El elemento esencial para la vida es a día de hoy un bien escaso. La cantidad de población y de consumo indican que, a este ritmo, en el 2025 la demanda de agua será un 56% superior al suministro. Si ya en el presente hay guerras por el agua, el futuro se pinta todavía más turbio.
El acceso al agua, que tan importante era para los pueblos primitivos y para nuestros ancestros, es un problema lejano para los habitantes de las ciudades habituados a utilizarla sin control, para los agricultores, hosteleros… Se supone que es un bien inagotable pero a este ritmo tiene los días contados. De hecho 1.100 millones de personas carecen de acceso al agua potable y se calcula que en 2002 murieron 1,7 millones de habitantes víctimas de enfermedades relacionadas con la falta de agua potable, saneamiento e higiene. Sólo en los países en vías de desarrollo se calcula que el 80% de las enfermedades están ligadas al agua.
Ante esto uno se plantea por qué no llega el agua. Las razones más repetidas son: el incremento de población y el uso desmedido de este recurso, a lo que hay que sumar un mal reparto. «China es un ejemplo de lo que sucede cuando la presión de la población es demasiado fuerte. Más de un millar de pozos secos se abandonan cada año. Más de doscientos mil pozos nuevos se han abierto y están agotando poco a poco las capas freáticas. La que se encuentra bajo Pekín ha descendido más de sesenta metros desde 1965. ¿Qué sucederá cuando a centenares de millones de chinos les falte el agua?», se pregunta Lester R. Brown, agrónomo fundador del World Watch Institute. Si queremos datos sobre el uso desmedido, tomémonos como ejemplo: con los 50 litros que usa un español en la ducha viven tres familias en Etiopía cada día durante la época seca, y los 15 litros que gastamos al tirar de la cadena es lo que usa una de estas familias en todo el día.
Agua igual a poder
Cerca del 40% de la población mundial vive en los alrededores de los ríos, y las cuencas hidrográficas que pertenecen a dos o más países suelen ser foco de conflicto cuando hay escasez de agua. Por eso algunos críticos no descartan que quizás con la guerra de Iraq se hayan querido controlar los recursos hídricos de los ríos Éufrates y Tigris, ríos caudalosos en una de las zonas más áridas del planeta. Efectivamente, estos dos ríos son fuente constante de conflictos entre Turquía -que posee las fuentes de ambos y quien en realidad controla el caudal-, Siria e Iraq. Lo mismo sucede con el Nilo, cuyas aguas se disputan Etiopía, Sudán y Egipto. Aquí el nacimiento y el 85% de las aguas están en Etiopía, pero no ejerce su posición dominante y además hay un acuerdo bilateral entre Sudán y Egipto para el reparto del caudal. Otras fuentes de discordia son el río Jordán y el Litani, en Oriente Medio. Entre todos los países implicados aquí, cabe señalar que Israel, Jordania y los territorios ocupados han agotado casi todos sus recursos de agua; de hecho cualquier acuerdo de paz entre Israel y Palestina ha de llevar un apartado sobre aguas para ser mínimamente considerado por ambas partes. En los últimos 50 años se ha combatido por el agua en 37 ocasiones y 27 de ellas enfrentaron a Israel y Siria a propósito del Jordán y el Yarmuk. En palabras de Lester R. Brown: «Ya empiezan a estallar conflictos por el agua en numerosas sociedades, por ejemplo en Etiopía, en la Bengala india, en Egipto, Sudán, China, río abajo y río arriba en el Yang-Tsé. Las tensiones son vivas incluso en el plano internacional. La meseta del Golán, que se disputan Siria e Israel, es en primer lugar un depósito de agua en una región seca. El Éufrates es un tema de discordia entre Siria y Turquía, que está construyendo represas río arriba. Hasta los mexicanos comienzan a molestarse cuando comprueban lo que queda del Colorado cuando cruza la frontera. La disminución del caudal de los cursos de agua no va a mejorar la situación. Y sin duda aumentará la inquietud cuando se divulgue que esos tres últimos años el Indo ha tenido el nivel más bajo de su historia y que por ello se ha perdido el cuarenta por ciento de las cosechas de trigo».
