«La poesía no viene del placer sino del dolor.» La mujer que hizo esta afirmación se llama Lydia Lunch. Durante un tiempo fue la figura más revolucionaria del arte neoyorquino. Desde mediados de los años setenta, ha sido cantante, poeta, novelista, fotógrafa, actriz, guionista, artista multimedia y otras mil cosas que un ser humano pueda […]
«La poesía no viene del placer sino del dolor.» La mujer que hizo esta afirmación se llama Lydia Lunch. Durante un tiempo fue la figura más revolucionaria del arte neoyorquino. Desde mediados de los años setenta, ha sido cantante, poeta, novelista, fotógrafa, actriz, guionista, artista multimedia y otras mil cosas que un ser humano pueda ser. Es la figura más destacada del movimiento No Wave. Artistas de la talla de Nick Cave, Henry Rollins, Jon Spencer, Kim Gordon o Thurston Moore beben los vientos por su arte.
Durante un breve espacio de tiempo lideró al grupo Teenage Jesus and The Jerks antes de iniciar su carrera en solitario, completamente ajena a las estructuras de la música comercial e inventándose a sí misma en cada paso que da. Valentín Ladrero, en su libro Músicas contra el poder, señala que «Su primera preocupación fue la de liberar a la mujer de los estereotipos de la escena rock norteamericana, evitando los tópicos sexuales, aunque fuera expresando la misma frustración, furia y energía que los hombres». El periodista Brad Cohan habla de ella en estos términos: » Anarquismo, una bofetada en la cara, una artista bestial, iracunda, enardecida. Una suerte de poeta que es capaz de sumergirse en los hoyos fangosos del interior humano y salir victoriosa expresando palabras de redención.» Y Rafa Cervera dice de ella que «se mueve tanto y tan rápido que es difícil llegar a todo lo que hace incluso teniendo la ayuda de internet.»
A lo largo de una carrera que llega hasta nuestros días, Lydia Lunch se ha enfrentado con uñas y dientes a las estructuras patriarcales dominantes en el mundo de la cultura, denunciando a través de su canciones -ha compuesto más de trescientas-, de sus poemas, de sus libros, de sus películas o de sus fotografías, la violencia ejercida contra las mujeres, desde distintos ámbitos del poder. Es una personalidad idolatrada por numerosas artistas, y su trabajo influyó a decenas de bandas femeninas que aparecieron a finales de los ochenta y principios de los noventa, como Pussy Galore, Hole, Bikini Kill o Babes in Toyland, aunque ella no se responsabiliza de esta influencia: «Yo tengo un sonido que nadie me puede robar, porque es tan putamente horrible que sólo yo podría inventarlo», señala con orgullo.
Sus propuestas teóricas sobre el rol que ha de jugar la mujer en el arte contemporáneo pusieron los cimientos para el feminismo más avanzado y revolucionario de finales del siglo XX. Sin ella y sin su trabajo probablemente nunca habrían existido grupos como Sonic Youth o Pixies. Una artista única conectada al dadá, al surrealismo, a Duchamp, a los situacionistas, que cambió en 2004 Nueva York, la ciudad donde había vivido y trabajado la mayor parte de su vida, por Barcelona -«no hay mejor lugar en el mundo para estar sola, que una ciudad como Barcelona»-, a donde vino buscando el anonimato y desde donde sigue perpetrando sus ataques artísticos.
Lydia Anne Koch nació el día 2 de junio de 1959, en la ciudad de Rochester, en el estado de Nueva York, y fue la segunda hija de una ama de casa y un vendedor de aspiradoras. Desde pequeña fue una niña con un fuerte carácter, rebelde y contestaría, lo cual no impidió que sufriera malos tratos por parte de su padre, desde que apenas tenía seis años, como ella misma denunció en su poema, «Daddy Dearest».
