Presentación de: Mario Amorós, Compañero Presidente. Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo. PUV, Valencia 2008. 372 págs. Prólogo de Óscar Soto Guzmán. Barcelona, 7 de mayo de 2009. Librería La Central del Raval. Gràcies per la seva presència. Gracias a Mario Amorós por haberme invitado a la presentación de su -ya les […]
Presentación de: Mario Amorós, Compañero Presidente. Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo. PUV, Valencia 2008. 372 págs. Prólogo de Óscar Soto Guzmán.
Barcelona, 7 de mayo de 2009. Librería La Central del Raval.
Gràcies per la seva presència. Gracias a Mario Amorós por haberme invitado a la presentación de su -ya les anuncio de entrada mi opinión y mi recomendación implícita- magnífico ensayo, imprescindible libro.
Probablemente fuera el 12 de septiembre de 1973 por la noche, o tal vez al día siguiente. Un grupo de ciudadanos caminaban, caminábamos, por las Ramblas barcelonesas, muy cerca de esta librería, entristecidos, enrabiados, golpeados por una desgracia anunciaba, en absoluto deseada. Triunfo acababa de aparecer en los kioscos. Sobre un fondo negro, negrísimo, en letras grandes y blancas: CHILE. CHILE en el corazón y en el alma agrietada de aquel grupo barcelonés, y de tantos otros seres humanos. CHILE en el corazón insumiso de la ciudadanía democrática y rebelde de todos los pueblos del mundo.
La multitud, déjenme robar esta mal concepto de Negri, miraba, y se miraba a sí misma, con ojos de indignación, con rabia apenas controlada, con lágrimas de rebeldía, con desesperación incluso. Su caminar sin rumbo desembocó en una manifestación espontánea. Fue al final de las Ramblas, muy cerca del puerto barcelonés. Nos manifestamos -saltamos, decíamos entonces- por la avenida del Paral.lel, por la arteria central de aquel antiguo barrio de cenetistas.
No puedo precisarles la duración del salto. La policía armada nacional, los bien llamados «hombres grises del viejo orden negro», hicieron inmediato acto de presencia [1] . Sin haberles llamado desde luego. No creo exagerar si les digo que ha sido una de las manifestaciones más emotivas en las que yo he participado, no muy distante, en fuerza sosegada, en razón socialista rebelde, en gritos al cielo que quieren ser actos en tierra de explotados pero no sumisos, de la que celebramos también aquí en Barcelona, en aquella Gran Vía que jamás fue para nosotros avenida José Antonio Primo de Rivera, contra el proceso 1.001 unos dos meses más tarde. La referencia no está demás. Bien pensado, ustedes aceptarán la conjetura seguramente, existe más de una vinculación entre ambos actos ciudadanos. No es necesario que les recuerde que Marcelino Camacho, el gran líder obrero español, entonces encarcelado, siempre mostró la máxima admiración por el Presidente caído, por el Presidente asaltado.
Chile, la experiencia socialista chilena, en definitiva, iba con nosotros. No estábamos equivocados. Chomsky, en una reciente entrevista -http://www.rebelion.org/noticia.php?id=84945-, recordaba aquella afirmación del doctor Strangelove, perdón, del doctor Kissinger, sobre los virus contagiosos. El Premio Nobel de la Paz (¡) se refería abiertamente al Chile de Allende. Otros países pensarían que también para ellos sería posible intentarlo. Allende era un virus que podía propagarse no sólo en Latinoamérica sino también en el Sur de Europa. Si la democracia política chilena conllevaba reformas socialistas, las conquistas populares podrían fortalecer a grupos afines en Italia y en España que se encaminaban en esta misma dirección. Había que atajarlo desde la raíz. Tenía razón el doctor Muerte en su diagnóstico, tuvieron éxito en su intervención criminal.
