Querido Juan: Una vez dijiste que Catulo «escribe siempre el mismo poema y mira/ el universo que alumbra/ el umbral de su casa». Desde hace siempre, la poesía tuya está repleta de preguntas, muchas preguntas, desde En abierta oscuridad hasta el País que fue será. Te la has pasado preguntando, Juan, y ahora, por […]
Querido Juan:
Una vez dijiste que Catulo «escribe siempre el mismo poema y mira/ el universo que alumbra/ el umbral de su casa». Desde hace siempre, la poesía tuya está repleta de preguntas, muchas preguntas, desde En abierta oscuridad hasta el País que fue será.
Te la has pasado preguntando, Juan, y ahora, por preguntador tal vez, te han dado el Premio Cervantes, el Premio Juan Cervantes a vos, Miguel de Gelman, y el apellido que sigue es el de un barrio que conocés como si fuera la Condesa: Saavedra.
Juan, nos pusimos todos contentos y nos llamamos por teléfono y hasta me escribió un viejo amigo desde Madrid para preguntarme si tal vez te acordabas de cuando te presentó a Henri Curiel en París, otro que andaba haciendo preguntas por el mundo.
Juan, un rey te va a dar el Premio Cervantes, el rey Juan Carlos, y todo va a estar regio, no te andes preguntando por el protocolo y esas cosas, todo va a estar bien como tú digas, Juan Cervantes.
Pero yo quisiera saber ahora, Juan, si en todas tus preguntas, como en los poemas de Catulo, la pregunta que escribes es siempre la misma:
«¿La búsqueda de la verdad siempre es tristeza?» «¿Adónde fue la rosa que cantaba en mi tarea?» «¿Quién canta ahora mismito en un recuerdo sitiado?» «¿Dónde quedaba ese país que busqué a ciegas en una canción humana?» Y sobre todo, Juan: «¿A dónde se fue el cóncavo bar, los vasos soñadores, las llamadas por teléfono al futuro ocupado?»
Ahora te irás, preguntador, a recibir un Premio que es como si un pedacito nos tocara a cada uno del montón de nosotros que no sabemos contestar ni una sola pregunta. Pero mira, Juan, cuando estés allá, yo quisiera que en el momento menos pensado le hicieras a quien corresponda tu pregunta más amarga, como el tango con que Margo regresó a la ciudad:
«¿Quién paga los derechos del velero que escribe adiós en la tarde que no puede volver?».
Si te contesta, bien. Y si no, cuando regreses nos juntamos todos, no a encontrar respuestas sino a imaginar nuevas preguntas para el próximo viaje.