El movimiento que se define a sí mismo como alterglobalizador, es mucho más que grandes manifestaciones en los foros sociales. Son cientos de mentes pensantes, contrarias al rumbo que el capitalismo imprime al planeta, y miles de ciudadanos que se oponen a este futuro diseñado por los que mandan. En su «Guía para una Globalización […]
El movimiento que se define a sí mismo como alterglobalizador, es mucho   más que grandes manifestaciones en los foros sociales. Son cientos de   mentes pensantes, contrarias al rumbo que el capitalismo imprime al   planeta, y miles de ciudadanos que se oponen a este futuro diseñado por   los que mandan. En su «Guía para una Globalización Alternativa», el   profesor de Filosofía Política en la Universidad Pompeu Fabra de   Barcelona Francisco Fernández Buey, repasa los inicios de este   movimiento, su presente y su posible futuro. En realidad nos presenta   una guía para convertir los sueños en realidad.
    
  
 
-Cuando oyes la frase «Otro mundo es posible», ¿cómo lo   imaginas?
  -Pues yo me imagino un mundo en el que ha sido condonada la deuda   externa de los países empobrecidos, un mundo en el que funciona la   utilización por lo menos del 0,7% del presupuesto para la ayuda a los   países muy empobrecidos. Me imagino un mundo en el que se aplicara la   tasa Tobin a los intercambios comerciales que actualmente siempre son   muy desfavorables para los pueblos pobres. Sería un mundo en el que   estuviera en vigencia un salario universal garantizado,   independientemente de que se tenga o no trabajo. Me imagino un mundo en   el que se ha conseguido la soberanía alimentaria en el sentido de que   las poblaciones campesinas que producen determinados productos de la   tierra se pueden servir de ellos y no son literalmente explotados por   las grandes organizaciones internacionales. Es decir, me imagino un   mundo más igualitario, un mundo sostenible, un mundo en el que los   hombres y las mujeres puedan vivir en paz con la naturaleza y con los   otros semejantes, próximos y lejanos, que son diferentes pero que tienen   las mismas necesidades que nosotros. 
-Hablas de la soberanía alimentaria, ¿qué piensas cuando   lees en el periódico el porcentaje tan alto de personas obesas que viven   en EEUU?
  -Creo que eso es verdaderamente un escándalo en nuestro mundo. Que   existan tantas personas que no tienen ni lo elemental para cubrir sus   necesidades de alimentación, mientras otros hacen un uso   desproporcionado de los alimentos disponibles es una contradicción   enorme.
-En el mundo de hoy, ¿quiénes son los interesados en que   cambie hacia la globalización, viendo que la clase obrera del Primer   Mundo no aceptaría las consecuencias del cambio?
  -Efectivamente una parte sustancial de la clase obrera del Primer   Mundo se ha ido aburguesando en las últimas décadas. Se ha ido   convirtiendo en una clase media que no piensa en las necesidades   básicas, sino que ha entrado en un proceso de consumismo deplorable.   Aunque eso no quiere decir que toda la clase obrera sea así, porque hay   dos tipos de personas en este mundo que están interesadas en un cambio   radical. O sea, que hay dos maneras posibles de llegar a esa conclusión:   o bien porque se sufren las consecuencias en las propias carnes, o bien   por sensibilidad moral ante los problemas de los otros.
-¿Esas últimas personas son las que tú consideras la   «humanidad pensante»?
  -Exacto, yo creo que una parte importante de los activistas y   personas que trabajan en el movimiento antiglobalizador no son   propiamente de los de abajo, no son parte de la humanidad sufriente. Son   personas sensibles, científicos, psicólogos, economistas, sociólogos,   filósofos, etc. que se dan cuenta del sufrimiento de los otros, de las   contradicciones existentes y están llamando la atención sobre las   consecuencias negativas del modo de producir del mundo en el que   vivimos. Gente como Chomsky, Ignacio Ramonet, Naomi Klein…
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 «La desobediencia civil es el equivalente a lo que en décadas anteriores era el espíritu revolucionario. Refleja fundamentalmente la rebeldía y la resistencia»  | 
-¿Cómo se puede poner mente ante la pasión que a menudo   domina este movimiento?
  -Externamente y a través de los medios de comunicación la mayoría de   la gente lo que percibe del movimiento antiglobalizador son las   manifestaciones, las concentraciones, las protestas en la calle. Pero si   nos fijamos bien nos daremos cuenta de que en los cuatro últimos años   hay mucho pensamiento alternativo, mucha teoría. En las reuniones del   Foro Social Mundial, no hay sólo convocatorias de protesta, hay mucha   reflexión y mucho debate acerca de lo que pueden ser medidas positivas y   alternativas. Y hay bastante gente que está contribuyendo desde el punto   de vista de la teoría y del pensamiento a la consolidación de ese   movimiento. Creo que se puede hablar con propiedad de un movimiento de   movimientos, en el que se fusionan el viejo movimiento feminista, el   viejo movimiento ecologista, el viejo movimiento pacifista en un   movimiento más amplio, en un movimiento a favor de la ampliación de los   derechos humanos.
-Pasando a otro apartado, ¿cómo definirías la   desobediencia civil?
  -Para mí la desobediencia civil en el momento actual es el   equivalente a lo que en décadas anteriores -sobre todo en los 60 y 70-   era el espíritu revolucionario de los de abajo en un sentido amplio,   fueran éstos trabajadores de la industria, campesinos, estudiantes   sensibles y conscientes, miembros de los movimientos sociales   alternativos… Como la mayoría de la gente del movimiento se ha dado   cuenta de que en el imperio actual las posibilidades de una   transformación revolucionaria de la sociedad en la que vivimos es tan   limitada, la expresión «desobediencia civil», tal como yo lo veo recoge   ese viejo espíritu de transformación radical y le da otra forma. Esa   otra forma quiere decir desobedecer civilmente aceptando las   consecuencias de nuestros actos en un mundo que no nos gusta por las   desigualdades. La característica de la desobediencia civil actual es su   carácter al mismo tiempo radical pero pacífico, y admitiendo las   consecuencias de los actos que llevamos a cabo.
