Estuve unas 36 horas encerrado en los calabozos de Madrid. mi delito, no tener el famoso papel de la convivencia. Descuidé un poco mi apariencia, y allí estuvieron prestos… varios traslados esposado en lecheras y más de 20 calabozos, todos bastante fríos. La gente, trapicheros, ladrones e indocumentados. La incertidumbre fue bastante, arriesgábamos 2 meses […]
Estuve unas 36 horas encerrado en los calabozos de Madrid. mi delito, no tener el famoso papel de la convivencia. Descuidé un poco mi apariencia, y allí estuvieron prestos… varios traslados esposado en lecheras y más de 20 calabozos, todos bastante fríos. La gente, trapicheros, ladrones e indocumentados. La incertidumbre fue bastante, arriesgábamos 2 meses en una cárcel que la cárcel despreciaría, por lo que se comentaba. Y/o deportación. Mentí sobre mi identidad para que fuera otro el detenido y deportado, así no mancharía mi posibilidad del arraigo. No dio resultado, ya estaba fichado y por mis huellas dactilares seguramente me descubrieron.
Al final una ruleta rusa, unos salimos y los otros al parecer no.
Mi situación ameritaba «internamiento» según dijo la fiscal en el juicio express que presencié. Yo intenté hacerme el importante diciendo que colaboraba para S.O.S racismo y R.E.D.I (Ongs de derechos de inmigrantes), que les notificaran de mi situación a ellos, para intentar sugestionarlos a que iba a crearles algún problema. Mis argumentos pasaron como una brisa para ellos, ya estaba todo decidido, este tribunal los absolvería a todos, incluso a nosotros que fuimos los primeros, por tanto los que tendríamos «plazas disponibles» para nuestro encierro. El tribunal de al lado tomaría otra actitud.
Que me tocara uno y no otro fue una cuestión meramente aleatoria. Cuando llegué anoche a mi precario trabajo, el jefe me reprochó el no haber avisado que libraba, me hizo sentir mal, pero en fin, no podía decirle que habia estado preso, pues al saberlo podría no querer disponer de mis servicios.
El dinero que tengo lo invertiré en ropa, ninguno de los presos vestíamos como si fuéramos a una sitio con clase. No queda otra, del tipo casi descalzo y rebelde, que paraba por Lavapiés, que se hacía de la guitarra y la litrona que llegó hace 3 años y medio, con una camiseta que decía «el socialismo se conquista peleando» lo único que queda es el pelo largo, que no cortaré en señal de resistencia, pero que para sobrevivir llevo tomado a presión.
Estar horas y horas en un calabozo frío y en soledad da para pensar cosas buenas y muchas malas. La atención policial tan delicada, da para pensar en venganzas. Y creer lo que el barbudo pensó: «aquí a los hijodeputas hay que matarlos», «esta es una guerra». En fin quimeras del encierro, una frase que leí en uno de los tantos calabozos: «solo una cosa es más grande que el amor a la libertad… el odio a quien nos la quita».
Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.