La memoria ha sido cosa siempre de los y las de abajo. Los de arriba se dedican a reescribir la historia. Los comunes hemos aprendido a desconfiar de las palabras de los poderosos, aun cuando nos interesa saber en cada momento qué piensan, o mejor, que dicen que piensan. Por eso a los pueblos se […]
La memoria ha sido cosa siempre de los y las de abajo. Los de arriba se dedican a reescribir la historia. Los comunes hemos aprendido a desconfiar de las palabras de los poderosos, aun cuando nos interesa saber en cada momento qué piensan, o mejor, que dicen que piensan. Por eso a los pueblos se les invita y estimula a tener una frágil memoria. Viene a cuento este excurso a propósito del debate y, hasta ahora, desacuerdo sobre un gran pacto social que surta los efectos que se esperan de este tipo de iniciativas: que ofrezca confianza a los mercados, que estabilice la situación en el ámbito laboral y productivo y que incremente la competitividad de nuestra economía, entendiendo, en este último caso, que los caminos para esta mejora de nuestras perfomances económicas son varias y diversas.
La dureza con la que se está mostrando la patronal ha puesto de relieve algo que comenzaba a ser una evidencia: la gravedad de la crisis y sus devastadoras consecuencias sociales no les ha hecho modificar un ápice su programa de máximos desde hace dos décadas. Es decir, el Estado es el problema y no la solución, o la eficacia es ciencia, la igualdad ideología, o hay que conseguir que el mercado deje de ser sólo el regulador de la economía y pase a ser el articulador de la sociedad.
Parecen haber sido olvidadas las palabras del actual presidente de la patronal, Gerardo Díaz Ferrán, del 17 de septiembre de 2008 en las que afirmaba: «Creo en la libertad de mercado, pero en la vida hay coyunturas excepcionales. Se puede hacer un paréntesis en la economía de mercado». Aquello sonaba a disimulado epitafio de la lógica neoliberal y así pareció ser durante unos meses. Fueron momentos que se prometieron dulces para los que defienden el viejo diagnóstico marxista y keynesiano de que el mercado es incapaz, por sí mismo, de solucionar algunos de los problemas que genera. La obligada intervención económica de los poderes públicos pareció tan necesaria como conveniente y algunos especularon con los réditos políticos que este giro histórico podría producir. La derecha neocon expiraba. Pero no duró mucho aquel encantamiento. En lo que hace a la patronal española, desde entonces y hasta ahora, no han dejado de explicitar su programa de máximos que sigue afirmado en las obsesiones mercadocéntricas de hace años. El problema no remite sólo a intentar dar una vuelta de tuerca más en la precarización del mercado laboral a través de esa figura siniestra del contrato de crisis. La cuestión es darle continuidad a la política económica que ha sido dominante en las estrategias de todos los gobiernos desde el comienzo de la década de los noventa: bajada de impuestos, reforma del mercado laboral, reducción del gasto público y liberalización estratégica para mejorar la competitividad de las empresas.
Naturalmente, en la actual coyuntura pesan también cuestiones de índole política y partidaria. Es obvio el acuerdo entre el PP y la patronal para impedir o dificultar al máximo la foto del presidente Zapatero firmando un acuerdo con los agentes sociales en período de crisis. Y mucho menos cuando el partido de la oposición vive en la agonía, atrapado por el lodo de la corrupción y su dificultad para gestionar internamente un conflicto que afecta a la línea de flotación de la legitimidad de cualquier fuerza política.
Engarzados así estos elementos, no debería sorprendernos la voluntad de intervención política de la patronal. Esto es lo propio de todos los actores públicamente relevantes. Lo significativo es la coherencia programática y política de esa intervención. En primer lugar, el bloque social y político que ha dominado el escenario, las agendas y el discurso durante estas dos últimas décadas no se ha quebrado ni cuarteado. Aquella sonrojante complicidad de Bush con los multimillonarios, puesta en evidencia por Michel Moore en Fahrenheit 9/11, es similar a la que -con tonos castizos, eso sí- expresó el presidente de la patronal cuando fuera de micrófonos declaró, refiriéndose a la presidenta de la comunidad de Madrid, que es «cojonuda, cojonuda, cojonuda». Su connivencia es estratégica, de calado, con voluntad de seguir hegemonizando nuestras sociedades en los años venideros. Les ha ayudado en su autoestima, sin duda, comprobar las enormes dificultades de la izquierda para construir una mayoría social desde presupuestos claramente alternativos. Y les ha animado aún más observar el temor de las poblaciones ante una situación de tanta incertidumbre. Un temor que ha paralizado cualquier posibilidad de castigo electoral a las políticas responsables de la inquietante situación. En segundo lugar, el debate sobre cómo salir de la crisis debe, desde la izquierda, adquirir una dimensión diferente. Es un debate de modelo económico y las medidas parciales deben ser consideradas como la gestión de una transición hacia otro modelo productivo. Debería ser un debate global. Continuar en el formato actual nos llevará, antes o después, a medidas similares a las que la patronal defiende con una preocupante indiferencia respecto a sus consecuencias sociales y políticas. Es decir, si no hay un cambio de escenario y de agendas, la perspectiva es la berlusconización de nuestra política. En tercer lugar, la dimensión ecológica, el debate sobre la sostenibilidad de nuestras economías, la necesaria reconversión ecológica de nuestras sociedad industrial etc. debe estar en el centro de una alternativa programática creíble para recuperar una mayoría de izquierdas. En este sentido, el Gobierno ha malogrado -una vez más- la ocasión de aprovechar la próxima Ley sobre economía sostenible para propiciar un debate social, global y político sobre este cambio de modelo.
Necesitamos elevar la mirada sobre la casuística de la coyuntura para darnos cuenta de que lo que nos jugamos no son sólo las condiciones de trabajo en nuestras sociedades, nos jugamos, en un damero maldito, el tipo de sociedad que tendremos en los próximos años.
Pedro Chaves es Profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid