En la escritura musical, ese lenguaje que danza sobre cinco líneas y cinco espacios, el silencio es figura que se garabatea entre las negras y corcheas, se ofrece a la escucha como paradoja escrita de lo que no se oirá. Cada nota figurada posee su reverso silencioso, su valor callado. Una figura que mide el […]
En la escritura musical, ese lenguaje que danza sobre cinco líneas y cinco espacios, el silencio es figura que se garabatea entre las negras y corcheas, se ofrece a la escucha como paradoja escrita de lo que no se oirá. Cada nota figurada posee su reverso silencioso, su valor callado. Una figura que mide el silencio. Un despiste o la falta de destreza al colocar un silencio puede arruinar la más hermosa composición o echar abajo toda una trama de especulación inmobiliaria.
En el lenguaje verbal también se grafía el silencio. Las comas, como éstas, dosifican la lectura y administran el silencio, encharcan el texto con pequeñas gotas en las que paradójicamente nos sumergimos para emerger un segundo después y así respirar. Los puntos suspensivos dejan colgado el discurso, lo suspenden. Pero el valor de estos puntos depende de la palabra que los antecede. No no-dicen lo mismo estos de Ah de la vida… que silencios incógnitos encontrados en las geografías de las novelas que describen un lugar llamado S…
El silencio: guardar silencio, enmudecer, no decir nada: vasta metáfora de un mundo en el que se dice todo. Desde el silencio-renuncia de Rimbaud hasta el minuto de silencio en el estadio. Desde el silencio que no traiciona a amigos en los sótanos a la fotografía de la enfermera posando su dedo aséptico sobre unos fríos labios de hospital. El silencio social: incómodo en los ascensores. El sonido del silencio en las gargantas de Paul y Art y los gritos del silencio de Joffé. El silencio en mitad de una monstruosidad orquestal de Shostakovich. Una tregua en el alarido arisco e independiente de Ian Mackaye. Su valor. Y el cine, mudo.
Nuestras sociedades enfermas y neuróticas de ruidos, estímulos y sonoridades (lo que se llama la contaminación acústica) han embrionado desde el desarrollo industrial una pasión que ha naturalizado el ruido como recurso musical. Del rudimento kraftwerkiano de sintetizadores analógicos hasta la creatividad artificial de las máquinas de Cornelius o Bjork. Desde lejanos armatostes que llenaban toda una habitación hasta portátiles que constatan la total adhesión protoolista. En las formas musicales modernas, la carencia de silencio es una tónica de burbujeante uso compulsivo y síntoma neurótico de horror vacui sónico: desde las escasas dosis ramonianas de la ira juvenil (fiel reflejo del speed ontológico) hasta su inutilidad en la bestialidad sonora del black metal. El silencio se ha convertido en algo parecido a la tradición musical india que considera que el silencio siempre continúa.
Ya lo decía el músico John Cage: «Esto es lo que llamo silencio: un estado libre de intención; y en consecuencia no disponemos de ningún silencio en el mundo. Estamos en un mundo de sonidos. Le llamamos silencio cuando no encontramos una conexión directa con las intenciones que producen los sonidos. Decimos que es un mundo silencioso (quieto) cuando en virtud de nuestra ausencia de intención, no nos parece que haya muchos sonidos. Cuando nos parece que hay muchos, decimos que hay ruido. Pero entre un silencio silencioso y un silencio lleno de ruidos, no hay una diferencia realmente esencial. Esto que va del silencio al ruido, es el estado de no-intención, y es este estado el que me interesa».
Sabía bien el músico que compuso «4’33’« que para tener silencio, ese estado de no-intención, hace falta escuchar lo que se oculta tras los sonidos dominantes. Así, podríamos contar la historia de un hombre que va a escuchar una pieza musical y se encuentra con que el pianista, insigne músico y reconocido instrumentista, cierra la tapa del piano al comienzo de la pieza y lo abre al final de esta misma. O la historia de esa mujer que cada día, desde el timbrazo del despertador hasta la última nota que es capaz de percibir antes de caer al sueño, recibe miles de estímulos patrocinados y sonidos con marca dirigidos a su oído y no como esos del «Acto de navidad» de Hugo Ball:
El viento: f f f f f f f f f fff f ffff t t Sonido de la Nochebuena: hmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm Los pastores: He holah, he holah, he holah. Sirenas. Ocarina.—- crescendo. (Ascensión a una montaña) Chasquidos de látigo, Cascos. El viento: f f f f f f f f f f f ffffffffffffffffffffffffffffff t.
