Analizar el presente de la juventud vasca y elaborar desde sus conclusiones una síntesis teórico-práctica que centre los objetivos fundamentales a conseguir en el futuro, semejante esfuerzo, requiere de un método multidisciplinar, totalizante en lo esencial y lo suficientemente abierto en los aspectos secundarios, superficiales. Naturalmente, un trabajo así requiere un tiempo y un espacio […]
Analizar el presente de la juventud vasca y elaborar desde sus conclusiones una síntesis teórico-práctica que centre los objetivos fundamentales a conseguir en el futuro, semejante esfuerzo, requiere de un método multidisciplinar, totalizante en lo esencial y lo suficientemente abierto en los aspectos secundarios, superficiales. Naturalmente, un trabajo así requiere un tiempo y un espacio de los que ahora y aquí no disponemos, aunque sí podemos presentar de manera resumida y concentrada lo básico. Afirmamos que los problemas de la juventud vasca no son fortuitos, casuales ni descontextualizados, sino que están originados por estructuras socioeconómicas, políticas, represivas, estatales y mundiales muy precisas, que se tienen que estudiar, conocer y denunciar práctica y teóricamente. Rechazamos radicalmente cualquier tesis que sostenga que nuestros problemas presentes y, consiguientemente, nuestro futuro son resolubles exclusivamente en el plano individual y sólo dentro del marco franco-español y capitalista que padecemos. Afirmamos que, por lo contrario, la emancipación colectiva e individual, dialécticamente unidas, de la juventud es únicamente posible mediante el avance independentista y socialista, como primer paso urgente e imprescindible para logros posteriores.
A partir de esta declaración directa de intenciones, en absoluto ambigua y sí muy concreta, vamos a exponer algunas consideraciones elementales sobre cuatro aspectos decisivos para la juventud vasca como son, uno, su independencia autoorganizativa; otro, su desarrollo vital emancipado y creativo; además, su enriquecimiento cultural y, por último, su libertad práctica en contra del sistema represivo. Hemos escogido estos cuatro aspectos porque sinterizan lo esencial y común a todos los restantes problemas que a diario padece y que se presentan de múltiples formas, bajo muchos colores y apariencias, pero que mantienen una estrecha interrelación subterránea e invisible. Hacer visible esa interconexión es un paso decisivo en el proceso emancipador, revolucionario.
1.- Contra la dependencia y por la independencia
Uno de los objetivos prioritarios de todos los sistemas de opresión habidos hasta el presente es el de disponer de una juventud dependiente, incapaz de pensar y actuar por sí misma y necesitada de las órdenes, mandatos, dinero, trabajo, condiciones de vida, etc., que le imponga el poder o le conceda en determinados momentos para desactivar luchas reivindicativas radicales. Una juventud dependiente, paralizada por la incapacidad de actuar y pensar, sujeta a los caprichos, mandatos y necesidades del poder, una juventud así es un pilar básico de y en todo sistema reaccionario y autoritario, y hasta tolerante, es decir, dispuesto a tolerar y permitir algunas veleidades passotas típicas de la impulsiva e inconsciente «edad juvenil».
Toda la estructura de formación de la personalidad humana está pensada para, desde las primeras horas de existencia, hacer del sujeto un ser dependiente. Desde que nace, el ser humano es sometido a toda serie de dictados, exigencias, disciplinas, amenazas, castigos, recompensas, premios, alagos… para anularle cualquier posibilidad de pensamiento propio, crítico e independiente. Aunque ese sistema intimidador está siempre en activo durante toda la vida del ser humano, es en su infancia, adolescencia y juventud cuando actúa más impune y devastadoramente.
En la actualidad, la dependencia está siendo propagada y fortalecida por toda una serie de leyes socioeconómica, represivas, políticas y culturales. El empobrecimiento relativo y absoluto de la juventud vasca es, por sus consecuencias, uno de los mayores obstáculos que frenar la autoorganización juvenil. Hay que decir que el empobrecimiento no está originado por neutrales, asépticas e intocables «leyes económicas», sino que es efecto de las estrategias político-económicas de la burguesía. La precariedad e inseguridad en el puesto de trabajo es otra de ellas, como también lo es la incertidumbre sobre el futuro personal que se padece durante la época de estudios. El sistema pretende destruir las bases materiales, sociales, económicas, familiares, etc., que permiten a la juventud organizar su propia vida, planificar su futuro, decidir sobre su presente, convivir colectivamente con otros jóvenes e independizarse del entorno familiar.
