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La "otra campaña" y el camino electoral

Mitos y demonios que hay que exorcizar

Fuentes: Rebelión

Hoy está comenzando la otra campaña. Un proceso inédito para el cual necesitaremos de un debate exhaustivo desde la izquierda para enfrentar sus retos, sus límites y sus potencialidades. La otra campaña es el vehículo para enlazar las resistencias y los peligros que la acechan son muchos. Algunos de ellos son los mitos que los […]

Hoy está comenzando la otra campaña. Un proceso inédito para el cual necesitaremos de un debate exhaustivo desde la izquierda para enfrentar sus retos, sus límites y sus potencialidades. La otra campaña es el vehículo para enlazar las resistencias y los peligros que la acechan son muchos. Algunos de ellos son los mitos que los movimientos, las voces intelectuales y las organizaciones hemos generado. Hay que sacudirse los mitos y exorcizar a los demonios que vimos actuar en los meses pasados. Hoy la discusión ha bajado de tono. Es quizá el momento de rebasar los gritos y enfrentar abiertamente el debate para poder caminar hacia adelante. Expongo aquí seis discusiones que desde mi punto de vista son meros panfletos, pero que sin embargo enturbian la discusión profunda sobre los pasos de la izquierda y de los movimientos antisistémicos.

I. La posición zapatista divide a la izquierda.

Es el mito más recurrente y por tanto en el que nos concentraremos más. Escandalizadas por las críticas zapatistas, muchas voces se rasgan las vestiduras especialmente frente a las críticas sobre el candidato del Partido de la Revolución Democrática. Es un mito, porque se argumenta que la izquierda se divide con la posición zapatista, ¡como si partido y movimientos hubieran estado unidos todos estos años! La división de la izquierda y, especialmente la división entre partido y movimientos es una tendencia – algunos pensamos irreversible- que se enmarca en la crisis sistémica de los aparatos de representación y de la gradual y progresiva descomposición de las clases políticas todas en prácticamente todo el planeta.

La división entre partido y movimientos es una tendencia que se aceleró al menos, en los últimos ocho años en México bajo las siguientes fracturas:

a) una fractura orgánica, en la que la izquierda partidaria fue absorbida por la institucionalidad, la corrupción, el tribalismo, el pragmatismo, el chambismo y el clientelismo. La mayoría de la población no se siente cercana a esas prácticas, pero tampoco muchos movimientos y organizaciones de los cuales hablaremos más adelante.

b) una fractura ideológico-táctica. El PRD abandonó las calles y con ello, las luchas y movimientos seguimos nuestro camino…sin ellos. Con su caótica actuación en el movimiento estudiantil universitario en la UNAM se alejó de miles de jóvenes de izquierda; prácticamente disolvió los vínculos con los movimientos que luchan por la diversidad sexual; se alejó del movimiento indígena al aprobar una ley que no cumple con los Acuerdos de San Andrés. Prácticamente es inexistente su actuación en temas como las nuevas movilizaciones altermundistas y todos los temas de solidaridad y acción global: desde Palestina hasta Venezuela, desde los derechos indígenas hasta la represión de organizaciones sociales, el partido de izquierda hace mucho ruido pero hay pocas nueces en la calle, en la información, en la solidaridad, en la politización o en el acompañamiento de las luchas abajo que tratan de construir un país distinto.

El PRD y sus corrientes, seguros de que hoy la lucha es desde el poder, el congreso y los gobiernos, abandonó las calles y con ello a las luchas de abajo. Pero incluso ahí hay una tercer fractura, una de corte programático.

c) En su actuación legislativa y en su actuar como gobierno empieza a haber más prietitos que arroz: como ya dijimos aprobaron esa ley espuria que hizo que el zapatismo rompiera definitivamente con la clase política; en aquel momento- supuestamente sólo un error táctico-, nos dimos cuenta cómo era necesario tener una izquierda parlamentaria que hiciera posible que la voz de abajo entrara al Congreso, pero también nos dimos cuenta de su inutilidad si se habla como izquierda pero se vota como la derecha. Además, siguen teniendo errores «tácticos», como ellos mismos los explican al aprobar por ejemplo, la ley de bioseguridad mejor conocida como Ley Monsanto, que abre aún más la posibilidad de la invasión transgénica en nuestro país y entrega lo que queda del campo mexicano a las multinacionales. Sin que bastara con ello, el propio candidato de izquierda saboteó la aprobación de la Ley de sociedades de convivencia en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, que hubiera abierto la posibilidad de mejores condiciones de vida y legales para una parte de la población, incluyendo aquellas con una sexualidad distinta a la heterosexual. Tres leyes, tres movimientos, tres errores tácticos, tres fracturas. Pero hay más. Siendo gobierno, el PRD no impulsó la organización ciudadana o popular, en la Ciudad de México propuso políticas identificadas francamente con la derecha como la de «tolerancia cero» y favoreció a la iniciativa privada frente a la ciudadana en materia cultural. El Gobierno de la Ciudad, se inclinó por posiciones conservadoras en temas como la regulación de marchas y protestas, y su hoy candidato, incluso quiso prohibir festivales electrónicos masivos. Esas posiciones no sólo no son de izquierda, ni siquiera liberales. Son señales de división la creciente fractura programática que en el Congreso y en el Gobierno de la Ciudad ha significado el actuar de la izquierda institucional. Queriendo favorecer una alianza con los poderes fácticos en la Ciudad de México se realizaron numerosas acciones para acercarse a diversos sectores de poder, disfrazados de programas de gobierno. Ese es uno de los principales temas de división en la izquierda y es una fractura estratégica-etica con los movimientos.

