Análisis sobre lo acontecido en el municipio madrileño de Alcorcón en la semana del 20 al 27 de enero de 2007. Un acercamiento a la política desarrollada por los medios de comunicación. Un gesto de respeto y admiración por la juventud que encabezó la resistencia vecinal.
«Ser pobre en la sociedad del despilfarro es un crimen. Con mayor razón si se es joven pobre o inmigrante pobre. Las barriadas para dormir son zonas de composición heterogénea, multiétnicas, con gente de diversas culturas y distintas nacionalidades, ignorados hasta hace poco por el Estado y por los medios.(…) Sin embargo, los medios, a base de sensacionalismo, llegan a crear un sentimiento de inseguridad que no se corresponde con la realidad. Intentan desviar la atención del verdadero problema, a saber, la explotación económica y su retahila de consecuencias sociales, fabricando una imagen negativa del suburbio. Se utiliza a los inmigrantes y a los jóvenes en general como chivo expiatorio, endosándoles la imagen de delincuentes, violentos o drogadictos, atizando la xenofobia y el racismo en las clases medias y entre las masas despolitizadas»
(Miguel Amorós)
De una pelea puntual de pandillas a un «brote xenófobo»
El sábado 20 de enero, un centenar de personas protagonizaron una pelea en el municipio madrileño de Alcorcón (con la participación de jóvenes llegados desde fuera de la localidad), un hecho que la prensa calificó de «reyerta multitudinaria» entre «grupos de españoles» y «bandas latinas».
El alcalde de Alcorcón, Enrique Cascallana, declaró al día siguiente en una esperada rueda de prensa que «la tensión pudo haberse generado en parte por las peleas en las canchas de deporte» del Centro Joven, afirmando que «los latinoamericanos cobran por usarlas» (El Mundo).
Acto seguido, multitud de noticias y columnas de opinión inundaban los medios de comunicación con rótulos del estilo de «Bandas y Racismo» (El País) o «Ecos de xenofobia en Alcorcón» (BBC Mundo). La nota «Racismo en Alcorcón» (20Minutos), de Dani Wagman, en todo momento hacía la diferenciación entre españoles/sudamericanos, asegurando que «la Policía atribuye [la pelea del sábado] a ‘los macarras’ y los jóvenes españoles no se echaban atrás, ‘aunque viesen un policía’. La Policía paraba y cacheaba a los españoles; encontraron bates de béisbol, una catana, navajas, puños de hierro… Pero ningún español fue detenido, sino siete suramericanos. Los españoles dicen que los latin kings siembran el pánico en Alcorcón y, supuestamente, ‘obligan a los españoles a pagar alquiler por las canchas de baloncesto’.(…)»
En la COPE el periodista Cesar Vidal, asociaba el concepto de inmigración al de delincuencia juvenil, y justificaba ésta por la falta de eficiencia de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Así, aportaba su opinión para resolver el conflicto, afirmando que «cuando dan un paso más allá como en Alcorcón y te dicen ‘hemos ocupado la cancha de baloncesto, si nos das dos euros te dejamos jugar’, bueno, la única solución aquí yo lo siento muchísimo, es la deportación. Y que si efectivamente se han pensado que venir aquí es para atracar, para robar, para intimidar, para asustar, para golpear o para organizar lo del otro día en Alcorcón o en otro sitio, están muy equivocados. Se les sube en un avión y se vuelven a su país, en masa, ellos y su familia».
Los medios de comunicación insistían en calificar lo sucedido en Alcorcón como un problema entre inmigrantes y españoles, alimentando los llamados de la ultraderecha a intervenir. La Agencia Esmas.com difundía que «La Bandas integradas por migrantes latinos siembran el miedo en España; algunas poblaciones son presas de la inseguridad que generan». La Agencia Efe citaba a un joven de 16 años que declaraba: «esto es la guerra del barrio de Alcorcón contra los que vienen de fuera a invadirnos».
Y en efecto, la ultraderecha entraba en escena. El Partido Popular se apresuró a exigir al Ayuntamiento a que inste al Ministerio del Interior a dotar Alcorcón de más efectivos de Policía Nacional ya que la «espectacular pelea» de la noche del sábado demostró que «existe un problema de seguridad en el municipio».
Ya el mismo lunes 22 de enero, la prensa hablaba de una convocatoria por Internet y mensajes de móvil en Alcorcón para el siguiente fin de semana, supuestamente para perseguir a las llamadas bandas latinas. El alcalde Cascallana, en declaraciones a Cadena SER, afirmaba que grupos de extrema derecha irían a Alcorcón «en autobuses desde Valencia». En la misma dirección apuntaba El País horas después con este titular: «Grupos de ultraderecha convocan contra los inmigrantes», haciendo alusión a supuestos acuerdos entre las organizaciones fascistas España2000 y Falange de Castelló. Así mismo, desde los foros virtuales de Democracia Nacional también se lanzaban amenazas.
La progresiva respuesta antifascista
La reacción de los medios de comunicación fue clara. Ahora bien, ¿cuál fue la reacción vecinal?
Como gesto de rechazo a la trifulca del sábado 20 de enero, ya el mismo domingo a las 18.00 horas, vecinos de Alcorcón convocaron a través de Internet y mensajes de móviles una concentración. Querían denunciar la actuación de un grupo agresivo de jóvenes latinoamericanos en esta localidad, abogar por la convivencia pacífica y, no con menos intensidad, condenar las actitudes xenófobas o racistas.
