Parecía que el gris era el color de moda en el Casco Viejo bilbaino, pero al igual que en el campo en primavera, las siete calles se han llenado de colores tan alegres y diversos como la propia imaginación. Pero en las últimas semanas hay un grupo de jóvenes que preocupados por el modelo de […]
Parecía que el gris era el color de moda en el Casco Viejo bilbaino, pero al igual que en el campo en primavera, las siete calles se han llenado de colores tan alegres y diversos como la propia imaginación.
Pero en las últimas semanas hay un grupo de jóvenes que preocupados por el modelo de barrio que se está proyectando han decidido pasar a la acción colectiva y denunciar con ella uno de los males más endémicos de ese modelo: la especulación inmobiliaria. Porque mientras unos pocos tienen todas las facilidades por parte de las instituciones para comprar casas, tenerlas vacías y especular así con su in- cremento de precio en el mercado, otros muchos no consiguen acceder a una vivienda digna.
Este grupo de jóvenes ha ocupado una vivienda que lleva más de diez años vacía, sin ninguna función social que no sea la del beneficio de una persona respetable con suficiente dinero y propiedades privadas como para jugar a encarecer la vida de las personas que tienen que trabajar precariamente para pagar una hipoteca de la que también el banco (o la caja con función social) saca beneficio. Los propios jóvenes han explicado a propietarios especuladores e instituciones con las que se han puesto en contacto que su objetivo es que se le dé un uso al espacio en cuestión. Tampoco parece tanto pedir.
Los jóvenes denuncian también la falta de alternativas culturales y de ocio más allá del consumo, bien sea en tiendas, bares o «super» en los que comprar litros. Eso que de vez en cuando usan los medios de comunicación para rellenar programas cuando ocurre una desgracia, es un fenómeno que tiene que ver con una sociedad basada en la falta de valores. Los jóvenes que han ocupado en el Casco Viejo no echan discursos, ponen en práctica valores como la solidaridad, el compartir, la multiculturalidad o el desarrollo artístico libre. Las instituciones tienen también en esto una responsabilidad que cumplir y hoy por hoy siguen sin ofrecer una red de espacios y de posibilidades suficientes para que los jóvenes sean parte activa, cultural y socialmente de la sociedad en general. Es más profundo que una cuestión de programas, se trata realmente de valores, de los que transmiten los jóvenes que inundan la Plaza Unamuno.
Seguramente vendrá la Policía y por la fuerza defenderá los intereses privados frente a los valores que estos jóvenes están haciendo realidad. Tienen todo de su parte, porque además de las porras tienen las leyes, los medios de comunicación y los políticos preocupados por el orden social y la imagen de la ciudad. Para eso sirven los desalojos: para poner las cosas en su sitio, para que no cambien las cosas y así quienes más tienen sigan acumulando sin problemas y quienes menos tengan sigan dejándose la vida en intentar pagar algo que la mismísima Constitución define como un derecho de la ciudadanía. En esto de los derechos, los jueces lo suelen tener claro: frente al derecho a una vivienda digna está el de la propiedad privada y éste sí que es algo sagrado e irrenunciable desde cualquier punto de vista. Por eso el camino va a ser largo y aunque nos echen de muchos espacios iremos recuperando muchos más, en eso sí que somos tozudos y tozudas.
Pero los jóvenes están demostrando que cuando recuperan espacios ocupando propiedades públicas y privadas en desuso (exceptuando la especulación que no contribuye al bien común), tienen iniciativa y motivación para autoorganizarse y dinamizar kalejiras por las calles, espectáculos malabares gratuitos, teatro para niños y niñas de todos los colores, charlas, debates y proyecciones sobre temas sociales tan diversos como el modelo de desarrollo que impone el tren de alta velocidad o las consecuencias que sobre los y las iraquís tiene la ocupación de su país. Ninguna inmobiliaria puede contar según los metros cuadrados todo lo que cabe en un centro social ocupado. Ningún policía puede detener la cascada de ideas, proyectos e ilusiones que se crean y recrean en un espacio recuperado para la acción colectiva como este. Ningún juez en su sano juicio puede declarar culpable a un joven que ejercita un derecho que el sistema se encarga de negar a miles de jóvenes.
A Ignacio del Valle, al resto de detenidos en la brutal intervención policial de San Salvador Atenco (México) y por supuesto a Javier Cortés Santiago, joven de catorce años que asesinó la policía en el mismo operativo, les gustará saber que hay un nuevo espacio liberado en Bilbao. Como nosotros conocimos su lucha por defender la tierra, su modo de vida y sus valores frente a un megaproyecto insostenible desde el punto de vista ecológico de construir un aeropuerto que acababa con los últimos recursos acuíferos de México DF, habrá que intentar que conozcan las nuestras por defender el derecho a la vivienda, a la cultura, por defender el euskara y un modelo de sociedad más justo e igualitario. Este es a mi entender el quehacer fundamental del internacionalismo.
Desde los balcones del nuevo gaztetxe de Bilbo se aprecia mejor el colorido del Casco Viejo y desde el barrio nos toca transmitir esos colores al interior del gaztetxe para que ni en uno ni en otro sea el gris cemento el color que predomine.
Imanol Telleria – Komite Internazionalistak