Entre 1953 y 1958, Fidel encabezó un movimiento de rebeldía dirigido contra todo el sistema de dominación que existía en Cuba, aunque su fin inmediato era derrocar a la dictadura. El pensamiento expresado en «La historia me absolverá» y los ideales y la estrategia del Movimiento 26 de Julio fueron la opción de liberación para […]
Entre 1953 y 1958, Fidel encabezó un movimiento de rebeldía dirigido contra todo el sistema de dominación que existía en Cuba, aunque su fin inmediato era derrocar a la dictadura. El pensamiento expresado en «La historia me absolverá» y los ideales y la estrategia del Movimiento 26 de Julio fueron la opción de liberación para la sociedad cubana en esos años. Hoy se celebra su grandeza, pero es bueno recordar que tuvo que ser creativo, ir contra todo lo que se consideraba posible en la política cubana, e incluso contra el sentido común. Fidel y sus compañeros también tuvieron que enfrentarse a lo que el Che llamó «dogmas revolucionarios», en su Diario de Bolivia, el 26 de julio de 1967. La victoria de 1959 fue convertida en liberación nacional y social por la unión de una vanguardia que supo utilizar el poder revolucionario y un pueblo que multiplicó una y otra vez su actividad y su conciencia, y se volvió capaz de transformarse a sí mismo y a la sociedad.
La revolución cubana provocó un avance extraordinario del pensamiento de izquierda, porque lo puso ante la opción de luchar por los ideales de cambio total de la vida y no sólo por reformas, de confiar en las capacidades del pueblo, y no en sectores de las clases dominantes. Probó su razón mediante sus prácticas, pero también expuso nuevas ideas, y recuperó otras de la mejor tradición revolucionaria. Fidel y el Che pusieron el socialismo y el marxismo en español desde la América Latina, y lo hicieron antimperialista e internacionalista; asumieron la profunda propuesta revolucionaria de José Martí, crítica a la vez del colonialismo y de la modernidad; e hicieron natural que los problemas sociales principales fueran problemas fundamentales para el pensamiento.
Medio siglo después del Granma, la situación latinoamericana y mundial es muy diferente, pero algunas cuestiones esenciales siguen en pie. El imperialismo está más centralizado que nunca, en lo económico, lo militar y lo cultural. Su gran capital es hoy un monstruo especulativo que vive del tributo y la ventaja, ha abolido su propia competencia, y es tan antihumano que le resultan sobrantes gran parte de los trabajadores y de la población del mundo. Creció y vivió del crimen colosal del colonialismo, maduró a través del neocolonialismo, pero hoy está tratando de liquidar ese producto suyo en una empresa criminal de recolonización a escala mundial. Ya su dominación no admite más la soberanía de las naciones ni la autodeterminación de los pueblos, suprime hasta la idea de desarrollo del que llamaron Tercer Mundo y descarta su propia idea de progreso. En pleno siglo XXI, vuelve a cometer genocidio contra pueblos y ocupar países, para controlar recursos naturales y poder mundial.
Al capitalismo le costó siglo y medio llevar a la práctica el sistema político democrático, y lo ha desgastado en sólo medio siglo. Reina de manera totalitaria sobre la información, la opinión pública y una parte del gusto de las personas, en busca de prevenir las rebeldías, lograr el consenso de todos, incluso de los excluidos, homogeneizar las ideas y los sentimientos, igualar los sueños. Puestos bajo su dominio, los logros inmensos de las ciencias y las técnicas, el potencial incomparable de bienestar y riqueza para todos que ya existe, no están al servicio de la humanidad, sino de la ganancia. Y el planeta mismo en que vivimos peligra, porque la idea errónea de conquista de la naturaleza por el ser humano ha dado paso hoy a una depredación del medio en que vivimos. Más allá del horror escandaloso de las pandemias, el hambre, simple y vulgar, es el mal más universal, y la acusación más descarnada al egoísmo, el afán de lucro y el poder que anhela ser imperial.
El pensamiento de izquierda ha sufrido una crisis prolongada, al menos por tres hechos: como advertía Fidel en la ONU en 1979, la gran mayoría de los países subdesarrollados no pudo hacer congruente su independencia y sus expectativas con el desarrollo de sus potencialidades y el bienestar de sus pueblos; el nuevo dominio del gran capital expoliador sobre América Latina se consumó, quebrantando el alto nivel de cultura política y social de este continente mediante las represiones y el genocidio; y el final bochornoso del llamado socialismo real desprestigió la idea de socialismo, liquidó la bipolaridad, esparció el derrotismo y envalentonó al imperialismo.
Pero la capacidad de resistencia y la cultura de rebeldía social y política acumulada por cientos de millones de personas durante el siglo XX están dando frutos en el siglo que comienza. Desde una gran diversidad de identidades, ideas y demandas, movidos por la necesidad y la conciencia, los movimientos populares actuales van encontrando un denominador común: el antimperialismo.