Sin embargo, el mensaje antirracista que se imprimió a la concentración fue difuminado por los medios de comunicación o directamente ocultado, abriendo las puertas a la imagen de un Alcorcón se levantaba «contra los inmigrantes que fomentan el miedo».
Es necesario subrayar que en el estado español existen sentimientos racistas, sobre todo teniendo en cuenta que el régimen actual es heredero del franquismo (no sólo por la estructura económica capitalista sino también por la estructura política, con un Jefe de Estado, el Rey Juan Carlos I, nombrado directamente por el dictador fascista Franco como su sucesor en 1969). Así, no es casual que los medios de comunicación habitualmente introduzcan el mensaje racista en diversos contenidos informativos para criminalizar, y por tanto aislar, al sector social cuya mano de obra es casi esclava: la inmigración. Es cierto, en este sentido, que en esa primera concentración del domingo 21 de enero algunos vecinos orientaron la protesta en clave racista. Pero lo que todos los medios de comunicación ocultaron a conciencia es algo que no terminaba de encajar en la óptica dominante, y es que en Alcorcón se estaba gestando una fuerza de choque, producto de la actividad anticapitalista que numerosos jóvenes han ido desarrollando en la localidad en los últimos años, desde el Centro Social Okupado El Desguaze (desalojado ilegalmente por la policía el pasado mes de mayo de 2006), así como el Centro Social Okupado Eskuela Taller (que dura ya 3 años y ahora también se encuentra en proceso de desalojo) o desde otros colectivos y organizaciones.
De esta manera, el lunes 22 de enero una asamblea espontánea y de urgencia convocó a más de 150 jóvenes. Hubo muchos nervios pero también muchas ganas de responder ante la situación creada. Tras esta asamblea, sectores de ella emitieron un comunicado bajo el título: «Ni Nazis Ni LatinMafias – No Pasarán». Esta nota pretendía fundamentalmente sacar a la luz los hechos reales acontecidos en el municipio, distorsionados en todo momento por los medios del Poder. Se reconocía que los incidentes habían comenzado por la «actitud chulesca y semimafiosa de grupos latinos», quienes tras un rifi-rafe habrían llevado a cabo un «apuñalamiento (por la espalda y a traición) de una compañera vinculada a movimientos sociales y pro-okupación». Además, respondía al oportunismo de ultraderecha subrayando que «advertimos a organizaciones de extrema derecha como Democracia Nacional y España 2000, acostumbradas a manipular e intoxicar, que si pisan nuestro barrio serán tratados como siempre se ha hecho, sin respiro».
También esa misma noche, una cámara de Antena 3 que entrevistaba a la presidenta de una asociación de inmigrantes colombianos, se encontraba con la interrupción sorpresiva de un joven encapuchado que insistía, «en este conflicto hay gente de todos los países, Alcorcón no es racista ni es fascista».
Es decir, la verdad empezaba a ver la luz, por encima de la versión mediática: la pelea del día 20 de enero se dio entre un grupo de jóvenes latinoamericanos y otro grupo de jóvenes de varios países, incluídos africanos, según se confirmó desde la asamblea espontánea antifascista.
En el mismo sentido, la Asociación de Inmigrantes Residentes en Asturias emitía un comunicado asegurando que «según la información que tenemos procedente de compañeros inmigrantes que viven en Alcorcón, lo que ha pasado este fin de semana no es un problema de racismo ni un enfrentamiento de españoles contra inmigrantes. (…) Quienes protestaban eran jóvenes españoles e inmigrantes que defienden el derecho a vivir en paz en sus barrios sin tener que soportar amenazas y agresiones de grupos de individuos que pretenden adueñarse de los espacios públicos (calles y parques) con métodos mafiosos».
Además, hay que tener en cuenta que según el Instituto de Estadística de la Comunidad de Madrid y Delegación de Gobierno, Alcorcón es una localidad de 175.000 habitantes, de los cuales unos 21.000 son inmigrantes (el 14%). Las pandillas de jóvenes latinos en el municipio difícilmente superan el medio centenar de jóvenes, con lo cual es a todas luces incorrecto hablar de un problema «con los inmigrantes», sino más bien de un hecho puntual (una gota en el océano).
Para subrayar esto, la recién creada asamblea de jóvenes, que poco a poco se iba cohesionando, decidió profundizar en el mensaje antirracista el martes 23 de enero, adoptando el nombre de «Asamblea por la convivencia pacífica y contra el racismo», y convocó para el día siguiente (miércoles) una concentración «por la convivencia, contra el racismo y la violencia». El comunicado calificaba a Alcorcón de «barrio obrero por antonomasia», caracterizado por ser «multirracial y multicultural». Además, cargaba contra la manipulación mediática, asegurando que «rechazamos el papel que están jugando los medios de comunicación, confundiendo con noticias sesgadas y manipuladas que sólo conducen a la transformación de los hechos». Las asociaciones de vecinos, reunidas esa misma tarde, confirmaron su presencia en la concentración.
