La Revolución Cubana ha triunfado al menos tres veces. Su primera victoria fue, obviamente, el derrocamiento de la dictadura de Batista en 1959, uno de los grandes hitos de la historia del siglo XX. La segunda, la superación, a principios de los noventa, del denominado «período especial»; una segunda victoria que fue también la ratificación […]
La Revolución Cubana ha triunfado al menos tres veces. Su primera victoria fue, obviamente, el derrocamiento de la dictadura de Batista en 1959, uno de los grandes hitos de la historia del siglo XX. La segunda, la superación, a principios de los noventa, del denominado «período especial»; una segunda victoria que fue también la ratificación de la primera, pues solo un pueblo sólidamente cohesionado por la fraternidad revolucionaria podía afrontar, sin el apoyo de la desmembrada Unión Soviética, las durísimas condiciones impuestas por el bloqueo estadounidense. Y la tercera victoria (que acabamos de celebrar junto con el octogésimo cumpleaños de Fidel y el quincuagésimo aniversario del desembarco del Granma) es la superación de ese bloqueo genocida, la ruptura, todavía incipiente pero ya irreversible, del cerco imperialista.
Y esta tercera victoria de la Revolución Cubana a la que estamos asistiendo bien puede considerarse definitiva (es decir, inaugural), puesto que viene acompañada de ese «éxito reproductivo» que garantiza la continuidad de los organismos vivientes. La generosa semilla revolucionaria que Cuba ha esparcido por toda Latinoamérica empieza a fructificar con fuerza en Venezuela y Bolivia (y también en Argentina, Brasil, Ecuador, Nicaragua…), en un proceso lleno de riesgos y dificultades, pero imparable. Como imparable es el propio proceso revolucionario en el interior de Cuba, ahora que la isla se retroalimenta con los frutos de sus vástagos continentales («Venezuela se está cubanizando y Cuba tiene que venezolanizarse», decía recientemente Fidel).
En varias ocasiones he señalado el paralelismo entre el proyecto socialista cubano y el vasco, y creo que en estos momentos cruciales es oportuno hacerlo una vez más. Al igual que Cuba, Euskal Herria lleva medio siglo luchando contra el imperialismo (representado en este caso por los Gobiernos español y francés) por su soberanía nacional y su derecho a la autodeterminación. Y al igual que los revolucionarios cubanos, la izquierda abertzale ha conseguido tres victorias históricas: sobrevivir a la brutal represión franquista, sustraerse a la farsa de la «transición» y, en la actualidad, obligar al Gobierno español a sentarse públicamente a una mesa de negociaciones que el terrorismo de Estado quería hacer imposible. Y aun a riesgo de ser tachado de excesivamente optimista, me atrevería a afirmar que, como en el caso de Cuba, esta victoria también es definitiva (es decir, inaugural).
Pero la victoria frente al agresor no significa el final de la lucha, sino el comienzo de una nueva batalla en algunos aspectos aún más difícil. «Corona tu victoria venciéndote a ti mismo», le dice Clotaldo a Segismundo al final de La vida es sueño; y, al igual que el arquetípico héroe calderoniano, tanto Cuba como Euskal Herria tendrán que enfrentarse muy pronto a sus propias contradicciones internas y a una inevitable crisis de crecimiento. Porque si es del todo lícito, incluso necesario, apelar al «patriotismo» (término que solo deberíamos utilizar entre comillas, como para indicar que lo cogemos con pinzas) ante una agresión exterior, una vez superado el conflicto conviene guardarlo, junto con las armas y las consignas, fuera del alcance de los niños, como algunos medicamentos (esos grandes pero peligrosos remedios necesarios para combatir los grandes males). Y no es fácil, como no es fácil prescindir de los mitos fundacionales ni del culto a los héroes, por más que sepamos que la historia de un país, de cualquier país, no tiene otro origen ni otro fin que el pueblo, su único protagonista.
Por otra parte, al capitalismo no se lo vence solo repeliendo sus ataques, sino, sobre todo, resistiéndose a sus tentaciones, desoyendo sus falsas promesas. Cuando los imperialismos estadounidense y europeo comprendan que no pueden someter a Cuba ni a Euskal Herria, intentarán (ya lo están intentando) seducirlas o sobornarlas. El Gobierno español está buscando una segunda «transición» que consume la neutralización de la izquierda iniciada con la primera, y Washington empieza a comprender que para intentar seguir siendo el gendarme del mundo tiene que cambiar de estrategia o pagar un precio inasumible. Rechazar la «amistad» del capitalismo con la misma entereza con que han hecho frente a su enemistad, es decir, no rebajar ni un ápice las exigencias de sus respectivos proyectos socialistas (que en última instancia son uno y el mismo): ese es el gran desafío al que se enfrentarán en el siglo XXI los revolucionarios cubanos y la izquierda abertzale; esa es la cuarta victoria que les auguramos, por la que lucharemos.