Ciudadano Don José Montilla, Discúlpame el tuteo. Es fruto de la confianza. Además, no creo en Vuestras Mercedes, ni en Majestades. El gobierno que presides ha cerrado el Bachillerato nocturno en mi instituto. El consejero de Educación de tu gobierno tenía la intención de cerrarlo en todos, pero no lo ha hecho, al menos de […]
Ciudadano Don José Montilla,
Discúlpame el tuteo. Es fruto de la confianza. Además, no creo en Vuestras Mercedes, ni en Majestades.
El gobierno que presides ha cerrado el Bachillerato nocturno en mi instituto. El consejero de Educación de tu gobierno tenía la intención de cerrarlo en todos, pero no lo ha hecho, al menos de momento. Ya no hay, no habrá, nocturno en una ciudad como Santa Coloma, donde doy clases desde hace veinticuatro años. Desconozco si la situación es idéntica en Cornellà, ciudad que conoces tan bien. Tampoco sé qué va a suceder en L’Hospitalet, donde me crié y fui al instituto, en Badalona, Sant Adrià, Sant Joan Despí, y el largo etcétera de ciudades en las que vivimos una mayoría de trabajadores.
Imagino que eres consciente de ello, que la medida cuenta con tu aprobación, o al menos con tu aquiescencia. Supongo que a tu Conseller le habrán mostrado cuentas, balances, ejercicios fiscales, que le habrán llevado a la conclusión de que es juicioso ahorrarse esos dineros del presupuesto público. Presumo que la tarea del gobernante consiste en decidir cuáles son las prioridades. Salvar puestos de trabajo, construir un hospital, o una comisaría, todo eso requiere mucho dinero. Educar a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes, también. Y el nocturno es, era, una segunda oportunidad. Para quien no tuvo la posibilidad de estudiar, por vivir en un país que no educa a sus ciudadanos, para quien no tuvo la madurez o la disciplina necesaria para proseguir hasta el final los estudios de secundaria; para quien, simplemente, tenía que trabajar. Dar segundas oportunidades es un lujo superfluo. A partir de ahora, seguirá habiendo quien cometa un error, en los estudios. Pero la Administración le dirá: «Lo siento». Habrá quien desee reparar tardíamente el no haber tenido la posibilidad material de estudiar. Pero la Administración, tu Administración, le dirá: «Lo siento». Ya no habrá más oportunidades para esas personas. Personas como tú.
Como tú, soy hijo de trabajadores, emigrantes del Sur, aunque ya he nacido en Catalunya. Tengo entendido que estudiaste el Bachillerato en régimen nocturno, en Cornellà. Eso te hace merecedor del Don (dominus), tratamiento que estrictamente sólo puede aplicarse a los Bachilleres. Fue en aquella época cuando entré a trabajar de profesor. En un nocturno. Eran otros tiempos, claro. Había más conciencia. Los trabajadores tenían más deseos de construir una sociedad más justa, que reconociera sus derechos, que les diera a ellos y a sus hijos una vida más digna, más próspera, más libre. Algunos de ellos entraron en política, una cosa llevó a otra, y mira adónde han llegado algunos. Sería interesante confeccionar una lista de personas ilustres que realizaron estudios de nocturno. Tu Conseller de Educación no estará, seguro. Lo más interesante será ver cómo la lista se interrumpe en 2009, al menos la de Santa Coloma.
