La actividad agraria ha sufrido a lo largo del siglo XX importantes transformaciones en sus formas de producción y en los modelos sociales en los que se inserta. En pocas décadas ha pasado de ser la actividad económica principal de las sociedades humanas a ser una actividad residual que paulatinamente se ha ido transfiriendo a […]
La actividad agraria ha sufrido a lo largo del siglo XX importantes transformaciones en sus formas de producción y en los modelos sociales en los que se inserta. En pocas décadas ha pasado de ser la actividad económica principal de las sociedades humanas a ser una actividad residual que paulatinamente se ha ido transfiriendo a los países «subdesarrollados». En cualquier caso, la mitad de la población mundial habita en el medio rural y sigue dependiendo directamente de la agricultura, la pesca o la ganadería. Pero la otra mitad de la población, la que vivimos en ciudades o en sociedades urbanizadas, hemos asumido modelos económicos en los que la actividad económica se centra en la creación de valor añadido a partir de la incorporación de información a los productos, actividad que, por cierto, es la que genera mayores plusvalías.
En España, desde 1975, la población activa agraria ha caído desde el 25 hasta el 4 por ciento actual, habiéndose perdido en este período más de un millón y medio de empleos en el sector, lo cual viene a ser una reconversión brutal del mismo, ligada a cambios culturales profundos en cuanto a la alimentación [1]. Ambos procesos reflejan una sola dinámica, la pérdida de importancia de la agricultura en nuestra sociedad.
El modelo agroalimentario global e industrial, a debate
Los impactos negativos (sociales, territoriales, ecológicos, sanitarios) del modelo agroalimentario predominante en la actualidad han saltado al debate público en los últimos años. El aspecto más candente en las sociedades desarrolladas sería el sanitario (Gripe A, Gripe Aviar, Vacas locas, pollos con dioxinas…). La explosión urbanística de los últimos años ha llevado también al surgimiento de multitud de movilizaciones y organizaciones en lo que se han llamado «Plataformas en defensa del territorio», que se han expresado a lo largo de todo el territorio nacional, y especialmente en toda la costa mediterránea. Pero la movilización que abrió al conjunto de la población española una visión crítica del modelo territorial y agrario fue aquella en contra del Plan Hidrológico Nacional, publicado en 1998, que alcanzó sus mayores movilizaciones en contra del trasvase Ebro-Segura en Cataluña y Aragón.
En paralelo a estos movimientos ciudadanistas [2], desde visiones críticas con el modelo capitalista global se están articulando también, alrededor de la problemática agraria, alianzas interesantes entre los diversos actores sociales preocupados por las formas de manejo del territorio y los recursos naturales. La interconexión de las problemáticas socioambientales del campo y de la ciudad se comienza a percibir, así como los absurdos que genera esta dualidad [3] y quizá también la importancia de las actividades económicas del sector primario para el conjunto de la sociedad, en un sentido social, cultural, ecológico y también cultural. Y este nuevo escenario está permitiendo la eclosión de interesantes alternativas [4].
Sin duda, lo más destacable de este tipo de movimientos es la apuesta por una nueva cultura política, que pretende superar la dicotomía entre Estado y mercado -lo público y lo privado- y entre sociedad y naturaleza, hacia nuevas formas de gestión de los recursos naturales construidas alrededor de lo social o colectivo. Víctor M. Toledo [5] define este tipo de movimientos como «disidencias productivas a la modernización agraria», distinguiendo en ellos a dos «ámbitos sociales que parecen mantenerse como verdaderos focos de resistencia civilizatoria»: uno ubicado en ciertas «islas o espacios de premodernidad o preindustrialidad […] en aquellos enclaves donde la civilización occidental no pudo o no ha podido aún imponer y extender sus valores, prácticas, empresas y acciones de modernidad»; y otro ámbito que califica como postmoderno y en el que situaríamos a las experiencias de las que estamos hablando, que estaría constituido por la «gama polícroma de movimientos sociales y contraculturales».