d) Mientras la otra campaña propone construir abajo y a la izquierda, la izquierda partidaria pareciera que trata de convencernos de que su propuesta es arriba y a la derecha. Todas las señales del candidato y de los principales líderes de su partido tratan no de organizar, movilizar, politizar abajo y a la izquierda, sino negociar, aliarse, acordar con los poderes fácticos de poder, esos que precisamente impiden la construcción de un México más justo, libre y democrático. El programa de Gobierno de la Ciudad de México permitió generar el beneplácito de varios sectores económicos: el del sector empresarial de los espectáculos, que con la concesión del zócalo y el refrendo del permiso de operación de la Ciudad deportiva incrementó sus ganancias y su influencia en el Distrito Federal, en detrimento de la organización cultural y artística independiente y debilitando los espacios culturales fuera del mercado. El sector empresarial de la construcción, que con el enorme impulso del Estado para la generación de obras viales se vio beneficiado con múltiples contratos que se alargan más allá del Gobierno sexenal de la Ciudad. El del sector empresarial del turismo, que con el proyecto del Centro Histórico se signó también una alianza de largo aliento, que permite mayores ganancias para el sector privado expulsando a los pobres del primer cuadro. El sector empresarial del comercio, pero no cualquier comercio sino aquel de las grandes empresas transnacionales como Wal Mart, la cual, según los propios datos del Gobierno de la Ciudad, es la que recibe una mayor cantidad de compras con las tarjetas electrónicas con que el gobierno de la Ciudad favoreció a ancianos y madres solteras. La imposición (porque eso fue) de la candidata empresaria en el Estado de México por parte del candidato presidencial sólo confirma la estrategia de tratar de ganar apoyos y alianzas con ese sector. El affaire Robles-Ahumada es un buen símbolo de la cercanía «íntima» de la clase política y los empresarios «progresistas» que confirman la tendencia creciente en ese partido de lograr su alianza arriba y a la derecha.

Las numerosas invitaciones, colaboraciones y articulaciones con las empresas televisivas (especialmente Televisa) en innumerables actos, inauguraciones, coordinaciones y acciones conjuntas fueron parte de esa misma estrategia. El que el candidato hablara de someter a referéndum los derechos de la comunidad lésbico gay, o callar en temas como aborto o eutanasia, fueron lindas concesiones a la Iglesia para ganar si no su apoyo, al menos su visto bueno en el camino a la presidencia.

Numerosos líderes partidarios e intelectuales no se asombran ni condenan esta alianza abierta y sin empachos. De hecho la aprueban y la evalúan «moderna». A todos ellos se les olvida que para que alguien gane desmedidamente es necesario que alguien pierda exageradamente. ¿Quién gana y quién pierde con el Gobierno de la Ciudad de México?. Ganan los hoteleros, los empresarios del espectáculo, las compañías constructoras, las compañías transnacionales del comercio y hasta la iglesia. Pierden, los que siempre pierden con esos proyectos: los artistas y trabajadores de la cultura, los comerciantes ambulantes, los pobres del centro, los pequeños comerciantes que no pueden competir con Wal Mart, el movimiento gay. Mientras tanto, se le aplaude al candidato porque reparte tarjetas electrónicas. Los principales aliados del candidato de los pobres son los megaproyectos de inversión urbanos que aseguran las máximas ganancias a la elite mientras se reparten algunos recursos del Estado para los de abajo. Estabilidad y confianza arriba, estabilidad y apoyo abajo. Toda una estrategia.