Además, dentro de la asamblea antirracista se alertaba de la inseguridad que provocaba el permanente alarmismo mediático que hacía llamados a nuevas peleas, desembarcos neonazis e intervenciones policiales indiscriminadas. Así, se organizó un dispositivo de seguridad propio con patrullas de alerta vecinal conectadas con un centro informativo. De esta manera podrían corroborar con gran rapidez tanto si la inminente llegada de grupos neonazis se consumaba como si diversas informaciones lanzadas desde la prensa eran correctas o meros bulos para aterrorizar a la población y subir los niveles de audiencia.
Comienza el estado de excepción encubierto
El miércoles 24 de enero a mediodía la Asamblea por la convivencia pacífica y contra el racismo realizó una rueda de prensa en las canchas de baloncesto del Centro Joven, para convocar a la concentración de la tarde y subrayar el carácter antirracista y antifascista de un importante sector de la juventud de Alcorcón
Sin embargo, tanto el portavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid, Rafael Simancas, como el alcalde de Alcorcón, Enrique Cascallana, señalaron públicamente ese mismo día que «cualquier llamada a una nueva concentración en la calle supone un riesgo que se puede evitar», insistiendo en que la concentración antirracista de ese día era «ilegal» y no estaba autorizada por la Delegación de Gobierno en Madrid. Cualquier intento de convocar una movilización otro día de la semana, también sería ilegalizado.
Con todo, unos 200 jóvenes se dieron cita junto a las canchas de baloncesto del Centro Joven, pero no pudieron siquiera desplegar su pancarta ni leer el comunicado porque los antidisturbios amenazaron con cargar «en el mismo momento en que veamos a más de 30 personas concentradas». Vigilados por la policía y en pequeños grupos la gente se fue retirando. Así mismo, algunas asociaciones vecinales acudieron a la cita pero rápidamente se marcharon siguiendo indicaciones policiales.
La prensa titulaba lo sucedido: «La Policía dispersa en Alcorcón a jóvenes que protestaban contra el racismo» (Europa Press). Curiosamente este titular podría interpretarse como una crítica a la actitud policial, pero en realidad lo que se buscaba era apoyar a la policía en su trabajo de proteger a los ciudadanos de bien, supuestamente para que no tengan problemas ni con latinos ni con jóvenes radicales. Por eso se dispersó a los que protestaban…
Pero lo que en realidad estaba sucediendo es que las autoridades, al mejor estilo franquista, prohibían alegremente expresiones pacíficas y antirracistas para quitarle el oxígeno a la juventud rebelde de Alcorcón que con hechos estaba intentando resolver la crisis impuesta desde las instituciones y los medios de comunicación.
El jueves 25 de enero fue un día para reflexionar fríamente. La delegación de gobierno ya había advertido que prohibiría «cualquier manifestación en la calle», a la vez que la prensa sacaba a la luz un «Estudio de la violencia en la calle asociada a la actividad de bandas juveniles«, encargado por el Ayuntamiento de Alcorcón en diciembre de 2005. Este estudio identificaba ocho «bandas urbanas violentas» en el municipio, así como otras «incipientes». Entre ellas se señalaba a dos grupos antirracistas, en este caso supuestas bandas: «skinhead antifascistas» y «Afrikorcón». Insistían en una convocatoria por Internet y mensajes de móviles para el sábado a las 18.00 en el Centro Joven y a la vez difundían estos informes sobre «bandas violentas». Por su parte, el alcalde de Alcorcón azuzaba nuevamente fantasmas y ese día hacía «un llamamiento a la sensatez» para que el durante ese fin de semana «no acudan los jóvenes a las concentraciones convocadas por la ultraderecha».
La manipulación mediática se extendía, creando desde diferentes flancos un contexto de miedo y enfrentamiento. Así mismo, corrían todo tipo de rumores sobre posibles intervenciones represivas contra los grupos anticapitalistas de la localidad aprovechando la «confusión», así como posibles ataques neonazis inminentes.
Sin embargo, investigaciones de la Coordinadora Antifascista de Madrid puestas a disposición de la Asamblea por la Convivencia pacífica y contra el racismo, empezaron a despejar en parte las nubes del cielo taponado: había multitud de rumores y comentarios sueltos en Internet, pero de hecho no había ninguna convocatoria firme y sólida, de ninguna organización neonazi, para el fin de semana. Desde luego, teniendo en cuenta que había que batirse el cobre contra supuestas bandas de jóvenes violentos latinoamericanos, hacer frente a una policía antidisturbios dispuesta a «mantener el orden» a toda costa y encima evitar a una cada vez mejor organizada juventud antifascista… sin duda toda lógica indicaba que ese fin de semana no sería el más afortunado para los nazis.
Es decir, claramente la estrategia de alarmismo mediático empezaba a quedar al descubierto (si bien nadie valoró la posibilidad de bajar la guardia).
Pero además, ese jueves 25 de enero, en medio de una ciudad tomada por la policía y una presión institucional que pretendía ilegalizar cualquier expresión de dignidad y sentido común, la Asamblea por la Convivencia pacífica y contra el racismo recibía el apoyo de nuevos colectivos y organizaciones, entre ellas la Asociación de Trabajadores Inmigrantes de España (ATRAIE), que logró elevar el entusiasmo de los jóvenes antirracistas.
Esa noche se discutió con serenidad. Se planteó, sin vacilar, que el verdadero problema de los oprimidos no sólo es la pobreza, sino la sumisión. Se recalcó que no hay mayor crimen social que la convivencia indiferente con lo insufrible y la tolerancia impasible de lo inaceptable. De esta manera, una numerosa asamblea concluyó que era hora de dejar de arrodillarse frente a las amenazas del Poder y hacer efectivo el derecho de reunión y manifestación. Y sobre todo hacer efectivo el derecho a rebelarse. Así, se convocó una concentración para el sábado a las 18.00 junto a las canchas del Centro Joven «por la convivencia y contra el racismo».