Del Ecologismo Social a la Agroecología
La agicultura ecológica llega al Estado Español en los años 70 de la mano de neorrurales centroeuropeos, y se extiende en mayor medida de la mano del movimiento neorrural doméstico de los años 80 [6], mientras que la reconversión del sector agrario y el abandono de los pueblos vivía sus momentos más dramáticos. En esos años surgen también los primeros grupos de consumo de alimentos ecológicos, en lo que sería un incipiente movimiento social de profundas raíces ecologistas y muy crítico con el modelo económico capitalista y con la sociedad urbano-industrial. A finales de los 80 surge en la Universidad de Córdoba el Instituto de Sociología y Estudios Campesinos (ISEC), que de la mano de su trabajo de acompañamiento a los movimientos jornaleros y sus apoyos en Latinoamérica introduce en Andalucía la Agroecología [7]. Esta convergencia entre academia y movimientos sociales generó en los 90 un importante desarrollo de cooperativas de producción ecológica ligadas al Sindicato de Obreros del Campo (SOC), así como de grupos de consumo en las ciudades andaluzas; y lanzó al resto del Estado español las propuestas agroecológicas, que se fueron traduciendo en numerosos proyectos sociales que transponían la teoría, con sus formas, también en contextos urbanos o periurbanos, como podrían ejemplificar, desde principios de esta década, Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!) en Madrid o la Xarxa Agroecológica de Catalunya. Hoy la agricultura ecológica certificada está asentada en el territorio español, cubriendo un 5 por ciento de la superficie cultivada y con crecimientos anuales de dos cifras, suponiendo una alternativa importante para muchas pequeñas explotaciones agrarias. Pero lo que representaba de alternativa sociopolítica y de movimiento social ha sido eclipsado por su exitosa irrupción en el gran mercado, controlando hoy la gran distribución el 65 por ciento de la comercialización, y la mayor parte a través de marcas blancas. Sin embargo, diversas organizaciones y movimientos sociales han hecho de la agroecología un eje de acción importante en sus agendas, al percibir su potencial en la construcción de nuevos modelos sociales.
Eduardo Sevilla Guzmán la definió recientemente como el «manejo ecológico de los recursos naturales a través de formas de acción social colectiva que presentan alternativas al actual modelo de manejo industrial de los recursos naturales mediante propuestas, surgidas de su potencial endógeno, que pretenden un desarrollo alternativo desde los ámbitos de la producción y la circulación alternativa de sus productos, intentando establecer formas de producción y consumo que contribuyan a encarar la crisis ecológica y social, y con ello a enfrentarse al neoliberalismo y a la globalización económica.» [8].
La idea de la Agroecología se convierte en práctica de muy diversas formas, pero en base a ella se encuentran nuevas formas de organización de los pequeños productores ecológicos con los muchos grupos y cooperativas de consumo de todo el territorio. Estos grupos, si bien alcanzan una escasa importancia económica (unas 1.500 familias en Euskadi, 1.200 en Andalucía, 1.000 en Catalunya o en la Comunidad de Madrid), suponen un importante movimiento social por su amplia implantación territorial, su crecimiento constante, y la diversidad de formas que adopta. Los colectivos más ideologizados (como aquellos incluidos dentro de lo que se ha llamado cooperativas agroecológicas, con referencias en el BAH! madrileño) y los más organizados están abriendo, a su vez, importantes espacios de encuentro, reflexión y acción política en aspectos como el consumo o el mercado agroalimentario -de lo local a lo global-, o en temas más concretos como el de las semillas y el de los transgénicos. Estos dos nuevos movimientos, que son expuestos en detalle en otros artículos de esta edición, son otros ejemplos de movilización social que encontramos actualmente alrededor de la Agroecología.
Soberanía Alimentaria, de lo global a lo local
El concepto de Soberanía Alimentaria proviene de La Vía Campesina, que la define como «la organización de la producción y el consumo de alimentos de acuerdo a las necesidades de las comunidades locales otorgando prioridad a la producción y el consumo locales domésticos». Fue desarrollado principalmente para contrarrestar el discurso oficial en las negociaciones comerciales globales, que pretende que una mayor tecnologización de la agricultura y la liberalización del comercio agrario van a librar al mundo del hambre. Y La Vía Campesina es una organización compuesta por 148 organizaciones de campesinos e indígenas que agrupan a 200 millones de personas, con implantación en 69 países, que se opone frontalmente a este discurso.
