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Se acabó la transición ¡Viva Franco!

Fuentes: Insurgente

Tras muchos años de fiebre democrática , durante los cuales centenares de partidos políticos se inscribieron en las dependencias del Ministerio del Interior (heredero directo del de la Gobernación que tan eficazmente dirigieron torturadores como Blas Pérez, Alonso Vega, Garicano Goñi o el mismo Fraga), y el de Justicia (por el que pasaron delincuentes como […]

Tras muchos años de fiebre democrática , durante los cuales centenares de partidos políticos se inscribieron en las dependencias del Ministerio del Interior (heredero directo del de la Gobernación que tan eficazmente dirigieron torturadores como Blas Pérez, Alonso Vega, Garicano Goñi o el mismo Fraga), y el de Justicia (por el que pasaron delincuentes como Esteban Bilbao o Raimundo Fernández-Cuesta), hemos llegado al siglo XXI sin que ni uno sólo de esos franquistas, expertos en todo tipo de arbitrariedades, tuviera que darse una vuelta por un juzgado algo democrático para responder por sus crímenes ante los tribunales.

No debe extrañarnos, ya que expertos en leyes de la categoría de Baltasar Garzón o Grande Marlaska, aprovechan alborozados los tímidos pasos que otras democracias consentidas en Argentina, Chile o Uruguay, han dado en el terreno de la investigación sobre los involucrados en los miles de casos por asesinato y desapariciones, para solicitar la extradición de canallas y torturadores de la misma calaña que los citados más arriba, con la diferencia de que los años que median entre esa petición oficial y el final de alguna de esas dictaduras, similares a la sufrida por España, son muchos menos que los que han pasado desde la muerte del genocida Francisco Franco hasta nuestros días. Hasta en ello, presidentes como Kirschner ha dado lecciones de dignidad al gobierno español, enfrentándose públicamente a las huestes de Videla. En cambio, otros, como la chilena Bachelet, prefieren la vía Zapatero: palmaditas al dictador y hoteles de lujo a los asesinos de Salvador Allende, Orlando Letelier o Víctor Jara.

Esos jueces, megalómanos hasta la histeria, vergüenza nacional del tamaño de la losa que cubre la tumba del Caudillo, oprobio para cualquier estudiante de leyes, tratan de lavar, aclarar y centrifugar su conciencia, buscando en Latinoamérica a algunos de los responsables de tanta sangre inocente, de tanta vesania, argumentando en su defensa (siempre entre amigos) que en España, los sucesivos gobiernos que hubo desde el famoso estreno de la Constitución, jamás osaron dictar leyes contra cualquier miembro destacado del régimen franquista, demostrando de forma subliminal que el consenso parido, de un lado por el entonces Príncipe de las Tinieblas, los falangistas, el empresariado y la Banca, y por el otro, el poderoso PCE de 1977 más el resto de las fuerzas políticas (desde el PSOE a AP. incluyendo a los nacionalistas del PNV y ERC) contenía, en sus apéndices más secretos, la traición más repugnante para con todos aquellos españoles y extranjeros que, desde 1936, lucharon durante la sublevación de las fuerzas de la derecha más reaccionaria. Letra pequeña a la que tuvieron acceso únicamente Carrillo, González, Fraga y Suárez.

En 1939, los nazionales vibraban de alegría, apoyados por la neutralidad norteamericana, británica y francesa, que negó todo tipo de ayuda al legítimo gobierno de la II República, mientras únicamente Stalin avisaba de las gravísimas consecuencias que tendría para Europa esa actitud ambigua para con un fascista como Franco. Luego, la II Guerra Mundial dio la razón al hoy vilipendiado mandatario soviético. Murieron de más de veinte millones de personas.

Tras la victoria de la incultura, la venganza y el odio, el clasismo y la hipocresía, la Iglesia española, bendecida por Pío XII, (otro Papa siniestro), elevaba sus preces por los asesinos, que alegres y joviales celebraban todo tipo de funerales, eso sí, previa confesión de los condenados que, a lo mejor, si Dios era bondadoso, no terminaban en el infierno por haber apoyado a La Pasionaria. Los paredones se tiñeron de sangre democrática. Las prisiones, de dolor y lágrimas arrancadas a la poesía, a la razón.

