Claude Julien, quien fue durante dieciocho años -de enero de 1973 a diciembre de 1990- responsable principal (primero jefe de redacción y después director) de Le Monde diplomatique, falleció el jueves 5 de mayo de 2005 a los 80 años de edad, en su residencia de Buguet-Haut, en Sauveterre-la-Lemance (Tarn-et-Garonne)
Personalidad excepcional por el poder de sus convicciones, la singularidad de su talento y la vastedad de su cultura, Claude Julien marcó definitivamente la historia de Le Monde diplomatique. Ejerció una influencia decisiva sobre varias generaciones de jóvenes periodistas que han admirado en él la fuerza de su carácter, las cualidades de su escritura, la firmeza de sus ideas, la generosidad de su compromiso y la pasión de sus luchas a favor de un periodismo irreverente y de un mundo más justo, más pacífico, menos desigual y más solidario.
Para el equipo de Le Monde diplomatique es una pérdida inmensa, irreemplazable, pues nos había mostrado un rasgo fundamental, indispensable en estos tiempos de deformación mediática: el deber de la irrespetuosidad.
Nuestro periódico le debe, por así decir, todo lo que constituye su identidad: su línea editorial -a la que permanecimos fieles aun después de su partida-; su doctrina periodística hecha de exigencia, de imaginación, de rigor y de precisión; su ética de austeridad y de modestia; y sus ideas principales de rechazo a todo hegemonismo geopolítico, a todo dogma económico que reforzaría el poder del dinero, o de la pretensión de una cultura, cualquiera sea ésta, de imponerse en el mundo.
Claude Julien nació el 17 de mayo de 1925 en Saint-Rome-de-Cernon (Aveyron), en el seno de una familia numerosa y modesta. Siendo muy joven participó en la Resistencia contra la ocupación nazi y fundó, a los 19 años, en Castres (Tarn), el periódico Debout! Involucrado en el movimiento de Juventudes Obreras Católicas (JOC), Claude Julien obtiene, gracias a su inteligencia brillante y a su carisma, una beca para estudiar ciencias políticas en Estados Unidos, en la universidad católica Notre Dame, ubicada en la ciudad de South Bend (Indiana), no lejos de Chicago.
De vuelta en Francia, en 1949, es reclutado como periodista en el semanario La Vie catholique illustrée y en 1951 se convierte-¡a los 26 años!- en jefe de redacción del diario La Dépêche Marocaine de Tánger, ciudad que se encontraba, en esa época, bajo estatuto internacional.
Su estadía en Marruecos será breve; sus audaces posiciones a favor de la independencia de ese país le valdrán una rápida expulsión. Pero su coraje dará sus frutos pues, de regreso en París, un encuentro determinará su destino profesional. En efecto, recomendado por Georges Hourdin (director de La Vie catholique), es recibido por Hubert Beuve-Méry, el legendario fundador de Le Monde, quien lo recluta para cubrir política internacional, una de las secciones más prestigiosas del diario.
Durante veinte años, Claude Julien se impone como una de las plumas más admirables de Le Monde. Multiplica los reportajes apasionantes sobre Estados Unidos, país que acaba de salir de la guerra de Corea. Y pone a punto, en el plano periodístico, lo que será de alguna manera su «marca de fábrica»: apasionantes análisis transversales en los que aparecen, mezcladas en el desarrollo de un relato que siempre nos tiene en vilo, impresiones de la vida cotidiana, dimensiones sociológicas, consideraciones políticas, anotaciones económicas y reflexiones culturales. En ese sentido, publica varias obras muy brillantes sobre la evolución de la sociedad estadounidense: L’Amérique en révolution (1956) y El nuevo Nuevo Mundo (1960).
Julien es también uno de los primeros periodistas franceses que se interesaron seriamente en las convulsiones de Cuba, país que le apasionará siempre, que visita antes de la caída del dictador Batista, y cuya inminente revolución anuncia. Escribirá, además, La Revolución cubana, el primer libro publicado en Francia sobre este acontecimiento mayor que cambiará la percepción geopolítica de América Latina.
Hay otro país que le interesa vivamente: Canadá. Lo recorre en toda su inmensidad, considerándolo un eventual polo de resistencia al expansionismo invasor estadounidense.