Con la izquierda institucional hay cuatro fracturas, cuatro alejamientos, la orgánica, la táctica, la programática, y la estratégica. El Partido de la Revolución Democrática se quedó sin revolución y sin democracia y lo que quedó fue el partido. La división está conjurada desde hace tiempo. Nada tenemos que ver un enorme segmento de los movimientos con «ESA izquierda». Lo que hace el zapatismo, como muchas veces ha hecho, es develar, revelar, decir lo que ven y confirmar lo que muchos veníamos diciendo. La izquierda ya no está ahí, no por una abstracta clasificación ideológica, (en la que muchos intelectuales se pierden) sino por lo claro de sus acciones, sus deformaciones, su estrategia, sus vicios y sus límites. Su historia y sus prácticas, pues. La división de la izquierda no está en un comunicado firmado por el Subcomandante Marcos sino en un proceso histórico de descomposición de ese partido. El problema, ergo, no es la posición zapatista, sino las cuatro tendencias de ruptura que hemos señalado.

II. ¿Marcos o Andrés Manuel? ¿Votar o no votar?

Alguien dijo «Votar o no votar that is not the cuestion». El debate es por demás absurdo y también es un mito. El EZLN ha hecho clara su posición: no llama al abstencionismo, pero tampoco al voto. Es absurdo además, porque nadie puede impedir que alguien vote. Los movimientos y las izquierdas que buscan una respuesta para su voto no deben buscarla en el EZLN ni en la otra campaña, deben buscarla analizando y sopesando las acciones de la izquierda institucional, deben valorar qué pierden si regresa el PRI a su municipio o a su alcaldía. En muchos casos el priísta regresará de todas formas porque será candidato por el PRD, en algunos no. Los movimientos deben pensar si realmente su voto contiene a la derecha o no, porque en muchos casos su candidato a gobernador será de cuestionable extracción, por ejemplo, exfuncionario foxista, como ya lo ha ofrecido el PRD en Guanajuato, pero también en alianzas ininteligibles que sólo alcanzan a comprenderse con una buena inyección de pragmatismo y pocos principios (Hidalgo, Oaxaca y hasta el Estado de México). Votar o no votar es decisión de cada situación.

Algunos hemos decidido no votar por un partido que aprueba leyes indígenas espurias, leyes monsanto, reparte leche con heces fecales, hace fraudes con empresarios «progresistas» o impulsa la tolerancia cero. También hemos decidido no votar por ningún otro. Esa es nuestra decisión, porque no vemos cómo construir en ESA forma de hacer política, ni construir resistencia y alternativas con ese partido, ni las tendencias que hemos descrito. No negamos lo político, nos negamos a participar en ESA política. Esa es nuestra decisión. Ah. Y no le pedimos al resto que nos siga sino que respete la decisión que hemos tomado.

Muchos más tendrán que tomarla. En algunos casos se tendrá que depositar el voto tapándose la nariz, en otros quizá haya algún matiz, en otros quizá ni siquiera valga la pena. Lo relevante de la discusión entre «Marcos y Andrés Manuel» no es la dirección del voto, sino la estrategia de nuestras organizaciones, de nuestras resistencias, de nuestras individualidades. ¿dónde y con quién queremos construir? ¿porqué? ¿hacia dónde? ¿para qué?. Lo importante no son las relaciones afectivas con el zapatismo y las relaciones pragmático-electorales.

El problema no es si votamos o no. El problema es creer que en la elección se decide el futuro estructural de México y creer que la elección es la quinta esencia del cambio. Creer que lo partidario es la única estrategia posible, la útil, la que vale, la que sirve. Hay otras estrategias, otras formas, otros modos, otra cosa que se construye en todo el planeta y también en México. La Sexta Declaración invita a mirar hacia esa otra cosa para poder entonces hacerse preguntas de largo alcance.

¿ en qué estrategia queremos estar, apoyar, consolidar, adherir, sumar, construir?. ¿en dónde queremos poner nuestra fuerza, por pequeña que sea? ¿en dónde nuestra imaginación y nuestra creatividad? ¿en dónde incidimos más?. ¿en dónde ponemos nuestra manos y nuestras luchas? Esa es una decisión estratégica. El voto, en esta elección puede ser una táctica para contener ciertas políticas o a ciertos personajes, en algunos lugares y en algunas situaciones, pero nada de salir a la calle a festejar el triunfo, porque no habremos ganado nada.

Pueden, como dice el propio subcomandante Marcos, votar o no votar, por uno o por otro, aliarse o negociar. Eso no es lo importante, sino en dónde ponemos nuestra fuerza estratégica para los siguientes años y que política hacemos. Algunos no tenemos duda, es abajo y a la izquierda, es con el zapatismo. En resumen, la discusión de estos últimos meses no es el papelito en la urna, es la discusión estratégica de construcción de las resistencias y las alternativas.

