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Advertencia: esta película puede provocar enojo

Fuentes: La Jornada

En la universidad, los estudiantes varones solíamos decir que era imposible llevar a una hermosa joven al cine, porque uno no podía concentrarse en la película. Pero en Canadá comprobé que esto no es verdad. Familiarizado con Medio Oriente y sus abusos, y las perversas políticas de George W. Bush, una guapa mujer y yo […]

En la universidad, los estudiantes varones solíamos decir que era imposible llevar a una hermosa joven al cine, porque uno no podía concentrarse en la película. Pero en Canadá comprobé que esto no es verdad. Familiarizado con Medio Oriente y sus abusos, y las perversas políticas de George W. Bush, una guapa mujer y yo nos sentamos en las butacas, absorbidos por Rendition (distribuida en México con el título El sospechoso), filme de Gavin Hood sobre el poderoso y sorprendente testimonio de un «sospechoso de terrorismo» torturado en una capital árabe no identificada después de ser trasladado ahí por matones de la CIA, enviados por Washington.

¿Por qué un «terrorista» árabe telefoneó a un ingeniero químico egipcio que tenía una green card y vivía en Chicago con su esposa estadunidense embarazada, mientras asistía a una conferencia internacional en Johannesburgo? ¿Tenía conocimiento de cómo hacer bombas? (Desafortunadamente sí, era un ingeniero químico, pero fue por error que las llamadas telefónicas llegaron a su número).

Sale del avión en el aeropuerto internacional de Dulles e inmediatamente es trasladado en un jet de la CIA a un lugar que se parece sospechosamente a Marruecos, donde, desde luego, los policías locales no aplican precisamente las reglas de Queensberry durante los interrogatorios.

Un nervioso empleado de la CIA que trabaja en la embajada estadunidense, interpretado por un nervioso Jake Gyllenhaal, tiene que ser testigo de las torturas a las que se somete al cautivo, mientras la esposa de éste ruega a los legisladores en Washington que encuentren a su esposo.

El interrogador árabe empieza mascullándole preguntas al egipcio desnudo en una prisión subterránea y sus métodos van en aumento: de golpizas al «hoyo negro», al ahogamiento lento, hasta llegar a las descargas eléctricas.

El principal interrogador, Muhabarat, es, de hecho, interpretado por un actor israelí, y es tan bueno que cuando exigió saber cómo logró Al Jazeera conseguir imágenes exclusivas de un atentado suicida delante de sus propios policías, mi acompañante y yo estallamos en carcajadas.

Sobra decir que el joven de la CIA se ablanda; con justa razón cree que el egipcio es inocente, obtiene por la fuerza su liberación gracias al ministro local del Interior, mientras que el interrogador en jefe pierde a su hija en un ataque suicida, y hay una fastidiosa secuencia en retroceso para que la bomba estalle tanto al principio como al final de la película. Mientras, Meryl Streep, quien interpreta a la venenosa e indolente jefa de la CIA, es obligada a enfrentar sus malas obras. No es muy realista, ¿verdad?

Bueno, piénsenlo de nuevo, pues en Canadá vive Maher Arar, un ingeniero de software totalmente inofensivo, originario de Damasco, quien fue detenido en el aeropuerto JFK, de Nueva York, y pasó por un trato casi idéntico al del ficticio egipcio de la película. Se sospechaba que era miembro de Al Qaeda, y la policía montada canadiense transmitió ese chisme sin fundamento a la FBI. Lo trasladaron en un avión de la CIA a Siria, donde se le mantuvo en una cárcel subterránea y fue torturado. El gobierno canadiense después dio a Arar 10 millones de dólares como compensación y recibió una disculpa pública del primer ministro, Stephen Harper.

Pero los matones de Bush no se inmutaron, como Meryl Streep en su papel de jefa de la CIA. Aún afirman que Arar es «sospechoso de terrorismo», razón por la cual testificó en una reunión especial del Congreso estadunidense el 18 de octubre, en la cual tuvo que aparecer en una pantalla gigante en Washington.

Verán, legalmente no tenía autorización para ingresar a territorio estadunidense. En su lugar, yo preferiría quedarme en Canadá, no fuera a ser que la FBI quisiera volverme a llevar a Siria para otra ronda de tortura. «Déjeme ofrecerle, a título personal, algo que nuestro gobierno no le ha dado: una disculpa», dijo humildemente el congresista demócrata Bill Delahunt, pero, salvo eso, la administración Bush no ha dicho ni pío.

Aún peor, Washington rehusó revelar la «evidencia secreta», que dijo tener en contra de Arar, cosa que la prensa canadiense reveló al descubrir que la supuesta evidencia no era sino el chisme de que Arar habría viajado a Afganistán, según un prisionero árabe en Minneapolis, de nombre Mohamed Elzahabi, cuyo hermano, dice Arar, en una ocasión le reparó el automóvil.

Existe una linda cita del secretario de Seguridad Interna, Michael Chertoff, y de Alberto Gonzales, entonces procurador general, en el sentido de que la evidencia contra Arar estaba respaldada «por información desarrollada por las agencias de impartición de justicia estadunidense». ¿No les encanta esa palabra: «desarrollada»? ¿No les huele a podrido? ¿No significa más bien «fabricada»?

Uno se pregunta cuáles eran los pensamientos de Bush cuando mandó a Arar a Siria, un país que él mismo llama «Estado terrorista» y que apoya a organizaciones «terroristas» como Hezbollah. Al parecer, el presidente Bush quiere amenazar a Damasco, pero al mismo tiempo le complace mucho que los torturadores sirios estén dispuestos a martirizar a alguien con descargas eléctricas en una prisión subterránea en nombre de Estados Unidos.

Pero qué puede esperarse de un presidente cuyo sustituto para el puesto del procurador Gonzales, Michael Mukasey, dice a los senadores que «no sabe que está involucrado» en la técnica de waterboarding (ahogamiento lento, que consiste en vertir agua sobre la cabeza encapuchada de un prisionero. N de la T)», que las fuerzas estadunidenses usan durante los interrogatorios. «Si el waterboarding es tortura, ésta no es constitucional», dijo con un balido el infortunado Mukasey. Sí, supongo que si las descargas eléctricas constituyen tortura, también tendrían que ser inconstitucionales, ¿cierto?

Al menos los lectores de The New York Times tomaron nota de las inmortales palabras de Mukasey. Un ex procurador preguntó: «¿Cómo puede Estados Unidos esperar recuperar su posición como respetado líder del mundo en cuestiones fundamentales como los derechos humanos si el principal procurador de justicia no tiene el valor de reconocer la innegable realidad de que el waterboarding es tortura?» Otro lector señaló: «Al igual que la pornografía, la tortura no requiere definición».

Pero no todo está perdido para los amantes de la tortura en Estados Unidos. Esto es lo que dijo el senador Arlen Spector, sólido amigo de Israel, respecto de las vergonzosas declaraciones de Mukasey: «Nos alegramos de ver que alguien fuerte y con un sólido historial asuma el control de este departamento».

¿Es la realidad más extraña que la ficción? ¿O es que Hollywood está despertando después de películas como Syriana y Munich a las horrendas injusticias en Medio Oriente y a las desvergonzadas e ilegales políticas de Estados Unidos en la región? Vayan a ver la película Rendition, los hará enojar, y recuerden a Arar. Pueden invitar a una guapa dama para compartir con ella su furia.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca