Hace meses que la gran prensa alemana, y principalmente periódicos y revistas alternativos, no paran de hablar, a veces bien pero sobretodo mal, de la más reciente publicación de Robert Kurz, el «Libro Negro del Capitalismo: réquiem para la economía de mercado». En 816 páginas encontramos una breve historia valiente y violenta del capitalismo, las […]
Hace meses que la gran prensa alemana, y principalmente periódicos y revistas alternativos, no paran de hablar, a veces bien pero sobretodo mal, de la más reciente publicación de Robert Kurz, el «Libro Negro del Capitalismo: réquiem para la economía de mercado». En 816 páginas encontramos una breve historia valiente y violenta del capitalismo, las filigranas de la construcción de las bases ideológicas y fetichistas del sistema productor de mercancías y las trayectorias críticas del totalitarismo de mercado en el proceso mundial de la modernización. Kurz no entra en competición con otros «Libros negros» de comparación de sistemas y de campeonatos de atrocidades macabras, pero presenta los procesos sociales modernos y contextualiza sus ideólogos desde Mandeville y Bentham para diseñar la profunda dimensión histórica de las desgracias contemporáneas.
Robert Kurz reside en Nuremberg, Alemania, y es uno de los editores de la revista (Krisis)(1) que publica fundamentos de la teoría social crítica elaborados por el grupo Krisis. En Brasil no es desconocido. En 1993 su «libro audacioso», el «Colapso de la modernización» (Ed. Paz e Terra), provocó fervorosos debates entre intelectuales brasileños de izquierda. Una selección de sus posteriores conversaciones en Brasil y de artículos periodísticos en la prensa brasileña fue publicada en los «Últimos combates» (Editora Vozes, Zero à esquerda). Lanzado el año pasado por el Dep. de Geografía de la USP (Universidad de Sao Paulo) con la presencia de varios participantes del grupo Krisis el «Manifiesto contra el trabajo» ([email protected]), del que Kurz es coautor, produjo nuevas polémicas.
Los escritos de Robert Kurz y, en particular, su nuevo libro, poseen una saludable energía negativa que toca mordazmente los tabúes de la modernidad: la economía de mercado, el dinero, el Estado y el trabajo. Permite así a los lectores encontrar preguntas y respuestas respecto a una perspectiva de crítica social urgentemente renovada y de emancipación humana.
Dieter Heidemann
Prof. del Dep. de Geografía de la USP ([email protected])
con la colaboración de Cláudio Duarte
D.H.: El título original de tu nuevo libro era «Los molinos satánicos». ¿Por qué el cambio?
Realmente, entre los varios títulos pensados, mi favorito era «Los molinos satánicos» evocando la poesía del romántico inglés William Blake de finales del siglo XVIII. Era una expresión proverbial de las primeras experiencias con el sistema fabril capitalista. Pero jurídicamente el título ya había sido utilizado en una novela. Además de eso, la editora prefirió el título «Libro negro del capitalismo». Esperaba más efecto y atención para contraponerlo al «Libro negro del comunismo» de un grupo de autores franceses y traducido a diversas lenguas. Es una lista fatigosa de los crímenes del régimen del socialismo de Estado, una obra de pura propaganda sin sustancia histórico-crítica y contra un enemigo que ya no existe. Ahora bien, si yo quisiese sólo hacer la lista de los crímenes del capitalismo occidental, creo que ni 100 volúmenes gruesos serían suficientes.
D.H.: El libro es la historia de la imposición de la modernidad y del liberalismo. ¿Cuál es el hilo conductor de su análisis?
Yo quería escribir una historia crítico-radical de la modernización desde el siglo XVIII, a través de una presentación integrada de aspectos que normalmente están siendo presentados no sólo apologéticamente, sino también tratados monográficamente separados.
El libro es: 1) Una historia de las tres grandes revoluciones industriales (introducción del sistema fabril a través de la máquina de vapor a inicios del siglo XIX, «automovilización» fordista a través de la producción en línea y racionalización de la economía empresarial en la primera mitad del siglo XX, revolución microelectrónica en el umbral del siglo XXI); 2) Una historia de la ciencia de la economía nacional con sus vacilaciones permanentes entre los polos del mercado y del Estado; 3) Una historia de la ideología legitimadora burguesa centrada en la naturalización y biologización de lo social (la economía capitalista y sus consecuencias sociales son tratadas por ella como «ley natural» por encima de cualquier crítica); 4) Una historia del disciplinamiento del «material humano» y de la interiorización de normas de comportamiento capitalistas hasta llegar al «hombre autoregulado» contemporaneo; 5) Una historia del movimiento obrero socialista y del socialismo de Estado, no como un contramodelo, sino como un «elemento inmanente» de la modernización burguesa; 6) Una historia de las grandes crisis que caracterizan, en su esencia, este sistema.