Comprenderán, por tanto, que yo pertenezca a una generación marcada por Chile. Salvador Allende, Neruda, Víctor Jara y tantos otros, aquel proceso chileno de transformación socialista no ficticia, estuvo y seguirá estando en nuestra alma. Für ewig, para siempre. Nunca permitiremos que el olvido habite en ese amado espacio. Y, precisamente, para evitar ese olvido desde hace años esperábamos que alguien escribiera un libro sobre aquel presidente, sobre aquel rebelde socialista que no quiso permitir que la noria de la Historia girase ensangrentada al ritmo al que nos tiene acostumbrados.
Mario Amorós, un joven historiador, ha satisfecho nuestro deseo. No es la primera vez desde luego. Han habido otras ocasiones y tan importantes como ésta. Mario es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y licenciado y doctor en Historia por la UB. Autor de numerosos artículos de investigación y de divulgación, ha participado en obras colectivas -la última o una de las últimas: Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular (2005)- y es autor, tomen nota, no crean que estoy errado a pesar de su juventud, de Chile, la herida abierta (2001), Después de la lluvia. Chile, la memoria herida (2004), Antonio Llidó, un sacerdote revolucionario (2007), La memoria rebelde (2008) y el libro que hoy presentamos Compañero Presidente. Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo, un ensayo, como les decía, excelente, imprescindible, magníficamente escrito, sobre la vida y obra política de aquel gran presidente chileno, un referente inolvidable para todo ciudadano que no quiera olvidar la Historia ni su historia [2] .
Además de todo ello, Amorós ha dictado conferencias en diversas universidades de España y América, es miembro del consejo de redacción de Mundo Obrero, y junto con Franck Gaudichaud, coordina desde su creación la sección de Chile de www.rebelion.org . Se nota su trabajo, se nota su coordinación. Por lo demás, alguno de los ensayos que les acabo de citar figura en el apartado «Libros libres» de la página que les he indicado.
Del talante, del sentimiento y compromiso del historiador Amorós, que desde luego no está reñido con su excelente hacer y su cuidadoso trabajo de documentación, déjenme que les recuerde una pregunta y su respuesta.
La pregunta: qué sientes cuando lees las últimas palabras del compañero Presidente, se le preguntó, que sentía cuando leía o escuchaba:
Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre parta construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras. Tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que por lo menos será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición».
Esta fue su respuesta, esta fue la respuesta de un historiador que estima la palabra «fraternidad» y el concepto que le es anejo:
Una profunda emoción. Muchas personas se sorprenden de mi gran interés por Chile, piensan que soy chileno, pero quienes somos comunistas o quienes nos sentimos internacionalistas conocemos el sentido de la palabra «fraternidad». Mis compañeros chilenos me han acogido siempre como a un hermano, con el mismo calor y afecto con que recibieron a los refugiados del Winnipeg en 1939 o en España la izquierda ayudó a los exiliados chilenos. Allende, Neruda o Víctor Jara son tan nuestros como Pasionaria, Miguel Hernández o Machado.
Aquellas palabras de Allende, añadía Amorós, llenas de reconocimiento y afecto hacia su pueblo, eran, son, seguirán siendo, de una belleza poética,
[…] una de las piezas oratorias imprescindibles para nuestra memoria, como el discurso de Dolores Ibárruri con motivo de la despedida de las Brigadas Internacionales, en la Diagonal barcelonesa en noviembre de 1938.
No se equivocaba Mario. Ni en lo primero ni en el segundo.
Me centro, ahora, en el libro que hoy presentamos. Un libro cuyo título contiene lo esencial de su contenido: la narración de una vida dedicada al socialismo -escribir socialismo democrático, lo sabemos bien, es redundante-, un homenaje al que fue, es y será siempre «el Compañero Presidente».
Pocas biografías pueden emocionar e interesar tanto a un socialista no meramente nominal, al lector/a en general, como este bello ensayo de nuestro joven y prolífico amigo historiador. Todo en su libro, incluido su título como les decía, destila atención, aproximación rigurosa, interés real por el biografiado, equilibrio, documentación, análisis construidos desde diferentes atalayas y también, y no en menor importancia, excelente escritura.
