DIAGONAL conversa con soldados españoles e inmigrantes sobre las condiciones de los extranjeros en el ejército y su presencia masiva en las unidades más peligrosas.
En 2001, cuando el Ejército español se profesionalizó, perdía una media de mil soldados cada año. El entonces ministro de Defensa, Federico Trillo, abrió las puertas de la institución más cerrada y castiza del Estado español a futuros soldados que carecían de nacionalidad española, tras haber intentado infructuosamente captar a hijos de españoles emigrantes en países como Argentina y Uruguay.
Sin embargo, tal aperturismo en el reclutamiento se limitaba a ciudadanos que procediesen de 18 países latinoamericanos y de Guinea Ecuatorial debido a «sus condiciones de vinculación histórica, cultural y lingüística con España», una eufemística expresión utilizada por el Ministerio de Defensa para referirse al colonialismo. Se requería tener la tarjeta de residencia temporal o permanente y se restringían las opciones del soldado inmigrante a ciertas especialidades dentro de cuatro unidades militares. A nadie se le escapaba que a los inmigrantes se les destinaba a los denominados cuerpos de alta operatividad, las unidades más duras y peligrosas, llamadas ‘de choque’, tales como la Brigada Paracaidista o la Legión, entre otras.
Algunas ONG, como Rumiñahui o la Asociación de Colombianos consideraron discriminatorios los requisitos del reglamento de entonces y denunciaron que el Ejército «capta inmigrantes a la desesperada para cubrir vacantes». Así, el Ministerio de Defensa organiza campañas específicas para captar futuros soldados inmigrantes en consulados, asociaciones y medios de comunicación.
«El incremento de extranjeros se nota muchísimo en la Legión y en los destinos más arriesgados y difíciles», comenta David S., un ex soldado de nacionalidad española que entró con 18 años en el ejército y que ahora trabaja en una empresa de seguridad privada. «Nunca te pueden obligar a un sector, tú lo eliges, lo que pasa es que en la entrevista que te hacen cuando vas a entrar hablas con un sargento que te cuenta que es todo muy bonito o que aquí puedes entrar y aquí no. Más o menos medio te engañan, medio te convencen», explica este ex soldado, que vivió de primera mano la llegada de los soldados inmigrantes durante sus tres años en el Ejército. Además añade que «si conoces a gente en el Ejército, tienes algo de experiencia o familiares que sean militares siempre te van a decir que nunca te metas en la Legión porque es lo más duro y arriesgado», mientras que «a una persona extranjera, que no sabe nada del Ejército español, es mucho más fácil convencerla», explica.
«Tenía un trabajo estable y un sueldo que estaba bien respecto a lo que ganábamos en Perú, además tenía 30 días de vacaciones al año y días de descanso en navidad» relata Zaida-Vilma Jiménez Quispe, viuda de Jorge A. Hernández Seminario, un soldado de la II Bandera Paracaidista de Alcalá que murió en Afganistán. «También quería aprender teoría y práctica. Se estaba formando como paracaidista y le encantaba», recuerda Zaida-Vilma.
«Defensa se ha empeñado en evitar que el alistamiento de inmigrantes se perciba como una vía para llenar las camas vacías de los cuarteles», afirmaba el periódico ecuatoriano El Universo de tendencia conservadora. Si en 2002 Defensa establecía un cupo máximo del 2% de extranjeros en el Ejército, hoy en día el porcentaje se eleva hasta el 9%.
La mayoría son de origen ecuatoriano (42%) y colombiano (39%), aunque también hay soldados bolivianos y peruanos. «Cuando entré en 2002 éramos muy pocos extranjeros», explica David C., ex soldado con doble nacionalidad boliviana y española. Pasó 16 de los 18 meses que marcaba su contrato con el ejército. Pero se hartó y se fue, incumpliendo su contrato. «El problema fue cuando volví y fui a renovar mi DNI y me dijeron que estaba con una orden de busca y captura», cuenta David C. «Tuve un juicio, pero cambiaron deserción por abandono de destino». Finalmente no entró en la cárcel. Sobre los primeros tiempos en el Ejército recuerda: «Fue complicadito, porque como era de los pocos extranjeros que había, la gente no estaba acostumbrada y siempre había algún problemilla».
