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Cronopiando

Nuestra ruina moral y económica

Fuentes: Rebelión

Los trasladaban en camiones, aprovechando las facilidades de la común frontera, hasta descargarlos en los campos de trabajo. Llegaban engañados, confiando en que sus calamidades fueran compensadas con los salarios prometidos para volver, meses más tarde, con la fortuna en los bolsillos de poder anticipar algunos días y de saldar algunas deudas. Y los hacinaban, […]

Los trasladaban en camiones, aprovechando las facilidades de la común frontera, hasta descargarlos en los campos de trabajo.

Llegaban engañados, confiando en que sus calamidades fueran compensadas con los salarios prometidos para volver, meses más tarde, con la fortuna en los bolsillos de poder anticipar algunos días y de saldar algunas deudas.

Y los hacinaban, como si fueran animales, en miserables viviendas levantadas dentro de las fincas de trabajo.

En ningún caso trabajaban menos de diez horas. Ganaban 10 euros al mes, menos de 40 centavos de dólar al día… pero no estoy hablando de haitianos, de picadores de caña, de la frontera dominico-haitiana, de los bateyes, de los infames salarios y las muchas horas de trabajo en torno a la caña de azúcar y su negocio, de la esclavista explotación que existe en la República Dominicana con los braceros haitianos y dominicanos… no, estoy hablando de navarros y portugueses, de la frontera entre el estado español y el portugués, de los cientos de kilómetros en «la camiona» que debían recorrer los afortunados nuevos empleados hasta ser depositados en medio de los campos de uva de la ribera de Navarra.

Estoy hablando de las promesas de algunos hacendados navarros, de Tudela y Arguedas, de salarios y condiciones dignas a portugueses sin empleo, para después abonarles por extenuantes jornadas de trabajo, menos de medio euro diario.

Estoy hablando de la noticia de que siete hacendados navarros han sido denunciados, incluso, detenidos, por «esclavismo».

Aquí, en medio de este mentado y relumbrante «estado de derecho», siete ciudadanos interpretaban a su particular modo y manera, la «globalización», el «desarrollo sostenido y sustentable» y demás zarandajas al uso con que enmascaramos tantas infamias y miserias.

Al fin y al cabo, los empresarios navarros acusados de esclavismo, dirán algunos, se han limitado a poner en práctica las leyes que rigen los mercados, las leyes de la oferta y la demanda. Importaban trabajadores, principal renglón de exportación de ese tercer mundo que, también, pasa por Europa y demás escaparates atlánticos.

Claro que no es el único bien que se exporta desde detrás de los muros que separan a Africa del Estado español, o a Estados Unidos de México, o a Israel del mundo. Oía ayer en un canal de televisión que hay más médicos nigerianos trabajando en Estados Unidos que en Nigeria. Y parecidos destinos han seguido millones de profesionales para los que siempre los muros reservan una puerta.

A pesar de las denuncias que, en este sentido, ha venido haciendo Cuba, para la pretendida legalidad y derecho estadounidense y europeo, las compensaciones por la formación de profesionales, así sean deportivos, sólo son buenas y válidas dentro de las propias fronteras, a este lado del muro.

Bastaría repasar los nombres de los atletas españoles actualmente para confirmar hasta qué punto son frecuentes apellidos tan castizos como Duseayev, Smidakova, Rutherford Latham, Matejkova, Youseff El Nasri, John Rogers, Puskin, Zvevaneskaya o el famosísimo Johan Muehlegg, esquiador alemán que, hace unos cuantos años, disgustado con su federación, mudó de ciudadanía y, poco después, debutaba como olímpico español, portando, incluso, la rojigualda en las Olimpiadas de Invierno de ese entonces. Tras lograr la primera medalla, quien ya era conocido como Juanito, aparecía en cualquier portada de revista comiendo jamón ibérico, o en los canales de televisión tocado de montera y armado de capote. Tras la segunda medalla, a Juanito no le cabían más halagos: «Juanito el Grande», «Juanito el Magnífico». Ciudades y autonomías españolas se disputaban la gloria de nombrarlo hijo adoptivo, ciudadano meritorio, padre ejemplar. Fue elegido paellero del año, rey de la Haba… hasta que al quinto día de competición, Juanito fue descalificado por dopaje y le retiraron las medallas. Nunca se ha vuelto a saber de… Johan Muehlegg.

Pedro J.Ramírez editorializaba entonces en El Mundo sobre la necesidad de que los atletas recuperen «su perdido protagonismo y ellos mismos decidan a quien representar.» O lo que es lo mismo, que los atletas comparen los distintos coloricos de las enseñas nacionales participantes, que cotejen la belleza y diseño de sus uniformes y opten por aquellos que más realcen su figura. Porque, ¿qué otras motivaciones puede tener un atleta nacido en Etiopía para correr enfundado en la camiseta de Francia? ¿Qué otras razones pueden hacer que un ruso se lance a la piscina con un traje de baño rojigualda?

