Como cada 24 de diciembre, apareció en nuestras pantallas una persona que tiene la vida resuelta porque a su padre lo restauró el mayor asesino de la historia de España, un título que le vengo concediendo a Franco en estos artículos y contra el que hasta ahora nadie ha presentado un candidato con mayor cantidad […]
Como cada 24 de diciembre, apareció en nuestras pantallas una persona que tiene la vida resuelta porque a su padre lo restauró el mayor asesino de la historia de España, un título que le vengo concediendo a Franco en estos artículos y contra el que hasta ahora nadie ha presentado un candidato con mayor cantidad de méritos, digo inocentes asesinados por sus huestes.
Apareció ante nosotros alguien que también tiene la vida resuelta porque a este país se le birló la decisión sobre la forma de Estado cuando pudo y debió haberla tomado por separado, no incluyéndola en el mismo paquete de una democracia que solo los asesinos natos como Franco negaban. Pero Roma no paga traidores, y el padre de Felipe VI no agradeció jamás aquel inmenso favor que le hizo Adolfo Suarez. Juan Carlos I maniobró hace cerca de 40 años contra el veredicto de las urnas para poder él, y solo él, sentirse más seguro.
Y también apareció anoche Felipe VI en medio de nuestras cenas familiares porque, a beneficio personal de su padre, y de él mismo, aquella democracia naciente, asustada y gestionada por los franquistas que se acababan de quedar sin Franco más unos jóvenes ambiciosos que habían dedicado más tiempo a derrotar a sus históricos en Suresnes que a luchar contra nuestro mayor asesino, decidió blindar la monarquía con una inviolabilidad casi sobrenatural para ponerla a salvo de una Justicia que condenaría al resto de mortales.
Y también pudo aparecer porque, gracias a ese privilegio, su padre amasó una inmensa e injustificable fortuna sobre la que hoy solo investiga la prensa extranjera, la misma que solo se atrevía con las cosas de España bajo la dictadura del mayor asesino. Los españoles deberán conformarse con lo que los libros de historia digan dentro de mil años, o no.
¿Por qué no comenzó ayer, el rey, su alocución navideña diciendo que, cuando le corresponda heredar, entregará los miles de millones de su padre a las ONG que tanto bien hacen, y que él se conformará con el más que suficiente presupuesto anual que recibe de nuestros impuestos? ¿O que lo devolverá todo al Estado, que a fin de cuentas es a todos los españoles a quienes nos lo ha robado cobrando comisiones por la venta de armas a regímenes dictatoriales, y arrastrando de paso el nombre de España por los peores lodazales?
Ánimo, rey, atrévete, que hasta podrás desgravar esa donación a Hacienda, si es que haces cada año la declaración de la renta.
Pero vayamos a lo que sí dijo el rey para que no nos acusen de panfletarios, como si denunciar las injusticias no pudiera ser tan digno, o tan falso, como proclamar uno mismo sus méritos y virtudes.
Sí, ayer apareció el rey para hacerse publicidad y cobrando por ello. Dedicó más de medio discurso a los jóvenes porque él sabe, mucho mejor que nosotros por culpa de un CIS que no nos informa, que las nuevas generaciones son más republicanas que monárquicas. Pero él quiere seguir siendo rey a toda costa, y que lo sea su hija, y sabe que para eso tiene que influir en la voluntad de la gente, y nada mejor que aprovechar el privilegio de llenar casi todas las pantallas. Salvo las de los territorios más libres del País Vasco y Catalunya.
En cambio, ni una palabra para los jubilados. O sí, pero sin nombrarlos, ni a ellos ni a las pensiones justas que reclaman para seguir ayudando a sus hijos y nietos, esos jóvenes que no tienen trabajo, pero sí un futuro que construir, y muchos de ellos familia. Sí que recurrió a ellos el rey, a los mayores, pero solo para recordarles el miedo alabando la Transición, porque a buen entendedor pocas palabras bastan: Os advierto que, si dejáis de quererme, mensaje subliminal, regresará el autoritarismo neofranquista, que ya asoma con descaro y no solo por el Sur. Y no seré yo el primer rey de España que, en caso de elegir, apueste por su pueblo en lugar de por el ejército que más golpes de estado ha ejecutado contra la libertad. A caballo ganador, no como cuando lo de Tejero. Rey traidor, Juan Carlos I, que abandonó a Armada y los demás porque sabía de darían su vida antes de tirar de la manta.