El volumen de Amorós, si de mi dependiera -lo escribí cuando lo reseñé, vuelvo hacerlo ahora si cabe aún más convencido-, sería motivo de estudio voluntario, y disfrute, en todos los centros de educación preuniversitaria y universitaria, además, por supuesto, de material de análisis de las organizaciones sindicales, políticas y asociaciones vecinales de inspiración crítica. También, sin duda concebible, de todos los movimientos altermundistas que quieran atender a la historia reciente de la tradición emancipatoria.
Como ya demostrara en Chile, la herida abierta; Después de la lluvia. Chile la memoria herida; Antonio Llidó, un sacerdote revolucionario, y La memoria rebelde, Amorós es un gran conocedor de la historia reciente de Chile, un historiador que suele indagar sobre aspectos poco transitados, con excelentes instrumentos historiográficos, con sensibilidad y con una documentación apabullante. Las diez páginas de bibliografía anexas a Compañero presidente contienen, además de frecuentes detalles e informaciones dados en notas a pie de página, más de doscientas referencias. Insisto: ¡más de 200 referencias! Años de esfuerzo, de dedicación, de estudio, con resultados excelentes.
Además del prólogo de Soto Guzmán y de una interesante y útil cronología de la vida de Salvador Allende, el volumen se divide en tres partes que el mismo Amorós ha resumido en su introducción. Las siguientes:
En la primera parte se analiza la etapa anterior a la investidura de Allende como presidente de la República (1908-1970); la segunda se centra en los dos primeros años de su gobierno, etapa en la que se aplicó de inmediato el programa de la Unidad Popular y se procedió a la construcción del Área Social, el embrión de la futura economía socialista; la tercera analiza el último año de su gobernación. Desde comienzos de 1972, recuerda Amorós, se apreció una crisis en la Unidad Popular originada por las contradicciones y disensos ante la construcción del socialismo. La polémica no enfrentó solo, como es sabido, al PC de Chile con el MIR, fuerza no integrada en la Unidad Popular, sino que desde junio de 1972, desde el cónclave de Lo Curro,
[…] se expresaron con claridad las dos visiones de la política económica, y del proceso revolucionario en general, que se articulaban en torno a Salvador Allende y el Partido Comunista, por una parte, y el Partido Socialista, por otra (p. 23).
Todos los interrogantes que surgieron en el proceso chileno son tratados con documentación y equilibrio en el estudio que comentamos: el apoyo ciudadano a la apuesta de Allende y la Unidad Popular; la actitud del ejército chileno; los apoyos internacionales; las críticas razonable (o acaso no tanto en algunas ocasiones) del MIR (por cierto, no se pierdan la magnífica película «Calle 42»); las posibilidades reales de una mayor intervención popular y obrera, incluyendo la entrega de armas a la ciudadanía resistente; el proceso de nacionalizaciones; la lucha contra los latifundios; los disensos interiores; la actitud del PC chileno; el control obrero; el realismo político de algunas fuerzas y la ensoñación no siempre controlada de otras; la firmeza y realismo de Allende; la supuesta inexorabilidad del golpe fascista de 1973; las otras intentonas militares; el viaje de Fidel Castro a Chile; el claro compromiso revolucionario de Allende siendo miembro de un PS que en absoluto había renunciado al combate contra el capitalismo; la posición del general Prats y otros militares constitucionalistas; los últimos momentos de Allende; las resistencias ciudadanas al golpe.
Ninguno de los grandes temas ha sido olvidados por el autor.
El cardiólogo Óscar Soto Guzmán, el médico personal de Allende, cierra la semblanza (pp. 13-17) que ha escrito para el libro de Amorós con estas palabras:
Su suicidio, tan incomprendido por algunos sectores, fue un ejemplo de consecuencia política y personal, fue su entrega a la libertad, a la defensa de la Constitución, y el postrer homenaje al cargo de Presidente de la República que el pueblo chileno, democráticamente, le había otorgado.