Nunca entendí por qué J. Ramírez no aplicaba tan hermoso principio a las políticas migratorias para que, también, cada ser humano pueda vivir en el país de su preferencia, que cada emigrante elija el desembarco de su gusto. ¿Y no es lo mismo? Pues no: la diferencia es que, entre los balseros marroquíes, no suelen ser muchas las medallas, y se necesitan emigrantes sí, pero olímpicos, cualificados, profesionales y, a ser posible, adocenados.

Y no son sólo esos «recursos humanos» los que logran superar las alturas de los muros migratorios y alcanzar fama y dinero al otro lado.

El llamado tercer mundo, que todo lo debe y lo paga, también es despojado de sus recursos minerales, energéticos, de sus recursos acuíferos y madereros, de todo cuanto tenga un mínimo valor. Hasta de los microbios.

Se denunciaba tras la VIII Reunión sobre Diversidad Biológica en Brasil los saqueos que, en nombre del progreso, llevan a cabo países como Estados Unidos, especialmente, en Africa. Y bastan al respecto, algunos ejemplos de los que recogía el periódico vasco Gara recientemente. Los jeans desteñidos, tan de moda entre los adolescentes, deben su decolorado aspecto a las enzimas de un microbio que se «come» el tono azul de los pantalones. La compañía Genencor, con sus oficinas en Silicon Valley, descubrió a principios de los años noventa ese microbio en el lago keniano de Nakuru. Desde entonces, el gobierno de Kenia trata, inútilmente, de que se le pague parte de las patentes sobre éste y otros microbios.

El Convenio sobre Diversidad Biológica, firmado por más de 180 países, reconoce los derechos de los estados a beneficiarse de la comercialización de sus recursos biológicos, pero las grandes compañías farmacéuticas, cosméticas y biotecnológicas siempre encuentran un espacio abierto en los muros para ir y venir impunemente.

Un informe del Instituto Norteamericano Edmons y el Centro Africano para la Bioseguridad denuncia que la firma Bayer desarrolló su medicamento Glucobay contra la diabetes, a partir de un microbio recogido en el pantano de Ruiru, también en Kenia. El producto le ha generado a Bayer 218 millones de euros pero Kenia no ha recibido un centavo.

En un extenso y documentado reportaje, Joseba Vivanco describía para Gara la hipócrita impunidad con que se maneja el primer mundo y sus compañías, vulnerando, incluso, sus propios acuerdos y leyes. Plantas de Tanzania, como la «impatiens usambarensis» de cuya patente se ha apropiado la firma suiza Syngenta que no paga derechos; productos contra los hongos elaborados con el estiércol de las jirafas de Namibia, en manos de multinacionales que no rinden cuentas a nadie; remedios contra la impotencia sexual basados en semillas del Congo, que hacen millonarias a algunas compañías estadounidenses y europeas, pero que no satisfacen sus deudas, son sólo algunos de los casos denunciados.

Quedan, como remate, todos los organismos crediticios, fondos financieros, bancos y bursátiles emporios, junto con Estados que los amparen, multiplicando las deudas y los deudos de un tercer mundo que ya no se sostiene y que junto a tanta rapiña, debe, además, escuchar y agradecer nuestras civilistas proclamas, nuestros discursos sobre el ético ejercicio de la política, nuestras brillantes propuestas para el desarrollo.

Y sólo una cosa, en verdad efectiva, puede hacer el primer mundo por el tercero, sólo una medida puede adoptar que, realmente, sea útil. Y no hablo de condonar las viejas y las nuevas deudas, no, que se cobre hasta los intereses; y no hablo de aumentar las ayudas en créditos y asistencia, no, que no haya más ayudas; y ni siquiera es preciso que, desde la buena voluntad de tantos, impulsemos la solidaridad con el tercer mundo, no, tampoco es necesario, que no les llegue ninguna donación más.

Lo único que el primer mundo puede hacer por el tercero es seguir extendiendo los muros que ha creado, aumentar sus alturas, hasta separar aún más a América de Estados Unidos, y poner un desierto de distancia entre el sur de Europa y Africa., hasta que no quede en el muro un hueco, un simple resquicio, una sola ranura por la que nadie pueda cruzar al otro lado, pero nadie, ni el vendimiador portugués ni el contratista navarro, ni el cirujano etiope ni el hospital estadounidense, ni el jornalero senegalés ni la multinacional suiza, ni el medallista cubano ni la Federación Española.

Lo único que tenemos que hacer es dejar de una maldita vez en paz al tercer mundo, renunciar al saqueo y al chantaje, al pillaje y la extorsión. Lo único que tenemos que hacer es no hacer nada.

Y así, lejos de nuestro expoliador ejemplo, pueda ese tercer mundo crecer y desarrollarse, con sus propios recursos y sus propios bienes y sus propios microbios, consciente de que por mal que le vaya, en el peor de los casos, siempre estará a tiempo de reeditar nuestra ruina moral y económica.