La izquierda sabe que todas las batallas culturales, sociales y políticas, por muy locales que a primera vista parezcan, siempre se libran y tienen repercusiones a escala mundial. El internacionalismo ha sido un valor y campo de análisis de referencia de la izquierda plural que ha optado por la transformación profunda de las estructuras capitalistas […]
La izquierda sabe que todas las batallas culturales, sociales y políticas, por muy locales que a primera vista parezcan, siempre se libran y tienen repercusiones a escala mundial. El internacionalismo ha sido un valor y campo de análisis de referencia de la izquierda plural que ha optado por la transformación profunda de las estructuras capitalistas y que aún preconiza que otro mundo es posible. La globalización de ahora mismo no es más que un eufemismo inventado por las elites financieras y multinacionales para solapar su interés de clase dominante.
Pese a lo antedicho, a veces es muy útil intentar atrapar lo que acaece en pequeños ámbitos geográficos para así extraer consecuencias más accesibles al estudio general del movimiento complejo de trabajadores en diferentes estadios de desarrollo y de autoconciencia como factor protagonista de los avatares que se suceden en la vida cotidiana como parte de un todo muy difícil de aprehender a la velocidad que imponen los tiempos actuales.
España puede ser una excelente piedra de toque para abordar de manera telegráfica el propósito que nos ocupa.
Muere Franco
Cuando murió el dictador Franco en 1975, el espacio de la izquierda revolucionaria estaba ocupado en su totalidad por el Partido Comunista de España (PCE), un referente con cuadros y militantes tanto en el exilio como en el movimiento obrero y universitario del interior. Como bien se decía en aquella época, el Partido Socialista (PSOE) era una formación con 100 años de historia de los cuales había pasado ¡4 décadas! de vacaciones, precisamente los años de la dictadura franquista. Ese reconocimiento a la labor de los comunistas españoles y simpatizantes con carnet o sin él era generalizado.
Daba la sensación de que retomar los impulsos revolucionarios anteriores a la guerra civil era muy factible, pero las sorpresas negativas no se hicieron esperar. El PCE había apostado con generosidad por la reconciliación nacional desde 1956, se sentía fuerte y creía liderar los movimientos de masas clásicos y emergentes. Su postura era inequívoca, ruptura democrática con la situación política precedente. En este camino contaba con un sindicato de nuevo cuño hecho en la cárcel, en la calle y en el tajo, las Comisiones Obreras (CCOO), y con la presunción de inocencia no contaminada de egoísmos ni envidias del PSOE y de sus bases enraizadas en las doctrinas de su dirigente histórico Pablo Iglesias. Pero en el PSOE había dos tendencias contradictorias, las bases tradicionales que buscaban y entendían la colaboración con los hermanos de clase comunistas, y los cuadros jóvenes de extracción universitaria vinculados a las soluciones socialdemócratas, parlamentarias y moderadas de la Europa de entonces. El PSOE cooptaba claramente con el bloque pequeño burgués y las derechas templadas y residuales por la reforma política, el ir pasito a pasito siguiendo la estela de los profesionales liberales y de la clase media en pos de una democracia recortada al estilo europeo y norteamericano. Para ello contó con una ayuda inestimable, la Unión General de Trabajadores, su sindicato filial, que realizó un trabajo ímprobo para achicar y reconducir las reivindicaciones obreras a una simple gestión de los conflictos entrando en disputa constante con las posturas sindicales de CCOO. La división de clase estaba servida.
Ruptura no, reforma sí
El camino de la reforma política dio los frutos apetecidos, en las primeras elecciones parlamentarias ganaron las derechas y el PSOE se situó como alternativa indiscutible para la fachada democrática que se estaba edificando. El PCE cosechó unos resultados pobres que no cubrieron las expectativas históricas que le correspondían por presencia y acción política.
Día a día, decreto a decreto y declaración a declaración, la situación general iba y venía dentro de parámetros aceptables para los poderes fácticos y las expresiones políticas hegemónicas. No obstante, los techos establecidos se veían superados por la realidad social. La reforma era estrecha, las estructuras administrativas, laborales y militares no acogían como debieran a las inquietudes de autogobierno político, de libertad transformadora y de nostalgia regresiva que se agitaban en la renovada España que amanecía cada mañana.
La derecha más moderna y dialogante se reunió alrededor del presidente Suárez. Los militares, la oligarquía y algunas adherencias civiles del posfranquismo pensaban que se estaba yendo muy lejos en la aventura democrática; el movimiento obrero que reivindicaba un cambio radical presionaba por la izquierda, más democracia real, más libertad social… Un gobierno de concentración de amplio espectro, con ministros comunistas o con apoyo parlamentario del PCE, hubiera representado fielmente esa inmensa mayoría que deseaba enterrar para siempre privilegios, desigualdades y democracia burguesa dirigida. Suárez y el PCE así lo entendieron; el PSOE, la burguesía y el progresismo anticomunista no, su jugada en el tablero político era otra, cuanto peor se pusieran las cosas, su alternativa sería más apetecible. Y sucedió que el peor de los escenarios posibles para la inmensa mayoría se hizo real, el golpe militar de 1981. La derecha se agrupó, el PSOE se derechizó y el PCE empezó a perder terreno como fuerza política representativa de las masas trabajadoras. El mensaje era claro, todo lo que no se incluyera en el bipartidismo sería declarado radical, maximalista, antidemocrático y ahistórico.