Mientras que hace treinta años, cuando a pesar de la dictadura franquista era casi seguro acceder a un puesto de trabajo y desarrollar una vida propia en un entorno juvenil específico, ahora, la precarización generalizada de la existencia obliga a la juventud a esperar años para hacer su vida. Ahora, excepto en las casas para estudiantes, es más dificil organizar la vida colectivamente, en comunas, en casas okupadas y fuera del domicilio familiar. Mientras que hace tres décadas el sistema educativo, pese a sus contenidos dictatoria¬les, terminaba por lo general dando paso a un trabajo casi seguro por la alta tasa de empleo, ahora esa certidumbre ha desaparecido y la incertidumbre existencial anida dentro mismo del sistema educativo vigente.
Que muchos jóvenes no sean conscientes de esa incertidumbre, que no se planteen apenas los problemas existenciales decisivos -¿de qué vivo? ¿cuándo podré vivir por mí mismo? ¿porqué aguanto la dependencia? etc.- y que sólo vean pasar el tiempo, la semana y el mes, eso sólo indica el poder alienador y desmoralizador del sistema, por un lado, y por otro, advierte que las frustraciones, decepciones y sueños y deseos rotos y negados, se amontonan en el basurero del inconsciente, en lo profundo de la personalidad, cargándola de tensiones y rabias que más temprano que tarde saldrán a la superficie de un modo u otro. Cuando una persona no puede decidir por sí misma y depende de otras para todo, sus reacciones también serán las que esas otras, el poder en general, designen, propicien y potencien. Así se entiende que a pesar de toda la palabrería oficial al uso, en realidad el poder dominante potencia la brutalidad fascista, las drogodependencias, la perniciosa mezcla de insolidaridad y gregarismo…
La lucha contra la dependencia y la conquista de la independencia es, pues, un objetivo prioritario para una vida propia, feliz y cualitativa. Cuando se denuncian las esclavistas ETTs, a los negreros bancarios y a los piratas empresarios, cuando se exigen mejores salarios y estabilidad en el trabajo, cuando se lucha para obtener viviendas y ayudas sociales, cuando se exige otro sistema educativo, sanitario, etc., esta lucha esencial debe ir unida a la construcción de la autoorganización de la propia vida, de la independencia de criterio y de pensamiento, de la capacidad para decidir por uno o una misma dentro de una dialéctica creativa con y en la vida colectiva, popular, clasista y nacional. De no ser así, si esas reivindicaciones tan esenciales sólo son tenidas como meros intrumentos de comodidad individualista, egoísta y consumista, entonces no se habrá dado ningún avance cualitativo en la emancipación.
2.- Contra la alienación y por la emancipación
No existe una imagen más triste y degradante de la especie humana que la de ver a un/a jóven pensar y hacer lo mismo que su opresor. Sin embargo, esta imagen es muy frecuente, más de lo esperado. ¿Por qué? Muy sencillo: porque la anulación de la personalidad crítica e independiente hace de esas personas jóvenes una tuerca de la máquina dominadora. La precarización generalizada de la existencia presiona, aunque sea inconscientemente, a esas personas jóvenes a buscar ciertas seguridades. Nadie puede malvivir permanentemente en la incertidumbre e inseguridad existencial. Por eso y por las presiones alienadoras desde los primeros días de existencia, muchas personas jóvenes aceptan los valores opresores. También les lleva a ello el que no tienen apenas acceso a las razones y propuestas revolucionarias de otras personas jóvenes.
Esta tercera causa, el aislamiento y el desconocimiento de que otras personas jóvenes se han autoorganizado y luchan, es más importante de lo que sospechamos porque de algún momento las personas jóvenes tienen dudas, preguntas, cabreos y críticas que hacer a su existencia; todas las personas deseamos en algún momento cambiar o al menos mejorar nuestra existencia. Y si entonces no se dispone de una respuesta alternativa, de otra versión diferente a la oficial, lo más seguro es que nos desmoralicemos, creamos que estamos aislados, que malvivimos en la soledad más espantosa, que no es posible cambiar o mejorar nuestros problemas… El sistema dominante conoce de sobra esas situaciones en las que sus mecanismos de orden y control son puestos en duda, y para evitar que esa duda avance y se transforme en conocimiento crítico y práctica revolucionaria, para eso, ha montado un impresionante y complejo dispositivo de vigilancia permanente y de alienación.
