Joven extranjero o pobre y con escasa preparación militar: el perfil del soldado del ejército español enviado a combatir a Afganistán
Joven menor de 22 años, de clase trabajadora y probablemente inmigrante. Este es el perfil del soldado con todas las papeletas para perder la vida en una guerra «humanitaria» vistiendo el uniforme del Ejército español. Los datos sobre muertos y heridos en estas misiones no pueden ser más concluyentes. Un 43% de los muertos son inmigrantes, a pesar de que éstos constituyen tan sólo el 7% del total de efectivos de las Fuerzas Armadas; mientras que el 57% de los fallecidos tenía entre 18 y 21 años, un tramo de edad en el que se encuentra el 10,5% de la tropa.
El último soldado muerto en Afganistán el pasado 1 de febrero alimenta estas significativas estadísticas. John Felipe Romero Meneses era un colombiano de 21 años. Entre los otros seis soldados heridos en la misma acción se encontraban dos compatriotas de Romero Meneses de 19 y 23 años de edad. También procedían de ese país tres de los seis fallecidos en El Líbano en 2007. Completan la lista de «bajas» extranjeras, por el momento, un ecuatoriano y un peruano. En su película documental Fahrenheit 9/11, el cineasta norteamericano Michael Moore mostraba como los reclutadores del ejército USA recorren cada día las zonas más deprimidas de Estados Unidos, buscando jóvenes sin perspectivas laborales ni recursos para estudiar, a los que tratan de convencer de los supuestos beneficios del alistamiento. El film de Moore denuncia con crudo realismo las estrategias utilizadas para alimentar con nueva carne de cañón -negros, hispanos y white trash (1)- las aventuras bélicas comenzadas por la Administración Bush y reforzadas hoy por el fotogénico Barack Obama.
En España, las cosas no son muy diferentes. Las costosas campañas publicitarias del Ministerio de Defensa tienen destinatarios bien definidos: Los miles de muchachos y muchachas de extracción humilde a los que, en plena crisis económica, se les presenta la «carrera militar» como la única alternativa laboral posible. Y, por su puesto, los tan denostados inmigrantes que, por mor de la Ley de Extranjería, no encuentran otro camino para alcanzar la integración social y el reagrupamiento familiar.
Según ha reconocido la propia Asociación Unificada de Militares Españoles (AUME), uno de estos chicos puede ingresar en el ejército con 18 años, estar tres meses en un centro de formación y encontrarse treinta días después en plena guerra. Este es el procedimiento que permite al Ejecutivo Zapatero – según la AUME – sostener rotaciones de 3000 soldados en misiones cada cuatro meses. Los ingresos extra que se obtienen por estar en primera línea de combate son un perfecto reclamo adicional para convencer a los más necesitados.
Esta realidad, obviamente, no aparece reflejada en los vídeo-clips de propaganda del Ejército español. En éstos, las fuerzas armadas se dibujan como una suerte de ONG cuyos integrantes gozan de buena remuneración, posibilidades de promoción y de adquirir cualificación profesional, al tiempo que hacen el bien y «sirven a la patria». Para lanzar este señuelo, el Gobierno español ha encontrado personajes de rostro mucho más amable que los reclutadores militares de los EE.UU. Actrices veteranas como Concha Velasco, representantes de la «alta cocina» hispana como Ferrán Adriá o el seleccionador nacional de fútbol, Vicente del Bosque, han contribuido gustosamente a vender el engaño en diferentes campañas publicitarias emitidas por televisión. La propia ministra de Defensa, Carmé Chacón, se ha encargado de presentar el nuevo canal audiovisual de Internet del Ministerio de Defensa. Con cuidada pose beatífica, Chacón reafirma en este canal el discurso oficial acerca de la «magnífica labor» realizada por los «hombres y mujeres que trabajan a diario por España y por la Paz en el mundo».
La farsa mediática se completa, trágicamente, cada vez que se produce una nueva muerte. Es entonces el momento de los honores póstumos y los funerales de Estado. De tratar de apaciguar el dolor de los familiares convirtiendo en héroes efímeros a quienes, en realidad, se trata como a meros peones reemplazables en guerras que nada tienen que ver con bellos ideales.
El pasado miércoles, 3 de febrero, la despedida oficial a John Felipe Romero Meneses contó con la presencia de altos mandos militares, el heredero al trono del Reino Felipe de Borbón, el líder el PP Mariano Rajoy o la ministra Chacón, que posaron para la prensa profesionalmente compungidos. Hace unos pocos meses, parecidos personajes repetían la escena en el funeral del canario Cristo Ancor Cabello Santana. Sucedía sólo unos días antes de que, ya en Gran Canaria, el cura y profesor de sociología Fermín Romero asegurara en sus exequias que Cristo Ancor «había superado la mediocridad alistándose en el ejército», para animar luego a los jóvenes canarios a seguir su ejemplo. Por su parte, Carmé Chacón repetía entonces, y ahora, la misma excusa fabricada por la Administración Bush para comenzar su «Guerra Global contra el terrorismo»: nuestros soldados están en Afganistán «para protegernos de la amenaza de Al Qaeda». Por insostenible que resulte la justificación, no cabe hacerse vanas esperanzas. Mientras el silencio cómplice, la cuidada tibieza electoralista o la indolencia continúen primando entre quienes conocen la verdadera naturaleza de estos conflictos y dicen oponerse a ellos, no es probable que concluya la sangría. Habrá, mucho nos tememos, nuevos gestos solemnes televisados y medallas al valor concedidas póstumamente.
Nota:
(1) White trash, «basura blanca», es un término despectivo utilizado en los Estados Unidos para referirse a los pobres de este color.
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