El comunicado de la convocatoria no tiene desperdicio. Por un lado, se resaltó que la movilización en la calle se pretendía llevar a cabo «para que el trato mediático abusivo, alarmista y manipulador habido hasta el momento por los medios de comunicación masivos no prepondere sobre la realidad social que existe ahora mismo en Alcorcón, y para que organizaciones ultraderechistas y racistas no tengan hueco ahora ni nunca en nuestro pueblo».
Por otro lado se hizo un llamado de atención para evitar que la mediatización del conflicto provocara la extensión de la violencia juvenil, mostrando rechazo a «la violencia cotidiana y los abusos en las calles vengan de donde vengan(…), así como el uso de armas blancas y de fuego.»
Por último, la asamblea antirracista subrayó que las peleas entre los jóvenes de las ciudades periféricas no son más que peleas entre oprimidos, en vez de unir fuerzas contra los opresores. «Creemos que tanto la inmigración como los incidentes entre jóvenes de la clase obrera son producto de un sistema económico y político basado en la explotación y en la competencia individualista, en vez de la solidaridad y el apoyo mutuo», señalaba el comunicado, a la vez que dejaba claro que no se retrocedería ni un ápice: «Por eso hemos decidido ejercer nuestro derecho a autoorganizarnos desde la base y constituir una asamblea de urgencia desde la que los jóvenes de Alcorcón pretenden demostrar de una manera pacífica que no es una comunidad racista, y que es una comunidad que se enorgullece de tener una coexistencia pacífica, que no somos bandas ni ‘grupos violentos antisistema’ sino la población de Alcorcón organizándose por sí misma y desde abajo, defendiéndose y haciéndose valer».
Y para cerrar el comunicado, una consigna: «Alcorcón pueblo vivo, Alcorcón barrio antifascista, Alcorcón pueblo multicultural, Alcorcón barrio obrero».
Terrorismo mediático
Al día siguiente, viernes 26 de enero, los medios de comunicación empresariales sacudieron a la opinión pública sin descanso.
A mediodía, el moderado Sindicato de Estudiantes intentó convocar por su cuenta una concentración antirracista frente al Ayuntamiento de Alcorcón, con un estéril comunicado que pedía a las instituciones «que se pongan a la cabeza de la movilización vecinal». Tal peaje ideológico no surtió efecto, ya que la presencia policial impidió cualquier congregación en la zona.
La prensa no sólo hacía oídos sordos ante el estado de excepción encubierto que estaba teniendo lugar en Alcorcón, sino que además ese día lanzó una batería de noticias que pretendían, por un lado, aterrorizar a la población, y por otro, insistir en el carácter «racial» del conflicto.
Algunas de las principales agencias de noticias difundían tres titulares que eran recogidos por multitud de periódicos de primera y segunda clase.
La primera de las informaciones aseguraba que «Las bandas de ultraderecha pretenden crear una ‘batalla campal’ este sábado en Alcorcón, movilizando a simpatizantes de diferentes comunidades autónomas como Galicia, Castilla y León y Castilla-La Mancha, entre otras, según informaron este viernes fuentes del Sindicato Unificado de Policía (SUP).» (Europa Press)
La segunda noticia insistía en la misma dirección: «Alertan de que grupos de la ultraderecha preparan reyertas en Alcorcón». Junto al sindicato policial, aquí el Movimiento contra la Intolerancia se ofrecía como fuente informativa para dar fe de la movilización neonazi. La información subrayaba que «el presidente del Movimiento contra la Intolerancia, Esteban Ibarra, ha dado hoy la voz de alarma sobre la llegada mañana a Alcorcón ‘desde puntos muy lejanos, de jóvenes que tienen interés en que haya violencia’, y ha afirmado que existen grupos urbanos de jóvenes violentos en muchas ciudades españolas.» (ABC)
La tercera noticia daba voz a una supuesta convocatoria de varias hinchadas neonazis de fútbol. «La Delegada del Gobierno asegura que los grupos ultras no van a llegar a Alcorcón este fin de semana». Preguntada por el refuerzo en las líneas de Metro y Cercanías «con motivo de la convocatoria de Ultrassur y Frente Atlético, Soledad Mestre dijo: ‘Estoy muy segura que no van a llegar allí'».(Metro)
Además de abrir una línea informativa neonazi, la prensa abrió una línea policial y lanzaba ese mismo día otra amenaza mediática: «El Sindicato Unificado de Policía (SUP) ha reclamado chalecos antibala y más medios de autoprotección para los efectivos que se desplacen a reforzar la seguridad en Alcorcón, donde desde hace una semana se han incrementado las fuerzas del Estado en prevención de nuevas reyertas.» (ABC)
Mientras subía la presión, la Asamblea por la convivencia pacífica y contra el racismo se cubría las espaldas intensificando las patrullas de seguridad y preparando todo tipo de medidas de autodefensa en apoyo a los locales y espacios sociales de la localidad. Decenas de jóvenes pasaban hambre, frío y sueño para mantenerse en alerta permanente.