En la actualidad el sistema dominante ha mejorado sus métodos de alienación para impedir que las razones de la juventud abertzale lleguen a todos los rincones. Además del sistema represivo que lanza contra las personas jóvenes abertzales, denigrándolas, criminalizándolas e intentando impedir con cualquier medida sus relaciones con otras personas jóvenes, además de esto, también desarrolla otros mecanismos aislacionistas, controladores, alienadores, represivos. Citamos los más importantes:
De un lado, ha potenciado el consumo compulsivo de baja calidad, barato y no de lujo, relativamente accesible con las formas de pago aplazado, con tarjeta a bajo crédito, con las ofertas de las grandes superficies, etc., incluso para las familias que flotan precariamente en el humbral de la pobreza. Así la juventud actual puede creer que aunque su futuro sea incierto su presente es «normal» y hasta «cómodo», porque pese a la nula calidad de vida que constata en su casa y en su entorno, cree que la realidad es un reflejo del consumo barato y que el futuro será una continuidad del presente. En realidad, el consumismo siempre ha existido en la juventud pero siempre dentro del contexto socioeconómico establecido. Lo que ahora ocurre es que el capitalismo potencia el consumismo compulsivo de baja calidad y de relativamente fácil satisfacción. Se crea así una espiral absorvente de creación de necesidades falsas, de ansias de compra y de rápida frustración al ver que tras la compra surgen nuevas «ofertas» que son en realidad nuevos mandatos y exigencias de consumo.
De otro lado, esa compulsión y las frustracciones que genera se malviven en un entorno en el que el márketing y la propaganda consumista han superado ya los límites y características del producto que ofertan, y se han convertido en auténticos dictados sobre el modo y la forma de vida, los afectos y sentimientos, sobre el cuerpo y la sexualidad… Las personas jóvenes actuales padecen muchísimas más presiones coercitivas, disciplinadoras, exigentes, autoritarias, hiperconsumistas, que las de generaciones anteriores porque hoy en día el consumismo tiene un sentido alienador mucho más pernicioso que el de hace treinta años. Bajo este diluvio, y sin referentes críticos y alternativos externos, no es extraño que muchas olviden sus dudas y quejas y se desintegren como personas en el magma de conformismo pasivo.
Además, la propaganda oficial insiste en que el futuro está ya fijado y determinado por el orden actual, no siendo posibles «aventuras» de ningún tipo, de modo que sólo queda como única posibilidad la reforma lenta de lo que existe. Sin ilusión política alguna, ignorando la historia y las razones de su malvivencia, domina el apoliticismo que aparece como un comportamiento normal y lógico. A lo sumo, se repiten sin entenderlos tópicos al uso como «tolerancia», «democracia», «solidaridad con el tercer mundo», etc., cuando en la práctica diaria no se hace nada de eso.
Aunque algunas personas jóvenes intervienen en movimientos asociativos y sociales, vecinales, recreativos, etc., la mayoría de la juventud despolitizada cree que no tiene sentido esforzarse en la transformación de sus condiciones de vida porque ve cómo se le cierran y se le vuelven en contra todas las instituciones oficiales.
Mientras que la juventud de hace treinta años, en 1970, tenía claro que el franquismo se estaba cayendo y que se podía conquistar un mundo mejor; mientras que buena parte de la juventud de hace veinte años, en 1980, tenía claro que la llamada «transición» era una trampa y había que seguir luchando; mientras que hace quince años, en 1985, vivimos una intensa recuperación de las luchas juveniles en múltiples aspectos; mientras que hace siete años, en 1993, asistimos a una nueva recuperación de las movilizaciones juveniles, mientras estas fechas son las puntas de los dientes de sierra de la historia juvenil vasca reciente, vemos también momentos de bajón y de caída. En todos ellos, el orden opresor ha intentado destruir la ilusión por el futuro, reforzar el apoliticismo y mantener drogada y dormida a la juventud. Desde hace pocos años, asistimos a una nueva ofensiva en este sentido.
