En 1979 el PCE obtuvo 23 diputados en el parlamento al lograr el 10,8% de los votos en las elecciones generales. En aquel momento, el Partido esgrimía con orgullo su influencia preponderante en la dirección de CCOO y agrupaba en sus filas a miles de militantes. Junto a intelectuales de importante proyección pública, contaba con […]
En 1979 el PCE obtuvo 23 diputados en el parlamento al lograr el 10,8% de los votos en las elecciones generales. En aquel momento, el Partido esgrimía con orgullo su influencia preponderante en la dirección de CCOO y agrupaba en sus filas a miles de militantes. Junto a intelectuales de importante proyección pública, contaba con una nutrida afiliación obrera que daba vida y protagonismo político al Partido en barrios y fábricas. Eso era hace casi dos décadas. Hace un par de meses IU consiguió sólo un 3,8% de los votos emitidos, obteniendo un solo diputado por Madrid, puesto que Joan Herrera, miembro de ICV, pertenece a otra organización. Y, lo más importante, bajo este colapso electoral, se encuentra un PCE extraordinariamente debilitado por la pérdida de una parte fundamental de su militancia y de su pasada influencia en la lucha de clases.
Hay quienes consideran la debacle electoral como un posible punto de partida para resolver la situación crítica que enfrenta el Partido. Deducen de ello que una refundación de IU, partiendo de las bases programáticas de 1986, dará solución a buena parte de las dificultades. Desde nuestro punto de vista, los resultados catastróficos que cosechó IU deben ser estudiados bajo otra luz: una consecuencia de la crisis política e ideológica que el Partido Comunista viene arrastrando en las dos últimas décadas.
En un organismo vivo la fiebre es un síntoma que nos advierte de la presencia de una enfermedad, pero el factor clave para devolver la salud al paciente no estará en la administración de paracetamol, eso sólo aliviará la sintomatología, sino en detectar y tratar las causas últimas de la dolencia. La Comisión Permanente del PCE achaca la derrota electoral, en su mayor parte, a la falta de papel propio de IU y su seguidismo con respecto a las posiciones de Zapatero. Pero la dirección actual debería responder a la pregunta de por qué una coalición electoral cuyos organismos dirigentes han contado habitualmente con una abrumadora mayoría de afiliados al PCE ha desarrollado esta política.
Cierto es que tras el magnífico resultado electoral de 1979 llegó la victoria aplastante del PSOE en 1982. La crisis aguda del Partido provocada por la política de Santiago Carrillo, basada en la desmovilización obrera y en apuntalar a los gobiernos de UCD durante la transición, anunció el primer trasvase masivo de cuadros dirigentes del Partido a las filas de la socialdemocracia. La mayoría absoluta de Felipe González trajo un período inicial de dificultades, provocadas por las inevitables ilusiones de millones de trabajadores tras años de gobierno de la derecha.
La tarea del PCE, en aquel momento, pasaba por sacar todas las conclusiones de la política reformista de Carrillo y ser capaces de aprovechar las posibilidades que se abrían para una genuina alternativa comunista, en un momento de duro enfrentamiento de los gobiernos del PSOE con su base social, que se tradujo en numerosas huelgas y conflictos sociales.
Los años 90
Alguien podría preguntar si no fue eso precisamente lo que hizo Julio Anguita cuando a mediados de los 90 consiguió con el 10,54% de los votos un grupo parlamentario de 21 diputados. En diez años IU logró un espectacular crecimiento electoral. Si en 1986 Gerardo Iglesias obtuvo 935.504 votos, Anguita era capaz de agrupar 2.639.774 votos en 1996. Pero, curiosamente, este proceso de avance electoral no impidió que el PCE siguiera perdiendo su fuerza vital, su columna vertebral: sus raíces en la clase obrera.
La década de los 90 constituyó un período crucial para las organizaciones que se proclamaban comunistas. El colapso del régimen estalinista de la URSS desató una ofensiva ideológica contra todo aquello que oliera a comunista; día y noche, desde los medios de comunicación de masas, nos explicaban que el comunismo había fracasado. La supervivencia del PCE, como referente político y organizativo entre sectores amplios del movimiento obrero, necesitaba de algo más que agrupar electoralmente el descontento que provocaba la política de derechas de los dirigentes del PSOE. El Partido podía superar ese difícil período con éxito si sus dirigentes eran capaces de levantar con firmeza y convicción una alternativa revolucionaria, auténticamente leninista, explicando como todos aquellos que habían abandonado la tarea de la transformación socialista de la sociedad como objetivo central de su actividad política, finalmente acababan gestionando el capitalismo en beneficio de los de siempre.