III. La posición zapatista le hace el juego a la derecha.

Esta es una posición autoreferencial. Los movimientos creen que su crítica o el debate hará perder al candidato y por lo tanto «no es el momento». Este es un buen mito. Las elecciones hoy no dependen de la posición crítica de un intelectual en un periódico progresista o de si alguna organización o movimiento de base le quita o le da su voto a la izquierda institucional. Generalmente los movimientos de izquierda han salido a votar en las pasadas elecciones y eso no ha significado una diferencia importante para inclinar la elección a su favor. El PRD lo sabe, el candidato lo sabe, los poderes fácticos la saben. Pero los movimientos parece que no. La elección presidencial depende más de los medios de comunicación, del dinero que tenga esa campaña (que por cierto, aunque el candidato diga que no, hoy con la alianza con los pequeños partidos, el candidato tiene casi los mismos recursos que el priísmo). Depende del visto bueno de los sectores empresariales, depende de la iglesia, depende de los aparatos clientelares y sobre todo depende de una tendencia de opinión pública que ha venido construyéndose desde hace años. Si Andrés Manuel López Obrador va arriba en las encuestas es porque hace campaña desde hace años (aunque antes lo «dieran por muerto»). Si Andrés Manuel va adelante es porque tuvo una exposición mediática de más de 1000 días consecutivos. No porque abajo se haya construido un movimiento popular que el candidato encabece, porque cuando uno empezó a generarse, se le desmovilizó y se le desorganizó. No hay que confundir un movimiento con popularidad. El presidente en turno es el mejor ejemplo de ello.

Hay aquí una paradoja: mientras los movimientos y las organizaciones debaten y se estremecen por darle su voto al candidato, él ni se inmuta. El y su partido buscan los desprendimientos del PAN y del PRI, buscan las posiciones más cómodas para el sector privado, buscan el visto bueno de Washington, buscan verse lo suficientemente moderados, perdón, modernos, para ganar a las clases medias y al poder económico. Es decir, buscan a quienes determinarán la elección.

La fuerza de los movimientos no es electoral, su fuerza estratégica está en la calle, en la organización, en las alternativas que ya se construyen por todo el país, débiles aún, pero que son el indicio de que sí hay otra cosa, otros modos, otras formas. Que no se preocupen porque criticamos al peje. Cuando las plazas amarillas se vacíen, cuando todos los votos estén contados, los movimientos continuarán, y ahí estará la otra campaña. Ahí es cuando tienen que empezar a preocuparse.

IV. Andrés Manuel es nuestro Evo.

En esto, los seguidores apologistas del candidato sí se han volado la barda. Es otro mito. Cualquiera que conozca un poco la realidad latinoamericana sabe que la comparación es del todo exagerada, ( y no sólo por Evo sino por el enorme movimiento indígena boliviano) pero nos inserta en una discusión relevante. ¿El poder económico se opone a que gobierne Andrés Manuel como con Evo? Es decir, ¿hay una oposición del poder a que gobierne la izquierda institucional?. La mayoría respondería que así es y que el tema del desafuero lo hace más que evidente. Nosotros diríamos que eso significa que el poder económico, el Estado y el poder político son un bloque homogéneo y tal cosa desde nuestro punto de vista, no existe.

En México lo que ha sucedido es lo que alguien llamó la piñatización del poder: una vez que el aparato político perdió la cohesión que le daba el sistema piramidal jerárquico y clientelar anclado en el presidente, como una piñata rota, el poder se reparte entre la clase política, a través de una lucha feroz por alcanzar parcelas o segmentos de ese poder antes más homogéneo y centralizado. Como niños tras las frutas y los dulces, la clase política se lanza al piso para alcanzar algo, lo que sea, cueste lo que cueste. Es el espectáculo que podemos ver desde que inició el sexenio de Vicente Fox y que aún no ha terminado. Por ello, la disputa entre partidos y al interior de los partidos es apabullante. El resto de la clase política -es obvio- se opone al tabasqueño perredista. Es una disputa de poder, no de proyectos. No existe un grupo gobernante hegemónico, pero esta elección es la oportunidad para que se conforme un nuevo grupo dominante. Por eso la pelea es entre la clase política, pero detrás del ruido por la piñata no existe una disputa intensa por los intereses económicos. Estos prácticamente están asegurados. Los poderes económicos se sonríen, pues gane quien gane, se respetará la estructura del sistema que asegura los intereses de esos poderes. Gane quien gane, incluso el candidato de la izquierda. A los poderes económicos reales les importa un bledo si alguien quiere repartir tarjetas electrónicas por toda la república o abrir bachilleratos en cada colonia siempre y cuando no sea con su dinero, que es exactamente lo que pasó en la Ciudad de México. Los intereses económicos dominantes no sólo no fueron afectados en el Gobierno del Distrito Federal sino que fueron abiertamente impulsados y favorecidos. Una parte del poder económico ha dado ya su visto bueno al candidato. A otra parte le incomoda y otra parte se organizará para impedirlo.