Siempre uso citas originales de los actores contemporáneos. A través de tres siglos, queda claro que el capitalismo nunca fue otra cosa que un sistema de impertinencias descaradas en relación con la vida y el comportamiento humano; para la gran mayoría de los hombres en el pasado y en el presente nunca trajo un aumento de bienestar, sino siempre sólo nuevos avances de pobreza en masa y desesperación.
D.H.: Encontramos las referencias teóricas de tu análisis social en las discusiones publicadas en la revista «KRISIS»: ¿Cúal es la importancia de la crítica del valor para tu crítica radical del proceso de modernización y de los fetiches del sistema productor de mercancías?
El «Libro negro del capitalismo» es también un intento de concretar, a través de material histórico y actual, la crítica que el «Grupo Krisis» hace a la comprensión usual de la teoría marxista. El «marxismo del movimiento obrero» entendió equivocadamente las formas elementales de la socialización capitalista (trabajo abstracto, valor/forma-mercancía, dinero, mercado, Estado, nación, democracia) como condiciones existenciales sociales positivas, casi ontológicas. Sobre esta base, aparentemente neutra, realizó su parte de la «lucha de clases». Por eso, la «lucha de clases» era sólo una forma de competencia interna de las categorías capitalistas y de su envoltorio férreo. Se trataba de luchas por distribución, mejoras de «derechos», cuyo éxito parcial y siempre pasajero ataba, cada vez más fuertemente, los hombres al sistema dominante, incluso en su propia forma-sujeto. Hoy, la «lucha de clases» desfallece en el mundo entero y se vuelve, a pesar de las catástrofes sociales, un modelo en extinción, pues en la crisis de la tercera revolución industrial, el sistema referencial común, el fundamento aparentemente neutro de la moderna producción de mercancías, está conmocionado. «Crítica del valor» significa tomar en consideración este hecho y, por primera vez, poner radicalmente en cuestión las formas de relaciones sociales de mercado y Estado, que se volvieron tan naturales. En esta perspectiva, el capitalismo no es ningún problema de «plusvalía retenida» y de riqueza monetaria subjetiva, sino un problema de un loco fin en sí mismo: la «valorización del valor», el absurdo reacoplamiento cibernético del dinero a sí mismo. Capitalistas y ejecutivos son sólo funcionarios de este «sujeto automático» (Marx). La relación social en referenciales monetarios y competitivos universales en los mercados anónimos es posible solamente a través de un sistema de mercados de trabajo presupuesto, en los cuales los hombres precisan venderse a sí mismos para volverse material de la «máquina mundial» capitalista. La crisis fundamental de los mercados de trabajo se revelará, por lo tanto, tarde o temprano como crisis del propio capitalismo.
D.H.: ¿Cómo desarrollas entonces la crítica al trabajo, considerándolo característica del mundo moderno?
Marx vacilaba aún entre una ontologización positiva y una crítica radical del trabajo. El movimiento de los trabajadores, como su nombre indica (Partido del Trabajo, punto de vista del trabajo etc.), entendió equivocadamente el trabajo como palanca de la emancipación y como contramodelo al capitalismo. Sin embargo, la abstracción trabajo no es lo opuesto, sino el estado de agregado vivo del propio capital; el trabajo no es una condición suprahistórica antropológica de la existencia, sino la forma de actividad específica capitalista de la modernidad, consumo abstracto de energía humana en un espacio funcional de economía empresarial. Esta abstracción ya contiene la indeferencia con relación al contenido, al sentido y a la finalidad de las necesidades vitales. El trabajo como determinación abstracta es el lado actuante del fin en sí mismo irracional capitalista.