Cambio de imagen
En las siguientes elecciones, el caldo de cultivo social y los apoyos mediáticos y financieros entraron en liza descaradamente a favor del cambio de imagen hacia el PSOE. Ganó Felipe González, venció la izquierda domesticada y triunfó el sistema parlamentario de ahora tú, luego yo, para que todo siga igual.
Con la izquierda nominal en el poder, el movimiento obrero entró en una fase de esperar para nada (¿reivindicar con un gobierno de izquierdas?) y de desencanto generalizado. En el PCE, las convulsiones internas anticipaban un derribo gradual de su proyecto político. Mientras la izquierda revolucionaria se desgarraba en querellas ideológicas hubo todavía un momento de especial trascendencia, la coalición poselectoral de PSOE y PCE en la mayoría de municipios españoles. Al calor de esa colaboración nacieron movimientos y asociaciones diversas en los que se resituaron muchos cuadros comunistas y otros provenientes de distintas esferas sociales y vecinales. El PCE como tal, acosado por sus raquíticos resultados electorales y por los prejuicios comunistas vertidos por los medios de comunicación, empezaba a ver en los movimientos sociales una tabla de salvación y enganche a la nueva realidad que asomaba. Además, por medio de ellos podía criticar las actuaciones del gobierno socialista sin ser acusado de sectarismo de izquierdas. Era la sociedad espontáneamente la que pedía, no el PCE. El PCE renunció a su liderazgo por cuestiones tácticas, entregándose al activismo solidario y enajenando la dirección social a representantes independientes que convirtieron los movimientos y asociaciones en grupos de presión dentro de la órbita del PSOE.
La principal labor gubernamental del PSOE fue instalar la modernidad burguesa copiada de la socialdemocracia alemana. Hizo ley de una realidad ya mayoritaria, el divorcio, y legalizó un aborto restringido en el que quedaban fuera casi el 90% de los casos reales, los que obligaban a las mujeres a interrumpir sus embarazos por causas económicas. Lo social fue el pedigrí progresista que dio barniz de izquierda a la gestión de González. Dos eventos de alcance internacional aumentaron el prestigio de España (el primer intento de convertir España en marca, que tiempo después fue utilizado con obscenidad por Aznar), los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, ambos en 1992.
Pero donde la ideología profunda del PSOE de González se quitó la careta progresista y rindió dividendos cuantiosos a la España burguesa, a la Europa parlamentaria y al Occidente capitalista fue en la reconversión industrial salvaje a espaldas de los trabajadores y en la entrada como socio en la alianza militar de la OTAN. El trabajo de modernización de España estaba ultimado; España recibía la acreditación como país capitalista de pleno derecho. Con fondos públicos, el PSOE nos había modernizado… por las antípodas del cambio preconizado, la derecha de toda la vida. A la izquierda del PSOE empezaba a no quedar nada o casi nada. El trabajo de la socialdemocracia había sido ejemplar, con la guinda de regalo de la corrupción incluida para demonizar aún más la aversión de la sociedad hacia la práctica política, si todos son iguales qué más da a quien votemos.
En ese tiempo de decadencia del PSOE, dos trayectorias dispares rivalizaron en el PCE. Por una parte la de los que pensaban que había que reforzar al PSOE por su ala izquierda continuando la línea de colaboración de siempre con los postulados históricos de las bases socialistas. Estaban liderados por el exsecretario general, Santiago Carrillo. Muchos de los dirigentes de esta tendencia son hoy parlamentarios o cuadros del PSOE. El grupo mayoritario se quedó con la siglas PCE y formó con la izquierda extraparlamentaria y movimientos sectoriales y personalistas una coalición multisensibilidad, Izquierda Unida. Su líderazgo recayó en Julio Anguita.
La España de Aznar
El triunfo de Aznar significó el retorno de la derecha pura a dura a las instancias gubernamentales sin que la izquierda transformadora hubiera estado en el poder desde la restauración de la democracia parlamentaria. La derecha se encontró en el paraíso terrenal: una sociedad muda, sindicatos a la defensiva, un mercado flexible ávido de consumo y una izquierda sin norte (sin marxismo, sin raíces y sin estrategia). Y además, una izquierda que competía entre sí, dejando en bandeja de plata la iniciativa social y política a la derecha más rancia que se había rearmado en la oposición con sus valores intrínsecos consustanciales: familia, cristianismo y propiedad privada. A los sindicatos, con el movimiento obrero maltrecho y los trabajadores pensando más en el sálvese quien pueda que en reivindicar mejoras sociales, sólo les quedaba una puerta entreabierta, pactar por arriba en condiciones de debilidad manifiesta porque por abajo el silencio era elocuente. La izquierda había perdido su base social. Resultaba evidente.