Si desplazamos un milímetro lo sentidos, además de poder cantar el sermón microfísco riechmanniano, utilizando el pensamiento de Cage, podríamos afirmar que el videoclip de la sinfonía de horror que consumimos todos los días delante de la televisión (de la cual son partitura los periódicos y BSO las radios) es el Sonido. Sonido, más bien ruido blanco, concierto del capital. El sonido y la furia de una máquina imparable, de enormes cadenas, convertidos en ondas que trepan hasta el nervio auditivo para conformar la banda sonora de nuestras aburridas vidas. De esta manera, el silencio, a la manera de Cage, sería aquello que pasa desapercibido bajo la rotunda potencia sonora de los mensajes y promociones. La publicidad, como sabemos, no respeta el volumen que hemos elegido para nuestro televisor y se permite subirnos el sonido para llamar la atención de su importancia al descanso en la película ruidosa que contemplamos callados.
El silencio estaría en aquellas noticias que realmente conmocionan por su amordazado valor bajo el estruendo informativo-económico de los media. Así que la manipulación informativa sería, en este caso, un recurso de las grandes corporaciones para matizar; la manipulación es un regulador de sonido fortissimo (ff) que apenas ya distinguimos, por costumbre, como un piano cotidiano con algunos crescendos como, por ejemplo, el caso de la no concesión a RCTV o los smorzandos informativos como las guerras-noticia del mundo. Entre los matices podemos encontrarnos con los matices agógicos: son aquellos que indican el ritmo o la velocidad a la que una parte de la obra (o ésta en su totalidad) ha de ser interpretada. Como eso tan lejano ya de ce ce o o, el ácido bórico y la mochila y cualquiera de los informativos COPErnicanos o de Telemadrid. Los dinámicos se indican por signos llamados reguladores y por términos en italiano, nos dan un forte para noticias en relación a las ganancias de un banco y un pianissimo para las rectificaciones sobre las mentiras vertidas sobre Venezuela en estos últimos años.
Falta u omisión de algo por escrito, dice el Drae. Eso también es el silencio. Acaso podríamos referirnos al silencio de los historiadores contemporáneos o a su ruidismo sobre la guerra civil. También al silencio de la ley. O como la muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante para aquellos que desean controlar a las protestas silenciosas.
Aún así, el silencio es uno de los valores al alza en nuestra civilización de tráfico y decibelios que un yanomami consideraría la más absoluta puerta a la locura, como muestra la campaña publicitaria de aires acondicionados Fujitsu («el silencio»). Un juez grita: «¡Fujitsu! en la sala», un cura entona el que guarde fujitsu para siempre y una maestra «¡Un poquito de Fujitsu, niños!» Es la Ley del Enfoque: El principio más poderoso en marketing, según los eruditos y mentalistas, es poseer una palabra en la mente de los clientes. Que viene precedida de la Ley de la percepción (el marketing no es una batalla de productos, sino de percepciones) y seguida de la Ley de la exclusividad (Dos empresas no pueden poseer la misma palabra en la mente de los clientes). Parece que los que teorizan sobre marketing nunca han intentado darse de baja de una multinacional de la comunicación ni han encuestado su opinión a los que homéricamente lo consiguieron.
Estas leyes inmutables del marketing publicitario, a propósito del fujitsu, nos recuerda aquella frase de Unamuno: «A veces, el silencio es la peor mentira». En cuestiones de apropiación de lenguaje y de significado, las palabras y las frases (slogans) trade mark se usan bajo pago de los derechos de reproducción. Se registran. Se parcelan. Y así nos encontramos con la historia de un actor con bigote pintado y gafas redondas que escribe una carta a un gran estudio en la protesta por el veto de la gran compañía al uso de una palabra en el título de la película que rueda el actor. «Decís que el nombre de Casablanca es vuestro y que nadie más lo puede usar sin vuestro permiso, ¿qué pasa con «Hermanos Warner» (Warner Bros)? ¿También eso es vuestro? Es posible que podáis usar el nombre «Warner». Pero nunca la parte «Hermanos», profesionalmente, nosotros éramos «Hermanos» mucho antes que vosotros.»