¿Porqué si banqueros, consultoras, cámaras empresariales, y hasta Washington han declarado que están abiertos a un posible gobierno de izquierda y no lo ven con malos ojos, los seguidores del candidato hablan de las conjuras de la derecha y de que casi Washington tiembla al pensar que amlo es presidente?.

¿por qué las consultoras Standard & Poor’s y la Asociación de Bancos de México, declaran que Amlo no es Chávez y no hay riesgo económico alguno? ¿será porque no lo hay?. ¿porqué Washington se declara ansioso y preparado para trabajar con un gobierno mexicano de izquierda? ¿Será porque para Washington no hay riesgo tampoco? Pero lo mejor de todo ¿porqué cuando al candidato se le pregunta si es el equivalente a Hugo Chávez, no sólo no evade la respuesta sino que afirma ser más bien como Felipe González o como Ricardo Lagos? ¿será porque lo es?.

V. Andrés Manuel es el único que asegura un viraje del neoliberalismo

Con las tendencias de ruptura con la izquierda institucional que hemos descrito, con los límites electorales que hemos planteado, con la poca incidencia de los movimientos en la estrategia del candidato, debería ser suficiente para tener una posición crítica o al menos, dudar un poco. Sin embargo, el sexto mito habla un poco de votar por el menos peor. Es una posición que reconoce los límites del perredismo e incluso el candidato. Pero confía todavía en que el tabasqueño es menos peor que sus competidores. Es el único que no es neoliberal nos dicen.

Aquí hay que intentar hacer un análisis un poco más estricto y menos localista. El contexto en que se desenvuelve la candidatura del tabasqueño, es una coyuntura global donde los tecnócratas neoliberales han perdido popularidad. Los Menem, los Salinas, los Toledo, y hasta los Fox han perdido margen de maniobra, repudiados por sendas capas de los pueblos. Incluso al interior del FMI y del Banco Mundial ya no existe consenso sobre «la velocidad» y la intensidad sobre cómo impulsar las reformas estructurales neoliberales. Y no es para menos. Después de la década de oro de los neoliberales- durante los 80 y los 90- una oleada de movimientos antisistémicos fueron creciendo en todas las latitudes. Así surgió en Seattle y en Génova un movimiento inédito que paralizó las reuniones de los poderosos para luego convertirse en un amplio movimiento contra la guerra. En Latinoamérica, los estragos neoliberales causaron sus efectos y provocaron que la gente empezara a votar a la izquierda. Uruguay y Brasil son los mejores ejemplos de ello. Venezuela, cansada de una clase política derrumbada en sí misma votó a un extraño pero popular candidato que resultó ser más radical de lo que muchos esperaban. Pero aún más, en Bolivia, Ecuador y Argentina se levantaron movimientos, rebeliones, casi insurrecciones que arrasaron con presidentes y clases políticas. Al canto de «que se vayan todos» el poder de abajo como un ciclón arrasó casi con todo. Y decimos casi con todo porque las insurrecciones, especialmente la de Ecuador y Argentina no lograron articular una alternativa que permitiera que no regresaran todos.

Podemos afirmar que, a pesar de reflujos, límites y obstáculos, en los últimos 6 años vivimos una etapa ascendente de los movimientos antisistémicos. Una etapa que por momentos parece llegar a niveles insurreccionales, para después regresar a la calma. Para los poderes globales, incluyendo a Estados Unidos esto no ha pasado desapercibido. Desde los documentos de la CIA hasta las emisiones televisivas de ultraderecha reconocen claramente al enemigo y los llaman por su nombre: zapatistas, piqueteros, sin tierra. El potencial desestabilizador está en los pueblos indios, los movimientos campesinos, las protestas altermundistas.

Esta cresta de rebeliones sí que son peligrosas para el sistema en su conjunto. Es por ello que han comenzado a hablar mucho más del ataque contra la pobreza, de fondos para los países pobres, de condonar deudas, de desacelerar las reformas estructurales. Hablemos claro: de dar concesiones que hagan posible regresar a la estabilidad. Dentro de esas concesiones, algunas veces incómodas, otras a regañadientes, la mayoría preferibles para el poder global, está el de convivir con gobiernos de izquierda moderados que no afecten la estructura ni la dinámica general del sistema. Y con ello regresamos a Andrés Manuel.