Mientras tanto, Julien se convierte en jefe de la sección internacionales de Le Monde. Lector insaciable, curioso de todo, lleno de humor, conocido de los mejores intelectuales, amigo de grandes escritores franceses y extranjeros, es él quien crea -no siempre se lo sabe- «Le Monde des livres», el suplemento semanal de Le Monde dedicado al mundo de la edición. En el ámbito de la prensa francesa se lo considera el especialista más agudo en Estados Unidos. Publica entonces su libro más famoso y el más traducido a otras lenguas: El imperio americano (1968), análisis implacable de la voluntad hegemónica de Estados Unidos que tendrá una influencia determinante sobre la generación de contestatarios adversos a la intervención estadounidense en Vietnam.
En 1971, en el curso de un año sabático, recorre el mundo y se instala sobre todo en China, donde acaba de terminar la «revolución cultural». A su vuelta, Jacques Fauvet, que sucedió a Hubert Beuve-Méry en la dirección de Le Monde, lo nombra jefe de redacción de Le Monde diplomatique, función que desempeña a partir de enero de 1973. El mensuario había sido fundado por Hubert Beuve-Méry en mayo de 1954, en un panorama internacional marcado por la intensificación de la guerra fría. Tenía por entonces el siguiente subtítulo: «Periódico de los círculos diplomáticos y de las grandes organizaciones internacionales», y se dirigía sobre todo al universo de las embajadas. Piloteado por François Honti, estaba redactado, en su mayor parte, por periodistas de la sección internacional de Le Monde, del que copiaba fielmente la línea editorial.
Con el nombramiento de Claude Julien esto cambia. Él va a dejar su fuerte impronta sobre el mensuario. Puede decirse que, con la complicidad de Micheline Paunet, lleva a cabo una suerte de refundación del periódico. Cambia el logo y la diagramación, reorganiza las secciones, amplía los temas abordados a la economía, la sociedad, la cultura, las ideas, el cine, etcétera. Demuestra una creatividad constante en la elección de las temáticas, del tono, del estilo, de la ilustración. Aumenta la cantidad de páginas dedicadas a los nuevos países independientes del Sur. Innova en materia de dossiers y de reportajes. Da la palabra a «grandes firmas» internacionales.
Influye particularmente en la línea editorial, alejándola de la de Le Monde. Trae un aire nuevo, original y vivificador, recurriendo a jóvenes colaboradores talentosos que no proceden del diario, e instaura de hecho una autonomía de redacción del mensuario. La difusión aumentará notablemente.
El mensuario seguía estando bajo el control de Le Monde, del que ya no era más que un servicio. Claude Julien sólo era jefe de redacción, puesto que el director oficial era el del diario… Sin embargo, gracias justamente al éxito obtenido a la cabeza del Dipló, la Sociedad de redactores de Le Monde decidió, en 1980, elegir a Claude Julien como sucesor de Jacques Fauvet en la dirección de Le Monde. Pero algunos meses después de esta elección, antes incluso de entrar en funciones, Julien fue víctima de una intriga y se le impidió acceder a la dirección del diario.
Antes de su partida, Jacques Fauvet nombrará a Claude Julien, en mayo de 1982, director de Le Monde diplomatique.
No contento con haber obtenido la independencia de redacción del mensuario, Julien intentará, a lo largo de toda la década de 1980, conquistar la autonomía de gestión. Poco a poco, los números de Le Monde diplomatique serán objeto de una contabilidad aparte. A tal punto que el nuevo director de Le Monde, André Fontaine, aceptó instituir un Consejo de orientación (1), que oficiaba de verdadero Consejo de administración, ante el cual Claude Julien, cada trimestre, daba cuenta de su gestión del Dipló y del auge de su difusión.
Después de su partida de Le Monde diplomatique en diciembre de 1990, Claude Julien, brillante orador y ya presidente del Círculo Condorcet, será elegido presidente de la Liga Francesa de la Enseñanza y de la Educación Permanente, función que ocupará hasta 1998.
Su desaparición física constituye una inmensa pérdida que inunda de profundo dolor el corazón de los miembros del equipo de Le Monde diplomatique. Que su mujer Jacqueline, sus hijos y sus nietos reciban aquí la expresión de nuestra amistad y nuestra solidaridad.
1 Formaban parte de él, además de André Fontaine, Claude Julien e Ignacio Ramonet, Pierre Drouin, Henri Madelin, Jean Deflassieux y André Lesgards.
Ignacio Ramonet es director de Le Monde diplomatique, París.
Traducción: Mariana Saúl