¡¡ Setenta años después de aquellos crímenes ¡¡… el gobierno de Zapatero, que se topó con poder por culpa de las torpes mentiras del terrorista Aznar y por el ansia de venganza que caracteriza a los dirigentes del PP, mantuvo varias reuniones (eso sí, más que discretas) no sólo con los dobermans de la calle Génova, sino con algunos de los más destacados miembros de las Fuerzas Armadas, para asegurarles algunas cosas y… pedirles, humildemente, otras más llevaderas.

Por ejemplo, podemos suponer sin temor a equivocarnos, que ese alumno de Franco, llamado Juan Carlos de Borbón, estuvo presente en alguna de esas cenas intimas, junto a ZP y Maria Teresa (la señorita Pepis del PSOE) para intercambiar peticiones. Imaginemos a José Luis, con su atractivo característico a lo Mister Bean (perdona, Rowan Atkinson) suplicaría al Jefazo del Ejército que le dejara sacar de Irak a los mil quinientos soldaditos españoles, soldaditos valientes, e incluso a algún novio de la muerte con su cabra a cuestas, con la promesa de mandarlos a otro lugar menos incómodo, donde podrían servir a Bush en lo que este ordenara. Y así, los aguerridos mercenarios del ejército español (que son eso y nada más) se fueron a Haití para vigilar a unos cuantos millones de pobres, que todavía ansían el regreso de Aristide.

Pocos meses después de su estreno en la Moncloa, ZP regresa a Palacio y en otro de esos ágapes informa a su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos… ( ¡ huy, perdón ¡, qué resbalón acabo de dar). ¡ Ejem ¡… decía que, en otra de esas cenas, ZP anuncia discretisimamente que ha de iniciar conversaciones con los asesinos de ETA porque acaban de proclamar una tregua sine die . Hay que aprovechar el momento.

-Es la oportunidad, alteza – suplica ZP, mientras Bono juega en el jardín con un tanque de juguete.

-¿Y qué les damos al PP a cambio? – musita el monarca con su perspicacia habitual.

Es cuando Maria Teresa rompe el silencio y demuestra su coraje, diciendo:

-Alteza, primero detenemos a todos los vascos que podamos, porque Marlaska y Garzón ya están hartos de buscar Pinochetitos en Latinoamérica. Luego, pagamos a unos cuantos empresarios como Polanco para que nos jaleen en sus medios como valientes portadores de la ansiada paz definitiva en las Vascongadas , y para rematar la jugada, por aquello de aparentar, le indicamos a Borrell que haga un poco el paripé condenando el franquismo en el Parlamento Europeo (en el nuestro, ni hablar) y aquí no ha pasado nada. Mantenemos la ley de partidos, los etarras abandonan, sus amigos abertzales van a la trena y los ex combatientes republicanos y sus familias, que están dando la paliza hace años, se van muriendo de asco.

Interviene ZP y sugiere:

-Bien, pero yo, para dar un golpe de efecto, tengo que decir algo contra la guerra, y reservarme la negativa para lo de la misa del Papa, así que vas tú Maritere, que a las chicas os da menos vergüenza. Mira tu amiga Rosa Aguilar, la comunista de Córdoba, qué mona luce ella con mantilla en la procesión de Semana Santa. Y la gente encantada con ella.

Y así se llegamos al mazazo final, Aquí no hay happy end , como en las películas comerciales, no. A los postres, tras haber decidido que el franquismo no puede ser condenado públicamente, que los que combatieron por la libertad son hoy culpables por haberse opuesto al Caudillo, que por ello no merecen otra cosa que conmiseración y unos pocos euros, se llega al Alzamiento de las copas de champán. Es el momento en el que se oye el grito real:

-Se acabó la transición: ¡ Viva Franco ¡

Y se escuchan unas voces que susurran: Viva, viva, qué remedio…

Mientras tanto, por los campos, lomas y barrancos de media España se van abriendo algunas fosas comunes, salen de la tierra centenares de muertos, cadáveres de combatientes con señales de haber sido torturados hasta lo indecible, victimas de la barbarie franquista, del odio falangista, de la traición abominable de los llamados partidos cristianos.

Los pocos supervivientes a la masacre, y los familiares que aún sobreviven, no quieren para los muertos otra cosa que justicia. Reivindicación. Reconocimiento a su heroísmo. Ni siquiera eso son capaces de entregarles. Es el colmo de la maldad, la cima de la venganza más rastrera, de la cobardía más miserable.

Como dice Campanades a Mort la canción de Lluis Llach:

Asesinos, asesinos,
Asesinos de razones y de vidas.
Que jamás tengáis descanso
El resto de vuestros días,
Y que a la hora de la muerte
Os persiga su recuerdo.