Uno de los cambios más cínicos que se ha producido en la retórica social de los últimos años es el que lleva a hablar de las misiones de los ejércitos como «misiones de paz». He visto estos días en Italia llamar a sus soldados muertos «héroes de la paz», y de esa manera se […]
Uno de los cambios más cínicos que se ha producido en la retórica social de los últimos años es el que lleva a hablar de las misiones de los ejércitos como «misiones de paz».
He visto estos días en Italia llamar a sus soldados muertos «héroes de la paz», y de esa manera se califica la movilización de miles de soldados por el mundo entero para defender las posiciones de los poderosos allí donde se encuentren.
Lamento la muerte de esos hombres, como las de tantos soldados y civiles que mueren casi cada día haciendo la guerra que ahora sus jefes se empeñan mentirosamente en llamar paz. Lo lamento pero no me confundo. Los ejércitos son la expresión institucional de la violencia. No es verdad que traigan la paz sino que están concebidos para traer la muerte y la destrucción. La paz que imponen los ejércitos es siempre una paz violenta que no es la verdadera paz porque la paz no es solo la ausencia de guerra que pueden lograr las victorias militares sino algo más, mucho más, es la justicia y el buen gobierno y las armas no son precisamente los mejores instrumentos para lograrlos ni por definición están concebidas para establecerlas. Que nadie se engañe: solo cuando no haya ejércitos podremos habrá de auténtica paz. Mientras, habrá que ir construyendo la paz imperfecta que en mayor o en menor medida tengamos a nuestro alcance pero no creo que sean las armas el mejor medio para ir ganándola poco a poco porque cada bala, cada arma tiene un coste de oportunidad tremendo.
Porque mientras hablan de misiones de paz gastan cada vez más dinero en armamentos que solo pueden llevar consigo muerte y desastres y que necesariamente suponen una renuncia a los recursos que podrían proporcionar la verdadera paz, la que proviene de la justicia, de la educación, de la satisfacción humana.
Acaban con todos sus enemigos y cada vez les cuesta más concretar materialmente quién lo es verdaderamente. Pero cada vez reclaman más medios de destrucción. El gasto en armamento no deja de crecer. A la hora de dedicar recursos que puedan matarnos unos a otros no hay crisis que valga. En 2008 subió un 4%, y batió un nuevo record en términos absolutos: 1,46 billones de dólares, de los que casi la mitad corresponde a Estados Unidos. En los últimos 10 años ha aumentado un 45%.
Según el SIPRI en el mundo hay 10.200 armas nucleares operacionales y 25.000 si se cuentan las inactivas. Es evidente, pues, que si siguen gastando en armas no es porque no haya suficientes, pues con las que acumulan hoy día los ejércitos podrían matarnos a todos varios cientos de veces, sino porque es un negocio boyante.
Esa es la cuestión.
Y mientras se enriquecen cada día más vendiendo y sembrando la muerte, dicen que no hay recursos para acabar con la pobreza. Se gastan 4.000 millones de dólares cada día en armamentos y dicen que no tienen sesenta o setenta mil millones que serían suficientes para acabar con la miseria en el mundo, con el hambre, con la falta de agua, con prácticamente todas las causas de sufrimiento humano innecesario. Ni 20 días de gasto militar de los 365 días de año harían falta para ello.
¡Malditas armas! ¡Malditos los que se enriquecen con ellas y malditos los que consienten todo eso!
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Juan Torres López es catedrático de Economía Apliocada en la Universidad de Sevilla (España)