El informe, pretendidamente exhaustivo, que el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) publicó ayer lunes por la tarde sobre el accidente de la central nuclear de Ascó que produjo la liberación al medio ambiente de partículas de material radiactivo (cobalto-60 y otros), es a juicio e Greenpeace un documento simplista y falto de rigor en sus […]
El informe, pretendidamente exhaustivo, que el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) publicó ayer lunes por la tarde sobre el accidente de la central nuclear de Ascó que produjo la liberación al medio ambiente de partículas de material radiactivo (cobalto-60 y otros), es a juicio e Greenpeace un documento simplista y falto de rigor en sus cálculos sobre la radiactividad liberada y no aporta explicaciones convincentes sobre la causa del escape de radiactividad al exterior de la central.
En cuanto a sus cálculos de la radiación emitida, el CSN intenta minimizar la gravedad, contribuyendo de esta forma a encubrir las malas prácticas y la pésima cultura de seguridad de la central nuclear de Ascó.
Según el CSN, la actividad total de las 150 partículas radiactivas recogidas hasta ahora, dentro y fuera del emplazamiento de la central, suma 235,000 Bequerelios (Bq), y afirma que la radiación emitida está muy por debajo de los límites reglamentarios. Asimismo el CSN afirma en su informe que las operaciones que condujeron a la introducción de agua radiactiva en el sistema de ventilación del edificio de la piscina ocurrieron durante la última recarga de la unidad 1 de la central, a finales del mes de noviembre de 2007, y que la emisión de la radiactividad a la atmósfera se inició cuando se conectó el sistema de ventilación normal, concretamente el 29 de noviembre de 2007.
Es evidente que si la contaminación radiactiva se empezó a emitir hace algo más de cuatro meses, lo que la central y el CSN han medido en estos últimos días es una mínima fracción de lo que en realidad se vertió al medio ambiente en noviembre del 2007, a través de una alta chimenea. Es evidente, que todo lo que el CSN no ha podido medir, porque ya no está en el emplazamiento de la central, se habrá difundido en el entorno, dentro y fuera de los terrenos de la central, arrastrado por el viento y la lluvia de estos últimos meses.
Además, el CSN no tiene en cuenta otro aspecto relevante: algunos de los isótopos radiactivos emitidos, que también producen radiación ionizante de alta intensidad, tienen vida media de desintegración cortas o muy cortas, lo que supone que cuatro meses después ya habrán liberado al medio ambiente la mayor parte de su radiactividad y no estarán contribuyendo a las medidas recientes realizadas por la central y el CSN, aunque sí deberían computarse en el total de la radiación emitida desde el mes de noviembre de 2007. Sería el caso, entre otros muchos ejemplos, del Cobalto-58 (Co-58), que tiene un periodo de semidesintegración de 70’8 días, por lo que 4 meses después del accidente restaría muy poca cantidad, a comparar con el período del Co-60, que es de 5’27 años.
«La falta de rigor del CSN es inadmisible y pone en cuestión su ya de por si escasa credibilidad. Es inaceptable que el CSN trate de confundir al público dando por buenas las medidas de un centenar y medio de partículas, cuando desde el mes de noviembre del año pasado se han podido emitir miles y miles de ellas al medio ambiente», ha declarado Carlos Bravo, responsable de la campaña nuclear de Greenpeace.
Greenpeace exige al CSN que compute las dosis no sobre los valores medidos cuatro meses después del accidente sino sobre la radiación vertida al sistema de ventilación durante la recarga, ya sea estimando la cantidad de líquido vertido o a partir de la caracterización radiológica de los tramos contaminados del sistema de ventilación de emergencia.
Por otro lado, en la comparación de la radiactividad medida más de cuatro meses después de la emisión, que es 235.000 Bq según el CSN, con los límites de dosis reglamentarios, la nota vuelve a mostrar falta de rigor. En este caso, tampoco aclara que los límites de incorporación anual dependen, según la reglamentación, además del isótopo de que se trate, de la vía de incorporación (inhalación o ingestión), del tramo de edad de la persona que lo ingiere, así como de la velocidad de salida del pulmón de la partícula inhalada. De hecho, los límites de incorporación anual para niños en un tramo de edad entre 1 y 2 años son un orden o más de magnitud inferior a los correspondientes a adultos.
La nota del CSN es aún menos clara cuando habla sobre origen del suceso que dio lugar a la emisión de radiactividad. Lo primero que llama la atención es que la ventilación estuviese funcionando en modo de emergencia. Parecería lógico que estuviese la ventilación normal, a no ser que, en realidad, hubiese una causa que justificase el arranque de la ventilación de emergencia, como bien podría ser una contaminación del sistema producida por la negligencia o un error inadvertidos de los operarios, tal como viene a reconocer el CSN, explicando que el titular sólo descontaminó parte del sistema después del incidente.
En ese supuesto, ¿por qué no se informó al público del accidente que provocó la actuación del sistema de emergencia? ¿Cuáles fueron exactamente las maniobras que lo causaron? ¿Por dónde entró el agua al sistema y por qué podía entrar por donde entró? Si el CSN sabía que el sistema de ventilación estaba contaminado, ¿por qué no exigió y se aseguró de que todo el sistema estaba completamente limpio antes de que se conectase la ventilación normal, que, según dice el CSN, emite aire al medio ambiente sin ningún tipo de filtrado? ¿Por qué el CSN no exigió un refuerzo de las medidas del Plan de Vigilancia Radiológica Ambiental de la central cuando era conocedor de que se había producido una contaminación del sistema de ventilación? Estas preguntas no tienen respuesta en la nota del CSN.
En la misma tampoco se da una explicación convincente de cómo ha pasado el aire de la atmósfera del edificio de combustible, mezclado con agua radiactiva del sistema primario, primero hasta el sistema de ventilación de emergencia y después desde éste al sistema de ventilación normal. Esto también lo deberá explicar el CSN, ya que no parece que esto debiera ser así, a no ser que en la central de Ascó el aire contaminado pueda ir de un sitio a otro sin ningún control. «Es como si en una casa el agua que circula por las bajantes del agua del inodoro pudiera acabar apareciendo en los grifos de los lavabos o en la ducha. Esto es, desde luego, bastante extraño y el CSN deberá dar explicaciones detalladas de este interrogante, que habrá que sumar a todos los anteriores», añadió Bravo.
La secuencia de fechas del comunicado también refuerza la falta de transparecia del CSN: el 26 de noviembre la contaminación, el 29 la emisión, el 14 de marzo la primera detección de una partícula radiactiva, el 2 de abril se detectan más partículas, y, al fin, el 3 de abril se entera el CSN. La noticia sale a la luz pública sólo cuando Greenpeace informa de los hechos el día 5 de abril porque algunos trabajadores responsables confían más en esta vía que en las autoridades supuestamente encargadas de garantizar la seguridad de las centrales nucleares.