Fue hace setenta años. Casi un año después del levantamiento militar contra la República española, Machado seguía creyendo que un cristianismo laico, sin Dios por supuesto, era el futuro para un mundo en paz. El amor fraternal propuesto por el cristianismo era totalmente incompatible con los ideales fascistas de aniquilación de etnias, pueblos y personas. […]
Fue hace setenta años. Casi un año después del levantamiento militar contra la República española, Machado seguía creyendo que un cristianismo laico, sin Dios por supuesto, era el futuro para un mundo en paz. El amor fraternal propuesto por el cristianismo era totalmente incompatible con los ideales fascistas de aniquilación de etnias, pueblos y personas. El Juan de Mairena póstumo ya había revisado el viejo y practicado dicho romano, Si vis pacem para bellum, por un «si quieres la paz, prepárate para vivir en un mundo en paz». Estaba en línea Machado con el viejo Marx, quien había comentado a su hija Laura la que consideraba principal virtud del cristianismo: «Nos ha enseñado el amor a los niños». De hecho, para el autor de Proverbios y cantares el marxismo era la praxis política que más aproximaba a las enseñanzas de Jesús. Quizás por ello, el 1º de Mayo de 1937, en el congreso, celebrado en Valencia, de las Juventudes Socialistas Unificadas, pronunció Antonio Machado un discurso en el que al mismo tiempo que exponía sus diferencias con alguna tesis del marxismo, con el peso otorgado a los asuntos económicos en la marcha de la historia humana, señalaba su defensa del socialismo como esperanza para la Humanidad. Estas fueron sus palabras1:
Desde un punto de vista teórico, yo no soy marxista, no lo he sido nunca, es muy posible que no lo sea jamás. Mi pensamiento no ha seguido la ruta que desciende de Hegel a Carlos Marx. Tal vez porque soy demasiado romántico, por el influjo, acaso de una educación demasiado idealista, me falta simpatía por la ideal central del marxismo, me resisto a creer que el factor económico, cuya enorme importancia no desconozco, sea el más esencial de la vida humana y el gran motor de la historia. Veo, sin embargo, con entera caridad, que el Socialismo, en cuanto supone una manera de convivencia humana, basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo, y en la abolición de los privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia; veo claramente que es ésa la gran experiencia humana de nuestros días, a la que todos de algún modo debemos contribuir.
Otro grande, Albert Einstein, doce años después, finalizada la segunda guerra mundial y poco años antes de su fallecimiento, se manifestaba también en términos similares a favor del socialismo, no reducido a simple planificación económica, como forma de convivencia de la humanidad2.
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1 Extraído de: Ian Gibson, Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado. Madrid, Aguilar 2006, p. 573.
2 Véase Francisco Fernández Buey Albert Einstein. Ciencia y consciencia. Barcelona, Retratos del Viejo Too 200, pp. 259-268.