Traducido para Rebelión por Anahí Seri
Vendió un millón y medio de ejemplares de «The God delusion» (El espejismo de Dios), y esta semana ha conseguido reunir 5.500 libras para anuncios ateos. Así pues, ¿por qué piensa Richard Dawkins que la ciencia está perdiendo la guerra contra la religión?
Richard Dawkins prepara su jubilación de la cátedra de Oxford y sigue defendiendo con vehemencia el ateísmo.
Un día en 2006, en la casa de un compañero, conocí a un amigo de su hija adolescente. Mostraba curiosidad intelectual, y su inteligencia saltaba a la vista; pero mantenía una férrea lealtad hacia la fe de sus padres, cristianos renacidos (born again Christians). Nos pasamos casi toda la tarde discutiendo con el pobre chico, apelando a su lógica y su razón; fue en vano. Al borde de la desesperación, pensamos que debería haber algún texto ateo seminal al que le pudiéramos referir. Pero no se nos ocurría ninguno.
Pero mira por dónde, pide y recibirás. No había pasado ni un mes, y Richard Dawkins publicó «The God delusion» (El espejismo de Dios), un ardiente manifiesto a favor del laicismo. Aún comparándolo con el éxito de Dawkins de 1976, «El gen egoísta», fue un éxito espectacular, con más de un millón y medio de ejemplares vendidos.
Esta semana, en la que Dawkins se jubila de su cátedra Charles Simonyi de divulgación de la ciencia, que ha ocupado en la Universidad de Oxford durante 12 años, se podría pensar que considera que la causa laicista, científica, a la que ha dedicado su carrera profesional, está triunfando. El pasado martes, se anunció una campaña de publicidad consistente en unos carteles que aparecerían en los autobuses, con el mensaje «Dios probablemente no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida.» La campaña, lanzada por la guionista de televisión Ariane Sherine, a través de su blog Commentisfree.co.uk, confiaba en reunir 5.500 libras de los seguidores, cantidad que Dawkins había prometido igualar con otro tanto de su bolsillo; pero ayer ya se habían recogido más de 96.000 libras a través de donaciones públicas.
Esa misma semana, el ministro de inmigración, Phil Woolas, predijo que la reformas constitucionales expulsarían a los obispos de la Cámara de los Lores en el plazo de 50 años, y se registraron cifras récord de nuevos estudiantes universitarios de matemáticas y ciencias. Incluso en América, la derecha religiosa parecía estar perdiendo fuerza.
Pero cuando le pregunto a Dawkins, que tiene ahora 67 años, si en su opinión la divulgación de la ciencia ha mejorado a lo largo de su trayectoria profesional, no parece muy convencido. «Yo diría que cuando yo comencé mi labor, había el mismo grado de ignorancia que ahora, pero menos rechazo activo [de la ciencia]. Si uno se dedicara a visitar colegios y universidades y asistiera a las clases sobre evolución, podría encontrar una proporción considerable de jóvenes que, sin saber a qué se oponen, piensan que se oponen a ello, porque se los ha educado en ese sentido.»
Le pregunto si él atribuye este hecho a un menor nivel de educación científica o al ascenso del fundamentalismo religioso, y me responde sin vacilar: «Creo que se debe a una mayor influencia religiosa.»
En opinión de Dawkins, en Gran Bretaña se está librando una batalla entre las fuerzas de la razón y el fundamentalismo religioso, y la victoria aún queda lejos. Él es uno de los combatientes más famosos y prolíficos, pero la cuestión sería si está entre los más eficaces. La finalidad declarada de «The God delusion» (El espejismo de Dios) era «convertir» a los lectores al ateísmo, pero tiene que admitir que, en cuanto herramienta de proselitismo, ha sido mayormente un fracaso. Esboza una sonrisa. «Pues sí, creo que fue poco realista. Un objetivo loable, pero poco realista.»
De hecho, a Dawkins se le ha calificado como «la persona que más gente ha reclutado para el creacionismo en su país». Los críticos lo acusan de haber sufrido un fracaso imaginativo en lo que respecta a la susceptibilidad de la mente al consuelo que proporciona el pensamiento irracional. Dicen que su intolerancia intelectual aliena a la gente, y han cuestionado el que haya atacado a objetivos como el humorista Peter Kay por haber admitido que la fe es un consuelo para él. Es sabido cómo Dawkins lo ridiculizó: «¿Cómo se puede tomar en serio a alguien a quien le gusta creer en una cosa porque ‘le brinda consuelo’ «?
Cuando Sherine se dirigió a él para hablarle de la financiación del autobús ateo, la frase que él prefería que apareciera en el anuncio era «Es prácticamente seguro que Dios no existe». Pero eso tal vez haría montar en cólera a los creyentes, y podría alejar a unos posibles simpatizantes agnósticos. Al final se acordaron poner «probablemente «.
«Sí, si, ya lo sé», interrumpe Dawkins. «Lo sé. La gente dice que soy estridente, que mi vehemencia es ofensiva.»