Lejos de ello, la contundente ofensiva ideológica de la burguesía contra las ideas comunistas, encontraba al PCE diluyendo sus siglas y bandera hasta hacerlas casi imperceptibles. El partido trasladó por completo su eje de actuación del barrio y la fábrica a la actividad institucional y se replegó en el movimiento obrero.
El terreno sindical es extraordinariamente importante para una organización revolucionaria que pretende demostrar en la práctica la veracidad de su discurso. Si estudiamos la evolución política de la dirección de CCOO entre 1989 y 1999, observaremos como el giro a la derecha se hacía más profundo año tras año. El hecho de que al inicio de este proceso se encontraran al frente del sindicato miembros destacados del PCE, no evitó la derechización, puesto que, salvo honrosas excepciones, en la cúpula sindical penetró con fuerza la idea de que la caída del muro de Berlín había puesto el RIP a las ideas del marxismo. Así, el ascenso electoral de IU en aquellos años, lejos de ayudar a superar dificultades, fue acompañado de un retroceso y debilitamiento constante del Partido en el movimiento obrero.
La responsabilidad no la tiene la clase obrera
Por todos los aspectos señalados, para analizar los últimos resultados electorales de IU, no es suficiente con hacer una justa crítica al programa y actuación de su hasta ahora coordinador general, Gaspar Llamazares. De hecho, la dirección del PCE comparte con Llamazares un argumento central para explicar la derrota electoral de IU: la baja conciencia política de la clase obrera. Por ejemplo, el Comité Central del Partido Comunista de Andalucía (PCA) afirmaba en su declaración sobre el balance electoral que «(…) se siente identificado con el análisis que se hizo en la reunión de la Permanente Federal con los Secretarios Generales de las distintas Federaciones del PCE en el que se señala que España según los resultados electorales, está más a la derecha. El PSOE gana las elecciones y el PP avanza y se consolida…». Este análisis podría ser verdad si los trabajadores hubieran tenido una alternativa consecuente y realmente marxista a la izquierda del PSOE. Pero, si como el propio secretario general del Partido y sus homólogos en las diferentes zonas reconocen, IU no constituía dicha alternativa, esta conclusión no sólo es falsa, sino que desvía la atención del punto fundamental.
Efectivamente, es necesario buscar alguna explicación más aparte de los errores de Llamazares y, para ello, parece necesario dirigir nuestra atención hacia quienes asumen la dirección política del PCE. La responsabilidad de un joven o trabajador que ha votado al PSOE para cerrar el paso a la derecha, considerando que IU no era una alternativa convincente, se empequeñece hasta desaparecer cuando reflexionamos sobre la responsabilidad de los dirigentes del PCE que, a pesar de contar con la mayoría absoluta en la dirección de IU durante años, no han podido evitar su actual deriva política. Así mismo, antes de buscar responsables entre los afiliados de base de CCOO por la nefasta política de su actual secretario general, los dirigentes del Partido tienen el deber de preguntarse cuáles fueron los errores que permitieron que CCOO, sindicato fundado por el PCE durante la lucha contra la dictadura, se encuentre actualmente comandada por la extrema derecha del movimiento sindical.
El actual Comité Federal debería comprender que cuando esgrime como una de sus más importantes señas de identidad política la reivindicación de la III República, necesita en primer lugar explicar honesta y claramente cuál era la corriente ideológica dominante en la dirección del Partido cuando éste se convirtió en uno de los principales valedores de la monarquía, y pidió con entusiasmo el voto afirmativo en el referéndum constitucional de 1978. No es la clase obrera quien ha abandonado al PCE. Ha sido la dirección del Partido la que ha abandonado la lucha ideológica en defensa del socialismo en el seno del movimiento obrero. Esa es la auténtica razón de la crisis que afecta tanto a IU y como el PCE. Ahora bien, el espacio a la izquierda de la socialdemocracia no sólo existe sino que se acrecienta con la crisis del sistema capitalista, abriendo extraordinarias oportunidades para una alternativa genuinamente comunista.