-¿Por qué la palabra desobedecer suena tan fuerte en la   sociedad actual?
  -Porque hay demasiada obediencia debida. Vivimos en sociedades en   las que se nos pide constantemente que obedezcamos, desde la familia al   Estado pasando por las autonomías, siempre se nos está pidiendo que   obedezcamos a los de arriba. La desobediencia es una manifestación de la   protesta y en ella se juntan muchas cosas, por eso la palabra   desobediencia se está empleando en contextos tan amplios y diferentes y   se habla de desobediencia civil por ejemplo contra las leyes de   extranjería, contra las guerras, contra la continuación del servicio   militar obligatorio en tantos países etc. Tiene muchas aristas, muchos   aspectos diferentes, pero yo diría que en el fondo, lo que la expresión   desobediencia civil refleja fundamentalmente son la rebeldía y la   resistencia.
-¿Cuáles consideras las imperfecciones y los déficits de   las democracias representativas existentes?
  -Pues el principal es que en las democracias representativas   actualmente existentes se pone el acento casi exclusivamente en las   reglas de funcionamiento. Y por eso uno no se da cuenta de que la   democracia no son sólo las elecciones que se celebran cada tres o cuatro   años, el momento puntual en el que el ciudadano coloca su voto en la   urna correspondiente. La democracia es más que eso, es siempre un   proceso en construcción que depende fundamentalmente de la participación   constante, diaria, cotidiana de la ciudadanía en los asuntos públicos.   Por eso me parece que las democracias representativas actualmente   existentes conducen por lo general a la mercantilización de la política.   Los ciudadanos tienen que estar constantemente abiertos a la   participación democrática. Hay que hacerse a la idea de que la   democracia es un proceso en construcción en el que debemos de estar   cultivando siempre la participación de los ciudadanos, porque ocurre que   donde bajamos la guardia inmediatamente se establece la manipulación   constante, el dejar hacer a los que mandan. Por eso me parece que hay   que ampliar la democracia representativa que conocemos a una democracia   de verdad participativa de los ciudadanos.
-¿Por qué resulta tan difícil que en nuestro país   alguien acepte que nuestra democracia tiene carencias?
  -Nuestro país tiene poca tradición democrática, en realidad no hace   demasiado tiempo que se ha normalizado una democracia representativa. De   ahí que muchas personas piensen que cuando se critica la democracia   representativa, en el fondo se está defendiendo otra forma no   democrática de organización de la política, lo que suscita en muchas   gentes el recuerdo negativo de la dictadura.
«El derecho a la autodeterminación es un derecho democrático»
-¿Cómo pasar de la democracia representativa a la   participativa? ¿Sería posible que funcionase con la cantidad de personas   que viven hoy en las ciudades?
  -En las grandes ciudades siempre es más complicado que en las   pequeñas. Por eso la mayor parte de los que estamos a favor de la   democracia participativa lo que propugnamos es una combinación de la   democracia representativa por delegación con la democracia participativa   en la que se pone mucho más el énfasis en la democracia directa. Yo sé   perfectamente que la democracia directa no es posible en nuestras   grandes ciudades, en cambio una combinación de la representación por   delegación -siempre que se establezcan los controles necesarios de la   representación política-, y de la participación ciudadana en lo más   próximo, desde el barrio a la ciudad, sí que puede ser una solución para   ampliar las democracias que conocemos.
-¿Qué sentido tienen los alegatos de independencia del   País Vasco y Cataluña, que desde la globalidad de estado ven atacadas   sus particularidades o no las ven representadas?
  -La afirmación de la independencia sea en el País Vasco, Cataluña o   Galicia, es manifestación de las ideas y no hay nada desde el punto de   vista jurídico-político que se oponga a la manifestación de esas ideas.   El punto de inflexión es cómo se defiende eso. Una cosa es la defensa de   la independencia de Cataluña que hace Esquerra Republicana por una vía   absolutamente pacífica, y otra es la defensa de la independencia a   través del terrorismo; son dos cosas distintas. Lo que hay que criticar   son los métodos; lo que no merece crítica bajo mi punto de vista, es la   expresión de las ideas, puesto que uno puede considerar que sería mejor   para la península ibérica que hubiera cuatro o cinco estados, en vez de   un estado solo; o puede considerar que sería mejor un estado federal o   confederal que un estado unitario de las autonomías. A mí me gustaría un   estado federal avanzado, y creo que el derecho a la autodeterminación es   un derecho democrático. No veo nada en la argumentación   político-jurídica que impida una defensa de la independencia. Si uno   consigue que ese punto de vista sea mayoritario en su comunidad o en el   conjunto del estado, está en su derecho para defenderlo. 
-En nuestra vida cotidiana no existe la democracia   participativa en casi nada. ¿Habría que empezar construyendo desde lo   pequeño?
  -Yo creo en la combinación de las dos cosas, creo que un gobierno   que sea respetuoso con la ciudadanía y que potencie la participación   puede hacer mucho en el sentido de hacernos mejores ciudadanos   individualmente. Ahora, como eso es un proceso que tiene dos partes,   también me parece que tenemos que empezar por cambiar nosotros mismos.   Cuanto menos autoritarios seamos en el ámbito familiar, en el ámbito   laboral, en la comunidad de vecinos; cuanto más favorezcamos la   participación en todos los ámbitos primarios de la vida, más   facilitaremos también la participación política. ∆


