La política era un bien público, un producto de libre acceso. Hoy ha sido privatizada. La política la hacían los ciudadanos, al menos con un volumen respetable; hoy se distribuye desde el mostrador institucional Las elecciones municipales y en algunos casos autonómicas que acabamos de vivir certifican la privatización de la democracia existente. La mayoría […]
La política era un bien público, un producto de libre acceso. Hoy ha sido privatizada. La política la hacían los ciudadanos, al menos con un volumen respetable; hoy se distribuye desde el mostrador institucional
Las elecciones municipales y en algunos casos autonómicas que acabamos de vivir certifican la privatización de la democracia existente. La mayoría de los ciuda- danos que acuden a las urnas proceden como los pequeños accionistas de las sociedades mercantiles, que votan solamente para revestir de participación aparente el poder que se debate extramuros entre los propietarios poderosos de la empresa y únicamente a la espera del posible dividendo que decidan distribuirles. Nada deciden ni nada gobiernan esos accionistas a quienes se invita a una junta general en que las reglas están determinadas y la maniobra, prevista. Votan tras escuchar un incomprobable informe de auditoría y la Memoria en clave de los que ocupan la mesa presidencial. Quizá esta figura de las elecciones como junta general de una empresa poderosa explique las crecientes abstenciones, ya que muchos irrelevantes accionistas, conscientes de que las actas están previamente redactadas, se limitan a esperar en casa los números bancarios de lo que les toque, si es que al fin toca algo. Vivimos una sociedad en que se corta un cupón cuyo valor facial es más concesión que resultado. Para qué, pues, perder la tarde, sobre todo si hay fútbol.
La política era un bien público, un producto de libre acceso. Hoy ha sido privatizada. La política la hacían los ciudadanos, al menos con un volumen respetable; hoy se distribuye desde el mostrador institucional. Cualquiera podía erguirse antes sobre una tribunilla y clamar al público sus ideas. Esto ya no vale ni conmueve. La gente, en el parque en que clama el orador, patina o hace footing. Es más, el orador no es ya un «zoom politikon» entregado a crear un aire encendido y vitalizante sino un ejemplar criado con pienso vigilado por una veterinaria muy sofisticada, que usa células-madre y mecánicas de clonación. Cuando el ejemplar político aparece espontáneamente entre el pueblo se le extirpa con mil productos absolutamente legales. El político libre es perseguido por el SEPRONA institucional en nombre del equilibrio de las especies, que son únicamente dos: los que respiran mediante un pulmón único o los que usan branquias de diseño. Los demás son locos, frecuentemente criminales, que hacen futuro usando su propia piel. Se distinguen a simple vista por su dificultad para respirar.