Muchos sectores del pueblo chileno, muchos ciudadanos del mundo, no han olvidado, no hemos olvidado su entrega y su ejemplo. Mario Amorós, que nació precisamente el año en el que se produjo uno de los actos de ignominia más abyectos que podemos recordar y que difícilmente olvidaremos, ha escrito una biografía que sin duda será un clásico de la historia de Chile y lectura obligada de todo ciudadano que se identifique con la tradición socialista republicana-revolucionaria y que piense, con Allende, que la historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen.
En una entrevista con Kenneth Whyte [3] , la autora de No logo lo ha expresado con claridad, en clara sintonía con las palabras de Noam Chomsky:
El libro [La doctrina del choque] concluye con una cita de una carta desclasificada de Kissinger a Nixon donde le dice que la amenaza de Allende no era sobre nada de lo que decían públicamente en esa época (que se estaba arrimando demasiado a la Unión Soviética, que sólo hacía ver que era un demócrata y que iba a convertir a Chile en un sistema totalitario). Según escribe Kissinger la verdadera amenaza era que se propagase la democracia social. La Unión Soviética fue el hombre del saco oportuno. Era fácil odiar a Stalin, pero lo que siempre fue una amenaza era la idea del socialismo democrático…
En la mañana de un 11 de septiembre, de otro 11 de septiembre, Salvador Allende, la izquierda no entregada, perdieron la batalla, una batalla para ser más precisos. La traición, la violencia feroz de unas Fuerzas Armadas, con resistencias de soldados en algunos regimientos, teledirigidas o apoyadas por los insistentes y conocidos servicios de inteligencia, y por el Imperio del capital, acabaron con un proceso de transición democrática al socialismo. Sin embargo, apunta Amorós,
[…] hoy renace la esperanza en América Latina y las grandes alamedas del socialismo vuelven a surgir en el horizonte: se trata de la lucha por una profunda y radical democratización de la sociedad, en todas las esferas, incluida la económica. En este camino nos acompañará «el metal tranquilo» de su voz, el ejemplo inolvidable del Compañero Presidente» (p. 27).
Tiene razón. Que así sea y que tampoco en esto yerre el buen sentido y la intuición histórica del autor de esta biografía imprescindible. Para él, como agradecimiento de lector entusiasta, y, desde luego, para el presidente no olvidado, me gustaría recitar los versos finales de un poema no menos inolvidable de Luis Cernuda, «1936». Pero, por favor, no aplaudan, si así lo estimaran. Las palabras del autor de La realidad y el deseo son el preámbulo. El final propiamente viene luego.
El fragmento cernudiano de agradecimiento y reconocimiento:
[…] Que aquella causa aparezca perdida,
nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
sólo atendieran a ellos mismos,
importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
Por eso otra vez hoy la causa te aparece
como en aquellos días:
noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
a través de los años, la derrota,
cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.
Gracias, compañero, gracias
por el ejemplo. Gracias por que me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana.
El final que les anunciaba. Si hubiéramos tenido posibilidad de ello, hubiera cerrado mi intervención con las palabras del presidente Allende en el foro mundial de la ONU, en diciembre de 1972, con una filmación que da (parcial) cuenta de su discurso, unas palabras que, no es casualidad, han sido resaltadas en diversas ocasiones por Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero.
La intervención es larga, pero no pesada; profunda pero sin retórica vacía, y tan actual y verdadera hoy como lo era entonces [4] . No se la puedo leer toda aunque quizá debiera, sería una magnífica lección para mi y acaso para ustedes. Les leo algunos pasos, casi los mismos que ustedes pueden oír en las grabaciones de youtube o en lugares afines. No lo haré, no puedo hacerlo, como lo hizo Allende, con su digna, magnífica, solidaria y reposada voz. Pero, eso sí, ustedes al final no se corten: aplaudan si así lo desean, con un aplauso sin fin, con un aullido interminable como quería José Agustín Goytisolo, como el que dispensaron los asistentes al presidente golpeado, asesinado. No me aplauden a mi, claro está, aplauden al presidente resistente y, a un tiempo, a un historiador sensible, documentado, riguroso, que como Cernuda, y no es insignificante la compañía, tampoco está dispuesto a que habite el olvido en pasajes admirables, en territorios modélicos llenos de dignidad, coraje, solidaridad y rebeldía.