El «Libro Negro» deriva el concepto de trabajo abstracto no de manera lógico-definidora de la forma-valor (esto Marx ya lo hizo en «el Capital»), pues tiene otra forma de presentación: el sistema de trabajo abstrato es analizado en su desarrollo concreto-histórico, incluyendo obviamente los últimos 100 años de capitalismo, que Marx no vivió. Al final de este desarrollo, se muestra que solamente en la 3ª revolución industrial la aparente naturalidad de la abstracción trabajo es práctica y teóricamente obsoleta. O la tecnología informática hace que diversas actividades humanas se vuelvan superfluas en el espacio funcional capitalista o su ejecución se realiza por robots. Por otro lado, el trabajo desaparece aún más en aquellas empresas, economías nacionales o regiones mundiales que, por la débil fuerza del capital, no pueden utilizar la microelectrónica y, por ello, ahondan en la competencia.
D.H.: Hablando de economías nacionales, ¿cuáles son las formas de ascensión y decadencia del Estado-nación?
La llamada nación, tan poco superhistórica como el trabajo, fue una invención del siglo XVIII. No es más que el envoltorio cultural e imaginativo del Estado capitalista y de la forma irracional de legitimación para una «continuación político-militar de la competencia por otros medios». El «Libro Negro» tematiza tanto sobre la integración histórica del movimiento de trabajadores y del socialismo en las costumbres nacionales, como también tematiza sobre la crisis del contexto nacional en la actual globalización del capital. El concepto de «liberación nacional» se revela ahora como una contradicción en sí. Apelar a la nación no es ninguna alternativa a la globalización, sino que además es reaccionario. La izquierda precisa de formas de organización y acción transnacionales para estar de nuevo a la altura del desarrollo capitalista. Sólo podemos pensar un futuro post-capitalista a través de formas post-nacionales de reproducción.
D.H.: Junto al Estado, la democracia y la ciudadanía tuvieron su papel en la imposición del proceso de modernización. ¿Cómo relacionas liberalismo, socialdemocracia y socialismos de Estado al sistema productor de mercancías?
Mientras el capitalismo no estaba plenamente desarrollado, tampoco el sistema del derecho burgués estaba todavía en un estado completo. La universalidad e igualdad de la forma-derecho aún no estaba construida; principalmente en el área política (derecho de elección, derecho de reunión, derecho de asociación etc.), una gran parte de la población quedó excluida total o parcialmente de los derechos burgueses. Por eso, la atención para los cambios se dirigía ante todo a la esfera política. Bajo el nombre de democracia, la reivindicación por la «igualdad política y libertad» fue declarada objetivo histórico. El «Libro negro» analiza esta orientación como una ilusión histórica. Pues la integración de las masas en la ciudadanía moderna era al mismo tiempo un disciplinamiento que reducía la conciencia y la acción a los moldes de la sociedad capitalista. Por eso, las diversas dictaduras de la modernización no eran ningún contrapunto a la democracia, sino una fase histórica pasajera de la propia democracia. La esperanza de que sistemas democráticos de decisión pudieran regular el sistema económico presupuesto hace mucho tiempo fue cruelmente desacreditada. Entonces, antes de que los miembros de la sociedad del sistema productor de mercancías inicien su discusión democrática, ya son definidos a priori como competidores económicos. La valorización del dinero, el mercado y la competencia crean alternativas irracionales que sólo a posteriori son trabajadas por los procedimientos democráticos. Hoy, el encanto de la democracia se ha vuelto definitivamente algo insípido. Para la crítica, la globalización del capital, el totalitarismo económico del mercado conduce no sólo a la política democrática, sino también a la política en sí ad absurdum.
D.H.: ¿De qué modo el «Libro negro» trata de esta crítica de la globalización y del colapso del capitalismo de casino, cuando tú hablas hasta de «dinero desempleado»?
Hoy, en muchos países y regiones del mundo, el sistema productor de mercancías, y con él la economía monetaria, de hecho ya entraron colapso. En los centros occidentales y en partes de la periferia, la crisis del trabajo no aparece sólo como crisis del capital porque aquí, la «sustancia de trabajo», es decir la economía real, fue substituida por un desacoplamiento de los mercados financieros. La capitalización a través de las bolsas del «capitalismo de casino» especulativo adelantó esperanzas sobre ganancias ficticias de casi todo el siglo XXI. Esperanzas que no se harán realidad nunca. El «Libro negro» analiza este desarrollo a través de la comparación con las burbujas especulativas en los niveles de la 1ª y de la 2ª revolución industrial. Como las anteriores, también esta tiene que reventar. Pero además queda mucho más claro que la dimensión del «capital ficticio»(Marx) hoy es mucho mayor que en el pasado. Esto porque en la 3ª Revolución Industrial el capital hace de su propia «sustancia de trabajo», de una manera mucho más profunda, algo superfluo. Cuando esta burbuja estalle, el estruendo sacudirá la sociedad capitalista mundial hasta sus raíces.
