El lunes 18 de mayo me invité un café para pensar en la no muerte de Mario Benedetti. Deseaba entregarme en pensamiento al recuerdo del poeta que comprometió su palabra con la vida. Mi idea era estar solo (más allá de las sensibilidades mediáticas), quería alejarme del mundo prefabricado y de las obligaciones que me […]
El lunes 18 de mayo me invité un café para pensar en la no muerte de Mario Benedetti. Deseaba entregarme en pensamiento al recuerdo del poeta que comprometió su palabra con la vida. Mi idea era estar solo (más allá de las sensibilidades mediáticas), quería alejarme del mundo prefabricado y de las obligaciones que me hacen estar atado a sus circunstancias; así fuese por un día, o una mañana. Tal vez hasta me hubiese conformado con una minuto de serena existencia.
Mi utopía llegó a tanto que me ilusioné con la posibilidad de que, cuando me levantara de la mesa, la realidad estuviera más cercana a la poesía. Deseaba reconocer la utilidad de la palabra en la calle, en las formas, en los fondos; en la convivencia del segundo a segundo. Y permanecí mucho tiempo contemplando el café, temeroso de que toda la belleza sólo fuese posible en la poesía de seres como Benedetti.
El poeta sabía que la belleza jamás podría influir en las decisiones políticas, pero, como buen utopista, decía que los poetas «sí llegan al ciudadano de a pie, y a veces sirven para esclarecer una duda, para dar una tímida respuesta a una pregunta que tiene alguien». Y todo era parte de su «Táctica y estrategia», de su eterno compromiso con el ser humano (y la puesta en práctica de la vida en beneficio de la vida).
La vida (en sociedad) era muy dura en los tiempos cuando Benedetti padeció los rigores de la dictadura; sin embargo, lo siguió siendo después, mucho después, cuando la democracia mejoró la forma pero no el fondo; y también ahora: en este instante que se presume como el más moderno de todos los instantes. En nombre de Benedetti he querido pasar toda una mañana en un café, alejado de una realidad que cada día se parece menos a la poesía. Sabía que me estaba engañando. ¿Quién dijo que el mundo era lugar para poetas? O como una vez dijo Bolaño «la vida (a veces) es una mierda». La realidad social es la realidad social y Benedetti es Benedetti (y la poesía).
El capitalismo nos ha hecho cínicos, duros, mezquinos. He ahí el difícil obstáculo que hace peso sobre nuestra existencia. ¿Cómo no terminar siendo piedras en momentos de dureza? He ahí la urgencia de la poesía de Mario Benedetti. No se trata de sutilezas discursivas ni mucho menos de paseos ocasionales del alma. No, mil veces no. La poesía (y Benedetti), más que un adorno, es un estorbo a la consumación de la dureza. Y por ello, desde siempre, nos la quieren robar.
No es cuento: cada vez somos menos humanos. Y Benedetti, con su palabra armada (en eterno presente), convoca a la resistencia del espíritu. Lo difícil no es protestar el fascismo político, lo complejo es oponerse al fascismo ciudadano. Pero hay que hacerlo. La palabra de Benedetti nos ubica ante un dilema milenario: ser bestias o asumirnos humanos. Y si decidimos abrir la segunda puerta: hay que comprometerse a cambiar la vida diaria, con sus formas y fondos; en el tránsito cotidiano, en los recorridos imperceptibles, en el respeto (y comprensión) al otro.
Lo reitero: hoy he decidido permanecer contemplando (en la memoria) la poesía de Mario Benedetti.