El rey amenazó ayer por la noche a los viejos porque mucho se cuidó de repudiar, ni antes, ni en su discurso, ni jamás lo hará, esa carta que circula desde el 31 de julio de este año, que es mayor amenaza de golpe de estado real que cualquier otro suceso de los ocurridos desde febrero de 1981, y en la que más de mil altos mandos militares reivindican la memoria del mayor asesino de la historia de España en el mismo texto en el que defienden al rey que habló ayer. La mayoría de firmantes en excedencia, pero eso es lo de menos tratándose de fuerzas armadas con un pasado tal de crímenes indiscriminados contra su propio pueblo que no iguala ningún país de nuestro entorno.
Y también citó el rey ocho veces la palabra «convivencia», él, quien en la Nochebuena de 2017 solo la utilizó en cuatro ocasiones, demostrando dos cosas: la primera, el fracaso absoluto de la monarquía durante los últimos 365 días por lo que a mejorar la «convivencia» se refiere. Y la segunda, pero mucho más peligrosa, por su identificación absoluta con el mensaje embustero y alarmista que cada día divulgan personajes tan peligrosos para la «convivencia» en libertad como Casado, Abascal y otros, que no hacen más que insultar a Sánchez y a Torra mientras agitan el fantasma de la guerra civil, expresión máxima de lo que para ellos debe ser la manera de convivir. Siempre bajo la amenaza del grande contra el pequeño.
Porque sí, también era mucho pedir que el rey mencionara en su discurso a la empresa que más ha arriesgado estas navidades por la convivencia, esa que nos ha regalado un anuncio publicitario en el que uno le dice a otro que si hace un chiste sobre la monarquía perderá su trabajo.
Los discursos reales de las Nochebuenas, y de todos los demás, los redacta La Zarzuela y los aprueba el Gobierno. Pero, ¿quién se atreve a enmendarle una coma a un rey del que has afirmado que supo meter en cintura a los rebeldes catalanes? A Pedro Sánchez, en su versión más tonta, le ha colado el rey esta vez la palabra «concordia» que, por ejemplo, no utilizó en su mensaje de las navidades de 2017. A ver, presidente, ¿es que no te has dado cuenta aún de que el rey le ha comprado esa palabra a un Casado que es quien, hablando de cierta exhumación, ha propuesto este año una «Ley de Concordia» que va expresamente dirigida contra la de la Memoria Histórica?
Lo que ha ocurrido en este país con la monarquía durante los 40 años de los que este rey presume más que don Rodrigo en la horca es mucho más simple de lo que parece. Así como Juan Carlos I comenzó a intrigar contra el Suarez que ya no dependía de su nombramiento porque había sido elegido en las urnas y, cuando la cosa se le fue de las manos, apareció como el salvador de una democracia que el 23F no puso en peligro porque habría significado un aislamiento imposible de España, ahora su hijo impone el discurso del 3 de octubre de 2017 para destruir la convivencia en Catalunya, avalando la violación de su democracia con el 155 que vino después. Tanta agresividad para salvar la ficción de una unidad de España que tampoco estaba en peligro, pues nadie iba a reconocer la república independiente catalana con el único aval del resultado del referéndum, tan unilateral como políticamente triunfador, del 1 de octubre.
Si, hoy todos sabemos el porqué de aquel idilio entre el hoy emérito Juan Carlos I y el también hoy jarrón chino Felipe González: no hay nada que consolide mejor unas amistades inexplicables como lo de compartir planes ocultos contra una víctima tan propiciatoria como Adolfo Suárez, el elemento a sacrificar por excelencia en la pira de una transición que se tuvo que quedar a medias para salvar a una monarquía que no ha sido digna de ella. Además, a aquel rey, tal como también sabe hoy Felipe VI, no les cabe la menor duda de que, en España, ningún partido de derechas traerá la República, por muy indigno que sea el rey. De nuevo, salvo en el País Vasco y Catalunya.
Quien como este rey disfruta del privilegio de la inviolabilidad no puede ejercer también el derecho a la palabra en nombre del Estado. Es un principio de justicia natural.
Sí, ayer apareció una vez más un rey de España en nuestras pantallas y, como siempre, para ensuciarlas.
Observación: he contado con mis propios ojos las veces que Felipe VI dijo o no dijo determinadas palabras el 24 de diciembre, y tal día de hace un año. Si hay algún error, es solo mío.
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