Por mi aula han pasado miles de alumnos. Ha habido de todo, buenos y malos. Muchos de ellos abandonaron antes de acabar, abrumados por la carga de sus obligaciones, por el peso de la responsabilidad, de no ser capaces de sacrificar al estudio las pocas horas que les dejaba su jornada laboral. Pero puedo asegurarte que los mejores alumnos de mi vida han estado en el nocturno. Maduros, conscientes de la importancia de lo que hacían, brillantes, porque estudiaban más y aprovechaban mejor el esfuerzo. Como Gabino, treinta y tres años, de la Guardia Urbana, que terminaba el instituto a las diez y media y empalmaba con el turno de vigilancia por la noche; se licenció en Derecho. Como Elisabet, que dejó el instituto a los quince años. El día que se marchó, me contó, juró llena de odio, como Escarlata O’Hara, que jamás volvería a pisar el instituto. No cumplió su promesa. Volvió a los veinticinco, hizo el Bachillerato y se graduó con Matrícula de Honor. Ahora es licenciada en Hispánicas. Como Jose, que estando en el centro realizó un video -eran los tiempos del VHS- sobre la Barcelona romana que utilicé en clase mucho tiempo. Acabó licenciándose en Filología Clásica con tesina sobre cine y cultura clásica. Me regaló un busto griego que causa aún admiración entre mi alumnado. Como Maika, a la que un trabajo sobre los etruscos la ha llevado a una entrevista con el actual alcalde de Santa Coloma, porque tienen ese interés compartido. Y tantos y tantos a los que les he perdido la pista. Pequeñas historias que atesoro. Que atesoramos todos los profesores que hemos tenido el privilegio de dar clases a alumnos tan magníficos. Cada uno guarda las suyas, que forman parte de uno mismo, le enriquecen, dan sentido a su vida y orgullo a su trabajo. Pero Ernest Maragall ha puesto fecha de caducidad a este pequeño tesoro.
Eso sí, está el Bachillerato a distancia, el IOC. Es moderno, evita desplazamientos innecesarios y cumple con la función social de expedir titulaciones. Ahora casi todo se puede hacer por Internet. Puedes conseguir amigos, estudios, hasta sexo, en Internet. Pero no me convence, es virtual. Tengo algunos colegas que han dejado la enseñanza «presencial» y han optado por parapetarse tras la barrera de impersonalidad que proporciona Internet. Yo no soy así. Necesito la «presencia» de los alumnos, que estén delante. Como Platón, concibo la pedagogía como un acto de amor. De amor y de respeto. Me cuesta imaginar a Sócrates, a Buda, enseñando a distancia. No veo a Cristo chateando por Internet con sus doce discípulos. Aristóteles paseaba con los suyos, que eran «peripatéticos». ¿Te imaginas a Platón? ¿Sus célebres Diálogos serían hoy día los Exámenes de Platón?
En fin, no creo que haya vuelta atrás. No creo que las circunstancias sean propicias para fomentar los deseos de los trabajadores, los sueños de los parados, las aspiraciones de los emigrantes a una vida mejor, a una educación más elevada, a dominar -de dominus, ¿recuerdas?- los resortes de una mente mejor formada y más libre. Dejemos eso para quien se lo pueda pagar. No creo que se decida que es una buena inversión alimentar los sueños de cultura, de razón, de justicia. Porque sería invertir en quimeras. Los sueños son eso, sueños, humo, sombras, cenizas, polvo, nada.
Esta noche, la del día en que te escribo esto, haremos, alumnos y profesores, la cena de despedida de nocturno. La de este curso será especial, porque es la última. Reiremos, charlaremos -qué privilegio trabajar con jóvenes, siempre te eleva el ánimo-, lo pasaremos bien, porque se lo merecen, porque ellos no tienen la culpa de ser los últimos que dejan el instituto, seguramente camino de experiencias nuevas y fructíferas. Pero no podré, no podremos evitar que haya una congoja a nuestro alrededor, una suave melancolía, la tristeza de lo que se acaba para siempre. Veinticuatro años de mi vida.
Y brindaré por última vez con mis maravillosos alumnos, con mis colegas estupendos, mientras la tiniebla desciende sobre nosotros. Ojalá pudieras dedicarnos un pensamiento, que fuera también un recuerdo a tus compañeros, a tus profesores. Ojalá fuera todo de otro modo. Pero no lo va a ser, y seguiremos todos nuestras vidas, cargadas con el lastre de los sueños rotos, de lo que pudo ser y no ya no será. Nunca más.
Recibe de mi parte el saludo más cordial.
Carlos Mañas. Profesor de Griego del IES Puig Castellar de Santa Coloma.