Setenta y siete millones de niños de los países empobrecidos del Sur aún no asisten a la escuela. Tras la cumbre del Milenio celebrada en Nueva York en el año 2000, 189 Estados se comprometieron para conseguir que en el año 2015 la educación estuviese al alcance de todos los niños del planeta. Sin embargo, […]
Setenta y siete millones de niños de los países empobrecidos del Sur aún no asisten a la escuela. Tras la cumbre del Milenio celebrada en Nueva York en el año 2000, 189 Estados se comprometieron para conseguir que en el año 2015 la educación estuviese al alcance de todos los niños del planeta. Sin embargo, los atentados del 11-S y la guerra contra el terrorismo islamista han hecho que los presupuestos de defensa hayan aumentando considerablemente en detrimento de la educación o la lucha contra la pobreza.
La Unesco y el Banco Mundial se unieron en 2002 y lanzaron una iniciativa, la Vía Rápida de la Educación para Todos, para intentar conseguir, al menos, el objetivo más básico: la escolarización primaria universal. Después de cinco años, el balance es algo más positivo. De los 100 millones sin escolarizar en el año 2002, 33 millones de han conseguido ir a la escuela, lo que les permitirá tener una vida más digna. No obstante, todavía una cifra de niños superior a los europeos que están edad escolar no conoce lo que es un colegio. Y casi el 70% son niñas.
La vida de un niño que va a la escuela no tendrá nada que ver con la realidad de los que no han tenido acceso a la educación. Los organismos internacionales explican que la educación va de la mano a los índices de pobreza y a las tasas de enfermedades, como el sida.
Una pequeña inversión en educación podría detener el avance de esta pandemia. Un niño formado encontrará un mejor empleo y exigirá el reconocimiento de sus derechos. El caso de las niñas es especialmente interesante. Una niña que ha tenido acceso a la educación será madre más tarde, con lo que las tasas demográficas de la comunidad en la que viva se controlarían, cuidará mejor de la salud y la alimentación de su familia y ayudará de manera más eficaz a la economía familiar y al desarrollo de su país. La educación es, por tanto, la puerta para romper el círculo vicioso de la pobreza. «La cultura y la educación dan lugar a cambios en las personas necesarios para garantizar la paz y el desarrollo», anunciaba el ex director de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza.
Hoy, los países del G-7, los más ricos del mundo, destinan menos de 2.000 millones de dólares año para la ayuda en educación en los países del Sur. Naciones Unidas, sin embargo, denuncia que se necesitaría una inversión anual de más de 8.000 millones de dólares para poder cumplir con los Objetivos de Desarrollo del Milenio, una cifra equivalente al gasto militar mundial de cuatro días. Al ritmo actual, el África subsahariana no conseguirá escolarizar a todos los niños hasta bien entrado el siglo XXII.
Alrededor de todo el planeta, no obstante, surgen iniciativas para intentar que todos los niños puedan tener acceso a la formación y su desarrollo como personas. La supresión del pago de los derechos de matrícula, por ejemplo, provocaría un espectacular progreso de la escolarización, según el director de la Unesco, Koichiro Matsuura. Las familias más desfavorecidas enviarían a sus hijos a la escuela sin preocuparse del coste. En países como Brasil, más de diez millones de familias reciben subvenciones mensuales. En Níger, Guinea o Bangladesh, los colegios ofrecen una comida diaria a los escolares y el índice de niños no escolarizados ha disminuido de manera considerable.
Comunidades de la India han puesto en marcha la iniciativa «Shiksha Karmi». Los maestros del proyecto reclutan a jóvenes de las comunidades para darles formación adecuada para que puedan enseñar al resto de niños. Estos jóvenes maestros se ponen a disposición de los alumnos y adaptan sus horarios. Así, dan clases nocturnas para los niños que tienen que trabajar para ayudar a la subsistencia de sus familias.
«Si todos los niños del mundo se unieran, tendrían más poder que cualquier gobierno», afirmaba Nelson Mandela en 2006 ante los representantes de la Campaña Mundial por la Educación. «Las promesas hechas a los niños nunca deberían ser rotas», añadía. Y es que con el futuro de los niños no se juega.