En una entrevista en Televisa, el candidato al hacer su discurso, volteó a la cámara e hizo un llamado para comprender que lo que necesitamos en México es fortalecer las instituciones, al Estado, y, por supuesto, la gobernabilidad. De ahí se explica su lema, por el bien de todos, primero los pobres. Era un ardiente llamado a comprender que su candidatura representa estabilidad para los de arriba, pero aún más importante: estabilidad abajo. El mensaje es claro y no era para los pobres, era para los poderes fácticos, era para el poder económico. El mensaje entreverado era: ustedes me necesitan. Soy el único que garantiza la estabilidad abajo. Por su propio bien, para asegurar sus intereses, yo soy el candidato que representa la legitimidad y la estabilización del sistema político sin que eso signifique la transformación del sistema económico. Ustedes me necesitan para calmar los ánimos. Por el bien de todos, primero los pobres. Eso explica toda su estrategia. Y por eso, desde nuestro punto de vista, tal y como lo dice el subcomandante Marcos, Andresito, es el huevo de la serpiente.

De ahí sus posiciones sobre el orden estructural en México: «conviene dejar en claro que no sería sensato alterar el orden macroeconómico: debe haber disciplina en el manejo de la inflación, el déficit público y las deudas interna y externa, así como mantener estabilidad en otras variables».

De ahí su oscilante posición sobre los energéticos, de una reunión empresarial donde de manera general dice no a la privatización a su proyecto alternativo de nación donde dice en lo particular que «pero tampoco deberíamos descartar que inversionistas nacionales, mediante mecanismos transparentes de asociación entre el sector público y el privado, participen en la expansión y modernización del sector energético o actividades relacionadas».

Por eso cuando va a Hidalgo, dice «hago el compromiso de REVISAR lo del MEXE», ojo, se compromete a revisarlo, no resolverlo. Por eso cuando va a Guerrero, apoya el megaproyecto de la Parota causando la confusión de sus seguidores y la ira de algunos cuantos. Por eso apoya el proyecto de comunicación del Istmo de Tehuantepec, estratégico para los intereses estadounidenses. Por eso apoya que el Ejército siga realizando tareas policiales, incluyendo el combate al narcotráfico.

Por supuesto que tenemos miedo que regrese el priísmo, -aunque a estas alturas no dan miedo, sino risa, pero bueno – pero cuando se nos dice que Andrés Manuel es menos peor o que asegura un viraje del neoliberalismo, lo menos que podemos hacer es dudar.

Y dudamos más cuando dice «el partido no tiene dueños: abran la puerta a los militantes del PRI y del PAN» no porque dudemos que haya entre las bases de esos partidos votantes y hasta algunos militantes honestos sino porque cuando habla de «abrir» el partido al PRI y al PAN no está hablando de las bases, sino de desprendimientos de las cúpulas y sectores intermedios de esos partidos. Por eso sus operadores son Camacho y su candidato en la ciudad en Ebrard: aseguran desprendimientos príistas y un caudal mayor de votos. Pero ¿que tiene de malo?, -gritan presurosas las voces defensoras- si el PRD nace de un desprendimiento del PRI. Bueno, les explicamos. Cuando esos desprendimientos no son programáticos sino pragmáticos, la alianza se da en términos de intercambio. Usabiaga en Guanajuato, o Polevnsky pueden traer más votos pero también traen consigo ciertas concesiones: espacios, puestos, cargos para sus equipos y sus corrientes. Para que Lula ganara en Brasil, el PT tuvo que aliarse con el centro derecho brasileño. La alianza no fue gratuita -como ninguna, de tipo electoral-. El centro derecha quería puestos, cargos, diputaciones que significan un obstáculo para avanzar en un programa más radical de reformas sociales. El candidato puede buscar votos donde quiera, pero esos votos significan compromisos y concesiones cada vez mayores a sus aliados, sean desprendimientos del PAN o del PRI, sean sectores empresariales, sean sectores eclesiales. Pareciera que Andrés no sólo está buscando votos donde sea, sino que también está conformando un nuevo grupo dominante, uno donde las corrientes más críticas de su partido no están presentes, uno donde sus operadores son de extracción príísta, uno donde los movimientos no tienen incidencia, uno que recibe el beneplácito de los poderes fácticos. Uno que además de tener legitimidad con los votos, logre el pacto con el poder económico y logre a través de la cooptación a través del Estado y de políticas maquilladas como de izquierda, estabilizar los reclamos de abajo, subsumir a los movimientos y lograr así estabilizar al sistema en su conjunto sin requerir transformaciones radicales: ¡Redoble de tambores!