D.H.: ¿Cómo ves un proceso de emancipación social más allá del trabajo, de la lucha de clases, del movimiento obrero tradicional y de la simple «cultura del rechazo»?
El mecanismo funcional irracional del capital solamente puede convertir las gigantescas fuerzas productivas de la microelectrónica en desempleo en masa, en estrés de eficiencia y, finalmente, en el colapso del sistema financiero. La perspectiva emancipadora, por otro lado, sólo puede consistir en transformar esas fuerzas productivas en ocio libre y en una buena vida para todos. Pero, para ello, sería necesario que surgiera un movimiento social que ya no se definiese más a través de la forma capitalistamente constituida de los intereses competitivos. Debería ser un «movimiento de apropiación» que se apropiase directamente de los recursos, ya no por el desvío del mercado, del Estado, del dinero y de la política. Esto solamente es posible a través de la ruptura de su propia forma-sujeto y forma de conciencia. Para alcanzar esto, una «cultura del rechazo» podría ser un paso en la dirección correcta, así como el desarrollo de «formas de ayuda mutua» para más allá del mercado y del Estado, como también rebeliones contra las impertinencias descaradas del totalitarismo económico (hasta la forma electrónica de un virus: «I love you»). Lo decisivo será si los futuros movimientos sociales llegarán a alcanzar la crítica radical de las categorías capitalistas o si se engarzarán en la autoadministración de la miseria. La teoría no puede esbozar por sí sola un programa concreto y ofrecer este programa al mundo como si fuese un nuevo jabón en polvo. La perspectiva sólo puede ser concretada en la acción conjunta de la teoría y de los movimientos sociales emancipadores.
D.H.: La forma literaria del libro corresponde al cinismo de la realidad violenta del proceso de modernización. Su lenguaje de repugnancia sensible a los detalles, desprecio sarcástico e ironía permite recordar a Adorno, ¿no?
Algunos críticos llamaron al «Libro negro» un «panfleto de insultos contra la economía de mercado». Acepto con placer esa alusión crítica. Sólo desde la distancia académica burguesa la teoría y el análisis histórico aparecen como una observación neutra de objetos neutros. Una crítica social, sin embargo, presupone un compromiso existencial del hombre entero, por lo tanto también, la emoción. El orden dominante no es sólo un sistema con mecanismos funcionales sino también una impertinencia detestable y un cúmulo de infamias. Todos los verdaderos críticos, de Marx hasta Adorno, ligaron los análisis precisos a la ironía y al rechazo de la «modernización», cuya estupidez y violencia insultan a toda la razón humana.
D.H.: ¿Cómo está yendo la acogida del libro en Alemania?
El «Libro Negro» llamó mucho más la atención y llevó a mayores tiradas que el «Colapso de la Modernización» al inicio de la década de los 90. Junto con el «Manifiesto contra el trabajo», del Grupo Krisis, presentó cuestionamientos para un nuevo debate de la izquierda y alcanzó un número grande de lectores. Es obvio que las reseñas en los medios de comunicación, con pocas excepciones, están siendo extremadamente negativas, ya que se hirió el tabú de un consenso social aparentemente definitivo: «la economía de mercado y la democracia». También los portavoces de la antigua izquierda reaccionaron alérgicamente, más aún que con relación a publicaciones anteriores de la Revista Krisis, pues ellos están viendo su barco irse a pique.
Robert Kurz
Original alemán: Schwarzbuch Kapitalismus: ein Abgesang auf die Marktwirtschaft
Frankfurt am Main, Eichborn Verlag, 1999
Versión portuguesa en: http://obeco.planetaclix.pt/
Traducción al español: contracorriente
(1) NdT. El autor es ahora editor de ¡EXIT!, después del golpe que apartó a la mayoría de la redacción de Krisis en abril 2004.