Sábado 27 de enero, no salga de su casa…
El «día D», como señalaba la prensa, amanecía con dos informaciones que -por una parte- insistían en la llagada de los neonazis y -por otra- pretendían normalizar el estado policial.
El portal Terra España, casi en un tono lírico de batalla medieval, aseguraba que el dispositivo especial desplegado por la policía en Alcorcón «estará conformado por unos 300 agentes, de los que 200 forman parte de la Primera Unidad de Intervención Policial (UIP) de la Brigada de Seguridad Ciudadana -los ‘antidisturbios’-, que es la que lleva el peso de la operación. Además, estarán allí funcionarios de la Brigada de Información -entre 15 y 20-, los ‘Alazanes’ -policía motorizada- y los efectivos que la comisaría de Alcorcón crea necesarios como apoyo en función de las circunstancias. También un helicóptero de la unidad ‘Cóndor’ sobrevolará la zona emitiendo señales en directo a la Jefatura Superior, mientras que otro permanecerá en la base. Los agentes de la Policía Municipal también estarán disponibles-incluidos los 100 policías de las Bescam-, además de los de las comisarías locales de las ciudades más cercanas a Alcorcón, sobre todo, de Leganés y Fuenlabrada, donde se teme que puedan ‘mudarse’ los posibles alborotadores por la presión policial. También estarán alerta los ‘Centauros’ -los 30 agentes de un turno-.»
Por su parte, el diario El Mundo confirmaba que «Numerosos foros llaman a acudir a la concentración de Alcorcón esta tarde. En el foro de la formación política ultraderechista España 2000, un usuario que firmaba como ‘alcorconero’, hacía un llamamiento a todos los ‘camaradas’ para que acudieran hasta el municipio madrileño a manifestarse contra la presencia de Latin Kings. (…) El presidente regional de España 2000 en Madrid, Eduardo Arias Hijas, hacía público en el mismo foro el ‘apoyo moral’ de su formación política ‘a las concentraciones de protesta de los cientos de jóvenes españoles cansados de tanta inseguridad en sus calles, provocada por extranjeros’.(…) Por su parte, el portal de Democracia Nacional Joven incluía un vídeo casero en el que se indicaba que los miembros de este grupo ‘siempre’ lucharán ‘contra los Latin Kings’. Tanto éste como el mensaje que lo acompañaba, se jactaban de que Democracia Nacional había sido ‘los únicos’ que advirtieron del peligro de las bandas latinas.»
Se acercaba la tarde y la asamblea antirracista preparaba la propaganda y un cordón de autodefensa para proteger la concentración. Antidisturbios se apostaban en salidas de metro y trenes de cercanías.
En grupos pequeños, la asamblea se fue acercando al punto de convocatoria, si bien algunos eran permanentemente identificados en los controles policiales y otros ni siquiera consiguieron llegar.
Con todo, a las 18.00 la fuerza de la Asamblea por la convivencia pacífica y contra el racismo se constataba. Decenas de activistas llegaban a un parque situado frente a las canchas de baloncesto del Centro Joven, dispuestos a realizar la concentración contra viento y marea. El cordón defensivo se desplegó y un portavoz se acercó a negociar con los antidisturbios. Consiguió un margen de 10 minutos, es decir, lo que necesitaban para realizar el acto: desplegar la pancarta, leer el comunicado y corear consignas de «Alcorcón antirracista».
Una nube de fotógrafos y cámaras de la prensa empresarial cubrieron la concentración, en la que participaron más de 200 personas en medio de una gran tensión y con algunos grupos congregados en los alrededores del parque. Medio centenar de solidarios llegados de Madrid acompañaban a los jóvenes que portaban cartelitos de «racismo no» y «frente a la manipulación mediática, Alcorcón responde: ni nazis, ni bandas, ni racismo».
Periódicos como el 20Minutos habían insistido, como último recurso, que esa tarde tendrían lugar «dos concentraciones ilegales, de antifascistas y de ultraderecha simultáneamente», sin embargo de los supuestos nazis «llegados de casi toda España», ni rastro. Las supuestas bandas violentas tampoco aparecieron.
La acción se consumó con éxito total, si bien el Poder tenía preparada una maniobra de última hora para garantizar los titulares de la prensa. Una vez desconvocada la concentración, los manifestantes comenzaron a retirarse de la zona. Pero ya fuera de los objetivos de las cámaras, un grupo de antidisturbios realizó una clara provocación. Un miembro de la asamblea antirracista lo relató con detalle al medio de contrainformación La Haine: «Íbamos andando, sin manifestarnos. A la altura del Parque de la Paz había dos furgones antidisturbios, con los elementos desplegados a la entrada del parque. Uno de ellos se me acercó y me dijo que le diera la pancarta y la documentación. Mi compañero le pidió explicaciones de por qué me pedía la documentación cuando teníamos la pancarta plegada y no estábamos en manifestación, pero el policía le pegó un empujón fuerte con los dos puños. Mi compañero le preguntó por qué le empujaba, pero acto seguido y sin mediar palabra el antidisturbios le dió un severo cabezazo en el rostro, afectando la nariz, y le retuvieron junto a mí para exigirle la documentación también. Tras el cabezazo le sangró abundantemente la nariz, por lo que tuvo que ser hospitalizado para explorar los daños producidos».