Puestas así las cosas, tampoco debe sorprendernos el que esos miles de jóvenes adapten sus tiempos, espacios y formas de descarga emocional, psicológica y física de sus frustraciones y desencantos, o sea lo que se oculta debajo de la «juerga», a las nuevas exigencias y limitaciones sociales. La «diversión» se convierte, bajo esta perspectiva, en el momento de desagüe y descarga de todas las tensiones acumuladas y que en su mayoría no son vividas conscientemente. Por ello resulta tan fácil la expansión del consumo de nuevas drogas y el aumento de nuevos comportamientos grupales caracterizados por otras formas de agresividad, sustitución, compensación, sublimación, etc., diferentes a las anteriores, cuando la vida cotidiana y los mecanismos de control y represión eran diferentes.
En estas condiciones, la vivencia y el sentido del trabajo también se está cargando de contradicciones. Muchas personas jóvenes sienten el trabajo asalariado como un simple medio para vivir, aunque un medio imprescindible. Mientras que muchos adultos viven para trabajar, asumiendo la ideología del trabajo, muchas personas jóvenes trabajan o buscan trabajo para poder vivir, asumiendo el principio de la calidad de vida. Este cambio de sentido y valoración, en sí mismo positivo porque anuncia una posible emancipación, tiene empero un peligro terrible si no va acompañado de una conciencia correspondiente. El peligro radica en que en una sociedad hiperconsumista, la pobreza y precariedad juveniles agudizada por la escasez de oferta de trabajo puede acelerar la tendencia a soluciones autoritarias y dirigistas o a alternativas individuales en el sentido de sálvese quien pueda, bien mediante la ley de la selva, bien mediante la llamada «delincuencia social».
Para combatir este peligro cierto, manipulable por el poder, la conciencia abertzale ha de expandir un sentido de la calidad de vida según el cual el trabajo asalariado sea visto como una «necesidad impuesta» a superar históricamente. Se trata de luchar, primero, porque todas las personas tengan un salario suficiente y además, a la vez, dispongan de más tiempo libre, tengan que trabajar menos tiempo; y, segundo, ese trabajo asalariado vaya siendo superado y olvidado históricamente en la medida en que superemos el capitalismo. La calidad de vida aparece aquí como un principio esencial para impedir que, en la juventud, el hiperconsumismo unido a la precarización, pobreza e incertidumbre por el futuro, sea el moderno caldo de cultivo de otra fase de desmovilización y hasta de autoritarismo juvenil.
A la vez, pero con un ritmo propio por la especificidad del tema, el comportamiento sexo-afectivo es igualmente zarandeado por esos cambios de fondo. La generalización de un mercado de consumo erótico de masas, la hipersexualización del márketing comercial fuertemente sado-masoquista y siempre misógina y de las nuevas normas existenciales, la importancia dada por las nuevas formas de explotación a la imagen corporal en determinadas edades y puestos, estos y otros cambios se suman al deterioro de la autoestima machista tradicional y al aumento de las presiones sexo-afectivas originadas por la precarización global de la existencia. Resultado de todo ello, se agudiza en la juventud una explosiva mezcla de deseo sexual, de limitados recursos para satisfacerlos, de choque entre varias formas de vivir la sexualidad y de muy reducidas posibilidades de vida sexo-afectiva emancipada, libre y crítica.
Las mujeres jóvenes son las más afectadas por estas realidades. Si ya son marginadas y diferenciadas negativamente desde el nacimiento mismo, luego estos cambios son especialmente dirigidos y reforzados contra ellas. La educación que padecen es especialmente autoritaria y restrictiva. El sistema patriarco-burgués ha desarrollado disciplinas, controles y vigilancias especiales para y contra las mujeres, y de entre éstas, contra las jóvenes. El sistema patriarco-burgués logra así estabilizar una masa social acrítica y pasiva cuando no abiertamente colaboracionista y hasta reaccionaria en cuestiones decisivas. Cuando las jóvenes avanzan en su emancipación, el machismo responde multiplicando sus recursos y entre éstos incluimos el comportamiento sexista cotidiano de compañeros de militancia abertzale.