Por eso, el mito sobre Andrés Manuel, sobre su liderazgo y sus posiciones, son el principal obstáculo para lograr un balance estratégico de los movimientos. ¿Andrés Manuel es el menos malo? Al menos, los movimientos deberían dudar un poco y no apostar todo a ese mito genial en que se ha convertido el candidato y pensar e imaginar que es lo que va a suceder después del 6 de julio. La probabilidad de que el candidato gane es enorme y no creemos que los poderes reales se interpongan. Es probable que la suerte esté echada y que existe una creciente posibilidad de que asistamos a seis años de que todo cambie para que todo siga igual, pero con una diferencia: los de abajo y quizá los movimientos aplaudan este cambio cosmético. La desbandada de los movimientos será casi inminente. Asistiríamos sólo al preámbulo de un periodo oscuro de desmovilización, desorganización y despolitización. De fortalecimiento del Estado, y no de las luchas, de la institucionalidad y no de las alternativas que abajo se construyen. Esa perspectiva es también aterrorizante. Pero hay una voz que dijo NO. Es la hora sexta.

VI. La otra campaña es un babel sin futuro

Llegamos así al último mito. La otra campaña fracasará por su diversidad, o bien por su utopismo. A mucha gente le parece incomprensible porqué hacer ahora la Sexta Declaración de la Selva Lacandona (impertinentes) y a otros les parece que los zapatistas tardaron en hacer la propuesta (nos ningunearon). La Sexta desde nuestro punto de vista se empezó a fraguar desde el regreso de la Marcha del color de la Tierra al sureste mexicano. El zapatismo primero impulsó un repliegue importante que lo obligó a centrarse en el trabajo interno que dio como resultado una de las propuestas más avanzadas en el planeta de autonomía y autogestión indígenas.

La Sexta viene cuando pudo y tenía que venir: después de rearticular el proceso autonómico y autogestivo. Primero lo primero pero faltaba lo que faltaba: el desenlace del desafuero. La culminación del proceso contra Andrés Manuel catalizó y aceleró lo que era ya una decisión desde hace años en el zapatismo. El tabasqueño envió a todos a su casa simplemente porque ya no los necesitaba. Se confirmaba su tendencia demagógica de movilizar a la gente cuando sus intereses están en peligro (como su candidatura en el 88, como su candidatura en el 94, como su candidatura en el 2000, como su candidatura en el 2006, todas con enormes movilizaciones…alrededor de él) y desmovilizarla cuando tiene de nuevo la dirección política asegurada. Esperar a que el desafuero se conjurara o se llevara adelante -me parece- tuvo que ser una decisión sensata para tomar el siguiente paso. Y lo tomaron.

Pero lo más importante de todos es que la Sexta viene en otro momento político. Algunos intelectuales, -que no se cansan en decirnos que vamos mal, pero pocos hacen algo para bajar de las alturas de sus cubículos para intentar hacerlo bien- auguran los peligros que siempre tenemos presentes: que si de algún modo las otras declaraciones de la Selva fracasaron, esta volverá a hacerlo. Tal vez si, pero tal vez no. (ojalá y esas voces fueran tan críticas con el poder y con el candidato, como lo son ahora con el zapatismo)

Y el tal vez no, se basa no en un utopismo abstracto. Se basa en que a diferencia de los 90, y a diferencia de cuando los zapatistas regresaron a construir sus caracoles, en estos cuatro años han empezado a surgir nuevos movimientos y sujetos sociales o bien, se han reactivado segmentos de los movimientos tradicionales. La Sexta Declaración reconoce a todos. Así como hay un cambio, débil e incipiente, pero un cambio en la correlación de fuerzas en Latinoamérica y en los movimientos globales, hay una lenta y progresiva oleada de movimientos antisistémicos en México. Yo los agrupo en cuatro tendencias: a) movimientos de base en el sector de los trabajadores (como en el IMSS) y dirigencias progresistas radicalizadas (como en el SME); b) un pequeño movimiento estudiantil y juvenil que de formas de protesta universitaria han transitado a proyectos de organizativos permanentes, con nuevas formas de organización, más horizontales, festivas y permanentes que van desde ocupaciones y cafés autónomos, hasta centros libertarios y radios libres. ( desde radio Bemba en Sonora hasta Radio Plantón en Oaxaca, desde Toma las calles en Chiapas hasta el Chanti Ollìn en la Ciudad de Mèxico) c) un movimiento campesino reactivado y recargado, que con muchas contradicciones y limitaciones también hoy lo vemos luchando y resistiendo ( el campo no aguanta más)y d) una constelación de luchas locales -campesinas e indígenas- que defienden sus recursos y territorios. Una multiplicidad de microresistencias que poco a poco va tratando de tejer una red de resistencias locales(como la Parota o Xochistlahuaca y mucha más).