Convivencia difícil
V., ex soldado de nacionalidad española, explica que «la necesidad de mantener gente en el Ejército hizo que el alto mando diera órdenes explícitas de no putear a los inmigrantes. Los mandos han dejado de agobiar a los latinos, pero hay muchos soldados con un racismo cultural muy grande que están confusos porque ven que en ‘su Ejército español’ están entrando ‘subhumanos’, ‘bárbaros’, ‘analfabetos’, ‘monos’… Les llaman de todo…», explica V. «Sin embargo, hay excepciones porque los latinoamericanos son gente infinitamente más educada y menos violenta y agresiva que los españoles; entonces mucha gente simpatiza con ellos, gente que ve que no hay agresividad en su trato», narra V., un ex militar de izquierda que no responde al patrón habitual de soldado.
V. resume el proceso de integración: «La convivencia fuerza la relación, la relación lleva al conocimiento, que lleva a la ruptura de la ignorancia inicial. Se daban cuenta de que ‘los negritos’ hablaban de chicas y eran una peña normal, jugaban bien al fútbol, les mola la Play Station… Y empieza una relación». «Cuando yo entré no estaban tan acostumbrados y ahora, o están acostumbrados o se tienen que aguantar», afirma David C.
Para V., «existe una discriminación cotidiana», mientras que David S. opina que «los mandos desprecian por igual al inmigrante y al español».
Por su parte J.S., un ex soldado con la doble nacionalidad venezolana y española cree que «todos, tanto inmigrantes como españoles, son carne de cañón».
Entre 2002 y 2004 no se contemplaban compensaciones en el supuesto de muerte, mutilación o invalidez para los soldados inmigrantes, que tampoco tienen derecho a voto. En 2004 Defensa les concedió la indemnización en caso de fallecimiento o incapacitación. Pero mientras no obtengan la nacionalidad, tienen cerrado el paso a la carrera de suboficiales y oficiales. Tampoco pueden permanecer más de seis años en el Ejército sin la nacionalidad.
Cupos crecientes
En 2007 se estableció por ley la ampliación de la oferta hasta abarcar todas las unidades de tierra y especialidades como hostelería en la Armada. Además, el cupo del 2% como proporción máxima de inmigrantes aumentó hasta el 7%. También se permitió, gracias a una enmienda en el Senado a la Ley de la Carrera Militar, la entrada de médicos latinoamericanos ante la fuga masiva de facultativos de nacionalidad española en el Cuerpo Militar de Sanidad (50 bajas al año y ningún nuevo ingreso). Un año antes, la Ley de Tropa y Marinería estableció una subida salarial del 18,6% para el personal activo y del 5,8% para el personal en la reserva, lo que se traducía en un sueldo de unos 13.500 euros brutos al año, dependiendo del destino asignado.
En 2006, un 37% de los reclutados fueron inmigrantes. Ese año había en total 3.548 efectivos sin nacionalidad española, representando un 4,6% del total del Ejército. En 2008, las Fuerzas Armadas contaban con 5.440 extranjeros (el 6,87% de los efectivos de tropa y marinería) y este año el cupo del 9% está a punto de alcanzarse, según reconocía el contralmirante y subdirector general de reclutamiento del Ministerio de Defensa, Luis Cayetano y Garrido en Abc. Éste añadía que «al final de este año esperamos contar con unos 7.740 [inmigrantes] del total de 86.000 efectivos».
Si bien el cupo máximo de inmigrantes en el ejército es del 9%, la presencia de éstos en las unidades más peligrosas, las que suelen ser destinadas al extranjero, supera el 30%. Además diversas fuentes señalan que este porcentaje es más bien conservador. «En esas unidades es donde más se sale y también se gana muchísimo más dinero», explica David S., sin olvidar que «si tú sales de misión ganas 3.000 euros al mes. No estás saliendo de misión por la patria, estás saliendo de misión porque ganas medio kilo». Por su parte, J. S. señala que «los españoles no quieren ir a estas unidades».
