en la precipitación pluvial o de granizo».
Estela Ramírez, de 52 años, a la derecha, y otros agricultores locales que miraban a través de la cerca de la planta de Volkswagen en Puebla, México, el 23 de agosto de 2018. CreditBrett Gundlock para The New York Times
No será fácil convencer a los vecinos de la planta de Volkswagen. Porque, en esencia, las creencias de la zona no son muy distintas a las de la compañía: en San Lorenzo, una de las comunidades campesinas colindantes a la fábrica, es tradición hacer explotar grandes cohetes cuando las nubes están muy cargadas, también para espantar el granizo. Los cohetes son bendecidos primero por la iglesia y, si no funcionan, se hacen sonar las campanas del pueblo, con el mismo objetivo.
«Lo que ellos llaman tecnología, nosotros lo llamamos sabiduría del pueblo», dijo Estela Ramírez, quien sostuvo que la habilidad de predecir el clima y «saber leer las nubes» es algo que se hereda de los abuelos y los «conocedores» del pueblo. Luego volvió la vista hacia la planta automotriz y repitió: «Esos cañones queman las nubes y espantan la lluvia».
Lucrecia Hernández Piasano señalaba las locaciones de la planta de Volkswagen, cerca de los sembradíos de maíz de su familia en la comunidad de San Lorenzo Almecatla, Puebla, el 23 de agosto de 2018. CreditBrett Gundlock para The New York Times