En nuestra América se extiende una ofensiva de los pueblos, que apelan a sus propias formas de movilización y organización, y también al espacio electoral que les abrió la etapa de democracias espurias con miseria generalizada, para adquirir poder sobre su entorno o encomendar sus países a mejores mandatarios. En Venezuela, el poder popular de la revolución bolivariana ha dado un vuelco a la correlación de fuerzas. Sin abolir las reglas de juego del sistema, conducida por el genio de Hugo Chávez, redistribuye la gran riqueza nacional y saca al pueblo de la indigencia, lo apodera de su dignidad y su soberanía y lanza al mundo una propuesta nueva.
Evo Morales y el pueblo boliviano están construyendo otro poder popular, rescatando sus recursos naturales y sobre todo sus seres humanos, que comienzan a crear su propio futuro. El ALBA significa, al fin, una alternativa viable de integración regional, porque la respaldan voluntades políticas soberanas y que ponen las economías al servicio de los pueblos.
Se abre con la ofensiva de los pueblos una nueva etapa latinoamericana. El optimismo y la esperanza que avanzan hoy están enterrando la inercia y la derrota, y multiplicando la fuerza y el potencial de cambio a favor de la gente y de la creación de sociedades nuevas. El pensamiento opuesto a la dominación -que tiene una riqueza y una acumulación realmente notables — no alcanza, sin embargo, todavía a proveer planteamientos, preguntas y proyectos capaces de satisfacer las exigencias de radicalidad, pertinencia y originalidad que hace la nueva coyuntura.
Cuba desempeñó un papel extraordinario durante los años más oscuros, porque sobrevivió a la más dura crisis sin renunciar al socialismo, sin entregar sus asombrosas conquistas sociales, ni su soberanía frente a la agresión sistemática del imperialismo norteamericano, con una política totalmente opuesta a las recetas neoliberales y a la formación de grupos privilegiados protoburgueses, con sólidas políticas de combate a las desigualdades en el modo de vida y en las oportunidades. Siguió siendo, como dijo Fidel en 1987, «una especie de venganza moral para los oprimidos en este mundo». Pero no se limitó a serlo. Cuba mantuvo en alto con su actuación las banderas de la solidaridad internacionalista, defendió todas las causas justas y denunció a los imperialistas en todos los foros.
Fidel ha sido el protagonista de todas esas batallas. Siempre con la estrategia victoriosa de mantener una absoluta comunión con el pueblo, condujo al país con firmeza de principios y tácticas muy sagaces durante la crisis, la recuperación y la reinserción internacional de estos 15 años, mantuvo y desarrolló el internacionalismo cubano, y puso su fama y su prestigio al servicio de la defensa y la divulgación de las ideas más avanzadas en cuanto a los derechos de los pueblos a la vida digna, el bienestar y la soberanía, y a la sobrevivencia del planeta en que vivimos, y al servicio del antimperialismo más radical, enfrentado decididamente a los que intentan ser los amos del mundo. Siguió fiel, en síntesis, a su afirmación de 1970: «No queremos construir un paraíso en la falda de un volcán».
No cabe desarrollar aquí cómo Fidel ha analizado con hondura y expuesto los problemas fundamentales del mundo actual, sus dilemas tremendos y sus perspectivas. Agrego al menos que ha sido maestro de la relación entre la ética y la política, ha asegurado la fe en las ideas y las convicciones revolucionarias, ha sido la voz de los sin voz y ha demostrado que es posible andar los caminos de la liberación. Llevar la salud a los que el sistema sumió en la indefensión, de Guatemala a Pakistán, constituye también un llamado revolucionario a las ideas. No sólo se salvan vidas y se devuelve la visión. Millones aprenden que está a nuestro alcance ver y vivir, si se actúa en un plano de hermandad; a no ser objeto de limosnas, sino sujetos de unas prácticas que hacen crecer a los humildes, y les demuestran que se puede comenzar a cambiar, y asumir metas más ambiciosos para sus vidas y sus sociedades.
Están creando las capacidades, las fuerzas y las motivaciones que pueden llevarlos a la construcción de poderes populares. El problema teórico crucial del poder popular se hace más tangible si lo convertimos en un problema de pensamiento para millones. Lo mismo ocurrirá con las estrategias de modificación de la vida a favor de las mayorías, con la asunción de las diversidades como la riqueza social que son, con los problemas del desarrollo de movimientos populares, de nuevas formas de hacer política y organizaciones políticas al servicio de la liberación, de la integración latinoamericana.
Casi medio siglo ha pasado desde aquel día -en medio de la mayor ofensiva de la tiranía contra la Sierra Maestra- en que Fidel le escribía a Celia que luchar contra el imperialismo sería su destino verdadero. Seguramente no sabía entonces que iba a cumplir con creces ese compromiso, que crearía con su pueblo una experiencia formidable de liberación latinoamericana y un baluarte de la revolución mundial, y que haría una contribución extraordinaria a las ideas revolucionarias. La forma más válida de rendirle homenaje por todas esas tareas suyas es fortalecer y profundizar la experiencia y el baluarte socialista, la lucha antimperialista, y volvernos capaces de identificar y plantear bien los problemas actuales y del proyecto, es decir, desarrollar el pensamiento revolucionario.