Tengo para mí que lo único realmente trascendente de las pasadas elecciones municipales ha sido la espléndida derrota de los cruzados en Navarra, cuando precisamente todos apostaban por otra carlistada triunfal fiados en su baraka («detente bala», llevaban escrito en sus petos los requetés en la guerra civil) Ni la marcha sobre Pamplona protagonizada por […]
Tengo para mí que lo único realmente trascendente de las pasadas elecciones municipales ha sido la espléndida derrota de los cruzados en Navarra, cuando precisamente todos apostaban por otra carlistada triunfal fiados en su baraka («detente bala», llevaban escrito en sus petos los requetés en la guerra civil) Ni la marcha sobre Pamplona protagonizada por las cúpulas en pleno del PP y de la AVT , ni la pastoral-arenga del arzobispo de Pamplona llamando a votar a la extrema derecha, han logrado trampear la terca realidad. Los navarros y pamploneses se han movilizado por la reafirmación de su identidad, cerrando el paso a la derecha del UPN y dejando en la cuneta a los tibios socialistas del PSN y los sacristanes del PNV. Al fin y al cabo, ni más ni menos que lo que contempla la constitución vigente, en su disposición transitoria cuarta: la posibilidad de ir hacia un horizonte de integración con el País Vasco.
Fuera de esto, lo demás es puro carnaval y simulacro. Todos han ganado y ninguno ha perdido el 27-M, al decir de los partidos mayoritarios. Salvo los de siempre, la gente corriente y moliente, aunque ellos no lo sepan. Porque uno de los misterios de estas elecciones es saber por qué los pobres votan a los ricos y los explotados a sus explotadores. O lo que es lo mismo; por qué la izquierda social elige a la derecha antisocial. Las respuestas son varias y confusas: ¿porque no saben lo que hacen?; ¿porque no tienen conciencia ni de explotados ni de pobres?; ¿porque ya no hay clases?; ¿porqué la derecha no es tan fiera como la pintan?, o simplemente ¿porque no hay izquierda ni Cristo que la fundó?
Sea lo que fuere, lo cierto es que las elecciones se están convirtiendo en el perfecto manual perfecto que la derecha monopolice el poder «democráticamente». El sufragio, en la sociedad mediática y de consumo, está dejando de ser una herramienta de emancipación. Lo fue -algo- en sus orígenes, cuando el sufragio de los más y humildes podía darles el poder sobre los menos y poderosos. Por eso se «inventó» el voto censitario (sólo para propietarios) y los partidos políticos (Moses I. Finley dixit); para «partir» esa mayoría social (divide y vencerás). Luego, cuando resultó imposible seguir poniendo puertas al campo, se fue abriendo el puño en la seguridad de que el centrifugado de la sociedad de masas y de consumo daría sus réditos (de hecho hasta 1931 la mujer no pudo votar en España y los negros en EE.UU hasta la década de los sesenta).
Así hemos llegado hasta la actualidad, en que la «gran fiesta de la democracia» ha quedado reducida al insípido ritornello de depositar una papelina en una urna para optar entre listas cerradas y bloqueadas a «no-representantes». Porque la primera devoción de los elegidos va hacia el partido que tuvo la generosidad de hacerles «reina por un día». Lo llaman democracia y no lo es. Es sólo una democracia de percepción. La que nos inoculan con machacona perfidia los medios de comunicación fabricantes de consensos (W. Lippman dixit). No se por qué, pero al juntar «elecciones» y «democracia» me vienen a la memoria aquellos sabios versos de Antonio Machado sobre el «agua» y la «sed» que dicen «sabemos que el agua sirve para beber, pero no sabemos para qué sirve la sed». ¿Las elecciones apagan la sed de democracia?
Y como no creo que el enemigo de mi amigo sea mi enemigo, ni lo contrario, habrá que salir a campo abierto y preguntarse qué atajo de demócratas son estos que votan a los capos de la corrupción urbanística, los heraldos de la privatización de la sanidad pública y a todo aquel que practica el oficio más viejo del mundo de robar a los pobres para dárselo a los ricos (vicios privados que producen virtudes públicas, Mandeville dixit). Todo por mor de la representación sin consecuencias, placeba, que ha terminado por ser el artificio más acabado para legitimar la usurpación del poder de los ciudadanos para hacer y deshacer al antojo de los de arriba en nombre y con la pasta de los de abajo. Ni el bueno de Juan Jacobo Rousseau podía preverlo cuando acuñó aquella histórica frase, relativizando el valor del sufragio, de «sólo es libre el ciudadano en el instante de depositar su voto, y nada más».
Aunque, no hay que sorprenderse. ¿Qué otra virtudes que nos sean las del trepismo, el trinque, el autobombo, el cinismo y la estulticia cabe en una sociedad que sólo vende basura humana, insolidaridad y mediocridad a menos llenas a través de sus instituciones, medios de comunicación y líderes sociales? En ese panóptico en que se ha convertido la convivencia atropellada (la muchedumbre solitaria, David Riesman dixit), con personas que van de la cuna a la tumba «vírgenes» de interacción social, «solos en la bolera» (Robert D. Putman, dixit); cuando los grandes entre los grandes destacan por su desfachatez, ¿cabe otra respuesta que no sea la abstención responsable, creativa y decidida?
Ahí están esos dos primeros espadas de nuestra realpolítik, los ex presidentes Felipe Gonzaléz y José María Aznar. Dos «estadistas» que fueron elegidos de entre las personalidades más importantes de la historia de España en ese cachondeo montado por TV3 para ungir como grande entre los grandes al Rey Juan Carlos (¿alguien recuerda ya el yate Fortuna pagado a escote por magnates y gentes de buen vivir?). Ambos, Aznar & González, son un ejemplo paradigmático de ese fértil ayuntamiento entre vicios privados y virtudes públicas. Los dos, adversarios en la política de cara a la galería, han renunciado a formar parte del Consejo de Estado por incompatibilidad con sus negocios: Felipe, asesor áulico de Carlos Slim, el cuarto hombre más rico del mundo, y Aznar del magnate Murdoch y al frente de un fondo de capital riesgo radicado en un paraíso fiscal. Ojo al dato. Son auténticos patriotas por los que muchas gentes, a derecha e izquierda, beben los vientos, que ponen sus experiencias, contactos y agendas «públicas» como representantes del pueblo español – y por él también sufragadas- al servicio del tráfico de influencias….mientras dan la espalda a currar para la cosa pública.
Ah, pero para figurante figurante, el bueno de Bono. Le ha faltazo tiempo, tras el leñazo de Sebastián, para ofertarse yendo a misa de doce a la parroquia roja de San Carlos Borromeo. ¿Cuando se dará cuenta el Partido Popular que su líder natural es el inefable José Bono? Es la versión friki del ¡viva mi dueño!
Nota: El presidente del Consejo de la Juventud de Madrid (CJM) me «rectifica» amablemente un comentario en el que tildaba de «esperzancistas» a sus miembros por hacer una campaña a favor del voto el 27-M en la capital con un novedoso sistema de cartel-imán. Sostiene el responsable del CJM que dicha institución es ideológicamente plural y funcionalmente independiente, aunque cobre de la Comunidad de Madrid. Dicho queda.