Visto lo visto, no debe sorprendernos que sectores juveniles no sólo sean «apolíticos» e indiferentes y pasivos en cuestiones que les afectan crucialmente, sino que además existan jóvenes consciente y abiertamente reaccionarios y fascistas. Es más, si no viviéramos en Euskal Herria con los logros, conquistas y fuerza autoorganizada de la izquierda abertzale, entonces debiéramos sorprendernos por la relativamente poca militancia reaccionaria de la juventud vasca. Ahora bien, no debemos dormirnos en los laureles, al contrario.
Queremos decir que, primero, la juventud, cualquier juventud, es un objetivo especialmente cuidado por el poder dominante y que, segundo, por ello mismo, el presente y el futuro de la juventud depende de la lucha que ella misma realice. Cuando asistimos a caídas en las movilizaciones juveniles en otras naciones, cuando vemos cómo el conservadurismo y el desinterés egoísta infecta a toda una generación destruyéndola para la lucha revolucionaria, en esos casos debemos comprender que por diversas razones han triunfado las fuerzas alienadoras y han sido derrotadas las emancipadoras. Cuando asistimos a la recuperación de las movilizaciones y de la autoorganización juvenil comprendemos que por diversas razones otra generación ha entrado en la lucha.
Altibajos así, que ya hemos expuesto brevemente con anterioridad, son más comunes de lo que sospechamos y su perioricidad distancia entre momentos álgidos y de paralización, entre la fuerza y la debilidad, e incluso el poder de arrastre alienador del conservadurismo y reaccionarismo que en determinados momentos logra el sistema opresor, estos cambios, dependen de múltiples factores de entre los que destacamos la capacidad de arraigo profundo y adaptación permanente de las organizaciones revolucionarias y en especial de las juveniles. Debemos comprender que la emancipación desalienadora no es automática ni está ineluctablemente asegurada por el aumento de la opresión, precarización e inseguridad vital. Es más, frecuentemente sucede que ante un deterioro generalizado de las condiciones de vida muchos sectores juveniles optan por opciones reaccionarias.
3.- Contra la incultura y por la cultura
No puede existir capacidad de autoorganización emancipadora y de afirmación de la propia personalidad colectiva e individual, sin un simultáneo esfuerzo de enriquecimiento cultural. Naturalmente, entendemos aquí por «cultura» otra cosa muy diferente a la culturilla de consumo alienador que propagan los poderes capitalistas, francoespañoles y yanquis. Sí puede existir, y de hecho ocurre, que muchas personas jóvenes empiezan a emanciparse y hasta a militar políticamente sin formación alguna, incluso despreciando ese esfuerzo y centrándose exclusivamente «en lo práctico». La experiencia general confirma, sin embargo, que estos casos tan frecuentes tienden a desinflarse si ese practicismo no va acompañado, reformado y, a partir de determinado momento, guiado por una concepción teórico-política.
Las razones hay que buscarlas en el hecho de que las presiones alienadoras diarias son tan fuertes que solamente contadas personas jóvenes mantienen su militancia abertzale sin recurrir a cursillos de formación teórico-política y cultural. Las personas jóvenes padecen con especial crudeza la miseria y analfabetismo cultural medio. Aunque la sociedad vasca se caracteriza por ser la mejor informada del Estado español, ese mérito no es suficiente. Una cosa es capacidad de información y otra es capacidad de creatividad cultural en la propia lengua y desde una perspectica crítica y emancipatoria.
Además, los cambios sociales impuestos por la burguesía dificultan sobremanera las posibilidades de enriquecimiento cultural independiente. La precariedad y el empobrecimiento relativo y absoluto restan tiempo para la cultura, desaniman, cansan, atosigan y agobian. Las preocupaciones van hacia otros problemas más agudos y urgentes. Las tensiones almacenadas dificultan la concentración mental y la tranquilidad del entorno. El tiempo propio y libre disminuye, y el aumento del desgaste psicosomático y de estrés psicológico presionan para que la gente se entregue pasiva y docilmente al opio televisivo. La programación de la caja tonta está pensada para enganchar psicológica y emocionlmente al personal. La televisión tiene efectos hipnóticos en la mente del espectador al poco tiempo de ser visionada y aisla, incomunica y sumerge en el sopor psicosomático a la persona televidente.
