Sarkozy o el poder soy yo. Dice un personaje de Mulholland Falls , la película de Lee Tamahori: «Aquellos que aceptan la carga del liderazgo entienden que cuentan con ciertos atenuantes. Tú proteges a la sociedad… al hacerlo puedes a veces romper alguna ley, violar la constitución…, pero nada pasa porque se entiende que esto […]
Sarkozy o el poder soy yo. Dice un personaje de Mulholland Falls , la película de Lee Tamahori: «Aquellos que aceptan la carga del liderazgo entienden que cuentan con ciertos atenuantes. Tú proteges a la sociedad… al hacerlo puedes a veces romper alguna ley, violar la constitución…, pero nada pasa porque se entiende que esto es parte del costo del liderazgo». Sarkozy, que bien puede parecer ese personaje, afirma en el más puro estilo gaullista bastante démodé por cierto: «C’est la politique qui a choisi d’habiter en moi. Je ne l’ai pas choisie.» Algo así como que el destino lo escogió.
La pregunta es cómo un personaje, que por sus dichos encarna lo más atrasado de las tradiciones políticas, encabeza al mismo tiempo la más radical transformacion política desde el gobierno de Mitterand. Pues haciendo lo mismo que Mitterand, pero en la derecha. En las elecciones del 2002 no sólo el socialismo sufrió una vergonzante derrota, sino que la derecha bien pensante se aterró ante la posibilidad de que la ultra derecha plebeya pudiera disputarle el poder. Optaron entonces por la parálisis de Chirac. En cambio ahora la estrategia de Sarkozy tuvo tres tiempos. Unificar al partido a su alrededor. Rebasar desde la derecha a la ultraderecha con los temas insignia de la inmigración, la seguridad y el movimiento de 1968. Se dijo que perdería al centro, parcialmente así fue, pero mantuvo al grueso de ese electorado. Empero casi 30 por ciento del electorado centrista por primera vez votó socialista en la segunda vuelta.
Segolene o el poder son ustedes. La grave derrota socialista del 2002 -aun cuando se recuperaron posteriormente en las elecciones regionales- era una clara indicación de dos enfermedades que aquejan al socialismo francés. La pérdida de su base electoral tradicional -entre obreros y pensionados- junto a la parálisis de sus liderazgos y la ausencia de un nuevo discurso para una sociedad ya transformada. La estrategia de madame Royal también era clara: rebasar a la nomenklatura de adentro apelando a los ciudadanos libres con una oferta programática que recuperaba para la izquierda temas tradicionales de la derecha como la seguridad pública y el papel de las familias. ¿Qué falló? Uno, que a diferencia de Sarkozy no logró disciplinar a sus propias fuerzas; al contrario, los mandarines de la izquierda caviar se dedicaron a sabotearla de la manera más estúpida, poniendo en duda sus capacidades técnicas para gobernar. Dos, el electorado centrista aún no estaba preparado para votar masivamente por la opción socialista. Como lo demostró el cuasi-debate entre Segolene Royal y el candidato presidencial centrista, Bayrou, en el programa socialista todavía prima un enfoque demasiado estatista de difícil aceptación para los centristas liberales.
Mister President o el poder de los ciudadanos. La revista Time juega con la idea. La última tentación de Al Gore. De manera peculiar, a partir de asumir con enorme lucidez las razones de su derrota que, para muchos incluyéndolo, fue producto de un recuento viciado. A veces afirma elípticamente que la decisión de la Corte Suprema de Justicia de Estado Unidos en 2000 fue equivocada, pero añade que en el sistema americano esa es la última instancia y que el único siguiente paso era un llamado a la revolución. Dado que cree en la democracia y en sus instituciones, aunque se equivoquen, explicó en un popular programa de la televisión pública que decidió concluir la disputa legal en torno a la validez de las elecciones del 2000.
La democracia y sus enemigos. En su más reciente libro, El asalto a la raz ó n, presenta un diagnóstico severo de la democracia en Estados Unidos. Los estadunidenses ven en promedio 4 horas y 35 minutos de programas de televisión al día, 90 más que el promedio mundial. MacLuhan descubrió en su tiempo que la pasividad vinculada con ver televisión se logra a expensas de la actividad en partes del cerebro asociado al pensamiento abstracto, a la lógica y al razonamiento. Todo nuevo medio de comunicación dominante cambia la manera como las ideas y el poder son distribuidos y cómo las decisiones colectivas son tomadas. La ciudadanía bien informada corre el peligro de convertirse en la ciudadanía bien divertida. Y añade que las reformas sobre el financiamiento a las campanas políticas pierden de vista un punto clave: «mientras el medio de entablar un diálogo político sea comprando costosos anuncios televisivos, el dinero seguirá dominando la política».
Ciudadanos, no súbditos. El remedio que propone se condensa en un punto -que desarrolla a lo largo de su libro: re-establecer el genuino discurso democrático. Ademas, como lo ha hecho en el pasado, coloca al Internet en el centro de esta renovación del diálogo democrático. Gore ha iniciado una campaña presidencial peculiar, como si fuera el candidato de un tercer partido justo para tener la libertad de confrontar a toda la clase política, incluso la de su partido, a partir de la prueba irrefutable de los hechos: las catastróficas decisiones sobre la guerra de Irak, el calentamiento global y la tragedia de Nueva Orleáns -sólo por mencionar las más estrepitosas- tomadas con el apoyo o la silenciosa aquiescencia de toda la clase política. Como Segolene, Gore apela a los ciudadanos libres a través del medio de comunicacián más apto para combatir a los monopolios televisivos, el Internet. Como Madame Royal busca jalar a los electores independientes, normalmente centristas, a la izquierda de su espectro político. A diferencia de Segolene opera desde fuera del partido demócrata para después conquistarlo por dentro. Quizás logre ser el candidato presidencial o empuje a que otro u otra candidata o candidato asuma esta agenda radical. En todo caso mete en el centro del debate contemporáneo la discusión decisiva para el futuro de la democracia: cómo devolver el poder a los ciudadanos -que lo son si y sólo si tienen el poder- a través de la deliberación pública.