YO ESTABA, por casualidad, en Polonia. Había ido a ver cine al festival de Cracovia. Era el verano de 1980, cuando estallaron las huelgas en los astilleros Lenin de Gdansk y se empezó a hablar del sindicato Solidarnosc y de un obrero de rubio bigote llamado Lech Walesa. Llamé a mi redacción de París y […]
YO ESTABA, por casualidad, en Polonia. Había ido a ver cine al festival de Cracovia. Era el verano de 1980, cuando estallaron las huelgas en los astilleros Lenin de Gdansk y se empezó a hablar del sindicato Solidarnosc y de un obrero de rubio bigote llamado Lech Walesa. Llamé a mi redacción de París y propuse acudir de inmediato a orillas del Báltico. Aceptaron. Me fui en tren. Hacia un calor de estepa. Llegué a la antigua Dantzig cuando ya se ponía el sol. Busqué alojamiento en el hotel Copérnico porque en él había nacido el célebre cientifico cuyas tesis habían modificado nuestra visión del universo; intuía que lo que estaba sucediendo en los astilleros iba también a cambiar la faz del mundo: estaba empezando el crepúsculo del imperio soviético.
Caída ya la noche, caminé hacia el puerto. Ambiente de exaltación y miedo. Policías de paisano merodeaban por las calles oscuras. Casi todos los accesos estaban bloqueados por grupos de milicianos armados. De rodillas en el asfalto, animadas por sacerdotes de sotana, decenas de madres, esposas o hermanas de los obreros encerrados tras las rejas de la fábrica rezaban en silencio. Algo de revolución cristera mexicana había en aquellas escenas en blanco y negro.
Me acerqué a un grupo de periodistas entre los que reconocí a mi amigo Serge Daney. Escuchaban a un hombre corpulento de unos 45 años, de frente inmensa, cara de boxeador, voz ronca, camisa vaquera y eterno cigarrillo en la mano. Era Jacek Kuron, que acaba de fallecer, el 17 de junio, de un cáncer de pulmón. Lo veía por primera vez. Era entonces un verdadero ídolo. En 1976 había creado con Adam Michnik el KOR, comité de defensa de los obreros, organización clandestina de solidaridad con los trabajadores represaliados en Radom y Ursus. Todos conocíamos sus tesis, elaboradas con el fino historiador Karol Modzelewski, y expuestas en una célebre Carta abierta al partido publicada en 1964, que les valió una condena a tres años de cárcel.
Partía Kuron de una posicion marxista para demostrar que el funcionamiento burocrático del Partido Obrero Unificado Polaco (POUP) traicionaba al verdadero comunismo. Tesis perseguida como una herejía por las autoridades. Pero Kuron, rebelde y combativo, nunca cedió. Y se propuso resolver la cuadratura del círculo: movilizar a la clase obrera real contra el opresor Estado obrero virtual. Todos pensábamos que no lo conseguiría porque, en ultima instancia, Moscú se opondría como lo hizo en 1956 en Budapest o en 1968 en Praga.
«Polonia es distinta -nos decía Kuron-. Gozamos de la experiencia de los fracasos de las sublevaciones obreras de Posnan en junio de 1956 y de los puertos del Báltico en diciembre de 1970. Sabemos lo que no debemos hacer». Con la ayuda del intelectual Tadeusz Mazowiecki, consiguió aliarse con la Iglesia católica, principal fuerza de oposición. Así se pudo forjar la estrategia y poner a punto la herramienta clave: el sindicato Solinarnosc que dirigía la huelga de los astilleros y que el 31 de agosto de 1980 conseguiría firmar los acuerdos de Gdansk, mediante los cuales un partido comunista aceptaba, por primera vez, el pluralismo sindical.
Fui de los primeros en entrevistar a Lech Walesa a su salida de los astilleros en el hotel de la Marina donde se hallaba entonces la sede de Solidarnosc. ¿Qué piensa usted de Kuron?, le pregunté. Recostado en un viejo sillón, muy delgado entonces, extenuado por tantas noches sin pegar ojo, me miró con sus diminutos ojos astutos y dijo: «Sin Jacek, nunca hubiéramos triunfado».