Las personas que, por nuestra profesión periodística, conocemos a fondo el interior de los partidos políticos españoles y cómo en ellos hay que manejar los codos, deberíamos reconocer el mérito de aquellas formaciones como Izquierda Unida en las que la ética y la austeridad ejemplar son un principio básico que impide cualquier posibilidad de dar […]
Las personas que, por nuestra profesión periodística, conocemos a fondo el interior de los partidos políticos españoles y cómo en ellos hay que manejar los codos, deberíamos reconocer el mérito de aquellas formaciones como Izquierda Unida en las que la ética y la austeridad ejemplar son un principio básico que impide cualquier posibilidad de dar un pelotazo, arañar subvenciones o ganar fama sin dar ejemplo. Un rojo de los de verdad es como un franciscano condenado a ser dios y hombre a la vez, sin eternidad pero con la impetuosa sensación de que tiene una responsabilidad y una obligación sobre los problemas del mundo. No es que en los otros no exista gente honrada, pero es que en IU sólo sabes que vas a trabajar por unas ideas sin ganar un duro y soportando el chorreo diario de los progres más acomodados, y esto deberían admitirlo hasta los que se oponen a sus ideas.
Por eso un sector de esta izquierda que ha sido manchado por la vanidad -Diego López Garrido, Cristina Almeida o ahora Rosa Aguilar- siempre ha mirado de reojo la pompa del PSOE y se han acabado entregando a su buena vida, porque también se puede decir que se es de izquierda y conformarse con decirlo. Pero este no es un artículo contra Rosa Aguilar, pues toda la culpa de este episodio de transfuguismo es de la propia organización, que no tuvo el arrojo y la austeridad para expulsarla hace tiempo, cuando empezó a traicionar a su partido pero se miró para otro lado porque ‘caía bien’ a la gente, especialmente a la gente que no era de izquierdas pero le votaba por simpatía. Ahora es cuando no hay traición; ahora ha sido coherente. El asunto de fondo, y más grave que este asunto puntual, es la costumbre cada vez más pronunciada que tenemos los españoles de votar por simpatía antes que por los hechos de nuestros políticos o los programas de sus partidos. Es lógico entonces que Aguilar acabe en el PSOE porque, según la opinión de la gente que menos la conoce, «a mí me gusta mucho, es muy agradable».