«La ciudad es una catástrofe/ te entran ganas de mear y no encuentras una retama». El lamento del poeta Eladio Orta es ley de vida en nuestras grandes urbes. A pie de obra, de calle, ahí abajo, una meada, un paseo, un saludo o una conversación marcan la distancia entre la persona y el ciudadano, […]
«La ciudad es una catástrofe/ te entran ganas de mear y no encuentras una retama». El lamento del poeta Eladio Orta es ley de vida en nuestras grandes urbes. A pie de obra, de calle, ahí abajo, una meada, un paseo, un saludo o una conversación marcan la distancia entre la persona y el ciudadano, el vecino y el usuario.
Arriba, por las alturas, las ciudades deslumbran por el color del dinero. El lehendakari, Juan José Ibarretxe, el diputado general de Bizkaia, José Luis Bilbao, el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, y el presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, han sellado, con un fuerte apretón de manos y la mejor de sus sonrisas, la «maravillosa alianza» que nos acercará a la cumbre. El lunes colocaron la primera piedra de la Torre Iberdrola, el rascacielos más alto de Euskadi, el «colofón» del nuevo Bilbao. Con sus 165 metros y 40 plantas, los vascos podremos decir, por fin, que hemos tocado techo.
«Una ciudad que se precie necesita grandes empresas», reconoció Azkuna. «Iberdrola forma parte de nuestro carné de identidad», apuntó Ibarretxe. De nuestro DNI nuclear, debería haber añadido el lehendakari, ya que la multinacional eléctrica vasca, entonces Iberduero, fue la promotora y propietaria de la Central Nuclear de Lemoiz. «La Torre se convertirá en el eje del futuro centro de negocios de la ciudad», explicó el presidente de Iberdrola. Sus 50.000 metros cuadrados edificables estarán ocupados por oficinas. Las cinco plantas del subsuelo albergarán 717 plazas de garaje. Un negocio de altos ingresos.
Una ciudad nace, otra desaparece. Se «reinventa», mienten los políticos. En su libro «Los cuarteles de la memoria», el asturiano Xuan Bello habla del patrimonio sentimental de las ciudades y se pregunta por qué no hay concejales del ramo que velen por ello. «Algún día, por desgracia, tendremos una ciudad a la medida de quien nos gobierna: impersonal, sucedánea, terriblemente alejada de los que en ella han vivido. Será el triunfo de la muerte sobre la vida». Las torres juegan y ganan.