Para colmo, el sistema educativo que la juventud padece no les ha enseñado ni formado para leer con orden y sistematicidad, para pensar creativamente y ordenar y planificar nuestros pensamientos y exponerlos efectivamente. No nos han educado para comprender los avances científicos, sino para malvivir en la ignorancia dependiente y dogmática. Desconocemos los rudimentos de la tarea intelectual, de la lógica, de la memorización, de sacar apuntes, de la lectura rápida, de los mapas mentales y de las formas de ordenar e interrelacionar los recuerdos y los datos. Nuestro voculario medio es estremadamente limitado y simple. No sabemos cómo buscar un libro en una librería, y tampoco nos han enseñado a hacer un seguimiento de las publicaciones novedosas.
Es urgente, por tanto, desarrollar una sistemática y planificada militancia teórico-cultural propia, capaz de permitir a las personas jóvenes pensar por sí mismas, sin depender del saber dominante, desarrollando un conocimiento y una cultura juvenil revolucionaria y desalienada. Sin esta cultura será imposible responder a los retos y problemas anteriormente analizados y, sumidos en la ignorancia, deambularán a ciegas en medio del temporal reaccionario, siendo incapaces de responder a las preguntas y preocupaciones que otras personas jóvenes realizan a diario. No nos deberá sorprender entonces que muchos de estas personas que se han acercado a la juventud más concienciada para encontrar una respuesta, una luz en medio de la oscuridad, giren, se alejen de ellos y se hundan en la más profunda apatía o se dejen arrastran por los cantos de sirena del opresor.
Debido a todo esto, para la juventud la cultura tiene un sentido específico y diferente al que tiene para la gente mayor. Mientras que las personas jóvenes necesitan con urgencia saber por qué y qué son, las personas mayores, por lo común, ya han pasado esa fase, se han adormilado y renunciado a casi todas sus aspiraciones juveniles. El amargor que intuimos o vemos en la mayoría de los padres y las madres viene, entre otras razones, de esa terrible pérdida de ilusión por la vida, de esa derrota vital, tan común y frecuente, y que se expresa en el conformismo sociopolítico. Es desde esta realidad que las personas jóvenes ven que la cultura adquiere un contenido nuevo y revolucionario ya que es la que les va a permitir descubrir por qué son lo que son y qué deben y pueden hacer para salir de la miseria. Desgraciadamente, esta cultura emancipatoria que reivindica la juventud, que quiere desarrollarla y enriquecerla, apenas les ha sido enseñada por sus familias, en sus casas, y menos aún en y por el orden educativo y universitario oficial, el orden dominante.
La juventud vasca ha tenido que empujar e impulsar periódicamente a sus propias familias en bastantes casos, para poder salvar la cultura euskaldun, para crear movimientos populares euskaltzales, para crear y expandir la suficiente conciencia político-cultural autoorganizada básica para la construcción nacional vasca. Es muy cierto y puede sentirse orgullosa por ello, también hay que reconocer que en Euskal Herria esta tarea ha sido y está siendo facilitada tanto por el esfuerzo militante de miles de personas como por la acumulación sucesiva de fuerzas liberadoras ya asentadas, de modo que, en comparación con otros pueblos, existe una base político-cultural previa. Pero es insuficiente y, teniendo en cuenta los cambios sociales y las crecientes presiones anticulturales en general y antieuskaldunes en concretos, hay que decir que esa base debe ser inmediatamente fortalecida.
Para ello, estos tres objetivos mínimos son imprescindibles:
Uno, la extensión del euskara y de la cultura euskaldun en todos y cada uno de los espacios en los que vive y se relaciona la juventud vasca. La experiencia acumulada confirma que, hasta ahora, la extensión del euskara ha ido unida a la extensión de una conciencia progresista, abierta, democrática, crítica e independiente. Ello es debido a que la lucha independentista y socialista ha integrado en su proyecto lo mejor de las reivindicaciones concretas de otros movimientos y luchas, de modo que se ha creado una concepción global en la que la construcción euskaldun sintetiza lo esencial de las emancipaciones que palpitan en nuestro pueblo. Más aún, el descarado autoritarismo de las fuerzas estatales franco-españolas, ferozmente antieuskaldunes, refuerza el contenido progresista del euskara en sí mismo, en cuanto lengua de la libertad.