Para José Luis Pitarch, comandante de Caballería en la reserva y profesor de la Universitat de València, «habiendo un 30% de inmigrantes en misiones peligrosas y teniendo en cuenta que el cupo máximo actual en todo el ejército es del 9%, parece aquello de que vayan a morir los pobres».
Sin embargo, hay cierto temor entre los militares españoles ante una disyuntiva que muchos se plantean: «si te enfrentas contra Colombia y la mitad de los soldados son colombianos, ¿a quién van a apoyar?», se pregunta David S. Especulaciones de ese calibre se plantea José María Pairet Blasco, coronel de Infantería retirado y secretario general de la Asociación de Militares Españoles (AME), de tendencia derechista. Para Pairet, con la entrada de los inmigrantes «se desvirtúa por completo el sentido de lo que es la milicia, algo de carácter nacional, y parece que sólo son unos mercenarios movidos por el trabajo o por la paga». Sin embargo, en defensa de los inmigrantes en el Ejército, el portavoz de AME añade: «Yo conozco a muchos marroquíes y a gente de cualquier país de estos y son gente encantadora y, desde luego, sienten España más que muchos españoles, más que muchos catalanistas». «Desde el punto de vista de la defensa nacional estamos en contra radicalmente.
En vez de tener soldados extranjeros lo que habría que hacer es darles lo que les corresponde a los soldados nacionales», insiste Pairet. Al principio de la entrevista, el coronel retirado se niega a decir cuántos miembros forman parte de su asociación aunque al final asegura que son miles de socios, «entre 4.000 y 5.000». ¿Cuántos militares inmigrantes forman parte de AME? «Todavía no tenemos inmigrantes pero podríamos recibirlos; extranjeros no me constan, quizá algunos, lo tengo que mirar», responde Pairet descolocado.
«Le dijeron que iba a prestar ayuda humanitaria»
Jorge Arnaldo Hernández Seminario fue el primer soldado inmigrante fallecido en una misión extranjera del Ejército español. Fue el 8 de julio de 2006 en Afganistán. «El momento más doloroso fue cuando me dijeron que había muerto: todo se acabó, todo está frío, todo está horrible», relata Zaida-Vilma Jiménez Quispe, su viuda, sentada en el sofá de su casa en un barrio popular de Madrid.
«Ha tenido que pasar mucho tiempo para entender que la vida continúa». Junto a ella un mueble sostiene las fotos y las condecoraciones (del Ejército, de la Comunidad de Madrid, del Gobierno español y de la ISAF) que recibió su marido. «En mi país hay gente de ideas nacionalistas que decían que él era un mercenario y eso me dolía mucho porque no saben nada de nuestra situación», recuerda. Su marido, que estuvo en el ejército peruano dos años, «vino aquí, y después de trabajar de jardinero y de conserje, se metió en el Ejército y lo dio todo». «Le rogamos que no se fuera a Afganistán pero se fue voluntario», recuerda Zaida- Vilma, que añade: «Iba a hacer un trabajo de ayuda humanitaria, eso es lo que le dijeron, y estaba contento».
Cuando faltaban dos días para su vuelta tuvo el accidente. «Siempre me dijeron que estaba haciendo una patrulla de reconocimiento, prestando seguridad a la OTAN», afirma. A pesar de todo, Zaida-Vilma está «bastante contenta con las condecoraciones» y cree que su marido «se ha ido con mucho honor».
Sin marroquíes por «cultura»
El Ministerio de Defensa, en sus campañas de limpieza de imagen corporativa, suele afirmar que la presencia de inmigrantes en el ejército responde a la realidad social española. «El ejército es un poderoso mecanismo de integración [de los inmigrantes] en la sociedad española», afirmaba en 2008 el entonces ministro, José Antonio Alonso.
Sin embargo, la mayoría de los inmigrantes en el ejército son de origen latinoamericano mientras que la mayoría de inmigrantes en el Estado español son de origen marroquí. «Por razones culturales no se admite la posibilidad de que este grupo pueda alistarse en nuestro ejército», recordaba el teniente coronel y encargado de reclutamiento Francisco Ortiz de Zárate en El Correo. Paradójicamente una tercera parte de las tropas en Ceuta y Melilla son de religión musulmana, origen marroquí y nacionalidad española.