La diferencia de la Sexta Declaración y la otra campaña no son los zapatistas, sino los movimientos y los sujetos sociales, que junto con el zapatismo y el movimiento indígena podemos empezar a construir un enorme movimiento hacia el mañana.

La otra campaña no es, ni de lejos, una ocurrencia, un berrinche, un manotazo sectario. La otra campaña y la sexta son una propuesta estratégica, de largo aliento, que también actúa en la coyuntura. Una propuesta con debilidades y limitaciones, cierto. Incierta, también es cierto. Pero una estrategia que se basa en algunos parámetros que algunos consideramos, insoslayables:

  • La otra campaña permitirá visibilizar las resistencias, los otros modos, las otras formas. Es en realidad de nuevo, hacer política alrevés: mientras las plazas se llenan de colores partidarios la otra campaña, demostrará que hay múltiples y diversas resistencias. Mientras las banderas y las matracas se agitan la otra campaña hará visible una radio comunitaria aquí, los presos políticos allá. Se harán visibles los que no lo son: los pueblos indios, los jóvenes, los campesinos, las mujeres. Una forma de autonomía aquí, una resistencia obrera allá. Veremos la diversidad pero también la vastedad del movimiento, o mejor dicho de los movimientos.
  • La otra campaña permitirá también comenzar a identificar lo que por años parecía haber sido una sociedad civil amorfa y fluctuante. Miles hemos participado en ese movimiento no tradicional alrededor del zapatismo que en un lento proceso empezará a tomar la forma de un movimiento de movimientos incluyendo a un nuevo zapatismo civil.
  • La otra campaña permitirá la articulación de un segmento importante de los movimientos, asegurando que las luchas y los movimientos trabajemos en el largo plazo, después de la elección, pase lo que pase en ella.
  • La otra campaña permitirá articular a un segmento importante de los movimientos no con una acción o evento coyuntural o bien con una sola forma organizativa sino con un programa que sirva de crisol para las resistencias. El zapatismo intentó todo lo anterior, esta vez intentaremos la construcción del programa nacional de lucha.
  • La otra campaña invierte la relación política tradicional para construir lo que se supone que queremos. En la política tradicional, el votante es objeto, es número adherente de una propuesta construida de antemano. En la otra campaña el participante es sujeto activo en la construcción. Por eso es importante escuchar y no sólo hablar, porque de alguna manera traslada la construcción del programa a las voces de abajo.
  • La otra campaña será un esfuerzo organizativo múltiple y de diversas dimensiones: nos podremos articular en lo local, lo nacional y hasta lo internacional. Se podrá construir un nuevo zapatismo civil, se podrán generar alianzas con el zapatismo, movilizará desde abajo nuestra imaginación y nuestro trabajo. Será un momento de movilización, de comunicación y de organización como nunca desde hace mucho.
  • La Sexta declaración abre una discusión compleja y estratégica pero esencial si los movimientos queremos dar el siguiente paso sobre nuevas formas de hacer política, programa nacional de lucha, anticapitalismo y nueva constituyente.

La Sexta Declaración, desde nuestra opinión, es una iniciativa estratégica que trata de comenzar a construir una correlación de fuerzas distinta que en los próximos años nos permita avanzar hacia el nuevo constituyente. No es una propuesta legaloide o estatalista, es un horizonte de lucha en donde muchos movimientos se enmarcan. Es una propuesta que ya ha empezado a caminar. ¿puede fracasar? Por supuesto. Los nuevos movimientos antisistémicos sabemos que la historia no está escrita y que lo infalible no existe como en su momento quisieron que lo creyéramos la izquierda tradicional.

¿La otra campaña, la sexta declaración, el zapatismo tienen errores, límites o vacíos? Por supuesto. Pero es ahí donde muchos hemos decidido construir, es ahí donde hemos decidido ver hacia el mañana. La otra campaña es un babel, pero estamos intentando buscar a los traductores. ¿La otra campaña no tiene futuro? Eso, hermanos y hermanas, esta por verse.

Enrique Pineda es integrante de jóvenes en resistencia alternativa, sociólogo, obvio adherente de la otra campaña.