En términos médicos, se define como enfermedad sistémica aquella que afecta a todo el organismo. Las crisis económica, ecológica, hídrica, energética, política y alimentaria son parte de una crisis sistémica que afecta a todo el planeta. Como pasa con todas las enfermedades, necesitamos rápidamente ponerle tratamiento. A este respecto, me parece que deberíamos prestar atención […]
En términos médicos, se define como enfermedad sistémica aquella que afecta a todo el organismo. Las crisis económica, ecológica, hídrica, energética, política y alimentaria son parte de una crisis sistémica que afecta a todo el planeta. Como pasa con todas las enfermedades, necesitamos rápidamente ponerle tratamiento. A este respecto, me parece que deberíamos prestar atención a las siguientes diez medidas, enmarcadas en un particular manifiesto llamado «Vivir bien».
Primero, si queremos salvar al planeta Tierra para salvar la vida y a la humanidad, estamos en la obligación de acabar con el sistema capitalista. Los graves efectos del cambio climático, de las crisis energéticas, alimentarias y financieras no son producto del sistema capitalista vigente, inhumano con su desarrollo industrial ilimitado.
Segundo: renunciar a la guerra, porque de las guerras no ganan los pueblos, sólo ganan los imperios; no ganan las naciones, sino las transnacionales. Los trillones de millones que se destinan a la guerra deben ser destinados para reparar y curar a la madre Tierra, que está herida por el cambio climático.
Tercera propuesta para el debate: un mundo sin imperialismo ni colonialismo, donde las relaciones deben estar orientadas en el marco de la complementariedad, y tomar en cuenta las profundas asimetrías que existen de familia a familia, de país a país y de continente a continente.
El cuarto punto esta orientado al tema del agua, que debe ser garantizada como derecho humano y evitar su privatización y concentración en pocas manos, ya que el agua es vida.
Como quinto punto, debemos buscar cómo acabar con el derroche de energía. En 100 años estamos acabando con la energía fósil creada durante millones de años. Como algunos presidentes reservan tierras para automóviles de lujo y no para el ser humano, debemos implementar políticas para frenar los agrocombustibles y de esta manera evitar hambre y miseria para nuestros pueblos.
Como sexto punto: respecto a la madre Tierra. El sistema capitalista la trata como materia prima, pero la Tierra no puede ser entendida como una mercancía. ¿Quién podría privatizar o alquilar a su madre? Es necesario que organicemos un movimiento internacional en defensa de la madre naturaleza para recuperar la salud de la madre Tierra y restablecer la vida armónica y responsable con ella.
Un tema central, como séptimo punto para el debate, es que los servicios básicos -agua, luz, educación, salud- deben ser tomados en cuenta como derechos humanos.
Como octavo punto, consumir lo necesario, priorizar lo que producimos y consumimos localmente, acabar con el consumismo, el derroche y el lujo. Debemos priorizar la producción local para el consumo local, estimulando el autosostenimiento y la soberanía de las comunidades dentro de los límites que la salud y los recursos menguados del planeta permitan.
Como penúltimo punto, promover la diversidad de culturas y economías. Vivir en unidad respetando nuestras diferencias, no solamente fisonómicas sino también económicas; economías manejadas por las comunidades y las asociaciones.
Y, como décimo punto, planteamos vivir bien, no vivir mejor a costa del otro, sino un vivir bien basado en la vivencia de nuestros pueblos, las riquezas de nuestras comunidades, tierras fértiles, agua y aire limpios. Se habla mucho del socialismo, pero hay que mejorar ese socialismo del siglo XXI, construyendo un socialismo comunitario o sencillamente el vivir bien, en armonía con la madre Tierra, respetando las formas de vivencia de la comunidad».
Con mucha anticipación, y también con más acierto a las reacciones que ahora aburren, se presentó este decálogo en septiembre del año pasado a todos los líderes del planeta reunidos en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Las presentó un campesino e indígena y presidente del segundo país más pobre de América Latina, en donde está llevando adelante luchas y reformas para hacer que el pueblo boliviano recupere su soberanía frente a la oligarquía y las multinacionales. Seguramente por eso, por estar cerca de la realidad de los pueblos empobrecidos, Evo Morales atina en sus propuestas. Podemos optar por medidas conservadoras y medicamentos ya probados que nos devolverán un paciente intubado y con alimentación artificial, en estado crítico y sin posibilidad de curación completa. O plantearnos tratamientos audaces, alternativos, antes nunca usados en aras de un vivir bien colectivo y renovado.
Hace 60 años, el mundo asumió un discurso único para superar las secuelas de la Segunda Guerra Mundial con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sin embargo, el avance en el respeto y realización de esos derechos humanos se ha visto comprometido, cuando no totalmente frenado, por el imperativo del crecimiento económico y la acumulación capitalista, especialmente en estos últimos años dominados por la liberalización salvaje y la desregularización de la economía a escala mundial. Globalización de la economía sin globalización de los derechos humanos, y ahora globalización del nuevo desastre, un coste sobreañadido a las ya sobrecargadas espaldas de la población más pobre del planeta, y especialmente de aquellos grupos de personas que los modelos sociales imperantes colocan estructuralmente en situación de vulnerabilidad: mujeres, niños y niñas y ancianos.
Las medidas propuestas por Evo Morales deberían estar sobre la mesa de la cumbre del G-20 en Washington el próximo 15 de noviembre y jugar ese papel global que nos llevase a profundizar en políticas basadas en esos derechos humanos para alcanzar la igualdad de todos los seres humanos en sano equilibrio con el planeta.
Gustavo Duch es director de Veterinarios sin Fronteras