En otros tiempos, Dios no dudaba en provocar diluvios, destruir ciudades o lanzar las plagas que fueran necesarias para dejar constancia de su divino enfado. Hoy, en la actual Valencia de la Rita apisonadora y el Camps demoledor, a Yahvé le sobra y basta con una simple gotera para evidenciar su ira celestial. Es lo […]
En otros tiempos, Dios no dudaba en provocar diluvios, destruir ciudades o lanzar las plagas que fueran necesarias para dejar constancia de su divino enfado. Hoy, en la actual Valencia de la Rita apisonadora y el Camps demoledor, a Yahvé le sobra y basta con una simple gotera para evidenciar su ira celestial.
Es lo que ha pasado en la Sala la Gallera, donde una oportuna gotera obligó a cerrar precipitadamente una exposición de la Bienal que había desatado ciertas beatíficas suspicacias en algunos sectores de la iglesia valenciana. Se trata de una parte de la muestra Lo impuro y lo contaminado, una interesante experiencia artística procedente de Lima, que incluía una serie de reflexiones plásticas sobre el hecho religioso y su plasmación artística.
De entre las piezas reunidas en aquel espacio, antaño lugar de pelea de gallos, parece ser que provocó especial malestar en algunas miradas, la relectura que el joven pintor peruano Marcel Velaochaga hizo del cuadro El funeral de Atahualpa, pintado en la segunda mitad del XIX por Luis Montero. El motivo del incomodo no sería otro que la presencia en la tela de la figura del Bendicto XVI, escoltado por un marine norteamericano y sosteniendo con su santa mano la cabeza decapitada de Che Guevara.
Así, el Santo Padre aparece en el lienzo con un gesto muy distinto del proyectado por las cúpulas eclesiástica y del PP valenciano para recordarlo durante su visita a la capital del Turia, en aquel clamor de multitudes, entre flores y fallerescos altares, candoroso en su defensa de la familia, aunque firme como martillo de herejes contra feministas y homosexuales.
Afortunadamente, los responsables de la Conselleria de Cultura no tuvieron que pasar por el maltrago de la censura, porque en eso llegó la cólera divina y en forma de gotera obligó a cerrar la exposición. No para amordazar a la libertad de expresión. No, al contrario, para preservar las obras allí expuestas. Por eso, lo más grotesco no es la clausura apresurada del espacio artístico. Lo más triste es que la sala llevara semanas cerrada y nadie, absolutamente nadie, la echara en falta.
A buen seguro que donde corresponda ya habrán tomado nota de la amnesia. De ahora en adelante, en Valencia no volverá a existir la censura, esa capaz de provocar contraproducentes escándalos que atraen miradas curiosas sobre lo prohibido. A partir de ahora, bastará con cerrar las puertas sin mucho ruido a la menor gotera, porque en poco más de un suspiro nadie recuerda lo que había dentro.
Dentro de unos meses los bólidos de Bernie Ecclestone desgastarán el asfalto de las calles valencianas. Para entonces ya poco importará. Y es que hace ya mucho tiempo que las duras ruedas de los automóviles del espectáculo han reducido a su mínima expresión el frágil firme de nuestra memoria crítica.
http://esteladodelparaiso.blogspot.com/2007/06/censura-goteras-y-olvidos-en-la.html