Este incidente caldeó los ánimos de varios grupos de jóvenes, que comenzaron a gritar «¡policía asesina!». Acto seguido, los antidisturbios cogieron los escudos, se pusieron los cascos y poco a poco comenzaron a barrer las calles. Los jóvenes de la concentración se mezclaron con otros jóvenes del barrio, que habían bajado de las casas a participar y a ver; a reconocer en la policía al enemigo y en la prensa a los buitres manipuladores. Las algaradas duraron varias horas con el saldo final de 4 detenidos.
Las patrullas de alerta vecinal sólo pudieron certificar la presencia de 2 pequeños grupos de neonazis esa noche. Ambos se vieron acorralados por los jóvenes antirracistas y tuvieron que ser protegidos por la policía antidisturbios. En uno de los casos, la policía reaccionó cercando el bar alternativo «La Paloma» durante más de dos horas.
Por lo demás, no hubo grandes enfrentamientos, más bien numerosas escaramuzas, pero la prensa ya disponía de los titulares deseados. Veamos dos: «La fuerte presencia policial no impide que se produzcan altercados aislados en Alcorcón» (El País); «Disturbios puntuales en Alcorcón pese a la fuerte presencia policial» (El Mundo). Ambos titulares pretendían confirmar el éxito del dispositivo represivo desplegado por las autoridades (ya que los incidentes no fueron grandes, sólo «puntuales») y a la vez relegar a un segundo plano el mensaje de la concentración antirracista (que apareció, pero en el cuerpo de la noticia y difuminado por los disturbios). Incluso las galerías fotográficas de los medios empresariales en Internet fueron significativas: como medida «preventiva» y haciendo apología del poder establecido, en la inmensa mayoría aparecen policías antidisturbios, ya sea retirando vallas, identificando a chavales o simplemente andando. Unas pocas fotos muestran a jóvenes encapuchados y en una proporción aproximada de 1/20 aparece algún cartel con contenido antirracista.
La táctica política de los medios de comunicación y la «prostitución» de la violencia
En todo el conflicto vivido en Alcorcón hay un asunto de vital importancia que no debemos pasar por alto. Si repasamos cuidadosamente las informaciones difundidas por la prensa empresarial y conservadora podemos entrever la oscura política que se esconde tras una ola de titulares confusos y contradictorios.
A pesar de que los medios de comunicación se esforzaron inicialmente en calificar lo sucedido como un problema «entre inmigrantes y españoles», incidiendo en el aspecto racista, paralelamente se utilizó con decisión otro enfoque, el del caos y la violencia. Veamos cómo se desarrolló este mecanismo.
Por un lado, medios de la derecha tradicional, como ABC, utilizaron un lenguaje poco usual en ellos: «Alertan de que grupos de la ultraderecha preparan reyertas en Alcorcón». ¿Por qué ABC equipara a los grupos de ultraderecha con la violencia, si teóricamente son su base social? ¿Por qué, incluso, se habla de «ultra», cuando para ellos derecha es sinónimo de democracia?
Por otro lado, a pesar de que las investigaciones de la Coordinadora Antifascista de Madrid mostraban que no había ninguna convocatoria firme y sólida de ninguna organización neonazi para ese fin de semana, los medios machacaron permanentemente con la amenaza de la violencia. Por ejemplo, «Las bandas de ultraderecha pretenden crear una ‘batalla campal’ este sábado en Alcorcón» (Europa Press). ¿Qué objetivo perseguía la prensa insistiendo en este asunto?
Y por último, hay que resaltar los llamados a la cordura que se lanzaron desde las autoridades ante la posibilidad de nuevos actos violentos, como los realizados tanto por el portavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid, Rafael Simancas, como por el alcalde de Alcorcón, Enrique Cascallana, que señalaron públicamente el miércoles 24 de enero que «cualquier llamada a una nueva concentración en la calle supone un riesgo que se puede evitar», o el titular del periódico Metro señalando que «La Delegada del Gobierno asegura que los grupos ultras no van a llegar a Alcorcón este fin de semana». ¿Por qué tanta preocupación repentina por proteger a los vecinos?
En fin, parecía que «nuestros medios» y «nuestras autoridades» de pronto se habían convertido en entes benévolos, que se preocupan por el bienestar de los ciudadanos… Sin embargo no debemos perder de vista lo siguiente: ante un conflicto que empieza siendo difícil de evaluar (peleas de sudamericanos contra jóvenes «españoles» radicales, sean de izquierdas o no), en la que no parece sencillo mantener la hegemonía ideológica burguesa a salvo sin apoyar ni a los inmigrantes ni a los antifascistas, el sistema acaba encontrando el punto de equilibrio. Es decir, el problema -se intenta transmitir- es que ambos grupos, y por extensión todo Alcorcón y los barrios de la periferia, son violentos. Se menosprecia a «esas ciudades de los suburbios» donde se supone que la gente no respeta las leyes, donde se aparca en cualquier sitio, está lleno de inmigrantes y encima sus hijos o son drogadictos o son radicales violentos… Se busca que la clase media bienpensante y despolitizada reaccione automáticamente pidiendo más policía, cuanta más mejor.
Toda la insistencia sobre las «bandas juveniles» (locales o foráneas, lo mismo da), sobre la inminente llegada de la ultraderecha al municipio, sobre que «el conflicto se está agravando», etc…, todo eso apunta en la misma dirección, la de infundir miedo.