Siguiendo aquí también la analogía por sustitución o metonimia funcional de un aparato que gestiona la temperatura (como ese software que regula el correo o ese que limpia solo el horno) la extraordinaria obra de Martín Santos se convertirá en muchísimo más actual con su «Tiempo de fujitsus». Entendiendo el fujitsu como metáfora del consumo silencioso de aire limpio y a buena temperatura cuando el primero está condenado a desaparecer y la segunda va a incrementarse por aquello del CO2 y lo de Kioto.
Los momentos allbran los pasamos pensando en verde y en por qué donde vamos no triunfamos; pero nos damos un kitkat y sabemos que lo bueno sale bien porque yo lo valgo, que no somos mediamart ni imbéciles. Entonces nos apetece un día redondo y quedamos con los amigos que vieron jugar a Maradona y a Gordillo. Nos dirigimos al hardrock y a los lugares de ocio Heineken. Si vivimos en la «ciudad que sonríe» no nos queda más remedio que dibujar, cuando menos se lo esperan, la carcajada, negra y profunda.
Si utilizáramos la metonimia del creativo asignando, no la cualidad del producto o su representación espectacular como forma de vida con valores que se compran y se pueden hasta descambiar, sino lo que realmente provocan, lo silenciado, podríamos sustituir la palabra guerra con el nombre de la compañía que realmente se beneficia de la venta de armas. La General Dynamics de Irak; la Inisel de Sudán, La Indra del golfo. Las Lockheed Martin de Chechenia o la Northrop Grumman de Sri Lanka.
O la explotación infantil; con la adidas de Pakistán que afecta a tantos niños y niñas. La disney de sus fábricas deslocalizadas en las que se trabaja doce horas. ¡Fujitsu, niños! Que vamos a hablar de la starbucks de Bolivia. El monsanto del diablo con Mia Farrow, la huelga en la novartis pública y sus médicos. El unitedfruit por la liberación liberal de Colombia. La Repsol amazónica. Los momentos cocacola vividos en las últimas protestas en Alemania contra el G8. El dowquemical que respiramos todos los días.
-Tengo que hacer ejercicios, estoy macdonalds.
Y cómo no hablar de literatura con la corriente de la poesía del fujitsu en la que se dan patadas de taijitsu. Pronto llegarán los haikus de Kaiku.
Tenemos ejemplos para que usted, ocioso lector, elija y metonimee: Shell, General Motors, Ford, Exxon, IBM, Exxon, AT&T, Mitsubishi, Mitsui, Merck, Toyota, Philip Morris, General Electric, Unilever, Fiat, British Petroleum, Mobil, Philips, Intel, DuPont, Standard, Bayer, Alcatel Alston, Volkswagen, Matsushita, Basf, Siemens, Sony, Brown Bovery, Bat, Elf, Coca-Cola, Microsoft, Cisco, Oracle, IBJ/DKB/Fuji, el Deutsche, BNP/Paribas, UBS, Citigroup, Bank of America, Tokio/Mitsubishi…Santander, Telefonica … (silencio meditativo)
La palabra es plata y el silencio es oro, dice el acervo popular. Prueben a ver la televisión sin sonido. Olviden el ruido blanco con el que acaban todas las grabaciones. Las palabras se ensucian con denotación de guerra. El silencio ruidoso apenas es una nota escrita en la vastedad de cientos de racimos de corcheas sangrientas e injustas. Posibilidades silenciosas tenemos desde el detournement, la semiótica del subvertising hasta la reapropiación semántica que nos invita…
al asalto la palabra tomad.
Despedazadla, romped la avidez de tenerla.
Robadla de las torres y las fronteras,
de los movimientos del cuerpo bajo el sol,
salvadla de la brazada del negro significado,
del charco angosto, helado, del miedo.
Fragmentadla. Letra a letra,
esquirla, nuez, cáscara,
iremos componiendo una palabra
mil veces dicha,
mil veces rota, mil veces en hiel trocada,
mil veces dicha y olvidada.
Y si no, pues ya lo decían Depeche mode con tapones en los oídos en «Enjoy the silence». Todo lo que siempre necesite, está aquí en mis brazos. Las palabras son muy innecesarias. Sólo pueden hacer daño. Un perro que ladra, el viento entre nuestras manos, o los pájaros que cantan. Alguien que nos susurra te quiero bajo la desconcertante música de los móviles. Sonidos en un planeta solitario. Más adelante, en otoño/ se aposentan en los chopos grandes bandadas de cornejas./Pero durante todo el verano/ como en la zona no hay pájaros/ sólo escucho sonidos humanos./Y me pongo contento.