Dawkins tiene una teoría al respecto, que es muy persuasiva. «A todos nos han educado en el punto de vista de que la religión tiene una especie de estatus privilegiado. No se te permite criticarla. Y por tanto, incluso si haces una crítica bastante leve, resulta estridente, porque viola esa expectativa de que la religión está en una zona restringida.»
Pero aún así, desde un punto de vista puramente estratégico, ¿por qué no intenta ser …»¿conciliador?»
Pues sí. Si a la gente le tiran para atrás las certezas de su estilo intelectual, ¿por qué no intenta resultar un poco menos intimidante?
«Bueno, es una cosa que me preocupa», dice muy en serio. «Sí. Y me lo encuentro con frecuencia. Es la crítica más inteligente con la que me encuentro. Supongo que hay dos modos distintos de hacerlo, y me alegra mucho de que otra gente lo haga de esa forma. «Breaking the Spell» (Rompiendo el hechizo) de Dan Dennett al menos se propone eso, ser seductor – ¿es ésa la palabra? No del todo, pero se trata de ganarse al lector. Y yo sé hacerlo. Sé como hacerlo.» Hace una pausa y reflexiona. «Pero parece – parece que he perdido la paciencia.»
Sin embargo, a lo largo de toda la entrevista se esfuerza muchísimo por mostrarse paciente. Aunque él considera «una auténtica maldad» llamar «niño católico» al hijo de padres católicos, rápidamente añade: «Es igual de malvado decir de un niño que es ateo. Yo nunca lo diría.» Y no puede evitar añadir: «Por supuesto, hay gente que diría que todos los bebés son ateos, porque no creen en nada.» Pero cuando le pregunto si él lo diría, se lo piensa un momento antes de responder: «Bueno, no estoy seguro de que eso sea una forma muy razonable de expresarlo.»
¿Está preocupado por que descienda el nivel de los estudiantes universitarios, al ampliarse el acceso a la universidad? «Tengo que tener mucho cuidado de no parecer un carca en este tema. Cuando empecé con las tutorías en los años 60, para mí fue una gran satisfacción tener a estudiantes que tenían mucho interés, y las clases de tutoría eran un auténtico encuentro intelectual. Esa buena sensación parece que fue desapareciendo. Pero no me atrevería a echarle la culpa a los estudiantes, es posible que fuera hastío por mi parte.»
Como la mayoría de los racionalistas, Dawkins tiende a invocar la inteligencia innata de las personas, y a atribuir sus formas incorrectas de pensamiento a la ignorancia, no a la estupidez. «Pero no tengo pruebas», admite. «Tal vez esté equivocado. Es una especie de ideal. Es como esforzarse al máximo.» Le sugiero que quizás la gente sea simplemente estúpida. «Sí, tal vez lo sean», dice con cautela. «Pero al menos, cuando afirmo que la ignorancia no es delito, eso es mi defensa contra la acusación de arrogancia. Porque si le dices a la gente que es estúpida, desde luego que no es forma de hacer amigos e influir en la gente.»
Dawkins una vez describió a una empleada de British Airways a quien despidieron por llevar una cruz dorada en el trabajo diciendo que tenía «una cara de lo más estúpida». ¿Se arrepintió de haberlo dicho? Se le escapa una sonrisa malévola.
«Pues … pues … sí, de verdad. Sí. Me pilló desprevenido. Aunque creo que dije que parecía tonta. ¿Vio usted la foto? Creo que si busca la historia, y tienen la foto…» Se lo piensa, y se detiene. «No está bien.»
Antes del encuentro con Dawkins, yo tenía miedo de que su impaciencia intelectual llegara a ser aplastante. La impresión, en cambio, es más bien la de un león que se ha dado a sí mismo instrucciones estrictas de comportarse como un gatito – lo cual es un alivio y al mismo tiempo un poquito decepcionante.
Le pregunto si alguna vez envidia a la gente que cree en Dios.
«No.» Mueve la cabeza negando con firmeza. ¿A pesar de que dicen que la fe brinda tanto consuelo?
«Mire usted», dice, «Tengo tantas ganas de decir, bueno, a lo mejor es un consuelo, ¿y qué? Sospecho que por cada persona que recibe un consuelo de la fe, habrá alguien que alberga un temor mortal.» ¿Y él no envidia a quienes consiguen que Dios no les inspire un temor mortal?
«Si los envidiara por eso, tendría que envidiar a la gente que toma drogas para sentirse bien. En la medida en que la religión es un consuelo, probablemente no …»
A Dawkins le gusta bromear diciendo que los ancianos van a misa porque «están trabajando a tope para el examen final». A él no le preocupa que un día, de muy mayor, pueda despertarse y verse atraído por le fe. De llegar a ocurrir, lo atribuiría a la demencia senil. Mucho más le preocupan los informes espurios sobre su conversión en el lecho de muerte, difundidos por sus enemigos tras su muerte. Probablemente no lo dice en broma cuando afirma: «Quiero asegurarme de que haya una grabadora en marcha para recoger mis últimas palabras.»