Otro ejemplo. La delegación de gobierno advertía esa semana que prohibiría «cualquier manifestación en la calle», a la vez que la prensa hacía público un «Estudio de la violencia en la calle asociada a la actividad de bandas juveniles». Con mayor o menor sutileza, continuamente se relacionaba a la juventud con la violencia y se tachaba a Alcorcón de zona conflictiva.
No por casualidad se difundían alegatos a favor de la represión estatal: El Sindicato Unificado de Policía reclamaba a través de ABC «chalecos antibala» y «más medios de autoprotección»; el portal Terra España informaba con detalle sobre el vasto dispositivo policial que acudiría a Alcorcón para hacer frente a las supuestas batallas campales; y en este contexto tampoco llamaba la atención lo de llamar al sábado 27 de enero «día D», como el día en que estadounidenses e ingleses atacaron Francia en la segunda guerra mundial.
Lo que se intentaba era ganar la simpatía de la clase media de Madrid (y del resto del estado) e incluso confundir todo lo posible a la propia población de Alcorcón.
Profundizando en este análisis, esta situación recuerda en parte a lo que la prensa intenta mostrar en Colombia. Nos dicen que hay una guerra entre paramilitares y guerrilla, y supuestamente los ciudadanos y el Estado están en el medio, sufriendo las consecuencias. Es decir, no se visibiliza que hay opresores y oprimidos, sino dos «demonios» que luchan entre ellos.
En Alcórcon se intentó algo similar. Había una supuesta «guerra» entre violentos de distinto pelaje (sudacas, rojos, ultraderechistas) y todo transcurriría en los suburbios (zona violenta), y por su parte el Estado, la prensa y los ciudadanos de bien mirarían con preocupación el desarrollo de los acontecimientos… ¿Qué se supone que nos queda, si no enviar policía, mucha policía, a poner orden?
Un gran revolucionario argentino, Enrique Ardetti, dirigente de las Fuerzas Armadas Peronistas asesinado por la dictadura militar de 1976, definió esta táctica política como «la prostitución de la violencia». Él se refería a los grupos paramilitares de la «Triple A» (Alianza Anticomunista Argentina). Antes del regreso de Perón al gobierno en 1973, la violencia política era «pura», es decir, era fácil visibilizar un bando de otro: de un lado estaba la guerrilla revolucionaria y del otro los militares, los policías y los burgueses. Una encuesta de la revista Primera Plana a fines de 1972 indicaba que más del 50% de la población estaba de acuerdo con las organizaciones guerrilleras. Pero Perón, con su oscura inteligencia, decidió crear la Triple A, que comenzó inmediatamente a asesinar a militantes peronistas combativos, abogados de derechos humanos, sindicalistas, periodistas comprometidos, etc. Se creó una situación tan caótica que la población tenía la sensación de que estaban luchando todos contra todos, hasta que muchos sectores de la clase media terminaron pidiendo a los militares que pusieran orden…, tres años después de que la lucha popular los hubiera expulsado del gobierno. De esta manera, el poder allanó el terreno para una nueva dictadura militar.
Pero no hace falta ir tan lejos en el tiempo. En Irak, al inicio de la invasión en 2003, la violencia también era «pura»: resistentes contra ocupantes estadounidenses. Estaba claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos, y para la población era sencillo apoyar a los resistentes. Pero luego EE.UU. creó una policía irakí, después un ejército irakí, y por último bandas paramilitares que se han dedicado a poner bombas en los mercados matando a gente de una u otra confesión. Desde entonces la situación se ha complicado cada vez más, pareciendo que los irakíes luchan contra los propios irakíes, y se torna más difícil posicionarse de un lado o de otro. Y poco a poco hemos visto a intelectuales como Ignacio Ramonet pidiendo a EE.UU. que ponga orden: «el mal ya está hecho, es obvio que si ahora todos los países salieran, el caos y la inseguridad sería mayor»…
Hay, lamentablemente, muchos más ejemplos en los casos de Yugoslavia, Afganistán, País Vasco, etc.
La relación de esta táctica política con lo que pasó en Alcorcón sería que en vez de mostrar un conflicto entre adolescentes, que es una situación habitual, clara y previsible, se muestra un caos, donde batallan inmigrantes contra españoles, españoles (antifascistas) contra españoles (nazis), y todos ponen en peligro la «convivencia democrática». Además, dónde puede ocurrir ese caos, si no en una barriada obrera de la periferia. Qué remedio queda si no enviar más policía, dicen muchos sentados frente al televisor.
No olvidemos el titular difundido en varios medios el 28 de enero, al día siguiente del «dia D»: «Aguirre (PP) pagará 3.000 policías para Madrid» (La Razón). Es decir, la presidenta de la Comunidad de Madrid realizó este anuncio «ahora, tras los últimos incidentes acaecidos en Alcorcón, que han destapado la problemática con las bandas y han vuelto a abrir el debate sobre la inseguridad en las calles de muchos municipios».
En esencia, como explica acertadamente el escritor libertario Miguel Amorós, en este tipo de conflictos «se utiliza a los inmigrantes y a los jóvenes en general como chivo expiatorio, endosándoles la imagen de delincuentes, violentos o drogadictos, atizando la xenofobia y el racismo en las clases medias y entre las masas despolitizadas.»