En el Estado español, Plataforma Rural lleva desde 1996 trabajando por construir la Soberanía Alimentaria en lo local. Esta organización aglutina a organizaciones rurales y urbanas, de agricultores, de consumidores, ecologistas, ONG para el desarrollo y otras en esta línea, y de este encuentro han salido numerosas campañas (contra la PAC, contra los transgénicos, etc.) y proyectos (Red estatal de Semillas, Universidad Rural Paulo Freire, etc.) en la línea de la Agroecología y de la Soberanía Alimentaria, alcanzando una legitimidad y unos impactos sobre la sociedad que ninguno de estos actores podría alcanzar aisladamente. Con el apoyo de Plataforma Rural, La Vía Campesina-Europa lanzó en 2008 una propuesta para construir Foros locales por la Soberanía Alimentaria en el Estado español. De esta forma, en pocos meses se han constituido en diversos territorios (Madrid, Catalunya, Galiza, Euskadi, Aragón, Pais Valencià, etc.) plataformas que agrupan a colectivos y personas para desarrollar conjuntamente la lucha contra la globalización agroalimentaria, y a la vez apoyar y construir en lo local alternativas a la misma, en la línea de la agroecología que ya hemos ido ilustrando.
En definitiva, la Agroecología y la Soberanía Alimentaria están permitiendo construir un movimiento social que aúna a muy diversos actores sociales en torno a un pacto social por la agricultura social, local y sostenible, y por un mundo rural vivo. Este movimiento crece a gran velocidad y supone un interesante espacio de encuentro entre otros movimientos y organizaciones sociales, que encuentran con las propuestas que aquí hemos mencionado formas de anclarse en el cotidiano y en los territorios, alrededor de una actividad tan central como la alimentación. Apartir de lo expuesto, se trata de seguir trabajando en profundizar en lo local, y a la vez de ir conectándonos hacia lo más global para luchar, desde nuestras limitaciones y con nuestras potencialidades, contra la globalización capitalista y los acuciantes problemas que nos brinda.
Daniel López García es técnico investigador en Agroecología y Desarrollo Rural y miembro de Ecologistas en Acción. Este artículo ha sido publicado en el nº 39 de la Revista Pueblos, septiembre de 2009.
Notas
[1] Desde los años 50, el gasto medio familiar en alimentación ha caído del 50 al 25 por ciento. Sin embargo, casi la mitad del 25 por ciento actual se reparte entre productos procesados y precocinados, y en alimentación fuera de casa. En definitiva, el producto fresco, y sobre todo los alimentos vegetales, se van quedando paulatinamente fuera de nuestros hogares, desplazándose así el valor añadido desde los agricultores hacia la agroindustria y la hostelería. No entraremos en los aspectos de la Gran Distribución, que ya se tratan en otros artículos de esta edición.
[2] O lo que se ha venido a llamar movimientos NIMBY: «Not In My BackYard».
[3] Hemos desarrollado en profundidad esta idea en LÓPEZ GARCÍA, D. y LÓPEZ LÓPEZ, J.A. (2003): Con la comida no se juega. Alternativas autogestionarias a la globalización capitalista desde la agroecología y el consumo, Ed. Traficantes de Sueños, Madrid.
[4] Para ampliar, se puede consultar el texto Los pies en la tierra (Autoría Colectiva, 2006, Virus Editorial, Barcelona).
[5] TOLEDO, V. M. (2000): «La paz en Chiapas«, Ediciones Quinto Sol S.A. de C.V., México.
[6] A este respecto, se puede consultar el texto Colectividades y Okupación Rural (COLECTIVO MALAYERBA, 1999, Ed. Traficantes de Sueños, Madrid).
[7] La propuesta agroecológica, adaptada al contexto europeo, se desarrolla en profundidad en Introducción a la Agroecología como Desarrollo Rural Sostenible (GUZMÁN CASADO et al., 2000, Mundi-Prensa, Madrid). También se puede consultar la extensa bibliografía de Eduardo Sevilla Guzmán, director del ISEC.
[8] SEVILLA GUZMÁN, E. (2006): «Agroecología y agricultura ecológica: hacia una ‘re’ construcción de la soberanía alimentaria», Revista Agroecología, nº 1, Universidad de Murcia.