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El proceso de paz que se nos viene encima

Fuentes: Rebelión

Hace setenta años, un 18 de Julio, estalló lo que era en principio una guerra interna de la burguesía española: la disputa por la gestión de las plusvalías para, inmediatamente, al tomar las armas al proletariado, entretejerse con una guerra revolucionaria que cuestionaba la propiedad privada de los medios de producción. La suma de esas […]

Hace setenta años, un 18 de Julio, estalló lo que era en principio una guerra interna de la burguesía española: la disputa por la gestión de las plusvalías para, inmediatamente, al tomar las armas al proletariado, entretejerse con una guerra revolucionaria que cuestionaba la propiedad privada de los medios de producción. La suma de esas dos guerras caracterizó lo que llamamos nuestra guerra civil. Terminó con la victoria de la fracción de clase burguesa más cerril, es decir, la que entendía y entiende que la extracción de plusvalías no debe ser aminorada por una distribución adecuada para amortiguar la explotación. Aquella guerra llegó a su fin sin ningún proceso de paz.

La llamada transición española fue a su vez una triple transición. Dos de ellas remontaban sus raíces a aquella derrota pero una tenía como herederos a los que perdieron la guerra revolucionaria mientras que la otra la protagonizaban los que perdieron la guerra civil en su sentido estricto. Finalmente la raíz revolucionaria aceptó su derrota y se sumó al programa constitucional que volvía a poner sobre el tapete el juego de tensiones entre las diversas formas de gestionar unas plusvalías que ya tenían un horizonte europeo.

En ese mismo juego vino a desembocar, de modo conveniente para sus intereses de clase, la fracción de la burguesía que había gestionado la victoria pero que obligada por los tiempos -el horizonte europeo- concedió a modo de pacto el acuerdo constitucional pero sin renunciar a sus señas de identidad más características: España como una unidad de destino en lo universal y la identificación de la Iglesia Católica como urdimbre básica del entramado de lo nacional. El único problema que el juego constitucional dejó fuera era la antigua disputa de raíz burguesa sobre la territorialización de sus derechos a la extracción de plusvalías. Cuestión que durante los años de la transición se había reforzado con el impulso de revolución social que, en algunos territorios y con mayor o menor grado de intensidad, habían originado grupos diversos de izquierdas nacionalistas con programas de transformación social. Con el agravante de que en uno de esos territorios, Euzkadi, la disputa se expresaba vía armada. Un problema al que la burguesía en su conjunto debía de hacer frente como el cuerpo de quien se siente sano aunque no consiga erradicar el papiloma plantar que le impide caminar sin sobresaltos y cuya molesta proliferación o contagio hay que atajar con los estatutos que hagan falta.

Ocurre que transcurridos casi cuarenta años desde aquel pacto constitucional que ha venido arbitrando las luchas en clave electoral por el dominio de la gestión de esas plusvalías ahora ya globalizadas, el papiloma declara una tregua y la fracción de la burguesía de raíz socialdemócrata se siente con fuerzas para situarse en el pedestal de la victoria y pone en marcha un proceso de paz en unos momentos en que la otra facción/fracción de la burguesía se siente en estado de guerra y los aires de las dos Españas llenan de nuevo las ondas, imprentas, púlpitos y escaños.

Y en estas condiciones, en las que la resolución es imposible porque un problema que implica a la burguesía como clase en su conjunto no puede solucionarlo una sola de sus fracciones (máxime si esa fracción encarna en algún grado a la burguesía derrotada en el 39), ETA hace explotar una carga en la nueva terminal de Barajas y el proceso se da por terminado. Un fracaso que ya está dejando ver efectos colaterales acaso inesperados pues más allá de los matices, intereses de partido y ángulos con que cada una de esas fracciones de la burguesía muestran su reacción frente al suceso puede rastrearse, en los editoriales de la prensa y en el frente de columnistas orgánicos a su servicio, un sutil aroma, no digo de alegría, pero sí de un posible, esperanzado, fraternal y bienvenido abrazo feliz entre familiares que al fin ven que ahora ya pueden y deben volver a reencontrarse en la casa común de la democracia porque sólo desde el entendimiento mutuo podrán extirpar las amenazas. De ahí que en los próximos meses vayamos a ser testigos de un nuevo proceso de paz: el de la burguesía consigo misma. Que dios nos coja confesados.