El objetivo es doble: por un lado aprovechar el conflicto para hacer apología del sistema, fortalecer ideológicamente el orden establecido. Y por otro, a través del miedo y del rechazo de otros sectores de la población, frenar cualquier atisbo de organización popular «no controlada» (como la que se gestó en Alcorcón).
Por suerte la asamblea antirracista lo vio claro. Quien creaba el alarmismo era la propia prensa burguesa, anunciando nuevas reyertas, asaltos neonazis al municipio y actuaciones policiales de gran envergadura. El conflicto se construía desde el Poder.
Victorias del movimiento juvenil de Alcorcón
En el contexto descrito, en el que el sistema estaba echando toda la carne en el asador (durante una semana todos los titulares, todos los telediarios y todos los funcionarios gubernamentales entrevistados, ponían el eje en la violencia de Alcorcón), sin duda la juventud antifascista decidió llevar adelante una lucha difícil. Mientras muchos críticos con la situación e incluso muchos habitantes de Alcorcón, optaban por quedarse en su casa ante el miedo que inyectaba el Poder, en este caso la Asamblea por la convivencia pacífica y contra el racismo, con la participación de más de 150 rebeldes, optó por meterse de lleno en el ojo del huracán. Tenían a todos los enemigos en frente: la policía, los nazis y las llamadas bandas. Sin embargo, en un ejercicio de dignidad revolucionaria, asumieron que Alcorcón no era Villaverde; en este caso se daba una condición insólita para seguir adelante, y era una nutrida asamblea con un alto grado de conciencia y organización. Un espacio de coordinación de este tipo tiene un gran potencial en una localidad de apenas 175.000 habitantes.
Victoria política: La Asamblea por la convivencia pacífica y contra el racismo pasó por encima de la ilegalización de la Delegación de Gobierno, siendo el único organismo que logró salir a la calle, mostrar sus pancartas y leer su comunicado públicamente. Se logró anular el estado de excepción encubierto que prohibió una tras otra las movilizaciones pacíficas y antirracistas.
Victoria antirrepresiva: Se aguantó la presión policial por encima del alto dispositivo desplegado en el municipio, de los anuncios de equipar a los agentes con chalecos antibalas y las amenazas de represión indiscriminada.
Victoria mediática: Por encima de las intenciones de la prensa burguesa de dar la imagen de un Alcorcón racista y violento (y recibir la callada por respuesta), se encontraron con una asamblea que con mucha inteligencia logró introducir el mensaje de la convivencia y del antirracismo. La pancarta de la concentración apareció en la mayoría de las televisiones y periódicos, por supuesto distorsionado y mezclado con otras informaciones, pero tengamos en cuenta que nadie esperaba ni siquiera eso. La presencia de lemas antirracistas en un conflicto de esto tipo ocurre por primera vez en el estado español, creando un importante precedente.
Victoria antifascista: Ningún partido u organización neonazi se atrevió a poner un pie en Alcorcón. Una parte de las amenazas se demostraron bulos mediáticos para aterrorizar a la población, pero tengamos en cuenta que la juventud antifascista no regaló ni un centímetro de terreno al fascismo. Aquellas organizaciones que en su momento habían valorado la posibilidad de asistir, tuvieron que dar marcha atrás en sus aspiraciones al ver que las probabilidades de éxito eran prácticamente nulas.
Además, hay que valorar positivamente la experiencia unitaria que se dio en Alcorcón, con una participación de lo más variopinta: desde antifascistas, autónomxs, anarquistas, comunistas, castellanistas…, hasta raperos, skatters, grafitteros… Sin duda se puso en común la voluntad de ganar una batalla al estado y al fascismo, dando una sabia lección de unidad de clase.
Las cuatro As
Desde el principio la prensa y los políticos giraron en torno a un supuesto escenario de «violencia y brote xenófobo». Sin embargo, cuando la juventud más concienciada de Alcorcón convocó una asamblea de urgencia, allí apareció una multitud de antifascistas. «Esto no ha sido ningún ‘brote xenófobo’, como lo pinta la prensa, aquí en todo caso lo que ha habido es un ‘brote antifascista'», comentaba el sábado 27 de enero por la noche un solidario militante del movimiento anticapitalista de Madrid.
En Alcorcón hubo Autoorganización, porque la juventud se organizó desde abajo, horizontalmente y con independencia frente al estado, más allá de los márgenes delimitados por las autoridades.
Hubo Autogestión, no sólo por la cultura y la organización que han generado en los últimos años los espacios físicos okupados y autogestionados de la localidad; la organización juvenil también fue apoyada por medios de contrainformación anticapitalistas independientes, además de crear sus propios comités informativos y ejercer la autogestión de la información.
Hubo Autodeterminación, porque se tomaron decisiones políticas soberanamente y se hicieron efectivos derechos fundamentales, más allá de las decisiones antidemocráticas que estaban tomando las instituciones, intentando que la gente no saliera de sus casas.
Hubo Autodefensa, porque se defendieron las decisiones tomadas en la asamblea con cordones de autodefensa, con patrullas de alerta vecinal y con dispositivos de protección de los locales y espacios sociales del municipio.
En una reciente entrevista del colectivo audiovisual La Plataforma a Iñaki Gil de San Vicente, el pensador marxista vasco afirmó que cuando en una lucha se dan «las cuatro As», depende del grado de intensidad y organización con que se desarrolle el conflicto pero, en esencia, lo que tenemos es una experiencia de contrapoder popular.