En 1973, con apenas 13 años cumplidos, se escapa del hogar familiar y pone rumbo a Nueva York, con la idea de conocer a los miembros del grupo New York Dolls, a quienes adoraba. «Después regresé a casa y cuando conseguí reunir algo de dinero me marché definitivamente,» contaba en una entrevista en la revista Ruta 66. Nueva York en 1976 era un auténtico polvorín musical y poético, con el movimiento punk a punto de explosionar. Las nuevas bandas están por todas partes: Television, Talking Heads, Ramones, The Patty Smith Group, Suicide, Mink DeVille, y otros muchos ya han empezado a socavar los cimientos culturales de la sociedad de consumo norteamericana con sus guitarras eléctricas y su nihilismo vital. Así que cuando la chica llega a Nueva York no tarda mucho en encontrar lo que va buscando: almas gemelas, deseosas de experiencias al límite, de exprimir cada uno de los minutos de las 24 horas del día. Pronto entra en contacto con el cantante Alan Vega, el teclista Martin Rev o el saxofonista James Chance, con quien se va a vivir a un pequeño apartamento y forma Teenage Jesus and The Jerks (algo así como Jesús el adolescente y los pajilleros), grupo de vida corta -apenas dos años- pero de gran influencia, que va dejando su reguero de actuaciones bestiales sobre los escenarios de distintos garitos, como el CBGB, -donde trabaja como camarera durante una temporada y donde cuenta la leyenda que Willie DeVille le puso el apodo de Lunch, porque era habitual verla robando almuerzos para sus amigos- que graba algunos singles, con temas como «Orphans» -«pequeños huérfanos caminan por la nieve ensangrentada», canta en uno de sus versos más sublimes-, o «Baby Doll», y a los que la crítica coloca en el cajón de la No Wave, ese estilo inclasificable que solamente se puede definir como la ausencia más absoluta de estilo, donde cabe todo: el ruido más demoledor, la locura más feroz, la poesía más extraña y violenta, las visiones más apocalípticas, la ausencia de notas musicales, de ritmo, de tradición, la disidencia más extrema. O como dijo en una entrevista al diario 20Minutos la propia Lydia lunch, lo suyo es «rock experimental con un poco de jazz noir. Lo único que tengo de punk es la actitud. Me considero parte de la No wave porque está más allá de los géneros y las definiciones.»
El final de la década de los setenta es una época para vivir deprisa, apurando el tiempo, derrochando intensidad en cada movimiento. Así que la banda se desintegra con la misma rapidez con que la que se había formado («Teenage Jesus era la puesta en escena de mi locura personal valiéndome de mi instinto. Tenía 17 años pero no era una niña.») y ella emprende una carrera en solitario, huyendo siempre de los convencionalismos artísticos, buscando los elementos más innovadores, aquello que intuye que no va a dejar indiferente a nadie, y rodeándose en todo momento de la gente que ella considera más idónea para expresar lo que ansía comunicar en ese instante preciso. De esta manera graba su primer disco en solitario, el extraordinario Queen of Siam (1980), un álbum que mezcla en sus surcos viejos estándares de jazz y de blues con composiciones propias, en el que el music-hall se da la mano con la poesía más visceral, mientras el espíritu de The Velvet Underground sobrevuela todo el disco. Con este álbum amplía el número de seguidores, pero está lejos del éxito masivo de otros artistas coetáneos. A Queen of Siam, le siguieron otros discos en solitario: 13.13 (1981),Honeymoon in Red (1987), Unearthly Delights (1992), Twisted (1992), Matrikamantra (1997), Smoke in the Shadows(2004), Retrovirus (2013) o Urge to Kill (2015).
Además de estos trabajos bajo su propio nombre, Lydia Lunch ha participado en otros proyectos colectivos como Beirut Slump, 8-Eyed Spy, Harry Crews o Big Sexy Noise. Con este último grupo ha publicado dos álbumes demoledores, Big Sexy Noise (2009), y Trust the Witch (2011).
Lydia Lunch es una artista hiperactiva, capaz de trabajar en mil y un proyectos a un tiempo: compone y canta, escribe poemas, relatos y obras de teatro; ha actuado en varias decenas de películas de serie B, y ha desarrollado una interesantísima carrera dentro del universo del Spoken Word, donde está considerada como una de las personalidades más carismáticas del género. Uno de sus libros más interesantes y probablemente el que más éxito ha cosechado esParoxia: diario de una depredadora, publicado en 1997. En esta obra, transgresora y violenta como pocas, la autora cuenta cómo fueron aquellos primeros años en Nueva York, donde el sexo jugaba un papel tan importante como las drogas o la música. Relaciones sadomasoquistas, prostitución, sexo de usar y tirar. Un libro que mama de la prosa descarnada de Charles Bukowski, Jean Genet, Williams Burroughs, Henry Miller o incluso de la del Marqués de Sade. Un libro en el que no existe la redención por la sencilla razón de que tampoco en sus páginas hay arrepentimiento. Así fueron las cosas y así hay que contarlas, parece querer decir su autora. En castellano también se pueden encontrar su obraMedidas desesperadas. Aunque la mayor parte de su obra literaria está aún sin traducir, incluido su libro de recetas de cocina, The Need to Feed: Recipes for Developing a Healthy Obsession with Deeply Satisfying Foods , del año 2012.
