Hace unos días los medios de comunicación catalanes presentaron una acción espectacular de los Mossos d’Esquadra en la que atacaban la mafia china y liberaban a unos obreros que trabajaban en condiciones de explotación. Son 72 talleres con 450 trabajadores en Mataró, pequeña ciudad costera que podemos englobar dentro del cinturón industrial de Barcelona. Lo […]
Hace unos días los medios de comunicación catalanes presentaron una acción espectacular de los Mossos d’Esquadra en la que atacaban la mafia china y liberaban a unos obreros que trabajaban en condiciones de explotación. Son 72 talleres con 450 trabajadores en Mataró, pequeña ciudad costera que podemos englobar dentro del cinturón industrial de Barcelona. Lo que dicen, por su parte, los trabajadores chinos es que de quienes se sienten víctimas no es de sus antiguos patronos sino de la policía. Que no se sienten víctimas de explotación laboral alguna.
Surgen aquí varias cuestiones. La primera es si estos obreros chinos quieren la servidumbre voluntaria y no quieren su libertad. Pero quizás la cuestión es más sencilla. La vida que tenían era, seguramente, indigna. Para antes de vivir (y en esto exigimos dignidad, calidad) hay que sobrevivir. Lo que hacían estos hombres y mujeres eran sobrevivir. Seguramente en China no podían ni esto. Y aquí sí que podríamos citar sin cinismo a Lenin cuando decía ¿Libertad para qué? No los han liberado para que pasen a ser ciudadanos normales y trabajadores en condiciones aceptables. Los han «liberado» para que pasen a ser unos «sin papeles» (sin existencia legal de ciudadanía) sin posibilidad de trabajo. Decía Felipe Gonzalez que prefería ser un mendigo en New York que un trabajador en la Unión Soviética. Estos chinos (no digo ciudadanos porque no lo son, no digo trabajadores porque no pueden trabajar) ni se harán la pregunta. Saben que tenían una mierda de trabajo y ahora ni tienen esta mierda de trabajo ni tendrán nada mejor. Decía Woody Allen en una película que en su barrio eran tan pobres que la gente era demasiado desgraciada como para suicidarse. Nosotros hablamos mientras estos hombres y mujeres pasan de lo malo a lo peor.
La segunda cuestión es que entendemos hoy desde la izquierda por explotación. A mí me parece cuestionable el planteamiento cientifista de la cuestión, como si la explotación fuera una relación objetiva que deducimos de la teoría de la plusvalía. No creo que sea esto la más actual y consistente de Marx. Más bien defendería el planteamiento de Cornelius Castoriadis de que es una idea política basada en la consideración de que no se da una relación justa en el proceso de trabajo. Pero si no son los obreros chinos los que se consideran explotados ¿quién lo hace? Lo hacen nuestras autoridades, pero sin ofrecerles nada a cambio. Uno se pregunta hasta que punto nuestros gobernantes actúan de cara a la opinión pública y miden las consecuencias de sus actos. La pregunta del millón es cómo hasta ahora se han mantenido estos talleres sin que pasara nada, después que el Ayuntamiento los inspeccionara el 2003 y que un tercio del total tenga licencia municipal. Y que ahora de pronto, se reaccione de esta manera tan contundente e irreversible. Y de la mafia, en este caso, suena más a ponerse la medalla en los medios que a otra cosa. Uno se pregunta si no hubiera sido mejor una inspección laboral para buscar una solución negociada. El mismo alcalde critica a la Consellería de Interior por no haber previsto las consecuencias económicas y sociales de la operación. Yo le doy la razón porque siempre he preferido una moral de consecuencias que una moral de principios. La acción, a nivel formal, es correcta, pero si pensamos en sus consecuencias lo que comprobamos es que este delito contra los derechos de los trabajadores lo que hace es eliminarlos, no físicamente pero sí laboralmente. No queda muy bien lo que digo pero como ya he dicho muchas veces estoy harto de la política ideológicamente correcta que nos tranquiliza sin afrontar los auténticos conflictos y procesos reales. ¿Qué hacer? Éste es el gran problema y no tengo respuesta pero hay que poner todas las cartas sobre la mesa para buscarlas.
No compraremos plástico y cerrarán unas empresas que dejarán obreros en la calle. No compraremos para multinacionales que explotan niños en el Tercer Mundo y dejaremos que se mueran de hambre. Aunque sí apoyaremos a la industria del automóvil para que no cierre sus empresas, aún aceptando que el transporte privado es insostenible desde un punto de vista energético y ecológico. Son problemas que parecen sin solución, por lo menos en los términos que están planteados. Pero asumamos por lo menos que casi siempre pierden los mismos, los desposeídos, aunque las acciones sean aparentemente justas y tranquilicen las conciencias. Lo digo con tristeza y ésta es la tristeza que no podemos olvidar. No nos quedemos satisfechos porque estamos atrapados, parece que cada acción, por bienintencionada que sea, conduce a un mayor desastre. Yo defiendo una ética de la alegría pero asumiendo esta tristeza que nos provoca el sentimiento de humanidad que tenemos delante de estos desastres humanos. No quiero ser derrotista porque hay que pensar como buscar alternativas concretas para que la sociedad sea más justa, a nivel global y a nivel concreto.
Pero en todo caso cuando nuestros gobernantes toman una decisión que sean responsables de las consecuencias que tiene y que pongan los medios para que aquellos que en principio queremos defender no se queden peor que como estaban antes.