Lo lógico hubiera sido que el Psoe, que gobernó largo tiempo con mayoría absoluta, hubiera sacado la momia de Franco -personaje que fue propuesto para «ser ungido» cardenal en la década de los cincuenta- del lóbrego y lúgubre Valle de los Caídos. Como se dice en inglés, ahora todo huele a «too late» y, después […]
Lo lógico hubiera sido que el Psoe, que gobernó largo tiempo con mayoría absoluta, hubiera sacado la momia de Franco -personaje que fue propuesto para «ser ungido» cardenal en la década de los cincuenta- del lóbrego y lúgubre Valle de los Caídos. Como se dice en inglés, ahora todo huele a «too late» y, después de tantas décadas de decepción habrá que brindar, cuando llegue «el desahucio», con copa de plástico y casera.
Los socialistas llegaron al poder en 1982 con una campaña tan agresivamente revolucionaria que ponía a todos los pelos de punta (Pablo Iglesias comparado con el F.G. de aquellos tiempos sería una monjita de la caridad). Tras anunciar a todo bombo y platillo que eran republicanos, laicos, antiimperialistas, anti Otan, etc., arañaron 202 de los 350 diputados del Parlamento y la ingenua izquierda saltó de alegría.
Pero, como decía Valle Inclán, «España es una deformación grotesca de la civilización europea». Los socialistas se hicieron realistas, pragmáticos. «No importa que el ratón sea blanco o negro, lo que importa es que cace ratones» decía el «alter ego» del emperador Adriano parafraseando a Deng Xiao Ping (El Pequeño Timonel). Gran número de socialistas abandonaron descaradamente sus ideales y se forraron. Luego llegó la etapa de la decepción, que intentaron maquillar con «la movida», el AVE, la Expo de Sevilla, el sablazo y la santa comisión.
En la cresta de la ola se olvidaron del candidato a «cardenal», investidura que rechazó la Santa Sede (a pesar de ser postulado por una elite de fans del caudillo). El Vaticano, aún reconociendo que había salvado a España del diablo rojo y a la Iglesia Católica de la quema, rechazó tener «un purpurado castrense» alegando, entre otras cosas, que no había hecho «la carrera eclesiástica».
Otros dicen que al Psoe criptórquido le faltaron agallas, que no tuvo lo que hay que tener para hacer la mudanza del dictador. Otros que F.G experimentó una transformación, en paralelo a su partido, sólo comparable a la de Gregorio Samsa en la Metamorfosis de Kafka. Bueno, que cada uno saque sus conclusiones.
Además, entre los socialistas laicos empezaron a brotar, como champiñones, los líderes católicos. Los que vivimos la transición «intuimos» que la mitad de los más de seis millones de votos que consiguió Adolfo Suarez (UCD) en las elecciones de 1977, fue a parar a las urnas del Psoe, lo que explica el tema de la momia y muchas cosas mas.
Cuando estudiaba periodismo en Madrid (1972-1977) ¡qué maravilloso era escuchar a Felipe González en los salones de los Colegios Mayores! ¡Parecía la epifanía de Lenin! ¡No digamos a Juan Luis Cebrián! Nos enterábamos de que iba a hablar «en un piso franco» de milagro. Una vez, antes de entrar en el inmueble donde iba a abrir la boca el mascarón de PRISA, me chequearon en un pasillo un par de tipos para comprobar que estaba limpio. ¡Dios mío, qué estúpido y naif era! ¡Les creía!
Ahora, analizando las cosas con más calma, estoy seguro de que lo más puro y verdadero que vi en aquel quinquenio fue el desnudo integral de Victoria Vera, en octubre de 1975, en el Teatro Reina Victoria de Madrid. Era la primera vez que una mujer se quitaba la ropa en un escenario desde la II República.
La jovencísima actriz trabajaba en la obra ¿Por qué corres Ulises? de Antonio Gala. Al dramaturgo, que ya tiene 88 años, le conocía. El fue el presidente del jurado que me concedió el Primer Premio Nacional de Cuentos y Narraciones Cortas. El relato galardonado, «Plotes el Anarquista», fue transmitido en un programa especial de R.N.E. Por desgracia, he perdido el manuscrito. A ver si lo encuentro algún día en algún arcón.
Un mes después del «destape» de Victoria Vera, cual Eva anunciado Democracia, Franco, que fue torturado hasta el último minuto por sus médicos, que querían mantenerlo vivo al precio que fuera, estiró la pata.
El forense Antonio Piga se quejó de que le hubieran dado el cuerpo del caudillo con retraso (se pudo tardar casi un día en anunciar su muerte). ¿Por qué me lo dieron tan tarde si yo era el encargado de embalsamarlo? Se preguntó azorado.
Dicen que el nuevo Psoe sacará a «Tutankamóm» de la pirámide a finales de este año. Ha pasado casi medio siglo «desde que el generalísimo nos dejó huérfanos». No sé, algo me dice que hemos lentificado el asunto hasta límites esperpénticos. Creo que ni brindaré con casera. «Is too late», me limitaré a pasar página. Ahora me preocupan más las sombras de otros dictadores.
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