Otro, pero este contenido ha de ser permanentemente modernizado y adecuado a las nuevas exigencias vitales cotidianas. Ninguna lengua, ninguna cultura, sobrevive si paraliza su capacidad de interpretación de la realidad siempre cambiante. En nuestro caso, además de los ataques represores exteriores, también debemos tener en cuenta las opciones autonomistas que pretender «despolitizar» nuestra cultura con la excusa de no dar razones al enemigo, cuando en realidad consigue, de un lado, crear una cultura débil, pobre, sin capacidad crítica y sin contenido progresista y, de otro lado y unido a lo anterior, esa cultura es una simple traducción literal de la cultura yanqui como cultura dominante a escala planetaria. Bazofia reaccionaria, eurocéntrica, occidentalista y racista, militarista, machista y capitalista que se proyecta a diario bajo el celofán de EiTB, UPV, gobierno vasco, etc.
Además, este contenido progresista ha de estar siempre al tanto de los cambios y problemas muundiales. Hoy más que nunca, disponer de una visión histórica mundial es decisiva para el desarrollo de la cultura propia. Hoy más que nunca antes, la única garantía de que nuestra creatividad cultural propia pueda mantenerse contra la marea arrasadora de la cultura alienante del capitalismo es nuestra militancia solidaria antiimperialista. Solamente estrechando lazos solidarios con los pueblos oprimidos, clases trabajadoras y mujeres que se enfrentan al nuevo imperialismo capitalista, podemos acceder a las informaciones, conocimientos, actos y movimientos alternativos existentes, y que no son silenciados por los sistemas de desinformación y propaganda capitalista.
4.- Contra la represión y por la libertad
Llevamos más de dos siglos sufriendo la represión franco-española y capitalista. Nuestra realidad actual es incomprensible sin el concurso de esa represión. Gracias a ella, el poder ha logrado mantenerse destrozando, debilitando o aislando a las autoorganizaciones sucesivas que generaciones anteriores de euskaldunes jóvenes creaban con esfuerzo militante. Miles de personas jóvenes han sido asesinadas por esa militancia, otros miles más han tenido que esconderse, exiliarse, recurrir a la clandestinidad, han sido detenidas, torturadas, encarceladas. La represión ha sido y es la sombra de nuestra juventud. Es anticientífico y antiético hablar de juventud vasca sin hablar a la vez de represión.
Pero la represión, aun siendo la misma en su esencia y objetivos últimos, varía, mejora y se amplía en sus objetivos añadidos, en sus recursos, instrumentos, medios, etc. Con más precisión, debemos hablar de sistemas, paradigmas y estrategias represivas que se adaptan y responden cada determinado tiempo a las recuperaciones de las resistencias y del poder ofensivo del pueblo trabajador vasco. En esta lucha permanente, con sus altibajos y momentos de auge y ralentización, los sistemas, paradigmas y estrategias represivas tienen en la juventud vasca uno de sus objetivos decisivos.
En Hegoalde desde comienzos de los años setenta hasta ahora, hablando ya en concreto de la represión de la juventud euskaldun, ha habido tres sistemas represivos. El primero fue el tardofranquista y que se prolongó con ligeros cambios hasta la desaparición del gobierno de la UCD y se caracterizó por no hacer muchas distinciones entre la represión general del pueblo trabajador y la represión específica de su juventud. Vino después el sistema represivo del PSOE, expresado teóricamente en el siniestro plan ZEN o Zona Especial Norte, puesto en vigencia desde inicios de 1983. Este plan, fracasado estrepitosamente casi desde sus inicios, fue reforzado, mejorado y complementado por el no menos siniestro «Informe de los expertos» del gobiernillo vascongado encargado en 1985 y puesto en funcionamiento en 1986. La juventud es ya un objeto claro y preciso de represión directa, de cerco y acoso sistemático. Desde entonces, como se vio en las increíbles manipulaciones propagandísticas sustentadas en «estudios sociológicos» oficiales, esa represión ha ido ampliándose y detallándose de forma imparable. Desde comienzos de 1992, el sistema represivo del PSOE-PNV pega un salto que se muestra, entre otras cosas, en el fascista lazo azul, por ejemplo.
