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Reflexiones tardías sobre la “presentación” de Leonor

La estupidez coronada

Fuentes: Rebelión

Este artículo se lo dedico a todas aquellas madres, millones en todo el planeta, que sufren una vida llena de las carencias más inverosímiles para nosotras, que saltan todas las vallas que las potencias occidentales levantan y que sólo con su amor ejercen el verdadero instinto maternal. Se lo dedico a las madres que viajan […]

Este artículo se lo dedico a todas aquellas madres, millones en todo el planeta, que sufren una vida llena de las carencias más inverosímiles para nosotras, que saltan todas las vallas que las potencias occidentales levantan y que sólo con su amor ejercen el verdadero instinto maternal. Se lo dedico a las madres que viajan como pueden en las pateras con sus bebés acurrucados en el regazo, a las madres en guerra de Afganistán, a las madres invadidas y ocupadas de Irak y Haití, a las madres excluidas, discriminadas y explotadas por ser inmigrantes, a las madres abandonadas, maltratadas, a la memoria de las madres desaparecidas por las dictaduras militares del Cono Sur cuando estaban embarazadas.

En nuestra sociedad de bienestar material, que no moral ni ético, el abrumador y aplastante mercado de productos para los niños, en todas sus gamas, marcas, colores… hasta cotas que rayan en la estupidez (ropa, calzado, vehículos, menaje, juguetes…) moldea ya a los ojos de los niños las pistas del futuro que les aguarda, caracterizado por el consumismo voraz e incesante. No existe necesidad, real o imaginaria, que uno no pueda satisfacer si dispone obviamente de recursos económicos.

Por tanto, éste es un mundo no sólo injusto, sino también estúpido. Todo esto viene a cuenta de la reciente «presentación en sociedad» ante los medios de comunicación de una niña llamada Leonor, quien (si no lo impedimos) algún día reinará en España. Su madre sólo fue capaz de decir «Es guapa ¿no?». Y a la pregunta de si había nacido una reina, su padre se limitó a precisar: «No, una infanta». Se trata, sin duda, del reinado de la estupidez, de la coronación de la estupidez: derroche de regalos absurdos, vigilia de espera de las masas monárquicas, despliegue mediático con exaltaciones que para sí hubiese querido Luis XIV… Incluso los «progres» se felicitan porque en un futuro España tenga una reina, arriando la bandera republicana.

El monarca, de cuya coronación por la dictadura fascista se cumple ahora tres décadas, fue designado sucesor «a título de rey» del dictador cuando en este país las mujeres vivían sometidas por el yugo del nacionalcatolicismo y nada dijo entonces al respecto. Se limitaba a aparecer sumisamente junto al dictador en las «demostraciones de adhesión inquebrantable», a callar frente a los fusilamientos y las torturas que sufrían los militantes antifascistas. Quienes le proclaman el artífice de la transición democrática son los mismos que señalan que la dictadura de Franco no era fascista, sino apenas un «régimen autoritario».

Sin embargo, el resurgir del ideal republicano en España (ya se preparan importantes actividades para la conmemoración en abril del 75º aniversario de la proclamación de la II República) alimenta la esperanza de que algún día los Borbones y su creciente corte no tengan más remedio que trabajar para pagarse sus caprichosos días de esquí y navegación (a eso es, por cierto, a lo que llaman «el servicio a España»). Como cualquier hijo de vecino. ¿O no es eso lo que llaman democracia?