Llegó, pues, el presidente Allende, sugirió escuchar y habló ante un foro mundial abarrotado. Estas fueron sus palabras, estas son nuestras palabras:
Señor presidente, señoras y señores delegados:
Agradezco el alto honor que se me hace al invitarme a ocupar esta tribuna, la más representativa del mundo y el foro más importante y de mayor trascendencia en todo lo que atañe a la humanidad.
[…] Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy [es decir, entonces, en 1972] cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen multipartidista, con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años, donde los tribunales de justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 sólo una vez se ha cambiado la carta constitucional, sin que ésta prácticamente jamás haya dejado de ser aplicada. Un país donde la vida pública está organizada en instituciones civiles, que cuenta con Fuerzas Armadas de probada formación profesional y de hondo espíritu democrático [¡ay, ay, ay!]. Un país de cerca de diez millones de habitantes que en una generación ha dado dos premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ambos hijos de modestos trabajadores. En mi patria, historia, tierra y hombre se funden en un gran sentimiento nacional.
[…] Estamos ante un verdadero conflicto frontal entre las grandes corporaciones y los Estados. Éstos aparecen interferidos en sus decisiones fundamentales -políticas, económicas y militares- por organizaciones globales que no dependen de ningún Estado y que en la suma de sus actividades no responden ni están fiscalizadas por ningún Parlamento, por ninguna institución representativa del interés colectivo. En una palabra, es toda la estructura política del mundo la que está siendo socavada.
Pero las grandes empresas transnacionales no sólo atentan contra los intereses genuinos de los países en desarrollo, sino que su acción avasalladora e incontrolada se da también en los países industrializados donde se asientan. Ello ha sido denunciado en los últimos tiempos en Europa y Estados Unidos, lo que ha originado una investigación en el propio Senado norteamericano. Ante este peligro, los pueblos desarrollados no están más seguros que los subdesarrollados. Es un fenómeno que ya ha provocado la creciente movilización de los trabajadores organizados, incluyendo a las grandes entidades sindicales que existen en el mundo. Una vez más, la actuación solidaria internacional de los trabajadores, deberá enfrentarse a un adversario común: el imperialismo.
[…] Son los pueblos, todos los pueblos al sur del río Bravo, que se yerguen para decir ¡basta!, ¡basta! a la dependencia, ¡basta! a las presiones, ¡basta! a las intervenciones; para afirmar el derecho soberano de todos los países en desarrollo a disponer libremente de sus recursos naturales.
[…] Cientos de miles y miles de chilenos me despidieron con fervor al salir de mi Patria y me entregaron el mensaje que he traído a esta Asamblea mundial. Estoy seguro que ustedes, representantes de las naciones de la tierra, sabrán comprender mis palabras. Es nuestra confianza en nosotros lo que incrementa nuestra fe en los grandes valores de la Humanidad, en la certeza de que esos valores tendrán que prevalecer, no podrán ser destruidos.
Tenía razón aquel médico socialista revolucionario: esos valores, los suyos, también los nuestros, no podrán ser destruidos. Son la sal de nuestra Tierra, son, de hecho y sin sectarismos, la sal de la Tierra. ¡Hasta la victoria siempre! Gracias por su amable atención y a Mario por su invitación y por su imprescindible regalo.
[1] Como hiciera acto de presencia, disculpen el recuerdo, aquel hombre-asesino gris llamado Augusto Pinochet dos años más tarde en la toma de posesión como Jefe del Estado de Juan Carlos I, tras las muerte del general golpista.
[2] Véase el índice, la cubierta y el capítulo introductorio de Compañero Presidente en: http://www.rebelion.org/docs/66078.pdf
[3] «Entrevista a la escritora Naomi Klein. Por qué el capitalismo necesita del terror» (www.rebelion, org).
[4] Véase este discuro íntegro en: www.archivochile.com