El tercer sistema represivo comienza a aplicarse estando el PSOE en el gobierno de Madrid, es decir, aproximadamente desde finales de 1995, pero es con la llegada del PP al gobierno y en concreto desde verano de 1996 cuando desarrolla todas sus armas intimidatorias. El momento de auge y gloria de este tercer sistema es el verano de 1997, pero ya para ese otoño muestra sus debilidades y entra en barrena en invierno-primavera de 1998, fracasando estrepitosamente en verano-otoño de ese año. Actualmente, el Estado español está cambiando su anterior sistema represivo y ha anunciado ya lo esencial del que ya está aplicando. Lo esencial del cuarto sistema represivo es no sólo destruir el proceso de construcción nacional materializado en Udalbiltza, Lizarra-Garazi, Presoak Euskal Herrira, Euskal Herrian Euskaraz, etc. sino también, simultáneamente, recuperar el sentimiento granespañolista de la derecha vasca y de su bloque social de apoyo, es decir, ampliar las fuerzas opresoras españolistas en el interior de Hegoalde mediante la moviliza¬ción cotidiana de masas. Aunque, por ahora, no intenten realizar actos fascistas públicos como los del verano de 1997 y otros menores anteriores y posteriores, no hay que descartar esta posibilidad.
La juventud, en este cuarto sistema represivo, es un objetivo más codiciado y cuidado que en los tres anteriores. Ahora se trata de lograr que sectores juveniles se sumen al españolismo activo, intervengan o apoyen en la educación, universidad, calles, plazas, y si es posible en los centros de trabajo mediante los sindicatos españoles, los llamamientos de la cruzada de «reconquista» española. Ya lo habían intentado antes pero con menos insistencia que ahora. Además, ahora creen contar con el alienciente de los efectos perversos de los cambios sociales descritos, y con el impulso añadido de las presiones electorales estatalistas que activan el voto dormido españolista al calor de la pugna electoral entre el PP y el PSOE en el Estado. Piensan que así, juntándolo todo, podrán detener el poderoso ascenso identitario de la juventud euskaldun que se confirma encuenta tras encuesta y sondeo tras sondeos.
Pero no debemos dormirnos en los laureles. Aunque la toma de conciencia nacional euskaldun va en ascenso por ahora, no podemos cometer el error de pensar que su ascenso está asegurado. Una vez más, todo dependerá de la lucha y de las fuerzas en activo. En este enfrentamiento de modelos de futuro intervienen todos los factores. Uno de ellos es, por su importancia, la propaganda mentirosa que hacen los ideólogos del poder dominante según la cual la juventud europea actual es apolítica y a lo sumo preocupada por mejoras paulatinas, reformistas. Las personas jóvenes son bombardeadas continuamente con la mentira de que ya se han extinguido las viejas y tradicionales luchas de clases, nacionales, de género, sectoriales, etc., sobreviviendo restos de los movimientos sociles alternativos, pacifistas, respetuosos con el orden, tolerantes, etc. Se trata, en realidad, de una mentira destinada a ocultar el hecho empíricamente demostrable de que desde comienzos de los noventa, sin poder precisar ahora, lo que se llama el norte o centro imperialista, es decir, los países capitalistas más desarrollados están siendo sacudido por una nueva fase u oleada de luchas y movimientos reivindicativos en los que tienen parte fundamental grandes componentes de jóvenes.
Quieren propagar la falsa sensación de que nada es ya posible, de que las razones abertzales no tienen sentido porque la realidad de los países «ricos» camina en otro sentido. Quieren hacernos creer que somos pocas personas, que estamos aisladas, que somos unas reliquias de un pasado ya extinto. Simultanean estas afirmaciones contrafácticas, es decir, que son negadas por los hechos, con amenazas de todo tipo, con advertencias de desastres catastróficos si avanzamos en la independencia y en el socialismo. Recurren a la política del miedo que refuerzan con el miedo a la política. Buscan, más que nunca antes, una juventud pasiva, acobardada, dependiente y, por supuesto, española y francesa. Pero no sólo han perdido la batalla, sino también la guerra en sí misma.