Al mismo tiempo, también ha participado en numerosas películas de serie B, ya sea como actriz, compositora, guionista, o simplemente como narradora. The Wild Word of Lydia Lunch , (1983), Vortex (1983), Fingered (1986), Kiss My Grits: The Herstory of Women in Punk and Hard Rock (2001), Kill Your Idols (2004) o Mutantes: punk, porn, feminism (2011) son algunas de las más destacadas.
Pero si existe una cualidad que haya caracterizado a esta mujer desde sus comienzos es que nunca ha tenido pelos en la lengua. Desde hace mucho tiempo se ha convertido en una pacifista a ultranza, se ha manifestado cientos de veces contra el belicismo y el imperialismo que caracteriza a su país natal, al que no duda en calificar como «un Estado fascista». Esto es lo que opina sobre las guerras:
Comencé a hablar sobre la guerra cuando el presidente era Ronald Reagan y nada ha cambiado. ¿Cómo puedo dejar de hablar de la guerra si la guerra nunca termina? Nunca termina, por eso sigo hablando de lo mismo. La estupidez y la avaricia, mi dios es más grande que tu dios, el hombre, el petróleo y todas esas mamadas que no significan nada.
Y cuando en una entrevista le preguntaron sobre la actitud de determinadas mujeres cantantes, como Beyoncé, Taylor Swift, y otras por el estilo, ante el uso que de ellas y de su sexualidad hace el capitalismo, se mostró así de tajante:
A ellas las usan porque son herramientas, las prostitutas que promueven música mala de las disqueras grandes que ellas mismas no escriben. La música es tan terrible…yo no quiero ver a mujeres de edad media correr en el escenario con leotardos para vender discos y hacer al gran papi de la disquera grande más rico. Eso no es feminismo. Son mujeres que de nuevo están vendiendo de todo, desde pasta de dientes hasta autos. No veo un avance en la pornificación pop de las mujeres. No es que se estén adueñando de su sexualidad, están actuando como conejitas de Playboy con coreografías. No pienso que sea progreso, pienso que lo único que logran es que las niñas de 12 años se quieran volver prostitutas. No creo que sea la manera de ir adelante. La música es terrible, está sobre-producida y sobre-coreografiada; no llegarían a ningún lado sin su estilista. Es una máquina para hacer dinero donde las mujeres son la grasa en los engranajes. Es mierda… puedes quedarte con tu Lady Gaga, yo me llamaré Lady Gaza.
A día de hoy, Lydia Lunch está rebosante de vitalidad y energía. Tiene en marcha varios proyectos musicales, talleres de feminismo, talleres de escritura creativa, actos de recuperación de la memoria histórica, actuaciones de Spoken Word, y muchas otras historias.
Ahora mismo tengo varios proyectos más, Big Sexy Noise, mi grupo de hard rock pervertido; tengo Retrovirus; (…) tengo un trío de improvisación de mujeres llamado Medusa’s Bed que sólo toca en Berlín. Siempre estoy haciendo muchas cosas, por lo menos cinco o seis cosas a la vez.
Al mismo tiempo realiza talleres de empoderamiento femenino en diferentes lugares del mundo, a los que ella denominaTaller Catastrófico Colaborativo (taller artístico por y para las mujeres), donde enseña a todas aquellas que lo deseen a enfrentarse con éxito al patriarcado y al machismo imperante en las sociedades occidentales. Y mientras tanto continúa con su base de operaciones en Barcelona, viajando por los lugares más recónditos de la Península Ibérica, actuando en cualquier escenario del mundo que se preste a ello, escribiendo, cocinando, pensando, viviendo, y sobre todo, hablando, de lo divino y de lo humano, pues como ella muy bien dice: «No me harán callar salvo que me entierren.»
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