Con Aznar, España regresó a los valores fuertes de la derecha tradicional y pronorteamericana. Socialmente hablando, con la gran masa tomando el sol en las playas y defendiendo a muerte su privacidad insolidaria, el Partido Popular colonizó el discurso mediático, haciendo de lo público y colectivo una antigualla de ideas radicales anteriores al fin de la historia idílica que estaban construyendo en beneficio de todos el amigo americano y los políticos profesionales de turno. En sentido estricto, Aznar y sus acólitos nunca tuvieron una política de gobierno, simplemente gestionaron el sopor patológico en el que el PSOE había sumido al pueblo español.
Izquierda Unida, por su parte, anduvo a la deriva. Sus prejuicios antiPSOE hicieron que las veleidades pactistas afloraran en su seno. La ecuación parecía lógica, si los sindicatos llegaban a acuerdos con la patronal, ¿por qué no pactar con la derecha? Era una manera de salir del anonimato e intentar incidir positivamente en la administración del día a día. Los callejones sin salida suelen conducir a soluciones de salto adelante no suficientemente elaboradas. Izquierda Unida ya no tenía discurso propio y más se asemejaba a un grupo de mensajes radicalizados y pseudoizquierdistas que a una formación política con estrategia coherente y raíces profundas en la sociedad de su tiempo. Los restos del naufragio siguen ahí, esperando que la Historia los rescate del olvido y les haga justicia en el panteón de los muertos ilustres.
Los modos de capataz insolente de Aznar y los suyos, la guerra de Irak, la inestabilidad laboral y el hartazgo de propaganda falaz protagonizados por la derecha auparon otra vez al poder al PSOE. Detrás de la victoria socialista destacan los errores graves de Aznar y el cansancio de una sociedad insegura de sí misma. La izquierda parlamentaria vivó la etapa Aznar completamente secuestrada y sin capacidad de maniobra. Sus críticas eran puntuales y en ningún momento plantearon una visión de conjunto diferente a los postulados de la derecha. Situación lógica porque la izquierda española se movía y todavía se mueve en las manifestaciones anecdóticas y superficiales de la realidad social y no en datos objetivos que avalen su estrategia. Tanto PSOE como Izquierda Unida son fenómenos incrustados en lo que se viene llamando opinión pública, son parte de ella, y no expresión real de movimientos sociales que reivindican otro mundo posible, otra sociedad con valores diferentes y solidarios.
Vuelve el PSOE
El PSOE repite en el gobierno de España. El estreno de Rodríguez Zapatero guarda muchas similitudes con el de González, empezar por lo fácil, la ley de matrimonios homosexuales, ahí los gritos estridentes de la derecha recalcitrante se van apagando poco a poco porque no tocan sus intereses reales… Otras decisiones ambivalentes han sido retirarnos con publicidad de Irak pero siguiendo con el comercio opaco de armas con Israel; amenazando con buenas palabras a Bolivia en defensa de los beneficios de Repsol, no de los españoles, dígase lo que se diga; aprobando una ley de educación que mantiene intacto el poder de la Iglesia católica en el sector (con moratoria de buen rollo para aplacar los ánimos y negociar entre bastidores); apañando una reforma laboral costeada con transferencia de dinero público a las empresas para conseguir más contratos indefinidos, esto es, que los trabajadores vamos a pagar de nuestros bolsillos exhaustos la deferencia de estabilizar nuestras relaciones de trabajo, y además, alargando el período de cotización a la Seguridad Social para poder acceder a una pensión de jubilación… Demasiados tics ambiguos para un futuro incierto, más si cabe teniendo en cuenta que a partir de 2007 España será contribuyente neto de la Unión Europea, es decir, que en vez de recibir fondos comunitarios, como hasta ahora, entraremos en el selecto club de los socios ricos. ¿Adónde irán a parar los mitos del crecimiento económico, del déficit cero e incluso del superávit actual?
En el último debate de la nación ninguno de los asuntos expuestos ha obtenido respuesta política. La España oficial está en otra cosa, los estatutos de autonomía, un campo de actuación que no aborda cambios estructurales ni participación efectiva de la ciudadanía en su propio autogobierno. El diálogo se ha centrado en ficciones nominalistas forzadas a propósito (nación, realidad nacional y otras minucias técnicas y semánticas alejadas de la problemática real de la calle) y en un trasvase de recursos fiscales eludiendo el fondo de la cuestión, ¿más o menos recursos públicos?, recursos públicos ¿para qué y para quiénes? En esta puesta de escena oficial, Izquierda Unida ha dado de sí todo lo que puede esperarse de ella: nos ha hablado literalmente de El Señor de los Anillos, de Harry Potter, de Ken Loach y de Pedro Almodóvar… Izquierda Unida con su discurso estético y alternativo de vaqueros rotos y litrona de colega guay ya forma parte honoris causa de la gauche divine. ¡Larga vida a lo que tiene que venir! Pero esto ya es tema para una reflexión más profunda y colectiva. En ello estamos.