El apropiamiento de este bien es tal que el río Colorado desemboca casi seco, el mar de Aral ha perdido la mitad de su extensión y el lago Chad casi el 90% de su superficie. Podríamos dividir el planeta en zonas donde el agua es escasa y donde abunda, pero incluso aquí el agua ha pasado a ser muchas veces un negocio que va desde el alcantarillado hasta el embotellamiento de agua, que supera en ganancias a la industria farmacéutica. La comercialización del agua tiene una fecha de inicio -2001, cuando la OMC pasó a considerar objeto de negociación los recursos naturales- y fecha final, ya que se prevé que en este 2005 lo que hasta ahora regulaban los estados pase al mercado de libre comercio. De hecho gobiernos de todo el mundo están dando el mercado del agua a las grandes corporaciones como Vivendi, Suez o RWE. Debido a esta privatización, en 2000 hubo una verdadera «guerra del agua» en Cochabamba (Bolivia). El Estado le había dado la concesión para manejar el sistema de agua a la trasnacional Bechtel Corporation. A las pocas semanas de llegar, la empresa norteamericana impuso el conocido «tarifazo». Familias con sueldos míseros se encontraron con facturas de agua que se llevaban el 20% de sus ingresos. La guerra estalló en las calles y no paró hasta que la empresa abandonó Bolivia.
Mientras asistimos a conflictos evidentes, hay otros que ya empiezan a gestarse. Por ejemplo el Sistema Acuífero Guaraní -que se extiende desde el norte de Brasil hasta la pampa argentina y se calcula que tiene 37 mil millones de m3-, pasó en 1997 a ser parte de un proyecto financiado por el Banco Mundial. Desde entonces muchos sospechan que se desea el control del acuífero, y la cíclica presencia del Comandante del Ejército Sur de EEUU en la zona parece confirmarlo.
El conflicto más cercano
Pero no hace falta irnos tan lejos para detectar un conflicto debido al agua. Esta vez no es entre el pueblo y las multinacionales, sino entre dos zonas del mismo país: la cuenca del Ebro y el Levante español, acosado por la falta de agua. El conflicto hunde sus raíces en el turismo más despilfarrador y los regadíos sin control, y es avivado frecuentemente por políticos de diferentes ideologías. El marco es el Plan Hidrológico Nacional (PHN) y los actores de esta guerra silenciada son las autonomías, los ecologistas, los agricultores, los políticos, y los hosteleros en todas sus variantes. La mayoría de los estudios coinciden en señalar que en España no falta el agua, pero que hay varias causas que están acabando con ella en el oriente del país: una política de turismo no adecuada a la zona -hay multitud de campos de golf y parques temáticos en un lugar carente de agua-, un gran índice de población y un «mercado negro» del agua, como publicó la prensa el 22 de marzo de 2004. A ello hay que añadir que en toda España la agricultura se lleva el 80% del agua y de ésta la mayoría se pierde, que las ciudades pierden el 35% del agua por fugas en las obsoletas redes de suministro, y que además España es el tercer país del mundo que más agua consume. Si hay alguien adecuado para opinar sobre el tema, es Pedro Arrojo Agudo, profesor de Análisis Económico en la Universidad de Zaragoza y experto en economía del agua. Su labor contra el Plan Hidrológico Nacional le hizo merecedor el año pasado del premio Goldman. Para Arrojo: «Con el gobierno del PP se generó toda una demagogia en las regiones de Levante, País Valenciano y Murcia que llevó a unas actitudes con implantación social de corte poco democrático, donde no se explicaban las dos posiciones, donde se perseguía a la gente que pudiera simplemente discrepar, caracterizándole de antimurciano o antivalenciano, y produciendo una especie de bloqueo en el debate». De hecho estas semillas que antaño se sembraron todavía siguen latentes, y muchos se niegan a entender la nueva posición del gobierno del PSOE, que en junio de 2004 derogaba los nueve artículos del PHN relativos al trasvase del Ebro, poniendo en pie de guerra a la Comunidad Valenciana y a Murcia. El plan alternativo contiene cien actuaciones que contemplan la construcción de veinte desaladoras. Aunque se prevé que pronto estén en funcionamiento, el problema de fondo sigue latente, los enfrentamientos se suceden y los que se creen víctimas se quejan.
Casi lo de menos es cómo llegue el agua al Levante -que llegará- sino el cambiar unos hábitos de vida a los que nadie está dispuesto a renunciar, sea cual sea la parte del país donde miremos. No hay más que tener en cuenta que cada español gasta 1.174 m3 por persona al año, frente a los 726 de media en Europa. Pero mientras el planteamiento siga siendo el de ver quien saca más negocio del agua, la guerra está servida en el planeta. Porque el agua es un derecho, no un privilegio.